Sex code (103 page)

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Authors: Mario Luna

Tags: #Autoayuda

BOOK: Sex code
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De cualquier modo, muchos de los rasgos que enseñamos a proyectar: Misterio, vulnerabilidad, ser un reto, mostrarnos selectivos, escasez, actuar como el Premio, etc., sí son perfectamente coherentes con esta poderosa fantasía femenina. De modo que, enfatizando sobre ellos, podemos insinuar más que mostrar que existe la posibilidad de que encajemos en dicha fantasía. Una buena forma de hacerlo es dar a entender, por ejemplo, que el sexo por el sexo es una etapa que ya hemos superado y nos aburre. Esto, además, lejos de parecer femenino, podría interpretarse como ultra-Alfa.

A fin de cuentas, incluso en el tema en el que más difieren ambos roles, a saber, la actitud ante el sexo, ambos se sirven de un mensaje similar: el sexo no es importante.

Por supuesto, esto es así solo a un nivel externo. Internamente, no lo es para la Mujer con Pene intrínsecamente, es decir, porque comparte los valores de la mujer. Para el Hombre Alfa, el sexo resulta irrelevante por la sencilla razón de que nada en su abundancia, lo cual permite que se sienta por encima de él y no le obsesione como al resto de Betas. Personalmente, me inclino más por ofrecer una imagen ultra-Alfa que de Mujer con Pene. El único problema del primer rol es que muchos hombres no tienen el poder de hacerlo creíble o congruente con otros aspectos de su persona, en tanto que el segundo sí puede serlo.
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Llamamos Obstáculo a cualquiera de las personas que conforman el Set del Objetivo.
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De estos recursos ya hemos hablado en El Juego del Valor.
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Hablo de cosas como el humor, el Misterio, la ambigüedad o el suponer un reto.
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En el capítulo MATERIAL ENLATADO podrás encontrar algunas rutinas de vulnerabilidad.
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Puede que te choque el título de este apartado. Después de haber hablado tanto en el Juego del Valor sobre la seguridad en uno mismo e, incluso, haber dedicado un apartado al Chulifresco Divertido, ¿no es esto una contradicción? En absoluto.

Verás, al mundo le sobran hombres inseguros, incapaces de proyectar seguridad en un primer contacto, especialmente cuando abordan a una mujer, e incapaces también de no temblar ante la idea de que esta los juzgue negativamente o desapruebe su conducta. A la vez, el mundo está repleto de estos mismos hombres que tratan de compensar su inseguridad aferrándose en exceso a sus proyectos o logros personales. Es como si intentasen decir: «Mira, mujer, aunque tiemble en tu presencia y me aterre no obtener tu visto bueno, no soy el mequetrefe que parezco. La prueba está aquí. Mira todo lo que he conseguido o tengo intención de lograr con mis proyectos». Es justamente en esto último donde, casi con un acto reflejo defensivo, pecan de inmodestos.

En realidad, toda la chulería que hemos preconizado en capítulos previos se trata de una chulería a menudo divertida y superficial. Dicha arrogancia está encaminada a desmarcarnos del resto de hombres, comunicando que tenemos la suficiente seguridad en nosotros mismos y que nuestras necesidades se encuentran lo bastante cubiertas como para no tener miedo de usar el humor con una mujer imponente de buenas a primeras o de demostrarle que no necesitamos su aprobación. Especialmente, si no la conocemos y no existe razón alguna para que su opinión cuente o tenga peso alguno en nuestras vidas.

En otras palabras, estamos comunicando, por un lado, que nos sentimos cómodos con ella y, por otro, que no necesitamos la aprobación o el visto bueno de ninguna desconocida. Y esto, ya lo hemos dicho, es exactamente lo contrario de lo que instintivamente hará la mayoría de los hombres, al no haberse disciplinado como nosotros en afrontar con éxito ese pánico y autoridad que inspiran las TBs.
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Por si esto fuera poco, al estudiar a los héroes románticos que pueblan la fantasía colectiva femenina, nos damos cuenta de lo siguiente. Vemos que, si bien muchos de ellos difieren en su grado de soberbia (algunos lo son en tanto que otros no lo son en absoluto), aquellos que sí son soberbios no lo son en base a logros o proyectos sino, más bien, de forma injustificada o incluso infantil. Prácticamente todos, eso sí, coinciden en no jactarse demasiado de sus hazañas o proyectos.
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Dicho sea de paso, una buena forma de romper una lanza a favor de tus logros y proyectos es echando mano de lo que yo llamo entusiasmo humilde. La idea es demostrar que intentas ser modesto pero que, pese a ello, no puedes evitar que parte de la pasión que te desborda cuando piensas en aquello que haces se escape —válgame la expresión— por las rendijas de tu persona.
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Hubo una época de mi vida en la que era mucho menos «peligroso» de lo que aparentaba. Cualquier persona (mujeres incluidas) a la que le hubieses preguntado su impresión sobre mí, te hubiese dicho: «un ligón, un mujeriego, alguien que usa a las personas. Está claro a lo que va». La realidad, sin embargo, se alejaba mucho de esta percepción. Hablo del periodo de mi vida en el que empezaba a interesarme por estos principios y a tratar, de forma más bien poco exitosa, de ponerlos en práctica.

Las mujeres me veían venir a la legua. Para ellas era un chico fácil, no representaba reto alguno y, para colmo, tampoco me contemplaban como «material de relación seria» (idea que, irónicamente, yo no descartaba en absoluto). Por aquel entonces, parecía que mi vida sexual era mucho más excitante e intensa de lo que en realidad era. Pero, de algún modo, intuía que no lo hacía tan mal, sobre todo en términos de confianza. Debía, pues, haber algo concreto agazapado bajo algún recoveco de mi juego que estaba saboteando mi éxito.

Fue un amigo quien me desveló la causa: era demasiado directo, demasiado hablador y dejaba demasiadas cartas destapadas sobre la mesa. Ni siquiera tenía inconvenientes en sacar el tema de las Artes Venusianas, aun cuando no hiciese la menor falta. No insinuaba, sino que me expresaba de una forma lineal, clara, directa e inequívoca.

Les decía todo lo contrario de lo que quieren oír, dejaba de ser impredecible tan pronto como me encasillaban en la categoría de «mujeriego superficial y fácil» y, en definitiva, era expulsado del juego antes siquiera de que el árbitro pitase el inicio del encuentro. Aunque parecía peligroso, los hechos probaban que no suponía «peligro» alguno para nadie. Parecía un lobo, pero una vez más los hechos dejaban claro que era un corderito. Intentando ser más atractivo, me había convertido en una especie de corderito disfrazado de lobo.

Y eso era justo todo lo contrario de lo que me convenía ser.
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Dicho esto, quiero lanzar un mensaje a todos mis lectores corderitos. Por favor, no utilices el principio como excusa para continuar siendo un corderito. Recuerda que es más fácil para un lobo comportarse como un corderito que para un corderito comportarse como un lobo. Por ello, mi consejo es: antes de nada, hazte un lobo. Piérdele el miedo a la sangre. Hazte atrevido y osado. Recréate en la Tensión Sexual y en los altibajos emocionales. Disfruta desconcertando, provocando, contradiciendo, decepcionando y violentando. Aprende a morder sin miedo y a desatar tu instinto animal. Hazlo como sea. Paga el precio.

A estos lectores, dicho sea de paso, les está permitido llevar el disfraz de lobo por tanto tiempo como les lleve su metamorfosis, siempre con la idea de que hacerlo les ayude a meterse mejor en el papel. A fin de cuentas, si siempre has sido un borreguito y adoptas el disfraz de borreguito es muy posible que tan solo logres reforzar tu naturaleza de borreguito y jamás llegues a convertirte en un depredador. Para ir midiendo tu progreso, hazte las siguientes preguntas: ¿puedes parar ahora mismo a la primera TB que pase por la calle, cogerla de las manos y confesarle la pasión desenfrenada que sientes por ella? ¿Puedes lanzarte sobre tu mejor amiga con la clara intención de arrollarla sexualmente? ¿Eres capaz de mirar a una chica a los ojos durante segundos antes de besarla, de oler su Tensión Sexual y nerviosismo y recrearte en ellos?

Si la respuesta es no, si todavía no puedes disfrutar de la sangre y chapotear en ella, es que aún no eres un lobo. Por cierto, no hace falta que te tomes lo dicho al pie de la letra y empieces a acosar sexualmente a las mujeres de tu barrio. Solo quería que captases la idea. Lo has hecho, ¿verdad? Así que no te des excusas. Recuerda que, no ser un lobo, es una limitación más. Por esta razón, y cueste lo que cueste, hazte un lobo. Una vez lo seas, ya puedes dedicarte a disfrazar tu naturaleza depredadora y a seguir el principio a rajatabla: corazón de lobo, piel de cordero.
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La idea no es detener el avance por completo, sino fingir que deseas ralentizarlo con el fin de que, en última instancia, evolucione sin cortapisas. En otras palabras, debes frenar el progreso unas cuantas veces pero, tras cada una de ellas, te corresponde también hacer lo necesario para que la interacción regrese al punto en que la dejasteis. Ver PENALIZA Y RECOMPENSA y DALE Y PRIVA.
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Ver Descalificación
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Y esto, que podría sonar a comentario misógino, no lo es en absoluto. La afirmación viene motivada por dos creencias de las que me resultaría difícil desprenderme:

1.- La mujer es generalmente más emocional y, por tanto, más proclive que el hombre a dejarse llevar por las emociones en sus juicios.

2.- Descalificar a un hombre, aunque sea cogiéndole manía, contribuye ya a un proceso de selección que ha de llevar a cabo de todos modos. De ahí que, hasta cierta medida, le esté adelantando trabajo y redunde en su beneficio el hacerlo. Semejante beneficio no se da en el caso del hombre, cuyo comportamiento sexual no es tan selectivo.
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Voy a hablaros de Juan y Pablo, un par de conocidos a los que le gustaba Rosa. Juan tenía más rasgos Alfa que Pablo y, en principio, podía decirse que partía con una cierta ventaja. Pero, mientras en su caso resultaba demasiado evidente que estaba jugando, cada una de las maniobras que Pablo emprendía gozaba de excelentes excusas que lo eximían de culpa en todo momento. Mortificaba a Rosa, pero esta —que en cambio sí recelaba cada movimiento de Juan— no podía recriminarle nada por ello.

El caso es que Pablo hacía cosas como quedar con ella, para cancelar después la cita alegando que algún deber de buen hijo lo reclamaba. La atormentaba haciéndole ver el deseo que sentía por ella, pero después se escudaba en no pasar a la acción por no hacerle daño. Hacía muchas otras cosas de este tipo, con el resultado de que Rosa no dejaba de pensar en él, de martirizarse preguntándose cuando podría consumar su deseo o si él estaba jugando con sus sentimientos y, a la vez, no siendo capaz de sentir rencor alguno hacia él, ya que todas las razones que él le daba parecían legítimas y propias de alguien que encajaba en su ideal romántico.
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[279]
Ver DALE Y PRIVA.
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[280]
El personaje que interpreta John Malkovich en
Las Amistades Peligrosas
ofrece un buen ejemplo de ello cuando lo dispone todo para que la mujer ingenua a que da vida Michelle Pfeifer se entere de sus «buenas obras».
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¿Atracción que la Tensión Sexual ha ido generando? ¿Qué forma de hablar es esta?, te preguntarás.

El caso es que, sin Tensión Sexual previa, sin posibilidad de choque o conflicto planeando en el horizonte, rara vez puede crearse una atracción verdaderamente intensa. Por ello nunca hay que tratar de parecer bueno antes de haber ganado un valor claro ante sus ojos y despertado su atracción. Esto lo que hace es atentar contra la Tensión Sexual desde el principio y lograr que parezcamos un Fruscoblando sediento de aprobación.

En definitiva, no hay que temer la Tensión Sexual en el juego, pues genera atracción. Solo cuando esta es lo bastante fuerte e intensa, conviene buscar conexiones con el objetivo y ganarnos su aprobación. Ver LA TENSIÓN ES TU AMIGA.
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[282]
Llamamos paso de Nivel a cada progreso o avance (cambio de fase o de Nivel) que se produce en vuestra interacción.
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[283]
Hay gente que pierde de vista esta obviedad y se enfada cuando la realidad no parece ajustarse a sus planes. Y, en lugar de admitir que sus planes no eran adecuados y deben llevar a cabo ajustes en su estrategia, se empeñan en aferrarse a una teoría que ya ha perdido su sentido. Es como si esperaran que la realidad, finalmente, diese su brazo a torcer para adaptarse a su estrategia. Así que no lo olvides: la estrategia existe para sacar mayor partido de las situaciones reales, y no a la inversa.
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[284]
¿Imaginas lo ridículo que te resultaría ver a una mujer que no te atrae lo más mínimo tratando de convencerte, mediante argumentos lógicos, de que debes sentirte atraída por ella? Sabes que la atracción sencillamente no funciona así.

Con la mujer tampoco, así que ¿por qué empeñarse en lo contrario? Los Interruptores que activan su mecanismo de atracción son distintos de aquellos que activan el nuestro, eso es todo. Pero ni en su caso ni en el nuestro se trata de «botones» que puedan apretarse mediante el uso de la lógica.
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[285]
Generalmente hablando los hombres tienden, más que la mujer, a basar su comportamiento en valores que emanan de sus creencias y desembocan en reglas: para que su comportamiento cambie significativamente, sus valores deben modificarse, o de lo contrario se siente mal.

La mujer, por el contrario, tiende a valorar más sus emociones que sus principios, por lo que su comportamiento se rige más por las primeras que por los segundos. Dicho de otro modo, el hombre se justifica desde sus principios, la mujer desde sus emociones.
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Lo dicho no debe interpretarse como una afirmación misógina. Mi opinión personal es que, tanto el comportamiento masculino como el femenino, comporta cada uno sus ventajas y desventajas.

Por ejemplo, creo que el hombre es más capaz de regirse por principios que la mujer por lo que, en caso de ser sincero, resulta más fiable que ella. El hombre también suele ser más noble (lo que se entiende por ello) y, con él, cosas como códigos de honor, camaradería, palabra cobran más sentido que entre las mujeres.

Este rasgo masculino no debe, sin embargo, ser interpretado como algo necesariamente positivo. La fidelidad a sus principios convierte las equivocaciones del hombre en especialmente peligrosas cuando éstos están equivocados cosa que, dada la condición del ser humano, es más que frecuente. Sabemos, por ejemplo, que personajes históricos como Hitler creían ciegamente en sus principios. La cuestión es: ¿podría haber sido Hitler la clase de fanático que fue de haberse tratado de una mujer aun cuando hubiera vivido en sus mismas circunstancias? Lo dudo mucho.

No me sorprendería que se encontrasen buenas explicaciones para estas diferencias desde la psicología evolucionista. Sin embargo, buscarlas queda fuera del objetivo de este manual.
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