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Authors: Bret Easton Ellis

Tags: #Drama, Intriga

Suites imperiales (4 page)

BOOK: Suites imperiales
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—Bueno, lo has conseguido —digo al ejecutivo que permitió que se hiciera esta película.

Daniel Cárter, a quien conozco desde el primer curso en Camden, es el director, pero nuestra amistad se ha agotado y últimamente me rehuye. Esta noche entiendo por qué: está con Meghan Reynolds, de modo que no puedo ofrecerle las falsas felicitaciones que tenía preparadas. Daniel vendió su primer guión a los veintidós años y desde entonces su carrera ha ido viento en popa.

—Va vestida como una adolescente —comenta Blair—, Supongo que porque lo es.

Me vuelvo hacia Blair, luego recorro la multitud con la mirada hasta localizar a Meghan y a Daniel.

—No pienso darte la razón.

—Todos escogemos, ¿no?

—Tu marido me odia.

—Eso no es cierto.

—Había una chica en tu casa, en la fiesta… —La necesidad de preguntárselo es tan física que no puedo contenerme. Me vuelvo hacia ella—. Da igual.

—Me he enterado de que anoche saliste con Julián.

Blair mira fijamente la piscina, en cuyo fondo brilla el título de la película en letras gigantes.

—¿Te has enterado? —Enciendo un cigarrillo—. ¿Cómo te has enterado si no te lo ha dicho Julián?

Blair no contesta.

—Entonces, ¿sigues en contacto con él? —pregunto—, ¿Por qué? —Un momento de silencio—, ¿Lo sabe Trevor? —Otro momento de silencio—, ¿O es un… detalle sin importancia?

—¿Qué estás insinuando?

—Que me sorprende que me dirijas la palabra.

—Solo quería prevenirte. Eso es todo.

—¿Prevenirme? ¿Contra qué? —pregunto—. Ya he pasado por todo esto. Creo que puedo manejarlo.

—No es molestia —dice ella—. Si puedes hacerme el favor de no hablar con él cuando intente ponerse en contacto contigo, todo será mucho más fácil. —Y luego, para dar énfasis, añade—: Te lo agradecería.

—¿A qué se dedica Julián ahora? Corrió el rumor de que llevaba un servicio de chaperos adolescentes. —Guardo silencio un momento—. Como en los viejos tiempos, pensé.

—Mira, si puedes hacerme este favor, te lo agradecería.

—¿Hablas en serio? ¿O solo es una excusa para volver a hablar conmigo?

—Podrías haber llamado. Podrías haber… —deja la frase interrumpida.

—Lo intenté —digo—. Pero estabas enfadada.

—Enfadada no —dice ella—. Solo… decepcionada. —Se detiene—. No lo intentaste lo suficiente.

Durante unos segundos los dos nos quedamos callados y hay una fría y leve variación con respecto a las numerosas conversaciones que hemos mantenido y estoy pensando en la rubia del porche e imagino que Blair está pensando en la última vez que hicimos el amor. Esa disparidad debería asustarme, pero no es así. Y luego Blair empieza a hablar con un tipo de la CAA y un grupo musical empieza a tocar, lo que tomo como una señal para irme, pero lo que me empuja a irme de la fiesta en realidad es el mensaje que recibo de pronto: «Te estoy vigilando».

Delante del hotel, Rip Millar me agarra del brazo mientras escribo «¿Quién eres?», y tengo que apartarlo de un empujón porque me llevo un susto de muerte. Al principio no lo reconozco. Tiene la cara insólitamente tersa, rehecha de tal modo que los ojos parecen abiertos con perpetua sorpresa; es una cara que imita una cara y parece angustiada. Los labios también son demasiado gruesos. Tiene la piel anaranjada, y el pelo teñido de rubio y engominado con mucho cuidado. Parece que le hayan sumergido en ácido; se le han desprendido trozos, se le ha caído la piel. Está casi provocadoramente grotesco. Anda metido en drogas, pienso. Debe de andar metido en drogas para tener este aspecto. Está con una chica tan joven que la confundo con su hija, pero luego recuerdo que no tiene hijos. La chica se ha hecho tantos retoques que parece deforme. Rip ha sido guapo y su voz es el mismo susurro que cuando teníamos diecinueve años.

—Eh, Clay —dice—, ¿Por qué has vuelto a la ciudad?

—Porque vivo aquí.

El semblante de Rip me escudriña con calma.

—Creía que pasabas la mayor parte del tiempo en Nueva York.

—Bueno, voy y vengo.

—He oído decir que has conocido a una amiga mía.

—¿A quién?

—Sí —dice él con una sonrisa horrible, llena de dientes demasiado blancos—. He oído decir que habéis congeniado.

El miedo va en aumento. De pronto aparece mi BMW negro. Un aparcacoches sostiene la portezuela abierta. La cara horrible me obliga a mirar a todas partes menos a él.

—Rip, tengo que irme. —Señalo el coche en un gesto de impotencia.

—Podríamos comer juntos algún día ahora que has vuelto —dice Rip—, Lo digo en serio.

—De acuerdo, pero ahora tengo que irme.

—Descansado
—dice.
[1]

—¿Qué significa?

—Quiere decir «Tómatelo con calma» —susurra Rip, agarrando a la niña que está a su lado.

—¿Sí?

—Quiere decir que te relajes.

Vuelve a suceder. Estoy buscando en la nevera una botella de vino blanco mientras espero a que venga la chica cuando me fijo en que falta una Coca-Cola Light y que han cambiado de sitio los envases de cartón y los tarros, y me digo que es imposible, pero después de mirar por el apartamento buscando otras pistas pienso que tal vez no lo sea. Y no oigo los golpecitos en la ventana hasta que estoy mirando el árbol de Navidad: una tira de luces que no está conectada con las demás tiras ha sido desenchufada dejando una veta negra e irregular dentro del árbol iluminado. Este es el detalle que anuncia: quedas advertido. Este es el detalle que me dice: quieren que lo sepas. Bebo un vaso de vodka y luego otro. «¿Quién eres?», escribo. Un minuto después recibo una respuesta de un número oculto que aniquila toda la paz alcanzada por el alcohol. «Le prometí a alguien que no te lo diría.»

Estoy cruzando el Grove para comer con Julián, que me envía un mensaje de texto diciéndome que está sentado a una mesa junto al Pinkberry del Farmers Market. «Creía que habías dicho que yo era una gran equivocación», me ha escrito cuando le he mandado un e-mail poco antes. «Puede que lo seas, pero aun así quiero verte», he respondido. Continúo actuando como si no tuviera la sensación de que me siguen. Continúo sin hacer caso de los mensajes del número oculto diciéndome: «Te estoy vigilando». Me digo que los mensajes de texto son del chico muerto cuyo apartamento compré. Es más fácil así. Esta mañana la chica a la que llamé anoche al llegar del hotel W estaba dormida en el dormitorio. La he despertado y le he dicho que tenía que irse porque iban a venir a limpiar. En las sesiones de casting eran todos chicos y, aunque no ha sido exactamente aburrido, mi presencia no era necesaria. En el coche suena todo el tiempo The National, y las canciones tratan de todo lo que hay neutral dentro del marco del parabrisas («…one time you were blowing young ruffians…»,
[2]
cantado por encima de la valla publicitaria digital de Sunset que anuncia la nueva película de Pixar), y el miedo da paso a una cólera muda que no tiene más remedio que diluirse en una tristeza simple y adictiva. El brazo de Daniel alrededor de la cintura de Meghan Reynolds a veces me impide ver los semáforos. Luego está la rubia del porche. Ahora casi siempre es su imagen la que distrae mi atención.

—Sabías que Meghan Reynolds está con Daniel —digo—. Los vi anoche. Sabías que estuve con ella este verano. También sabías que ahora está con Daniel.

—Todo el mundo lo sabe —dice Julián, confuso—. ¿Y qué?

—Yo no —digo—. ¿Qué quiere decir todo el mundo?

—Quiere decir que no debes de haber estado atento.

Desvío la conversación hacia la razón que me ha llevado a quedar en el Farmers Market con él. Le pregunto algo sobre Blair. Sigue un silencio bastante largo. La habitual cordialidad de Julián se desvanece con esa pregunta.

—Estuvimos liados, supongo —responde por fin.

—¿Blair y tú?

—Sí.

—No quiere que hables conmigo —digo—. De hecho, me advirtió que no lo hiciera.

—¿Blair te ha pedido que no hables conmigo? ¿Te ha advertido? —Suspira—. Debe de estar muy dolida.

—¿Por qué está tan dolida?

—¿No te lo ha dicho?

—No. No se lo pregunté.

Julián me mira con cierta preocupación, pero enseguida desaparece.

—Porque empecé a salir con otra persona y fue duro para ella cuando rompí.

—¿Quién era la chica?

—Una actriz. Trabaja en el salón-bar de La Cienega.

—¿Lo sabía Trent?

—No le importa —dice Julián—, ¿Por qué lo preguntas?

—Porque le importó cuando fui yo. Y todavía no le es indiferente. Y no sé por qué. —Me callo momentáneamente—, Trent tiene sus propias… inclinaciones.

—Creo que eso era distinto.

—¿Qué… era distinto?

—A Blair todavía le gustas.

Cuando Julián vuelve a hablar lo hace con tono apremiante.

—Mira, forman una familia. Tienen hijos. Han conseguido que funcione. No debería haberlo hecho, pero… no pensé que le haría daño. —Se detiene—. Quiero decir que tú siempre fuiste el que más daño le había hecho. —Calla un momento antes de añadir—: Tú eres el que siempre le ha hecho daño.

—Sí, esta vez no me ha hablado en casi dos años.

—Mi situación era más… no lo sé, típica. Algo previsible —dice Julián—. La chica que conocí era mucho más joven y… —Parece que eso le hace recordar algo—. ¿Qué tal ha ido el casting esta mañana?

—¿Cómo sabías que había un casting esta mañana?

Julián menciona un amigo que iba a hacer la prueba.

—¿Por qué conoces a actores de veintiún años?

—Porque vivo aquí —dice—, Y no tiene veintiuno.

Estamos junto al Audi de Julián en el aparcamiento de Fairfax. Me dispongo a volver a Culver City cuando él comenta vagamente una cita y me doy cuenta de que no le he preguntado nada sobre su vida. En realidad no me interesa. Estoy a punto de irme cuando de pronto le pregunto:

—¿Qué coño le ha pasado a Rip Millar?

Al oírme mencionar ese nombre, la cara se le relaja demasiado.

—No lo sé —dice—, ¿Por qué me lo preguntas?

—Porque tiene un aspecto espeluznante. Me ha pegado un susto.

—¿De qué estás hablando?

—Parece salido de una película de terror. Creía que iba a empezar a babear.

—Oí decir que había heredado una fortuna. De sus abuelos. —Julián guarda silencio un momento—. Inversiones inmobiliarias. Va a abrir una discoteca en Hollywood…

Aflora en él una irritación que nunca he percibido. Luego me cuenta con toda naturalidad algo relacionado con un culto secreto que alentaba a sus seguidores a matarse de hambre…, una especie de tortura, un hasta dónde eres capaz de llegar, y que Rip Millar estuvo relacionado de algún modo con ello.

—Rip dijo algo de que yo había conocido a una amiga suya —murmuro.

—¿Te dio el nombre?

—No se lo pregunté. No quería saber quién era.

Noto que le tiembla la mano cuando se la pasa por el pelo.

—Eh, no le digas a Blair que nos hemos visto, ¿vale? —digo por fin.

Julián me mira con cara de extrañeza.

—Ya no hablo con Blair.

Suspiro.

—Vamos, Julián. Sabía que estuvimos en el Polo Lounge la otra noche.

La expresión de Julián es tan inocente que le creo cuando dice:

—No he hablado con ella desde junio. —Está totalmente relajado. No me aparta la mirada ni un momento—. Hace más de seis meses que no he tenido ningún contacto con ella, Clay.

Reacciona al ver la expresión de mi cara.

—No fui yo quien le dijo que estábamos en el Polo Lounge la otra noche.

En un descanso escucho un mensaje que me ha dejado Laurie en el móvil («Si no quieres hablar conmigo, al menos dime por qué…»), pero lo borro a la mitad. Las oficinas de casting rodean una piscina y están llenas de chicos y chicas que van a presentarse para los tres papeles que quedan. El interés repentino que ha despertado un joven actor en ciernes cuya película más reciente «causó un revuelo en Toronto» ha precipitado la decisión acerca de uno de los papeles que había sobre la mesa, el del hijo de Kevin Spacey. Solo uno de las docenas de chicos que pasaron ayer ha sido aprobado para el otro papel masculino. Jon, el director, no para de quejarse de las chicas. Como
The Listeners
está ambientado en los ochenta, los cuerpos son un problema.

—No sé qué pasa —dice—. Las chicas están desapareciendo.

—¿Qué quieres decir? —pregunta el productor.

—Son demasiado delgadas. Los pechos falsos no sirven.

—Bueno, sí que sirven —dice Jason, el director del reparto—. Pero te entiendo.

—No sé de qué te quejas —dice el productor, inexpresivo.

—Tienen un aspecto muy poco saludable —insiste el director—, No va con la época, Mark.

La conversación deriva hacia la actriz que se desmayó al dirigirse a su coche después de la audición de ayer —el estrés, la desnutrición— y luego hacia el joven actor al que están pensando dar el papel del hijo de Jeff Bridges.

—¿Qué hay de Clifton? —pregunta el director.

Jason trata de desviar su atención hacia otros actores, pero el director vuelve a insistir.

Clifton es el actor por el que ejercí mis influencias en
Concealed
, el que me llevé al Doheny cuando me enteré de que salía con una actriz que me interesaba y que no mostraba ningún interés por mí porque no tenía nada que ofrecerle. Estaba claro qué tenía que hacer si quería que hiciera algo por él. El me miró con frialdad desde el bar de un restaurante de La Cienega y dijo: «No estoy buscando un tío. Y aunque lo hiciera, no serías tú». En el lenguaje jovial de los hombres le sugerí que, si no cumplía, me aseguraría de que no le dieran el papel. Titubeó tan poco que el momento se volvió aún más inquietante de lo que había sido al principio. Se limitó a suspirar. «Larguémonos.» No sabría decir si la indiferencia fue verdadera o fingida. Estaba forjándose una carrera. Era un paso necesario. Solo era otro papel que iba a interpretar en la habitación de la planta quince del Doheny Plaza esa noche. El Blackberry de la mesilla que no paró de iluminarse, el falso bronceado y el ano depilado, el camello del Valley que nunca se presentó, las ebrias quejas sobre el Jaguar que había que vender…, los detalles eran tan típicos que podría haber sido cualquiera. El mismo actor ha entrado esta mañana y me ha sonreído brevemente, la primera vez ha leído con voz temblorosa y algo mejor la segunda. Cuando me lo he encontrado en una fiesta o un restaurante, me ha rehuido abiertamente, incluso cuando le di el pésame por su novia, la joven actriz a la que había deseado y que murió de una sobredosis. Como tenía un pequeño papel en un exitoso programa de televisión, su muerte no pasó inadvertida.

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