Taiko (154 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Aquel día se habían abierto en su totalidad los numerosos tabiques corredizos del castillo de Kiyosu, sin duda porque el sol seguía brillando y ésa era la única manera de soportar el calor y la falta de aire. Sin embargo, esa acción también requería una vigilancia especial para impedir las conversaciones privadas. Casi todos los guardianes que estaban en el interior del castillo eran servidores de Shibata Katsuie.

A la hora de la serpiente, todos los señores estaban sentados en la gran sala. Katsuie y Takigawa se sentaban a la derecha, frente a Hideyoshi, y Niwa a la izquierda. Los vasallos de menor rango, como Shonyu, Hosokawa, Tsutsui, Gamo y Hachiya se sentaban detrás. Delante, en los asientos del rango más alto, estaban Nobutaka y Nobuo. Pero lateralmente también se veía a Hasegawa Tamba con un niño pequeño en brazos.

El niño, naturalmente, era Samboshi.

Junto a ellos, y en actitud modesta, aguardaba Maeda Geni, el vasallo que recibió la última orden de Nobutada poco antes de que éste muriese en la batalla del castillo de Nijo. Al parecer, no consideraba un honor ser el único superviviente presente.

Samboshi sólo tenía dos años, y apenas podía estarse quieto en el regazo de su tutor ante los señores reunidos.

Para ayudar al perplejo Tamba, Geni trataba de sosegar al niño susurrándole algo desde atrás. En aquel momento, Samboshi extendió la mano por encima del hombro de Tamba y tiró de una oreja de Geni. Éste, sorprendido, no protestó, y una vez más la nodriza que estaba arrodillada a su lado puso una grulla de papel doblado en la mano de Samboshi, salvando así la oreja de Geni.

Los ojos de todos los generales reunidos estaban fijos en la inocente criatura. Algunos sonreían levemente, mientras otros vertían lágrimas en silencio. Sólo Katsuie contempló la escena desde el otro lado de la gran sala con una expresión malhumorada. La presencia del niño parecía molestarle.

Como presidente de la conferencia a la vez que digno y solemne portavoz, debería haber iniciado la sesión tomando la palabra en primer lugar. Sin embargo, ahora todos los presentes estaban distraídos y él había perdido la oportunidad de hablar. La inutilidad de sus esfuerzos parecía irritarle en grado sumo. Finalmente se decidió a hablar.

—Señor Hideyoshi —dijo.

Hideyoshi le miró a los ojos y Katsuie forzó una sonrisa.

—¿Qué vamos a hacer? —le preguntó, exactamente como si estuviera iniciando las negociaciones—. El señor Samboshi es un niño inocente. Verse confinado en las rodillas de su tutor debe de ser duro para él.

—Es posible —replicó Hideyoshi en un tono evasivo.

Katsuie debió de pensar que Hideyoshi se mostraba conciliador, y se apresuró a adoptar una actitud de enfrentamiento. La mezcla de antipatía y dignidad le ponía rígido, y ahora la expresión de su semblante reflejaba su desagrado extremo.

—Bien, señor Hideyoshi. ¿No sois vos quien requirió la presencia del señor Samboshi? No lo sé realmente, pero...

—No os equivocáis. Soy yo quien ha solicitado su presencia, porque es necesaria.

—¿Necesaria?

Katsuie alisó las arrugas de su kimono. Faltaba cierto tiempo para el mediodía, por lo que el calor no era demasiado opresivo, pero debido al grosor de sus prendas de vestir y el estado de su piel, parecía sentirse muy incómodo. Una cosa así podría parecer trivial, pero influía en el tono de su voz y le daba una expresión severa.

La opinión que Katsuie tenía de Hideyoshi había variado después de Yanagase. Hasta entonces había considerado a Hideyoshi por debajo de él, y creía que su relación no había sido especialmente buena. Pero la batalla de Yamazaki había sido un momento crucial. Ahora mencionaban a diario el nombre de Hideyoshi con creciente autoridad en relación con la obra dejada sin finalizar a la muerte de Nobunaga. A Katsuie le resultaba insoportable observar este fenómeno pasivamente, y le afectaba en lo más hondo el hecho de que Hideyoshi hubiera librado la batalla de réquiem por Nobunaga.

Que considerasen a Hideyoshi a la misma altura que él causaba a Katsuie la mayor aflicción. No soportaba que pasaran por alto sus muchos años como uno de los vasallos más importantes del clan Oda tan sólo por las pocas hazañas meritorias de aquel hombre. ¿Por qué razón Shibata Katsuie debía ocupar una posición inferior a la de quien ahora vestía kimono y se cubría la cabeza, tan orgullosamente, pero que en los viejos tiempos de Kiyosu no fue más que un criado que ascendió desde su posición de limpiador de fosos y barrendero? Aquel día el pecho de Katsuie era como un arco muy tensado por innumerables emociones y estrategias.

—No sé qué pensáis de la conferencia de hoy, señor Hideyoshi, pero la mayoría de los señores aquí presentes saben perfectamente que ésta es la primera vez que el clan Oda celebra una reunión así para discutir de unos asuntos tan importantes: ¿Por qué ha de estar entre nosotros un niños de dos años?

Katsuie había hecho la pregunta abruptamente. Tanto sus palabras como su conducta parecían pedir una respuesta comprensiva tanto por parte de Hideyoshi como de todos los grandes señores allí reunidos. Cuando se dio cuenta de que no iba a obtener una respuesta clara de Hideyoshi, siguió hablando en el mismo tono de voz.

—No tenemos tiempo que perder. ¿Por qué no le pedimos al joven señor que se retire antes de que comience la conferencia? ¿Estáis de acuerdo, señor Hideyoshi?

Hideyoshi carecía de distinción, incluso vestido con un kimono formal. Sus orígenes humildes eran inequívocos cuando estaba entre los demás.

En cuanto a rango, Nobunaga le había concedido una serie de títulos importantes. Había demostrado plenamente su verdadera fortaleza durante la campaña occidental y con su victoria en Yamazaki.

Pero cuando uno se veía cara a cara con Hideyoshi, podía dudar de si se pondría a su lado en aquellos tiempos peligrosos y arriesgaría su vida por él.

Había hombres que, a primera vista, parecían muy impresionantes. Takigawa Kazumasu, por ejemplo, tenía un porte majestuoso que sin duda alguna correspondía a un general de primera clase. Niwa Nagahide poseía una elegante sencillez y, con su escaso cabello, tenía el aspecto de un valiente guerrero.

Gamo Ujisato era el más joven, pero con la respetabilidad de su linaje y la nobleza de su carácter parecía poseer una gran firmeza moral. En compostura y dignidad, Ikeda Shonyu era incluso menos imponente que Hideyoshi, pero en sus ojos brillaba cierta luz. Y estaba también Hosokawa Fujitaka, el cual parecía tan recto y gentil, pero cuya madurez le hacía inescrutable.

Así pues, aunque el aspecto de Hideyoshi era ordinario, parecía completamente desastrado cuando se sentaba entre aquellos hombres. Los reunidos para la conferencia en Kiyosu tenían el rango más alto entre sus coetáneos. Maeda Inuchiyo y Sassa Narimasa no habían asistido porque todavía luchaban en la campaña del norte. Y aunque se trataba de un caso especial, si se añadía el nombre de Tokugawa Ieyasu, podía decirse que los hombres de Kiyosu eran los dirigentes del país. E Hideyoshi estaba entre ellos, al margen de su apariencia.

El mismo Hideyoshi era consciente de la grandeza de rango de sus colegas, y se mostraba discreto y humilde. No quedaban rastros de su arrogancia tras la victoria en la batalla de Yamazaki. Desde el principio se mostró serio en extremo. Incluso en su respuesta a las palabras de Katsuie fue respetuosamente reservado, pero ahora parecía inevitable que respondiera a la insistente solicitud de Katsuie.

—Lo que decís es del todo razonable. Hay una razón por la que el señor Samboshi está presente en esta conferencia, pero como tiene todavía una edad tan inocente y la conferencia promete ser larga, sin duda se sentirá incómodo. Si lo deseáis, señor, pidámosle que se retire ahora mismo.

El hombre asintió y, alzando a Samboshi de su regazo, lo puso en manos de la nodriza que estaba detrás de él. Samboshi parecía muy satisfecho entre la gran multitud de hombres con vistosos atavíos y rechazó vivamente la mano de la nodriza. Cuando ésta le cogió de todos modos y se levantó para irse, el pequeño agitó brazos y piernas y rompió a llorar. Entonces arrojó la grulla de papel doblado en medio de los señores sentados.

Las lágrimas acudieron de súbito a los ojos de todos los hombres.

El reloj dio la hora del mediodía. La tensión en la sala era tangible.

Katsuie pronunció las palabras iniciales.

—La trágica muerte del señor Nobunaga nos ha causado gran tristeza, pero ahora debemos elegir un digno sucesor que continúe su obra. Debemos servirle en la muerte como lo hicimos en vida. Tal es el Camino del Samurai.

Katsuie interrogó a los hombres acerca de la sucesión. Una y otra vez trató de obtener propuestas de ellos, pero nadie era el primero en adelantarse y expresar su opinión particular. Incluso si alguno hubiera sido lo bastante temerario para expresar sus propios pensamientos en aquella ocasión, si por azar el hombre al que apoyaba como el sucesor de Oda no era elegido en la selección final, su vida correría cierto peligro.

Nadie iba a abrir la boca de una manera indiscreta, y todos permanecían sentados en completo silencio. Katsuie, pacientemente, dejó que el silencio del grupo pasara por modestia. Tal vez había previsto que las cosas irían por aquel derrotero, y habló en un tono expresamente digno.

—Si ninguno de vosotros tiene una opinión particular, por ahora os ofreceré mi humilde opinión como vasallo de alto rango.

En aquel momento el rostro de Nobutaka, que estaba sentado en el lugar de honor, cambió repentinamente de expresión. Katsuie miró a Hideyoshi, el cual, a su vez, deslizaba su mirada entre Takigawa y Nobutaka.

Estos sutiles movimientos provocaron ondas invisibles de una mente a otra durante un instante. En el castillo de Kiyosu reinaba una tensión silenciosa, casi como si no hubiera seres humanos.

Finalmente habló Shibata Katsuie.

—Opino que el señor Nobutaka tiene la edad apropiada, así como la capacidad natural y el linaje para ser el sucesor de nuestro señor. Elijo al señor Nobutaka.

Era una manifestación muy bien expuesta que se acercaba a una proclamación. Katsuie pensó que ya dominaba la situación, pero entonces alguien alzó la voz. Era Hideyoshi.

—No, eso no es aceptable. Desde el punto de vista del linaje, la sucesión correcta es la que pasa del hijo mayor de Nobunaga, el señor Nobutada, al hijo de éste, el señor Samboshi. La provincia tiene sus leyes y el clan tiene sus regulaciones domésticas.

El rostro de Katsuie enrojeció y adoptó una expresión sombría.

—Ah, esperad un momento, señor Hideyoshi...

—No, sé lo que vais a decir, que el señor Samboshi es todavía un niño, pero si todo el clan..., empezando por vos, mi señor, y todos los demás vasallos y servidores, estáis dispuestos a protegerle, no ha de haber descontento. Nuestra lealtad no debería depender de los pocos años. Por mi parte, creo que si la sucesión ha de seguirse correctamente, el señor Samboshi debe ser el heredero.

Katsuie, desconcertado, se sacó un pañuelo del kimono y se enjugó el sudor que le empapaba el cuello. Lo que Hideyoshi afirmaba era realmente la ley del clan Oda, y no podía tomarse simplemente como una oposición por el gusto de oponerse.

El otro hombre cuyo semblante reflejaba consternación era Nobuo. Como principal rival de Nobutaka, había sido proclamado formalmente hermano mayor, y su madre era de excelente linaje. No había duda de que también él tenía expectativas secretas de ser nombrado sucesor de su padre.

Puesto que sus esperanzas habían sido negadas implícitamente, su espíritu mezquino se puso en seguida de manifiesto, y pareció como si no pudiera seguir allí presente un momento más.

Nobutaka, por otro lado, miraba furibundo a Hideyoshi.

Katsuie no podía decir nada positivo ni negativo, y se limitaba a musitar para sus adentros. Nadie más expresaba una opinión aprobadora o desaprobadora.

Katsuie se había expresado sin tapujos y Hideyoshi había hablado con la misma franqueza. Las opiniones de los dos hombres eran completamente opuestas y, tras haberlo afirmado con tanta claridad, ponerse al lado de uno o el otro era una cuestión muy espinosa. El silencio parecía una gruesa costra que los cubriera a todos.

—En cuanto a la sucesión..., bien, es como decís, pero estamos en una situación distinta a la que habría en tiempo de paz. La obra del señor Nobunaga está todavía a medio hacer y quedan muchas dificultades por resolver, incluso más que cuando él vivía.

Katsuie pidió repetidamente a sus colegas que hablaran, y cada vez que abría la boca, casi gimiendo, Takigawa asentía. Pero aún parecía difícil penetrar en las mentes de los demás.

Hideyoshi habló de nuevo.

—Si ahora la esposa del señor Nobutada estuviera embarazada y aguardáramos a que fuese cortado el cordón umbilical para comprobar si el hijo era varón o hembra, una conferencia como ésta sería necesaria, pero tenemos un heredero apropiado. ¿Cuál es, pues, la necesidad de disentir o discutir? Creo que deberíamos decidirnos en seguida por el señor Samboshi.

Insistió en esta postura, sin mirar siquiera los rostros de los demás hombres. Su objeción se dirigía principalmente a Katsuie.

Aunque los demás generales no expresaban claramente sus posturas, parecían influidos por las opiniones de Hideyoshi y estar de acuerdo con él en lo más hondo. Poco antes de la conferencia, los generales habían visto al hijo huérfano de Nobutada, aquella criatura impotente, y todos ellos tenían hijos en sus casas. Eran samurais, una vocación en la que un hombre estaba hoy vivo pero no sabía si lo estaría mañana. Mientras cada uno de ellos contemplaba la patética figura de Samboshi, no podía evitar sentirse profundamente conmovido.

Este sentimiento estaba reforzado por un noble y firme argumento. Aun cuando los generales guardasen silencio, era natural que les afectasen las palabras de Hideyoshi.

En cambio, mientras que el argumento de Katsuie parecía razonable hasta cierto punto, sus fundamentos eran débiles. Se basaba realmente en la conveniencia y despojaba a Nobuo de su categoría. Era bastante más probable que Nobuo permaneciera al margen para apoyar a Samboshi, en vez de apoyar la sucesión de Nobutaka.

Katsuie trataba de encontrar una argumento contra Hideyoshi. No había pensado que éste accedería fácilmente a su proposición en la conferencia, pero no había calculado el vigor con que aquel hombre insistiría en abogar por Samboshi. Tampoco había previsto que tantos generales se inclinarían por apoyar al niño.

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