Taiko (159 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Todos los guerreros jóvenes manifestaron a gritos su apoyo a Genba. El único hombre que permanecía en silencio era Menju Shosuke.

—¿Qué opinas, Shosuke?

Katsuie no solía pedir su opinión a Shosuke. El primero le había retirado recientemente su favor, y el hombre normalmente se abstenía de hablar. Ahora respondió dócilmente.

—Creo que la opinión de Genba es del todo correcta.

Entre los demás, todos ellos ardientes y dispuestos a la lucha, Shosuke parecía frío como el agua y falto de valor a pesar de su juventud. Pero había respondido como si no hubiera ninguna alternativa.

—Si incluso Shosuke puede hablar así, seguiremos el consejo de Genba y avanzaremos directamente, como hasta ahora. Pero tenemos que enviar exploradores en cuanto crucemos el río y no apresurarnos con negligencia por la carretera. Primero que avance un buen número de soldados de a pie, a los que seguirá de inmediato un cuerpo de lanceros. Los hombres provistos de armas de fuego irán delante de la retaguardia, pues cuando hay soldados ocultos para tender una emboscada, las armas de fuego no son muy útiles en cabeza. Si el enemigo está ahí y los exploradores nos dan la señal, que suene el tambor de inmediato, pero no les mostréis la menor confusión. Todos los jefes de unidad esperarán mis órdenes.

Una vez dadas las instrucciones, el ejército cruzó el río Ibi. No sucedió nada. Cuando iniciaron el avance hacia Akasaka, no había ninguna señal del enemigo.

Las unidades de reconocimiento estaban muy adelantadas y se aproximaban a la vecindad del pueblo de Tarui. Tampoco allí se discernía nada fuera de lo corriente.

Un viajero solitario se acercó a ellos. Parecía sospechoso, y uno de los soldados de la unidad de reconocimiento corrió a su encuentro y le tomó en custodia. Amenazado e interrogado por los exploradores, el hombre se apresuró a hablar, pero quienes se quedaron consternados fueron quienes le amenazaban.

—Si me preguntáis si he visto a los hombres del señor Hideyoshi en la carretera, debo decir que sí, ciertamente los he visto. A primera hora de esta mañana, en la zona de Fuwa, y ahora mismo, al pasar por Tarui.

—¿Cuántos hombres había ahí?

—No estoy seguro, pero desde luego era una fuerza de varios centenares.

—¿Varios centenares?

Los exploradores intercambiaron miradas. Dejaron que el hombre se marchara e informaron de inmediato a Katsuie.

La noticia era bastante inesperada. La fuerza del enemigo era tan pequeña que ahora Katsuie y sus generales sentían más recelos. No obstante, dieron la orden de avanzar y el ejército se puso en marcha. En aquel momento les informaron que un enviado de Hideyoshi cabalgaba hacia ellos. Cuando por fin apareció el hombre, vieron que no era un guerrero vestido con armadura, sino un joven apuesto que vestía una casaca de fina seda sobre un kimono de color glicina. Incluso las riendas de su caballo estaban vistosamente decoradas.

—Me llamo Iki Hanshichiro —anunció el joven—, el paje del señor Hidekatsu. He venido para ofrecer mis servicios como guía del señor Katsuie.

Hanshichiro pasó al trote por el lado de los exploradores, los cuales se quedaron desconcertados. Gritando confusamente, su jefe fue tras él, casi cayéndose del caballo en su persecución.

Katsuie y su estado mayor miraron al joven con suspicacia. Habían previsto una batalla, y la excitación ante la pelea inminente había ido en aumento. Entonces, en medio de sus lanzas y las mechas encendidas de los mosquetes, aquel joven elegante desmontó con elegancia e hizo una cortés reverencia.

—¿El paje del señor Hidekatsu? —dijo Katsuie—. No tengo idea de qué significa su presencia, pero traedle aquí. Hablaremos con él.

Katsuie había hollado la hierba al lado de la carretera y estaba en pie a la sombra de unos árboles. Mientras instalaban su escabel de campaña, logró ocultar la rígida tensión de sus subordinados, así como la suya propia. Invitó al enviado a sentarse.

—¿Traes un mensaje?

—Debéis de estar muy cansado del largo viaje a casa con este calor —dijo Hanshichiro formalmente.

Resultaba extraño, pero sus palabras sonaban exactamente como las de un saludo en tiempo de paz. Cogió una caja de cartas que le pendía del hombro sujeta a un cordón rojo.

—El señor Hideyoshi os envía sus saludos —añadió, al tiempo que entregaba la misiva a Katsuie.

Katsuie recibió la carta con suspicacia y no la abrió de inmediato. Miró a Hanshichiro, parpadeando.

—¿Dices que eres el paje del señor Hidekatsu?

—Sí, mi señor.

—¿Goza el señor Hidekatsu de buena salud?

—Sí, mi señor.

—Supongo que ha crecido.

—Este año cumplirá diecisiete años, mi señor.

—Vaya, ¿ya es tan mayor? Qué rápido pasa el tiempo, ¿verdad? No le veo desde hace mucho.

—Hoy su padre le ha ordenado que vaya a Tarui para dar la bienvenida.

—¿Cómo? —dijo Katsuie, sorprendido.

El peso de su fornido cuerpo, que igualaba a la sorpresa de su corazón, aplastó una piedra bajo una de las patas del escabel. Hidekatsu, que era hijo de Nobunaga, había sido adoptado por Hideyoshi.

—¿Bienvenida? ¿A quién?

—A Vuestra Señoría, por supuesto.

Hanshichiro se cubrió el rostro con su abanico y se rió. Los párpados y la boca de su adversario se movían sin que pudiera controlarlos, y el muchacho apenas pudo contener su sonrisa.

—¿A mí? —musitó Katsuie—. ¿Ha venido a darme la bienvenida a mí?

—Primero echad un vistazo a la carta, mi señor —le pidió Hanshichiro.

Katsuie estaba tan aturdido que se había olvidado por completo de la carta que tenía en la mano. Asintió repetidas veces sin ninguna razón en particular. Mientras sus ojos seguían las palabras escritas, toda una gama de emociones se reflejó en su rostro. La carta no era de Hidekatsu, sino que se debía inequívocamente al pincel de Hideyoshi, y expresaba una total generosidad. Habéis recorrido muchas veces la ruta entre el norte de Omi y Echizen, por lo que supongo que conocéis el camino. De todos modos, os envío a mi hijo adoptivo, Hidekatsu, para que os guíe. Corre el rumor infundado, indigno de que reparéis en él, según el cual Nagahama sería un lugar ventajoso desde donde obstaculizar vuestro regreso a casa. A fin de contradecir unos informes tan malévolos, he enviado a mi hijo adoptivo para que os salude, y podéis tomarle como rehén hasta que hayáis pasado por estas tierras sin percance. Me habría gustado agasajaros en Nagahama, pero estoy enfermo desde que abandoné Kiyosu...

Tranquilizado por las palabras del enviado y la carta, Katsuie no pudo dejar de reflexionar en su propio apocamiento. Le había atemorizado lo que pudiera albergar el corazón de Hideyoshi, y ahora se sentía aliviado. Desde hacía tiempo tenía una reputación de estratega inteligente, y le consideraban tan lleno de intrigas que cada vez que hacía algo la gente se apresuraba a decir que Katsuie volvía a emplear sus viejas mañas. Sin embargo, en momentos como aquéllos, ni siquiera iba a molestarse en ocultar sus emociones con una indiferencia fingida. Ésa era la parte de su carácter que el difunto Nobunaga había comprendido bien, considerando que el valor de Katsuie, su naturaleza conspiradora y su sinceridad eran rasgos característicos que podrían serle de gran utilidad. Por ello había dado a Katsuie la gran responsabilidad de ser el comandante en jefe de la campaña del norte, había puesto bajo su mando a numerosos guerreros y una gran provincia y había confiado plenamente en él. Ahora, cuando Katsuie pensaba en el señor que le había conocido mejor que nadie más en el mundo y que ya no estaba entre los vivos, tenía la sensación de que no había nadie más en quien pudiera depositar su confianza.

Pero ahora, de improviso, la carta de Hideyoshi le conmovía, y las emociones que abrigaba hacia su rival se invirtieron por completo en un instante. Reflexionó francamente en el hecho de que su enemistad se había basado del todo en sus propias sospechas y su apocamiento.

Así pues, Katsuie consideró de nuevo la situación.

«Ahora que nuestro señor ha desaparecido, Hideyoshi será el hombre en quien depositar nuestra confianza.»

Aquella noche conversó afectuosamente con Hidekatsu. Al día siguiente cruzó Fuwa en compañía del joven y entró en Nagahama, embargado todavía por sus nuevas y cálidas impresiones.

Pero en Nagahama, después de que, junto con sus servidores de alto rango, hubiera acompañado a Hidekatsu hasta el portal del castillo, volvió a sentirse conmocionado al descubrir que Hideyoshi llevaba cierto tiempo ausente. Había ido a Kyoto para intervenir en unos importantes asuntos de estado.

—¡Hideyoshi ha vuelto a embaucarme! —exclamó Katsuie, recobrando rápidamente la irritación, y se apresuró a ponerse en marcha por la carretera que conducía a su provincia.

***

Era a fines del séptimo mes. Hideyoshi cumplió la promesa que había hecho y entregó el castillo y las tierras de Nagahama a Katsuie, el cual, a su vez, las entregó a su hijo adoptivo, Katsutoyo.

Katsuie aún no sabía por qué Hideyoshi había insistido en la conferencia de Kiyosu para que el castillo fuese entregado a Katsutoyo, y tampoco los asistentes a la conferencia y el público en general sospechaba de esa condición ni siquiera se detenía a considerar qué se proponía Hideyoshi.

Katsuie tenía otro hijo adoptivo, Katsutoshi, un muchacho que aquel año cumpliría los quince. Los miembros del clan Shibata cuyos sentimientos se veían afectados, se lamentaban diciendo que si la relación entre Katsuie y Katsutoyo era tan fría, sólo podían temer por el futuro del clan.

—Katsutoyo es tan indeciso —se quejaba Katsuie—. Nunca hace nada con auténtica claridad y decisión. Ni siquiera tiene la propensión adecuada a ser mi hijo. Katsutoshi, por otro lado, carece por completo de malicia y realmente me considera su padre.

Pero si Katsuie prefería Katsutoshi a Katsutoyo, favorecía aún más a su sobrino Genba. Su afecto por Genba iba más allá del que se siente naturalmente por un sobrino o un hijo, y tendía a abandonarse a esa emoción. Así pues Katsuie velaba por los hermanos menores de Genba, Yasumasa y Katsumasa, a los que había instalado en castillos estratégicos cuando todavía sólo eran veinteañeros.

En medio de ese profundo afecto entre miembros de la familia y servidores, solamente Katsutoyo se sentía insatisfecho con su padre adoptivo y los hermanos Sakuma.

Cierta vez, por ejemplo, durante las celebraciones de Año Nuevo, cuando la familia y los servidores de Katsuie habían acudido para felicitarle en Año Nuevo, Katsuie ofreció el primer brindis. Katsutoyo había supuesto con naturalidad que se lo ofrecería a él, y había avanzado respetuosamente de rodillas.

—No es para ti, Katsutoyo, es para Genba —dijo Katsuie, retirando la taza.

Llegó a saberse en otros lugares que este desaire había causado el descontento de Katsutoyo, y sin duda el incidente fue recogido por espías de otras provincias. Desde luego esa información llegó a oídos de Hideyoshi.

Antes de entregar Nagahama a Katsutoyo, era necesario que Hideyoshi trasladase a su familia a un nuevo hogar.

—Nos trasladaremos a Himeji dentro de poco. Allí la temperatura es agradable en invierno, y abunda el pescado del mar Interior.

Con estas órdenes, la madre y la esposa de Hideyoshi, así como toda la servidumbre, se trasladaron a su castillo de Harima. Pero el mismo Hideyoshi no los acompañó.

No había tiempo que perder. El castillo de Takaradera, cerca de Kyoto, había sido completamente renovado. Aquélla fue la fortaleza de Mitsuhide en la época de la batalla de Yamazaki, y existía una razón por la que Hideyoshi no envió a su madre y esposa a vivir allí. Él se trasladaba del castillo de Takaradera a la capital en días alternos y, al regresar, supervisaba la construcción. En los días de ausencia trabajaba para el gobierno de la nación.

Ahora tenía la responsabilidad de salvaguardar el palacio imperial y ocuparse de la administración de la ciudad, así como de supervisar las diversas provincias. De acuerdo con la decisión original tomada en la conferencia de Kiyosu, todas las fases del gobierno de Kyoto serían administradas igualmente por los cuatro regentes, Katsuie, Niwa, Shonyu y Hideyoshi, y nunca existió la intención de que sólo fuesen responsabilidad de Hideyoshi. Pero Katsuie estaba lejos, en Echizen, llevando a cabo ciertas maniobras secretas con Nobutaka y otros en Gifu e Ise. Niwa, aunque se encontraba cerca, en Sakamoto, parecía haber pasado ya toda su responsabilidad a Hideyoshi. Y Shonyu había declarado noblemente que, aunque le había sido concedido un título, los problemas de tratar con la administración y la nobleza rebasaban sus capacidades y no quería ocuparse más de una y la otra.

Era en estos aspectos en los que Hideyoshi tenía una verdadera habilidad. Su talento era mucho más administrativo que cualquier otra cosa. Sabía que su talento principal no tenía que ver con el campo de batalla, pero comprendía claramente que si un hombre tenía elevados ideales pero era derrotado en el campo de batalla, no podría llevar a la práctica grandes obras administrativas. Por eso lo arriesgaba todo en una batalla y, una vez había comenzado una campaña, luchaba hasta vencer o morir.

Como recompensa por sus hazañas marciales, la corte imperial informó a Hideyoshi que se le concedía el cargo de teniente general de la guardia imperial. Hideyoshi rehusó, aduciendo que no tenía méritos para recibir semejante honor, pero la corte insistió benignamente y al final Hideyoshi aceptó un título menor.

¡Cuántos se apresuran a encontrar defectos en aquellos que triunfan en el mundo! ¡Cuántas personas de espíritu mezquino hablan contra quienes trabajan honestamente!

Esto es siempre cierto, y cada vez que se produce un cambio, es probable que el torrente de los chismorreos sea especialmente violento.

—Hideyoshi se apresura a exponer su arrogancia. Incluso sus subordinados están adquiriendo autoridad.

—Dejan de lado al señor Katsuie. Es como si no hubiera nadie más a quien servir.

—Cuando uno observa la influencia que ha obtenido recientemente, es como si proclamaran que el señor Hideyoshi es el sucesor del señor Nobunaga.

Las críticas que le dirigían eran ciertamente ruidosas, pero, como sucede siempre en tales casos, las identidades de los acusadores permanecían desconocidas.

Tanto si oía los rumores como si no, Hideyoshi no se preocupaba. No tenía tiempo para escuchar los chismorreos. Nobunaga murió el sexto mes, y a mediados del mismo mes tuvo lugar la batalla de Yamazaki. El séptimo mes se celebró la conferencia de Kiyosu. A fines de ese mes Hideyoshi se retiró de Nagahama, trasladando su familia a Himeji, y en el octavo dio comienzo la construcción del castillo de Takaradera. Ahora continuaba sus viajes de ida y vuelta entre Kyoto y Yamazaki. Si estaba en Kyoto, por la mañana presentaba sus respetos en el palacio imperial, por la tarde inspeccionaba la ciudad, por la noche examinaba asuntos de gobierno, contestaba cartas y saludaba a invitados. A medianoche revisaba cartas de provincias distantes y al amanecer tomaba decisiones relativas a las peticiones de sus subordinados. Cada día fustigaba a su caballo en dirección a algún lugar, masticando todavía el alimento de su última comida.

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