Taiko (82 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Por supuesto, Hideyoshi había realizado de incógnito aquel viaje, y muy probablemente ése era el motivo de su llegada tan repentina a Gifu.

—¿Hideyoshi?

Nobunaga le había hecho esperar en otra habitación, y no tardó en entrar y sentarse. Estaba de un buen humor extraordinario.

Hideyoshi vestía con extrema sencillez y no se distinguía en nada de un viajero común y corriente. Vestido de esa guisa se postró, pero entonces alzó la vista y se echó a reír.

—Apuesto a que os he sorprendido.

Nobunaga pareció no entenderle.

—¿Por qué razón? —le preguntó.

—Por mi súbita llegada.

—¿Qué clase de tontería es ésta? Sé que has estado ausente de Yokoyama en las dos últimas semanas.

—Pero probablemente no esperabais que hoy me presentara aquí.

Nobunaga se rió.

—Crees que estoy ciego, ¿verdad? Seguramente te has cansado de tontear con las prostitutas de la capital, has recorrido el camino de Omi hasta llegar a la casa de un hombre de Nagahama, has visitado en secreto a Oyu y has venido aquí después de una cita.

Hideyoshi musitó una réplica.

—Tú eres probablemente el sorprendido —le dijo Nobunaga.

—Sí, estoy sorprendido, mi señor. Lo veis todo.

—Esta montaña es lo bastante alta para permitirme atalayar desde su cima diez provincias por lo menos. Pero hay alguien que conoce tu comportamiento incluso con más detalle que yo. ¿Tienes idea de quién puede ser?

—Debéis de tener un espía que me sigue.

—Tu esposa.

—¡Bromeáis! ¿No habéis bebido hoy un poco más de la cuenta, mi señor?

—Puede que esté borracho, pero no me equivoco un ápice en lo que digo. Tu esposa vive en Sunomata, pero si crees que está muy lejos de ti, cometes un grave error.

—Oh, no. En fin, creo que he venido en un mal momento. Con vuestro permiso, yo...

—No se te puede culpar por divertirte —dijo Nobunaga, riendo—. No hay nada malo en contemplar las flores de cerezo de vez en cuando. Pero ¿por qué no llamas a Nene y vivís juntos los dos?

—Sí, claro.

—Hace bastante tiempo que no la ves, ¿no es cierto?

—¿Acaso os ha molestado mi esposa con cartas o algo por el estilo?

—No te preocupes. No ha habido nada de eso, pero comprendo sus sentimientos. Y no sólo los de tu mujer. Cada esposa tiene que cuidar del hogar mientras su marido está ausente en la guerra. Por ello, aunque un hombre disponga tan sólo de un poco de tiempo, debería ver a su esposa antes que a nadie para demostrarle que está bien.

—Como deseéis, pero...

—¿Te niegas?

—Así es. No ha ocurrido nada desfavorable desde hace meses, pero mi mente no se ha desviado del campo de batalla ni siquiera la anchura de un cabello.

—¡Ah, el conversador inteligente de siempre! ¿Vas a empezar a mover de nuevo esa lengua inquieta? No es en absoluto necesario.

—Me retiraré, mi señor. Repliego aquí mis estandartes.

Señor y servidor se rieron al unísono. Al cabo de un rato empezaron a beber e incluso despidieron a Ranmaru. Entonces la conversación giró sobre un tema lo bastante serio para que bajaran sus voces.

Nobunaga le preguntó en tono expectante:

—Dime, ¿cómo están las cosas en la capital? Mis mensajeros van y vienen continuamente, pero quiero saber lo que tú has visto.

Lo que Hideyoshi estaba a punto de decirle parecía guardar relación con sus expectativas.

—Nuestros asientos están un poco separados. O bien mi señor o bien yo deberíamos acercarnos un poco más para hablar de esto.

—Me moveré yo. —Nobunaga cogió el recipiente de sake y la taza y bajó del sitial de honor—. Cierra también las puertas correderas de la habitación contigua —ordenó.

Hideyoshi se sentó ante Nobunaga y le dijo:

—Las condiciones son las mismas de siempre, excepto que, desde que Shingen no logró llegar a la capital, el shogun parece haberse vuelto más desesperanzado. Sus intrigas se han hecho más abiertamente hostiles a vos, mi señor.

—Bueno, es imaginable. Al fin y al cabo, Shingen llegó hasta Mikatagahara y entonces el shogun se enteró de su retirada.

—El shogun Yoshiaki es un político astuto. No se está quieto, concede favores a la gente y, de una manera indirecta, hace que os teman. Ha hecho una buena propaganda con el incendio del monte Hiei y parece estar incitando a otros grupos a la rebelión.

—No son unas circunstancias agradables.

—Pero no vale la pena preocuparse por ello. Los monjes guerreros han visto lo sucedido al monte Hiei y eso ha enfriado de un modo considerable su valor.

—Hosokawa está en la capital. ¿Le has visto?

—El señor Hosokawa ha perdido el favor del shogun y se ha retirado a su finca en el campo.

—¿Yoshiaki se lo ha quitado de encima? —inquirió Nobunaga.

—Parece ser que el señor Hosokawa pensaba que aliarse con vos sería la mejor manera de preservar el shogunado. Arriesgó su reputación y aconsejó al señor Yoshiaki en diversas ocasiones.

—Parece evidente que Yoshiaki no quiere escuchar a nadie.

—Más aún, tiene una visión bastante extravagante de los poderes que le quedan al shogunado. En un periodo de transición, un cataclismo separa el pasado y el futuro. Casi todos los que perecen son quienes, a causa de su ciega adhesión al pasado, no se dan cuenta de que el mundo ha cambiado.

—¿Estamos viviendo ahora semejante cataclismo?

—Lo cierto es que acaba de ocurrir un acontecimiento muy dramático. Me han informado hace poco, pero...

—¿Qué clase de acontecimiento dramático?

—Veréis, la noticia todavía no se ha filtrado al mundo, pero como la recogieron los agudos oídos de mi agente Watanabe Tenzo, creo que puede ser digna de crédito.

—¿De qué se trata?

—Es increíble, pero la estrella orientadora de Kai puede que por fin se haya apagado.

—¡Cómo! ¿Shingen?

—Durante el segundo mes atacó Mikawa, y una noche, cuando ponía sitio al castillo de Noda, recibió un disparo. Eso es lo que ha oído Tenzo.

Nobunaga miró fijamente el rostro de Hideyoshi con los ojos muy abiertos. Si era cierto que Shingen había muerto, el rumbo de la nación cambiaría con mucha rapidez. Tenía la sensación de que el tigre que estaba a sus espaldas había desaparecido de repente, y estaba asombrado. Quería creer que era cierto, pero al mismo tiempo no podía creerlo. En cuanto conoció la noticia, experimentó un profundo alivio y una alegría indescriptible.

—De ser eso cierto, un general muy dotado ha abandonado este mundo —dijo Nobunaga—. Y a partir de ahora la historia nos ha sido confiada a nosotros.

Su expresión no era tan compleja como la de Hideyoshi, ni mucho menos. De hecho, parecía como si acabaran de servirle el plato principal de una comida.

—Le dispararon, pero todavía desconozco si murió de inmediato, cual fue la extensión de sus heridas, incluso si fue alcanzado. Pero he oído decir que levantó de súbito el sitio del castillo de Noda y se retiró a Kai, que sus tropas no mostraron el habitual espíritu de lucha de los Takeda.

—Supongo que no, pero no importa lo bravos que sean los samurais de Kai si han perdido a Shingen.

—Recibí en secreto ese informe de Tenzo cuando me dirigía aquí, por lo que le envié inmediatamente a Kai para obtener información.

—¿Todavía no se han enterado de esto en las demás provincias?

—No hay ninguna indicación de que así sea. El clan Takeda probablemente lo mantendrá en secreto y dará a entender que Shingen goza de buena salud. Así pues, si se promulga alguna declaración en nombre de Shingen, hay nueve de diez posibilidades de que Shingen haya muerto, o por lo menos de que esté gravemente herido.

Nobunaga asintió pensativo. Parecía deseoso de confirmar aquel informe. De repente tomó la taza de sake frío y suspiró. Pensar que un hombre no tiene más que cincuenta años... Pero no le apetecía danzar. Reflexionar en la muerte de otro hombre le conmovía mucho más que reflexionar en la suya propia.

—¿Cuándo regresará Tenzo?

—Debería estar de vuelta dentro de tres días.

—¿En el castillo de Yokoyama?

—No, le he dicho que viniera directamente aquí.

—Bien, entonces quédate hasta su llegada.

—Había pensado hacer eso pero, si fuese posible, quisiera aguardar vuestras órdenes en una posada del pueblo.

—¿Por qué?

—Oh, por ninguna razón en particular.

—Entonces ¿por qué no te quedas en el castillo? Hazme compañía durante algún tiempo.

—Es que...

—¡No seas estúpido! ¿Te sientes incómodo a mi lado?

—No, la verdad es que...

—¿Cuál es la verdad?

—He dejado a... alguien que me acompañaba en esa posada del pueblo, y como pensé que esa persona se sentiría ahí muy sola, le prometí que estaría de vuelta esta noche.

—¿Es esa persona una mujer?

Nobunaga estaba pasmado. Las emociones que había despertado en su interior el informe de la posible muerte de Shingen estaban muy alejadas de las preocupaciones de Hideyoshi.

—Ve a la posada esta noche, pero mañana regresa al castillo. Puedes traer a esa «compañía» contigo.

Éstas fueron las últimas palabras que le dijo Nobunaga antes de volverse y salir.

Camino de regreso a la posada, Hideyoshi pensó que Nobunaga había golpeado el clavo directamente en la cabeza. Tenía la sensación de haber recibido una reprimenda, pero eso, una vez más, se debía al don natural de Nobunaga, el cual envolvía la cabeza del clavo en una decoración artística sin que el clavo siquiera lo notara. Al día siguiente fue al castillo en compañía de Oyu, pero eso no le causó la menor turbación.

Nobunaga se había instalado en una habitación distinta y, al contrario que el día anterior, no estaba rodeado por el olor del sake. Sentado ante Hideyoshi y Oyu, les miraba desde lo alto del estrado.

—¿No eres tú la hija de Takenaka Hanbei? —le preguntó a la joven con familiaridad.

Era la primera vez que Oyu se entrevistaba con Nobunaga, y allí estaba ella al lado de Hideyoshi. Ocultó el rostro y habría querido que la tierra la tragase, pero respondió en la voz baja que era un rasgo de hermosura.

—Es un honor conoceros, mi señor. También habéis favorecido a mi otro hermano, Shigeharu.

Nobunaga la miró fijamente, impresionado. Había tenido ganas de bromear un poco con Hideyoshi, pero ahora se sentía culpable y se puso serio.

—¿Ha mejorado la salud de Hanbei?

—Hace algún tiempo que no veo a mi hermano, mi señor. Está ocupado con sus deberes militares, pero recibo sus cartas de vez en cuando.

—¿Dónde vives ahora?

—En el castillo Choteiken de Fuwa, donde tengo cierta relación.

—Me pregunto si Watanabe Tenzo ya habrá regresado —dijo Hideyoshi, tratando de cambiar de tema, pero Nobunaga era zorro viejo y no iba a dejarse embaucar.

—¿Qué estás diciendo? Me parece que te confundes. ¿No me dijiste tú mismo que Tenzo no regresaría hasta dentro de tres días?

Hideyoshi se ruborizó intensamente, y Nobunaga pareció darse por satisfecho con eso. Había deseado ponerle en evidencia y verle turbado durante un rato.

Nobunaga invitó a Oyu a la velada de aquella noche, y comentó:

—No me has visto danzar, aunque Hideyoshi sí lo ha hecho en varias ocasiones.

Por la noche, cuando Oyu pidió permiso para retirarse, Nobunaga no insistió en que se quedara, pero dijo bruscamente a Hideyoshi:

—Bueno, entonces vete tú también.

La pareja abandonó el castillo. Sin embargo, poco después Hideyoshi regresó solo y un tanto aturdido.

—¿Dónde está el señor Nobunaga? —preguntó a un paje.

—Acaba de retirarse a su dormitorio.

Al oír esto, Hideyoshi se dirigió a toda prisa a los aposentos privados con una inusitada falta de serenidad, y pidió al samurai de servicio que comunicara un mensaje.

—Debo tener una audiencia con Su Señoría esta misma noche.

Nobunaga aún no se había acostado, y en cuanto Hideyoshi estuvo en su presencia pidió a todo el mundo que abandonara la estancia, pero aunque los hombres de la guardia nocturna se retiraron, Hideyoshi siguió mirando con nerviosismo a su alrededor.

—¿Qué sucede, Hideyoshi?

—Veréis, parece que todavía hay alguien en la habitación contigua.

—No es nadie que deba preocuparte. Es sólo Ranmaru y no plantea ningún problema.

—También él es un problema. Siento pedíroslo, pero...

—¿También él debe irse?

—Sí.

Nobunaga se volvió y habló en dirección a la estancia contigua.

—Ranmaru, déjanos tú también.

Ranmaru hizo una reverencia en silencio, se levantó y salió.

—Ya no hay ningún impedimento. ¿De qué se trata?

—El caso es que hace un rato, cuando me marché y volví al pueblo, me tropecé con Tenzo.

—¡Cómo! ¿Tenzo ha vuelto?

—Ha dicho que se ha apresurado a través de las montañas para llegar aquí, sin distinguir apenas el día de la noche. La muerte de Shingen es cosa cierta.

—Entonces..., después de todo...

—No puedo daros muchos detalles, pero el círculo interno de Kai parece mostrar una fachada de normalidad, por debajo de la cual se detecta claramente un aire de melancolía.

—Apuesto a que el luto se mantiene en estricto secreto.

—Desde luego.

—¿Y las demás provincias no saben nada?

—Por ahora no.

—Entonces ahora es el momento. Supongo que le has prohibido a Tenzo decir una palabra de esto.

—No tenéis necesidad de preocuparos por ello.

—Pero hay entre los ninja algunos hombres sin escrúpulos. ¿Estás seguro de él?

—Es el sobrino de Hikoemon, y es leal.

—En cualquier caso, debemos ser extremadamente cautos. Dale una recompensa, pero que se quede en el castillo. Quizá lo mejor sería encarcelarle hasta que todo esto haya terminado.

—No, mi señor.

—¿Por qué no?

—Porque si tratamos así a un hombre, la próxima vez que se presente la oportunidad no estará dispuesto a arriesgar su vida como lo ha hecho en esta ocasión, y si no podéis confiar en un hombre, pero le dais una recompensa, algún día el enemigo podría tentarle con un montón de dinero.

—Bien, entonces, ¿dónde le has dejado?

—Hemos tenido la suerte de que Oyu estaba a punto de regresar a Fuwa, por lo que le he ordenado que la acompañe como uno de los guardianes de su palanquín.

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