Taiko (91 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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¿Cómo podía Nobunaga haber comprendido tan bien el corazón de una mujer? Aunque le daba un poco de miedo, era un hombre en el que tanto su marido como ella misma podían confiar. No sabía si sentirse complacida o azorada.

Nene regresó a su alojamiento en la ciudad fortificada, pero de lo que habló más a su suegra, que la aguardaba inquieta, no fue de la recomendación que le había hecho Nobunaga respecto a los celos.

—Cuando alguien menciona el nombre de Nobunaga todo el mundo tiembla de miedo, y por eso me intrigaba qué clase de persona sería. Pero no creo que haya muchos señores en este país más afectuosos que él. No alcanzo a imaginar cómo un hombre tan refinado podría convertirse en el terrible demonio que dicen que es a lomo de un caballo. También sabía algo de ti, y ha dicho que tienes un hijo extraordinario y que debes ser la persona más feliz de Japón. Afirma que hay muy pocos hombres como Hideyoshi en todo el país y que he elegido un buen marido. Incluso me ha halagado diciéndome que soy muy perspicaz.

El viaje de las dos mujeres prosiguió apaciblemente. Cruzaron Fuwa y por fin vieron desde sus palanquines la superficie del lago Biwa en primavera.

LIBRO CINCO

TERCER AÑO DE TENSHO

1575

Personajes y lugares

Takeda Katsuyori
, hijo de Takeda Shingen y señor de Kai

Baba Nobufusa
, servidor de alto rango de Takeda

Yamagata Masakage
, servidor de alto rango de Takeda

Kuroda Kanbei
, servidor de Odera

Myoko
, nombre adoptado por la madre de Ranmaru cuando se hizo monja

Uesugi Kenshin
, señor de Echigo

Yamanaka Shikanosuke
, servidor de alto rango de Amako

Mori Terumoto
, señor de las provincias occidentales

Kikkawa Motoharu
, tío de Terumoto

Kobayakawa Takakage
, tío de Terumoto

Oda Nabutada
, hijo mayor de Nobunaga

Ukita Naoie
, señor del castillo de Okayama

Araki Murashige
, servidor de alto rango de Oda

Nakagawa Sebei
, servidor de alto rango de Oda

Takayama Udon
, servidor de alto rango de Oda

Shojumaru
, hijo de Kuroda Kanbei

Sakuma Nobumori
, servidor de alto rango de Oda

Nagahama
, castillo de Hideyoshi

Kofu
, capital de Kai

Azuchi
, nuevo castillo de Nobunaga cerca de Kyoto

Himeji
, base de Hideyoshi para la invasión del Oeste

Provincias Occidentales
, dominio del clan Mori

Itami
, castillo de Araki Murashige

El ocaso de Kai

Takeda Katsuyori había visto la llegada de treinta primaveras. Era más alto y fornido que su padre, Takeda Shingen, y decían de él que era apuesto.

Corría el tercer año tras la muerte de Shingen. El cuarto mes sería el final del periodo oficial de duelo.

La última orden de Shingen, «Ocultad vuestro duelo durante tres años», había sido seguida al pie de la letra. Pero cada año, el día del aniversario de su muerte, las lámparas de todos los templos de Kai, y en particular las del templo Eirin, eran encendidas para celebrar servicios fúnebres. Durante tres días Katsuyori había abandonado todos los asuntos militares y, encerrado en el templo Bishamon, se había entregado a profundas meditaciones.

El tercer día Katsuyori ordenó que se abrieran las puertas del templo para que saliera el humo del incienso quemado durante el servicio fúnebre en memoria de Shingen. En cuanto Katsuyori se hubo cambiado de ropa, Atobe Oinosuke solicitó una audiencia privada y urgente.

—Mi señor —le dijo Oinosuke—, os ruego que leáis esta carta en seguida y me deis vuestra respuesta. Bastará con que sea verbal, yo escribiré la réplica por vos.

Katsuyori se apresuró a abrir la carta.

—Veamos..., de Okazaki.

Era evidente que llevaba algún tiempo esperando la carta, y la expresión de su semblante al leerla no era ordinaria. Por un momento pareció incapaz de tomar una decisión.

Entre la vegetación joven de la primavera tardía se alzaba el canto de una curruca. Katsuyori contempló el cielo a través de la ventana.

—Comprendo. Ésa es mi respuesta.

Oinosuke miró a su patrono.

—¿Será suficiente, mi señor? —le preguntó, sólo para asegurarse.

—Lo será —respondió Katsuyori—. No deberíamos perder esta oportunidad enviada por el cielo. El mensajero tiene que ser un hombre digno de confianza.

—Éste es un asunto de extrema importancia. No tenéis necesidad de preocuparos por eso.

Poco después de que Oinosuke hubiera abandonado el templo, la Oficina de Asuntos de Estado efectuó una llamada a las armas. Hubo movimiento de soldados durante toda la noche y una actividad constante tanto dentro como fuera del castillo. Cuando amaneció, entre catorce y quince mil soldados, humedecidos por el rocío de la mañana, aguardaban ya silenciosamente en la explanada de formación fuera del castillo, y seguían acudiendo más soldados. El sonido de la concha que indicaba la partida de las tropas sonó sobre las casas dormidas de Kofu varias veces antes de que saliera el sol.

Katsuyori sólo había dormido un poco durante la noche, pero ahora vestía armadura completa. No parecía soñoliento y su cuerpo exudaba una salud extraordinaria y sueños de grandeza, como el rocío sobre las hojas nuevas.

No había permanecido ocioso un solo día durante los tres años transcurridos desde la muerte de su padre. Montañas y ríos de fuerte corriente formaban poderosas defensas naturales alrededor de Kai, pero él no se contentaba con la provincia que había heredado. Al fin y al cabo, estaba dotado de más valor y recursos que su padre. De Katsuyori, al contrario que de los vástagos de tantos grandes clanes samurais, no podía decirse que fuese un hijo indigno. En cambio, sí podría afirmarse que su orgullo, su sentido del deber y su destreza militar eran excesivos.

Por muy secreta que el clan hubiera intentado mantenerla, la noticia de la muerte de Shingen se había filtrado a las provincias enemigas, y muchos la habían considerado una oportunidad demasiado buena para perderla. Los Uesugi habían efectuado un ataque repentino, los Hojo también habían cambiado de actitud. Y era evidente que, si se presentaba la ocasión, los Oda y los Tokugawa llevarían a cabo incursiones desde sus respectivos territorios.

Como todo hijo de un gran hombre, Katsuyori se encontraba en una difícil posición. Sin embargo, jamás había deshonrado el nombre de su padre y en casi todos los combates que libraba se hacía con la victoria. Por este motivo se había extendido el rumor de que la muerte de Shingen no era más que una invención, pues parecía actuar cada vez que se presentaba una oportunidad.

—Los generales Baba y Yamagata han solicitado una audiencia antes de que comience la campaña —le anunció un servidor.

Cuando dieron este mensaje a Katsuyori el ejército estaba a punto de partir. Baba Nobufusa y Yamagata Masakage habían sido servidores de alto rango en la época de Shingen.

—¿Están los dos preparados para marchar? —preguntó Katsuyori.

—Sí, mi señor —replicó el mensajero.

Katsuyori hizo un gesto de asentimiento.

—Entonces hazles pasar.

Poco después los dos generales se presentaron ante Katsuyori, el cual ya sabía lo que iban a decirle. Baba fue el primero en hablar.

—Como veis, hemos venido rápidamente al castillo sin la menor dilación tras la llamada a las armas de anoche. Pero esto es extraordinario. No ha habido ningún consejo de guerra y nos gustaría saber cuáles son las perspectivas de esta campaña. Nuestra situación actual no nos permite el lujo de movimientos de tropas frívolos.

Yamagata tomó entonces la palabra.

—Vuestro difunto padre, el señor Shingen, saboreó la amarga copa de la derrota demasiadas veces cuando atacó al oeste. Mikawa es pequeña, pero sus guerreros son valientes, y a estas alturas los Oda han tenido tiempo de proponer una serie de contramedidas. Si nos internamos demasiado, es posible que no seamos capaces de salir.

Hablando por turno, los dos hombres plantearon sus objeciones. Eran veteranos experimentados, adiestrados por el mismo Shingen, y no tenían en gran estima ni los recursos ni el valor de Katsuyori. Por el contrario, los consideraban como un peligro. Katsuyori se había dado cuenta de ello hacía algún tiempo, y su carácter no le permitía aceptar el consejo conservador de aquellos hombres, a saber, que lo mejor sería proteger las fronteras de Kai durante varios años.

—Sabéis bien que no emprendería una campaña temeraria. Pedid los detalles a Oinosuke. Pero esta vez vamos a tomar con toda certeza los castillos de Okazaki y Hamamatsu. Les enseñaré cómo hacer realidad un sueño largamente acariciado. Tenemos que mantener en secreto nuestra estrategia. No tengo intención de decir a nuestros hombres lo que estamos haciendo hasta que estemos encima del enemigo.

Katsuyori evitó diestramente las reconvenciones de sus dos generales, los cuales parecían desventurados.

El consejo de que pidieran detalles a Oinosuke no les había hecho gracia. No estaban acostumbrados a que les hablaran de aquella manera. Los dos compartían el mismo criterio, e intercambiaron miradas de profundo asombro. Las tropas se estaban moviendo sin que nadie les hubiera consultado, a ellos, los generales veteranos de Shingen, y quienes tomaban las decisiones eran los del jaez de Atobe Oinosuke.

Baba intentó hablar con Katsuyori una vez más.

—Más adelante escucharemos todo cuanto el señor Oinosuke tenga que decir, pero si primero nos dijerais una o dos palabras sobre este plan secreto, los viejos generales como nosotros estaríamos en condiciones de elegir el lugar donde vamos a morir.

—No voy a decir nada más —replicó Katsuyori, mirando a los hombres que le rodeaban. Entonces añadió severamente—: Me satisface vuestra preocupación, pero sé muy bien lo importante que es este asunto. Además, ahora no puedo abandonar el plan. Esta mañana he prestado juramento sobre las
Mihata Tatenashi
.

Cuando oyeron los nombres sagrados, los dos generales se postraron y rezaron en silencio. Las
Mihata Tatenashi
eran reliquias sagradas veneradas durante generaciones por el clan Takeda. La
Mihata
era la bandera del dios de la guerra, Hachiman, y la
Tatenashi
, la armadura del fundador del clan. El clan Takeda tenía la regla inquebrantable de que un juramento efectuado sobre esos objetos no podía romperse.

Al afirmar que actuaba bajo ese juramento sagrado, Katsuyori quería decir que los dos generales no tenían más motivos para presentar objeciones. En aquel momento el sonido de la concha indicó a las tropas que debían formar, obligando a los viejos generales a marcharse. Sin embargo, preocupados todavía por el sino del clan, cabalgaron hasta la posición de Oinosuke en las filas para hablar con él.

Oinosuke desalojó la zona y les informó orgullosamente del plan. En Okazaki, gobernada ahora por Nobuyasu, el hijo de Ieyasu, había un hombre encargado de las finanzas que se llamaba Oga Yashiro. Algún tiempo atrás Oga había cambiado su lealtad al clan Takeda y ahora era un aliado leal de Katsuyori.

El mensajero que llegó a Tsutsujigasaki dos días antes trajo consigo una carta secreta de Oga, informándole de que la ocasión estaba madura. Nobunaga se hallaba en la capital desde comienzos del año. Incluso antes, cuando Nobunaga intentó destruir a los monjes guerreros de Nagashima, Ieyasu no envió refuerzos, y se había producido cierta tensión en la alianza entre las dos provincias.

Cuando el ejército de Takeda atacara Mikawa con su celeridad legendaria, Oga encontraría el medio de sembrar la confusión en el castillo de Okazaki, abrir las puertas y dejar que entraran las fuerzas de Kai. Entonces Katsuyori mataría a Nobuyasu y retendría a la familia Tokugawa como rehenes. El castillo de Hamamatsu sería obligado a rendirse y su guarnición se uniría al ejército de Takeda, dejando a Ieyasu sin otra alternativa que la de huir a Ise o Mino.

—¿Qué os parece? ¿No creéis que son buenas noticias del cielo?

Oinosuke habló orgullosamente, como si él hubiera sido el autor del plan. Los dos generales no deseaban escuchar nada más. Dejaron a Oinosuke y regresaron a sus regimientos, mirándose en silencio.

—Baba, se dice que una provincia puede caer pero que las montañas y los ríos permanecen —dijo Yamagata con profunda emoción—. Ninguno de nosotros quiere vivir para ver las montañas y ríos de una provincia en ruinas.

Baba hizo un gesto de asentimiento y replicó entristecido:

—El fin de nuestras vidas se acerca rápidamente. Lo único que podemos hacer es encontrar un buen lugar donde morir, seguir a nuestro antiguo señor y expiar el delito de ser consejeros indignos.

Las reputaciones de Baba y Yamagata como los generales más valientes de Shingen habían llegado mucho más allá de las fronteras de Kai. Ambos hombres tenían el cabello gris cuando Shingen vivía, pero después de su muerte habían encanecido rápidamente.

Las hojas en las montañas de Kai eran de un verde joven y tierno antes de que llegara el tórrido verano de aquel año, y las aguas del río Fuefuki murmuraban la canción de la vida eterna. Pero ¿cuántos soldados se preguntaban si volverían a ver de nuevo aquellas montañas?

El ejército ya no era lo que había sido en vida de Shingen. En el sonido de los estandartes que ondeaban al viento y de los pies en marcha había una nota quejumbrosa que afirmaba la incertidumbre de la vida. Pero los quince mil soldados tocaban sus tambores de guerra, desplegaban sus banderas y cruzaban la frontera de Kai, y su esplendor se reflejaba en los ojos de la gente con tanta brillantez como en la época de Shingen.

De la misma manera que el color carmesí del sol poniente era similar al sol del amanecer, adondequiera que uno mirase, ya a los pintorescos estandartes y banderas de cada regimiento, ya a la nutrida caballería protegida con armadura que avanzaba apretadamente alrededor de Katsuyori, no veía señal alguna de declive. Katsuyori tenía una confianza suprema en sí mismo e imaginaba el castillo enemigo de Okazaki ya en sus manos. Con la taracea dorada de su visera reflejándose en sus mejillas, el futuro de aquel joven general parecía brillante. Y lo cierto era que ya había obtenido victorias capaces de fomentar el espíritu de lucha de Kai, incluso después de la muerte del gran Shingen.

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