Taiko (92 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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Partieron de Kai el primer día del quinto mes y finalmente cruzaron el monte Hira desde Totomi y entraron en Mikawa. Por la noche vivaquearon en la orilla de un río.

Desde la orilla contraria dos samurais enemigos nadaron hacia ellos. Los guardianes los capturaron. Los dos hombres eran samurais de Tokugawa que habían sido expulsados de su propia provincia. Pidieron que les llevaran a presencia de Katsuyori.

—¿Qué? ¿Por qué han venido aquí en su huida?

Katsuyori sabía que eso sólo podía significar una cosa: la traición de Oga había sido descubierta.

El poderoso ejército de Katsuyori ya había entrado en Mikawa, y el dirigente se preguntaba una y otra vez si debía atacar o retirarse. Estaba muy confuso y desalentado. Su estrategia había dependido de la traición de Oga y la confusión que causaría en el castillo de Okazaki. El descubrimiento y la detención de Oga era un revés desastroso. Pero ya que había llegado hasta allí, no sería muy gallardo retroceder sin haber conseguido nada. Por otro lado, un avance imprudente sería un error. El carácter viril de Katsuyori estaba seriamente afectado por la angustia, su naturaleza obstinada sufría al recordar que, cuando el ejército salía de Kai, Baba y Yamagata le habían advertido que no hiciera nada temerario.

—Que tres mil soldados se dirijan a Nagashino —ordenó—. Yo mismo atacaré el castillo de Yoshida y ocuparé toda la zona.

Katsuyori levantó el campamento antes del alba y se puso en marcha hacia Yoshida. Falto de confianza en el éxito, prendió fuego a varias aldeas en una demostración de fuerza. No atacó el castillo de Yoshida, posiblemente porque Ieyasu y su hijo, Nobuyasu, habían eliminado por completo a los traidores y trasladado rápidamente sus tropas hasta Hajikamigahara.

Mientras que el ejército de Katsuyori, incapaz de avanzar o retirarse, sólo podía tratar de preservar su dignidad, las fuerzas de Tokugawa habían destrozado a los rebeldes y avanzado rápidamente con gran ímpetu.

—¿Somos una provincia moribunda o en ascenso?

Tal era su grito de guerra. Su número era pequeño, pero su moral era totalmente distinta de la que tenían las tropas de Katsuyori.

Las vanguardias de los dos ejércitos tuvieron pequeños choques dos o tres veces en Hajikamigahara. Pero las fuerzas de Kai tampoco actuaban a la ligera y, comprendiendo que les sería difícil igualar el espíritu marcial del enemigo, se retiraron súbitamente.

—¡A Nagashino! ¡A Nagashino! —gritaron.

Invirtieron con rapidez la dirección de su marcha, dieron la espalda a las fuerzas de Tokugawa y se alejaron como si tuvieran asuntos importantes que resolver en otra parte.

Nagashino era un antiguo campo de batalla y se decía de su castillo que era inexpugnable. En la primera mitad del siglo había sido controlado por el clan Imagawa, y más tarde el clan Takeda lo reclamó como parte de Kai. Pero entonces, en el primer año de Tensho, Ieyasu tomó posesión de él y ahora lo gobernaba Okudaira Sadamasa, del clan Tokugawa, con una guarnición de quinientos hombres.

Debido a su valor estratégico, Nagashino era el centro de toda clase de intrigas, traiciones y efusiones de sangre, incluso en tiempo de paz.

Al atardecer del octavo día del quinto mes, el ejército de Kai había sitiado a la reducida guarnición del castillo.

El castillo de Nagashino se alzaba en la confluencia de los ríos Taki y Ono, en la región montañosa de Mikawa oriental. Detrás de él, al nordeste, no había más que montañas. Su foso, que obtenía el agua de las rápidas corrientes de ambos ríos, tenía una anchura que oscilaba entre ciento ochenta y trescientos pies. El talud tenía noventa pies de altura en el punto más bajo, mientras que el más alto era un precipicio de ciento cincuenta pies. La profundidad del agua no superaba los cinco o seis pies, pero la corriente era rápida, y había algunos lugares de respetable profundidad donde el agua se alzaba espumeante o se arremolinaba en furiosos rápidos.

—¡Qué ostentación! —dijo el gobernador del castillo de Nagashino mientras examinaba la meticulosa disposición de las tropas de Katsuyori desde la torre vigía.

Más o menos desde el décimo día, Ieyasu había empezado a enviar mensajeros a Nobunaga varias veces cada jornada, informando sobre la situación en Nagashino. Cualquier emergencia para los Tokugawa se consideraba una emergencia para los Oda, y en la atmósfera del castillo de Gifu había ya una tensión desacostumbrada.

Nobunaga respondió afirmativamente pero no parecía proceder a una movilización repentina. El consejo de guerra duró dos días.

—No hay ninguna esperanza de victoria —le previno Mori Kawachi—. Movilizar al ejército sería inútil.

—¡No! ¡Eso sería dar la espalda a nuestro deber! —arguyó alguien.

Otros, entre ellos Nobumori, adoptaron una posición intermedia.

—Como dice el general Mori, es evidente que las posibilidades de victoria contra Kai son mínimas, pero si no movilizamos nuestras tropas los Tokugawa pueden acusarnos de mala fe y, si no nos andamos con cuidado, no es imposible que cambien de bando, llegando a un acuerdo con el ejército de Kai, y se vuelvan contra nosotros. Creo que lo mejor será efectuar un despliegue pasivo de las tropas.

Entonces, de entre los asistentes al consejo de guerra se alzó una voz recia:

—¡No! ¡No!

Era Hideyoshi, quien había regresado apresuradamente de Nagahama, trayendo las tropas bajo su mando.

—Supongo que el castillo de Nagashino no parece muy importante en estos momentos —siguió diciendo—, pero después de que se convierta en un asidero para una invasión de Kai, las defensas de Tokugawa serán como un dique roto, y si eso sucede es evidente que los Tokugawa no retendrán Kai durante mucho tiempo. Si ahora damos esa clase de ventaja a Kai, ¿qué seguridad tendrá nuestro castillo de Gifu? —Hablaba a gritos y su voz vibraba de emoción. Cuantos le rodeaban no podían hacer otra cosa más que mirarle—. No existe, que yo sepa, ninguna estrategia militar que defienda un despliegue pasivo de tropas una vez se han movilizado. En vez de eso, ¿no deberíamos avanzar de inmediato y confiadamente? ¿Caerán los Oda? ¿Ganarán los Takeda?

Todos los generales pensaron que Nobunaga enviaría seis o siete mil hombres, en todo caso no más de diez mil, pero al día siguiente dio la orden de efectuar los preparativos para un enorme ejército de treinta mil hombres.

Aunque Nobunaga no se había mostrado de acuerdo con Hideyoshi durante el consejo, ahora lo estaba demostrando con sus acciones. Su decisión iba en serio y él mismo se pondría al frente de sus tropas.

—Podemos considerar a estos hombres como refuerzos —dijo—, pero lo que pende de un hilo es el destino del clan Oda.

El ejército abandonó Gifu el décimo tercer día y llegó a Okazaki al día siguiente. Descansaron un solo día y, en la mañana del dieciséis de aquel mes, llegaron al frente.

Los caballos de todo el pueblo empezaron a relinchar cuando las nubes del amanecer se hicieron visibles. Los estandartes ondeaban en la brisa y la concha sonaba por todas partes. El número de soldados que partieron aquella mañana de la población fortificada de Okazaki era realmente enorme, y los habitantes de la pequeña provincia los contemplaban con un temor respetuoso. Al ver el volumen de las tropas y el equipo reunido por la poderosa provincia con la que estaban aliados, sentían una mezcla de alivio y envidia. Cuando los treinta mil soldados de Oda pasaron con sus diversas banderas, insignias y estandartes de mando, era difícil determinar el número de cuerpos en que estaban divididos.

—¡Mirad cuántas armas de fuego tienen! —exclamaba con sorpresa la gente alineada en el margen de la carretera.

Los soldados de Tokugawa no podían ocultar su envidia, pues de los treinta mil soldados de Nobunaga, cerca de diez mil eran mosqueteros y artilleros, y arrastraban enormes cañones de hierro colado. Pero lo más extraño de todo era que casi todos los soldados de infantería que no llevaban un arma de fuego al hombro estaban provistos de una estaca como las usadas para levantar una empalizada y un trozo de cuerda.

—¿Qué creéis que van a hacer con todas esas estacas? —preguntaban los espectadores.

El ejército de Tokugawa que había partido al frente aquella mañana estaba formado por menos de ocho mil hombres, y ése era el grueso del ejército. Lo único que no les faltaba era moral.

Para los Oda, aquél era un territorio ajeno, una zona a la que acudían como tropas de refuerzo, mas para los guerreros del clan Tokugawa era la tierra de sus antepasados, una tierra en la que el enemigo no debía dar un solo paso y en la que no había ningún lugar donde retirarse. Incluso los soldados de infantería tenían esa firme creencia desde que se pusieron en marcha y compartían cierto sentimiento trágico. Al comparar su equipo con el del ejército de Oda se daban cuenta de su inferioridad, de que incluso no era posible la comparación. Pero ellos no se sentían inferiores. Cuando se hubieron distanciado varias leguas del pueblo fortificado, las tropas de Tokugawa apretaron el paso. Al acercarse al pueblo de Ushikubo cambiaron de dirección, alejándose apresuradamente de las tropas de Oda y encaminándose a Shidaragahara como nubes de tormenta.

El monte Gokurakuji se alzaba frente a la planicie de Shidaragahara, y desde su cima podían divisarse las posiciones de Takeda en Tobigasu, Kiyoida y Arumigahara.

Nobunaga estableció su cuartel general en el monte Gokurakuji, mientras que Ieyasu eligió el monte Danjo. Los treinta y ocho mil soldados que Tokugawa y Oda desplegaron en esas dos montañas ya habían terminado sus preparativos para la batalla inminente.

El cielo estaba cubierto de nubes, pero no había indicios de relámpagos ni viento.

Los generales de los dos clanes se reunieron en la cima del monte Gokurakuji para celebrar una conferencia militar conjunta. En medio de la conferencia, anunciaron a Ieyasu que los exploradores acababan de regresar. Al oír esto, Nobunaga dijo:

—Llegan en buen momento. Traedlos aquí para que todos escuchemos los informes sobre los movimientos del enemigo.

Los dos exploradores presentaron sus informes de una manera bastante pomposa. El primero empezó así:

—El señor Katsuyori ha instalado su cuartel general al oeste de Arumigahara. Sus servidores y caballeros son realmente robustos. Las tropas parecen llegar a cuatro mil hombres, cuyo aspecto es de total serenidad y seguridad en sí mismos.

—Obata Nobusada y su unidad de ataque están inspeccionando la batalla desde una colina baja un poco al sur de Kiyoida —siguió diciendo el otro—. He visto que el ejército principal de unos tres mil hombres al mando de Naito Shuri está acampado desde Kiyoida a Asai. El ala izquierda, que también consta de unos tres mil, está bajo las banderas de Yamagata Masakage y Oyamada Nobushige. Finalmente, el ala derecha se encuentra a las órdenes de Anayama Baisetsu y Baba Nobufusa. Parecen impresionantes en extremo.

—¿Qué nos decís de las tropas que sitian el castillo de Nagashino? —preguntó Ieyasu.

—Unos dos mil soldados han permanecido alrededor del castillo y lo controlan. También parece haber un cuerpo de vigilancia en una colina al oeste del castillo, y es posible que cerca de un millar de soldados estén ocultos en las fortalezas alrededor de Tobigasu.

Los informes de los dos hombres fueron, en general, bastante incompletos. Pero los generales de las unidades que habían mencionado eran famosos a más no poder por su valor y ferocidad, mientras que Baba y Obata eran estrategas de reputación inmensa. Los generales de Oda y Tokugawa palidecieron al escuchar el informe que daban los exploradores sobre las posiciones del enemigo, la vehemencia de su voluntad de lucha, su serenidad y confianza en sí mismos.

Permanecieron en silencio, como hombres embargados por el temor poco antes de una batalla. De repente Sakai Tadatsugu habló alzando tanto la voz que sorprendió a cuantos le rodeaban.

—El resultado ya está claro. No hay necesidad de más discusión. ¿Cómo un enemigo en número tan escaso podría resistir a nuestro enorme ejército?

—¡Ya hemos conferenciado bastante! —convino Nobunaga, dándose una palmada en la rodilla—. Tadatsugu ha hablado admirablemente. A los ojos de un cobarde, la grulla que vuela sobre los arrozales parece un estandarte enemigo y le hace temblar de miedo. —Se echó a reír—. Me siento muy aliviado por los informes de estos dos hombres. ¡Tenemos que celebrarlo, señor Ieyasu!

La alabanza que acababa de recibir hizo que Sakai Tadatsugu se entusiasmara demasiado.

—En mi opinión, la mayor debilidad del enemigo está en Tobigasu —afirmó—. Si seguimos una ruta indirecta y golpeamos su punto débil desde la retaguardia con algunos soldados armados ligeramente, la moral de todo su ejército será presa de la confusión y nuestros hombres...

—¡Tadatsugu! —dijo severamente Nobunaga—. ¿De qué sirve semejante táctica en esta gran batalla? No seas presuntuoso. ¡Creo que será mejor que se retire todo el mundo!

Utilizando la reprimenda como excusa, Nobunaga suspendió la conferencia. El avergonzado Tadatsugu se marchó con los demás.

Sin embargo, cuando todos hubieron salido, Nobunaga se dirigió a Ieyasu.

—Perdonadme por reprender tan severamente al valiente Tadatsugu delante de los demás. Creo que su plan es excelente, pero temía que pudiera filtrarse al enemigo. ¿Le consolaréis más tarde?

—No, es evidente que Tadatsugu ha cometido una indiscreción al revelar nuestros planes, aun cuando estuviera entre aliados. Ha sido una buena lección para él. Y también yo he aprendido algo.

—Le he reprendido con tal severidad que dudo de que nuestros propios hombres esperen que utilicemos el plan. Llamad a Tadatsugu y dadle permiso para lanzar un ataque por sorpresa sobre Tobigasu.

—Estoy seguro de que está deseando oír eso.

Ieyasu llamó a Tadatsugu y le puso al corriente de los deseos de Nobunaga.

—Partiré cuando se ponga el sol, mi señor —fueron las únicas palabras de Tadatsugu.

También Nobunaga habló muy poco. Sin embargo, asignó quinientos de sus mosqueteros a Tadatsugu. El total de la fuerza comprendía más de tres mil hombres.

Abandonaron el campamento al anochecer, en la oscuridad absoluta del quinto mes. Más o menos cuando se pusieron en marcha, una cortina de blanca lluvia cruzó en diagonal la oscuridad. El aguacero les empapó mientras avanzaban en silencio.

Antes de ascender al monte Matsu, la compañía se ocultó en el recinto de un templo al pie de la montaña. Los soldados se quitaron las armaduras, dejaron atrás los caballos y se echaron al hombro el equipo que podían llevar consigo.

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