Taiko (145 page)

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Authors: Eiji Yoshikawa

BOOK: Taiko
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La caracola sonó por segunda vez y la unidad de intendencia se puso en marcha. Cuando el sol empezaba a ponerse en el oeste, Hideyoshi pidió que sacaran del castillo su escabel de campaña y ordenó que la caracola sonara por tercera vez. La noche envolvía los anchos campos y los pinares alineados a lo largo de la carretera costera. Desde el atardecer hasta bien pasada la medianoche, la tierra tembló mientras diez mil hombres formaban sus divisiones en el exterior del castillo de Himeji.

Amaneció y, una tras otra, las siluetas de los pinos a lo largo de la carretera se hicieron visibles. Por el este, el sol matinal de un rojo perfecto se alzó sobre el horizonte del mar de Harima entre las nubes del amanecer, como si instara a los hombres a ponerse en camino.

—¡Mirad! —exclamó Hideyoshi—. Tenemos un buen viento. Nuestros estandartes y pendones soplan hacia el este. Sé que el sino de un hombre es incierto. Ignoramos si viviremos para ver el amanecer de mañana, pero el cielo nos muestra el camino hacia adelante. Lancemos un potente grito de guerra que informe al cielo de nuestra partida.

***

En los diez días transcurridos desde la muerte de Nobunaga, la situación nacional había cambiado de una manera dramática. Los habitantes de Kyoto estaban inquietos desde el incidente en el templo Honno. Los dos generales principales de Nobunaga, Shibata Katsuie y Takigawa Kazumasu, estaban muy lejos. Tokugawa Ieyasu se había retirado a su provincia natal. Los compromisos de Hosokawa Fujitaka y Tsutsui Junkei no estaban claros, mientras que Niwa Nagahide se encontraba en Osaka.

El rumor de que el ejército de Hideyoshi había llegado a Amagasaki, cerca de Kyoto, se extendió como el viento la mañana del día once. Muchos no podían creerlo, y corrían otros rumores: que el señor Ieyasu avanzaba hacia el oeste, que el hijo mayor superviviente de Nobunaga, Nobuo, estaba organizando un contraataque, que los Akechi luchaban aquí o allá. El rumor más creíble era que el ejército de Hideyoshi estaba inmovilizado por los Mori en Takamatsu. Sólo quienes conocían bien a Hideyoshi no caían en ese error.

Las habilidades que Hideyoshi había mostrado en la invasión de las provincias occidentales durante los últimos cinco años habían demostrado su verdadero valor a muchos de los demás generales de Nobunaga. Entre ellos figuraban Niwa Nagahide, Nakagawa Sebei, Takayama Ukon e Ikeda Shonyu, los cuales percibían la lealtad de Hideyoshi a pesar de tan prolongadas adversidades como una entrega inquebrantable a su antiguo señor. Cuando supieron que Hideyoshi había firmado la paz con los Mori y avanzaba a toda velocidad hacia la capital, se alegraron porque sus expectativas no habían terminado en decepción. Mientras Hideyoshi avanzaba hacia el este, le enviaron mensajes urgentes, apremiándole para que se diera prisa e informándole de los últimos movimientos de las tropas de Akechi.

Cuando Hideyoshi llegó a Amagasaki, Nakagawa Sebei y Takayama Ukon, con partes de sus fuerzas, visitaron el campamento.

El samurai de guardia en la entrada no pareció demasiado complacido por la presencia de los dos generales ni se apresuró a anunciar su llegada.

—En estos momentos Su Señoría está descansando —les informó.

Los dos hombres se quedaron desconcertados. Sebei y Ukon conocían bien su valor como aliados. La fuerza militar del hombre a cuyo lado estaban se duplicaría. Además, sus castillos cercanos controlaban la entrada de Kyoto. Ciertamente esos dos castillos, que estaban casi en el centro del territorio enemigo, proporcionarían a Hideyoshi grandes ventajas estratégicas y logísticas.

Así pues, cuando llegaron al campamento de Hideyoshi daban por supuesto que les recibiría Su Señoría en persona. Todo lo que podían hacer los dos generales era esperar, y durante ese tiempo, observaron la llegada de rezagados. Continuamente llegaban y se iban mensajeros en todas direcciones. Entre ellos había un samurai a quien reconoció Nakagawa Sebei.

—¿No es ese un samurai de Hosokawa? —musitó.

Era bien sabido que la relación entre Mitsuhide y Hosokawa Fujitaka era muy estrecha. Los dos hombres eran amigos íntimos desde hacía muchos años y sus familias estaban unidas por vínculos matrimoniales.

Sebei se preguntó qué estaría haciendo allí un mensajero de los Hosokawa. Era un asunto que concernía no sólo a los dos generales que aguardaban para ver a Hideyoshi sino a toda la nación.

—Ha dicho que el señor Hideyoshi dormía, pero creo que está bien despierto —se quejó Ukon—. Se muestra bastante descortés, al margen de lo que esté haciendo.

Estaban a punto de marcharse cuando se les acercó corriendo uno de los pajes de Hideyoshi y les invitó a ir al templo que servía de cuartel general. Hideyoshi no estaba en la habitación a la que les llevaron, pero era evidente que llevaba cierto tiempo despierto, pues se oían fuertes risas procedentes de los aposentos del abad. Aquella no era la clase de recepción que los dos generales habían previsto. Habían ido allí a toda prisa para aliarse con Hideyoshi y atacar a Mitsuhide. Ukon parecía irritado y tenía una vaga expresión de amargura en el semblante. Sebei estaba malhumorado.

El opresivo verano había agravado su insatisfacción. La estación de las lluvias ya debería haber pasado, pero el aire seguía húmedo. Las nubes se movían en el cielo de un modo variable, como si reflejaran el estado de la nación. De vez en cuando el sol brillaba entre las nubes con un resplandor lo bastante intenso como para que uno se sintiera febril.

—Hace calor, Sebei —comentó Ukon.

—Sí, y no hay ni un soplo de viento.

Naturalmente, los dos hombres vestían armadura completa. Aunque las armaduras modernas eran más ligeras y flexibles, no había duda de que bajo los petos de cuero corrían riachuelos de sudor.

Sebei abrió su abanico y se refrescó. Entonces, para demostrar que su categoría no era inferior a la de Hideyoshi, Sebei y Ukon se acomodaron en los asientos reservados a los hombres de más alto rango.

En aquel momento les llegó un grito de salutación junto con la brisa. Era Hideyoshi, y en cuanto tomó asiento ante ellos, se disculpó con efusión.

—Siento de veras haber sido tan descortés. Cuando me levanté, fui al templo principal y, mientras me afeitaban la cabeza —se dio unas palmaditas en la cabeza calva— llegó un mensajero de Hosokawa Fujitaka con un despacho urgente, así que tuve que hablar con él primero y haceros esperar.

Se sentaba como de costumbre, sin hacer caso de las distinciones de rango. Los dos hombres olvidaron sus saludos formales y se quedaron mirando la cabeza recién afeitada de Hideyoshi, que reflejaba el verdor de los árboles del jardín vecino.

—Por lo menos tengo la cabeza fresca a pesar de este calor —añadió Hideyoshi con una sonrisa—. La tonsura es muy refrescante.

Un poco cohibido al parecer, Hideyoshi se restregó vigorosamente el cuero cabelludo. Cuando Sebei y Ukon vieron que Hideyoshi había llegado incluso a afeitarse la cabeza como un tributo a su antiguo señor, olvidaron su desagrado anterior y se sintieron avergonzados por su propia mezquindad.

El único problema era que cada vez que miraban a Hideyoshi sentían deseos de reír. Aunque ya nadie le llamaba Mono a la cara, su antiguo apodo y su aspecto actual provocaban cierto regocijo.

Vuestra celeridad nos ha sorprendido —empezó a decir Sebei—. No debéis de haber dormido nada desde Takamatsu hasta aquí. Nos alivia ver que gozáis de buena salud —siguió diciendo, esforzándose por contener la risa.

El tono en que les habló Hideyoshi indicaba su deseo de congraciarse con ellos.

—¿Sabéis? He apreciado mucho los informes que me habéis enviado. Gracias a ellos he podido conocer los movimientos de los Akechi y, lo que es más importante, que vosotros dos erais mis aliados.

Ni Sebei ni Ukon eran tan bobos que pudieran dejarse engatusar por los halagos. Casi ignorando la última observación de Hideyoshi, empezaron a darle consejos.

—¿Cuándo partiréis hacia Osaka? El señor Nobutaka está allí con el señor Niwa.

—Ahora no tengo tiempo para ir a Osaka. No es ahí donde se encuentra mi enemigo. Esta mañana he enviado un mensajero a Osaka.

—El señor Nobutaka es el tercer hijo del señor Nobunaga. ¿No deberíais reuniros vos con él primero?

—No le pido que venga aquí, sino que intervenga en la batalla inminente, que será el servicio fúnebre por el señor Nobunaga. Está con Niwa, por lo que no me ha parecido necesario atenerme a las formalidades. Con toda seguridad mañana llegará a nuestro campamento.

—¿Qué nos decís de Ikeda Shonyu?

—Le recibiremos también. Todavía no le he visto, pero le he enviado un mensajero con una petición de apoyo.

Hideyoshi confiaba en sus aliados. Incluso Hosokawa Fujitaka había rechazado la invitación de Mitsuhide y, en cambio, había enviado un vasallo a Hideyoshi para decirle que no uniría sus fuerzas a las de un rebelde. En tono triunfante, Hideyoshi recalcó a los dos generales que esta muestra de lealtad no era sólo la tendencia natural del mundo sino también un gran principio moral de la clase guerrera.

Finalmente, tras hablar de algunas otras cuestiones, Sebei y Ukon entregaron formalmente a Hideyoshi los rehenes que habían traído consigo como garantías de su buena fe.

Hideyoshi se rió y rechazó la oferta.

—Eso no será necesario, pues os conozco bien a los dos. Devolved estos niños a vuestros castillos en seguida.

Ese mismo día, Ikeda Shonyu, que conocía a Hideyoshi desde sus primeros días juntos en el castillo de Kiyosu, se unió a su ejército. Aquella mañana, poco antes de partir, Shonyu también se había sometido a la tonsura.

—¡Cómo! ¿También tú te has afeitado la cabeza? —dijo Hideyoshi al ver a su amigo.

—Hemos hecho lo mismo por casualidad.

—Pensamos de la misma manera.

Ni Hideyoshi ni Shonyu necesitaban decir nada más. Shonyu añadió sus cuatro mil hombres al ejército de Hideyoshi. Éste había comenzado con un ejército de unos diez mil hombres, pero con la adición de los dos mil hombres de Ukon, los dos mil quinientos de Sebei, el millar de Hachiya y el cuerpo de Ikeda, formado por cuatro mil, el ejército sumaba ahora más de veinte mil soldados.

En la primera conferencia de guerra, Sebei y Ukon se pusieron a discutir inesperadamente, sin que ninguno de ellos pareciera dispuesto a ceder.

—Es una cuestión de etiqueta samurai desde los tiempos antiguos que el señor del castillo más próximo al enemigo dirija la vanguardia —dijo Ukon—. Así pues, no hay ningún motivo por el que mis tropas no deban seguir a las de Sebei.

Sebei se negaba a dar su brazo a torcer.

—La división entre retaguardia y vanguardia no debería tener nada que ver con lo cerca o lo lejos que esté un castillo del campo de batalla. Lo que cuenta es el valor de las tropas y el comandante en jefe.

—Así pues, ¿estás diciendo que soy indigno de dirigir la vanguardia contra el enemigo?

—No sé qué harás tú, pero yo estoy seguro de que no voy a ceder ante nadie. No vacilaré ante nadie en mi deseo de dirigir la vanguardia en esta batalla. Soy yo, Nakagawa Sebei, quien debe recibir la orden.

Sebei presionó a Hideyoshi para que le concediera el honor, pero Ukon también hizo una reverencia y le miró con la esperanza de recibir la orden. Hideyoshi, sentado en su escabel de campaña, tomó la decisión con el porte de un comandante en jefe.

—Ambos habéis hablado bien, por lo que es razonable que Sebei se ponga al frente de una línea de la primera formación de batalla y Ukon de la otra. Espero que los dos realicéis hazañas dignas de vuestras palabras.

Durante todo el consejo llegaron exploradores para dar sus informes.

—El señor Mitsuhide se ha retirado de Horagamine y ha concentrado su fuerza en la zona alrededor de Yamazaki y Enmyoji. También parecía retroceder hacia el castillo de Sakamoto, pero esta mañana ha empezado a demostrar de súbito una clara disposición ofensiva, y una división de su ejército marcha hacia el castillo de Shoryuji.

Al recibir este informe, una expresión tensa apareció bruscamente en los rostros de los generales. La distancia entre su campamento en Amagasaki y Yamazaki era muy corta y ya percibían la presencia del enemigo en aquella zona.

En Sebei y Ukon había recaído la responsabilidad de dirigir la vanguardia.

—¿No deberíamos avanzar hacia Yamazaki en seguida? —preguntó.

Hideyoshi, impasible ante la agitación de los hombres y la presión del momento, respondió con extrema prudencia.

—Creo que deberíamos esperar aquí un día más la llegada del señor Nobutaka. Es evidente que durante la noche entera y la mitad de una jornada que aguardemos, esta gran oportunidad irá alejándose a cada momento, pero quisiera que uno de los hijos de nuestro difunto señor participe en la batalla. No quiero poner al señor Nobutaka en una situación que lamentaría durante el resto de su vida, que le incapacitaría para enfrentarse al mundo.

—Pero ¿y si entretanto el enemigo es capaz de conseguir una posición ventajosa?

—Por supuesto, incluso la espera del señor Nobutaka tiene sus límites. Mañana tendremos que partir hacia Yamazaki, pase lo que pase. Una vez todo el ejército se haya reunido en Yamazaki, estaremos en contacto de nuevo, por lo que vosotros dos deberéis precedernos y avanzar de inmediato.

Sebei y Ukon salieron. El orden de partida de la vanguardia era como sigue: primero, el cuerpo de Takayama, a continuación, el cuerpo de Nakagawa y, en tercer lugar, el cuerpo de Ikeda.

En cuanto salieron de Tonda, los dos mil hombres que formaban el cuerpo de Takayama avanzaron precipitadamente como si ya hubieran visto al ejército enemigo. Al contemplar el polvo que levantaban sus caballos, Sebei y todo el mundo en el segundo cuerpo se preguntaron si las fuerzas de Akechi ya habrían llegado a Yamazaki.

«Van demasiado rápido incluso para eso», pensó alguno con suspicacia.

En cuanto entraron en el pueblo de Yamazaki, los hombres de Ukon cerraron todos los portales de acceso e incluso interceptaron a los viajeros en los caminos secundarios de la zona.

El cuerpo de Nakagawa que llegó más tarde se encontró, naturalmente, con esos bloqueos y comprendió de repente el motivo de la prisa de Ukon: no soportaba estar en la segunda línea de ataque. Sebei abandonó aquella posición estratégica y partió de inmediato hacia una colina llamada Tennozan.

Finalmente, aquella noche Hideyoshi acuarteló sus tropas en Tonda, pero al día siguiente recibió finalmente el informe de que Nobutaka y Niwa habían llegado al río Yodo.

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