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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras

Tarzán el terrible (22 page)

BOOK: Tarzán el terrible
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Cada vez estaba más cerca, y ahora era audible incluso la respiración de la bestia. Atraída evidentemente por el ruido del descenso de Tarzán a este refugio cavernoso, se acercaba para investigar. Tarzán no veía nada pero sabía que no se encontraba muy lejos, y entonces se oyó, reverberando en aquellos lóbregos corredores, el grito enloquecido del
gryf
.

Consciente de la mala visibilidad de la bestia, y acostumbrados sus propios ojos a la oscuridad de la caverna, el hombre-mono procuró eludir la enfurecida embestida que bien sabía que ningún ser vivo podía resistir. Tampoco se atrevió a arriesgarse a experimentar con este extraño
gryf
con la táctica del tor-o-don que le había resultado tan eficaz en la otra ocasión en que su vida y libertad se hallaban en juego. En muchos aspectos la situación era diferente. En la ocasión anterior, a plena luz del día, pudo acercarse al
gryf
en condiciones normales, en su estado natural, y el propio
gryf
era un ejemplar al que había visto sometido a la autoridad del hombre, o al menos de una criatura como humana; pero aquí se enfrentaba a una bestia encerrada en pleno ataque furioso, y él tenía todas las razones del mundo para sospechar que este
gryf
jamás podría sentir la influencia limitadora de la autoridad, confinado como estaba en aquel lóbrego pozo para servir probablemente al único propósito que Tarzán ya había visto retratado de un modo tan gráfico en su propia experiencia de los últimos momentos.

Eludir a la criatura, entonces, con la posibilidad de descubrir alguna vía de escape le parecía al hombre-mono lo más sensato. Había demasiado en juego para arriesgarse a un encuentro que evitarse, un encuentro cuyo resultado sellaría con toda seguridad el destino de la compañera que acababa de encontrar, sólo para perderla de nuevo de un modo tan horroroso. No obstante su gran decepción y tristeza y lo desesperada que parecía su situación, en las venas del salvaje señor corrió un cálido vislumbre de agradecimiento y alegría. ¡Ella estaba viva! Después de todos aquellos tristes meses de desesperanza y temor la había encontrado. ¡Ella vivía!

Hacia el lado opuesto de la cámara, silencioso como el fantasma de un alma descarnada, la veloz criatura de la jungla se apartó del camino del titan atacante que, guiado en la semioscuridad por su agudo oído, embistió el lugar donde se produjo la ruidosa entrada de Tarzán. El hombre-mono se apresuraba por la pared opuesta. Ahora apareció ante él la negra abertura del corredor del que la bestia había emergido. Sin vacilar, Tarzán se metió en ella. Incluso allí sus ojos, acostumbrados a la oscuridad que a usted o a mí nos habría parecido total, veía el suelo y las paredes dentro de un radio de unos metros, lo suficiente al menos para evitar que tropezase con cualquier abismo insospechado o que chocara contra sólida roca al dar la vuelta a un recodo.

El corredor era ancho y elevado, tal como debía ser para alojar las colosales proporciones de la criatura, y a Tarzán no le resultó difícil moverse con razonable velocidad por su sinuoso camino. Era consciente, mientras avanzaba, de que la tendencia del pasadizo era hacia abajo, no una pendiente muy pronunciada, pero parecía interminable, y Tarzán se preguntó a qué distante guarida subterránea conduciría. Tenía la vaga sensación de que quizá, después de todo, sería mejor quedarse en la cámara más grande y arriesgarlo todo en la oportunidad de dominar al
gryf
donde al menos había espacio y luz suficientes para tener alguna posibilidad de éxito. Ser sorprendido en los estrechos confines del oscuro corredor, donde estaba seguro que el
gryf
no podía verle, significaría casi la muerte segura; y oyó a la bestia aproximarse por detrás. Su atronadores rugidos casi estremecían el risco en el que estaban excavadas las cámaras cavernosas. Detener y recibir el impacto de esta monstruosa encarnación de la furia con un inútil
¡whee-oo!
le parecía a Tarzán la mayor de las locuras, y por eso siguió por el corredor, apretando el paso pues se daba cuenta de que el
gryf
le estaba atrapando.

Entonces la oscuridad disminuyó y en la última vuelta del pasadizo vio ante él una zona iluminada por la luna. Con renovada esperanza siguió adelante y salió de la boca del corredor para hallarse en un gran recinto circular cuyas altas paredes blancas se elevaban a gran altura a cada lado, unas lisas paredes perpendiculares en la cara del risco en la que no había el menor punto donde agarrarse. A su izquierda había una charca de agua, uno de cuyos lados chocaba contra el pie de la pared en este punto. Debía de ser el lugar donde el
gryf
se bañaba y bebía.

Y ahora la criatura emergió del corredor y Tarzán retrocedió hasta el borde de la charca para hacerle frente. No había ningún palo con el que hacer valer la autoridad de su voz; sin embargo se preparó para resistir, pues parecía que no podía hacer otra cosa. Justo en la entrada al corredor el
gryf
se detuvo, volviendo sus débiles ojos en todas direcciones como si buscara a su presa. Éste parecía el momento psicológico ideal para su intento, y alzando la voz con tono imperioso el hombre-mono pronunció el extraño
whee-oo!
de los tor-o-don. Su efecto sobre el
gryf
fue instantáneo y completo; con un terrible rugido bajó sus tres cuernos y embistió como un loco en la dirección del sonido.

Ni a derecha ni a izquierda había vía de escape posible, pues detrás de él estaban las plácidas aguas de la charca, mientras que por delante se precipitaba hacia él la aniquilación. El poderoso cuerpo ya parecía cernirse sobre él cuando el hombre-mono se volvió y se zambulló en las oscuras aguas.

La esperanza había muerto en su corazón. Luchando por vivir durante horribles meses de prisión, peligro y penalidades, el fuego de su esperanza había vacilado y brillado sólo para hundirse después, y ahora se había extinguido por completo dejando sólo brasas frías, carbonizadas, que Jane Clayton sabía nunca volverían a ser reavivadas. Su confianza había desparecido cuando se enfrentó a Lu-don, el sumo sacerdote, en su prisión del templo del
Gryf
en A-lur. Ni el tiempo ni las penalidades habían dejado sus huellas en su belleza física: los contornos de su forma perfecta, la gloria de su radiante encanto los había desafiado, sin embargo a estos mismos atributos debía el peligro con que ahora se enfrentaba, pues Lu-don la deseaba. Estuvo a salvo de los sacerdotes inferiores, pero no de Lu-don, pues Lu-don no era como ellos, ya que el cargo de sumo sacerdote de Pal-ul-don era hereditario.

Ko-tan, el rey, la deseaba, y lo único que hasta entonces la había salvado de uno u otro era el miedo que se tenían mutuamente, pero al fin Lu-don había dejado a un lado la discreción y había acudido en las silenciosas velas nocturnas a reclamarla. Ella le había rechazado con arrogancia, tratando de ganar tiempo, aunque qué tiempo podría ofrecerle alivio o renovadas esperanzas ella no lo sabía ni tenía la más remota idea. Una expresión de lujuria brillaba en el cruel semblante del sumo sacerdote cuando cruzó la habitación hacia ella para agarrarla. Ella no se acobardó sino que permaneció en pie muy erguida, la barbilla levantada, su mirada franca cargada del odio y desprecio que sentía por él. Él interpretó la expresión de su rostro y, aunque le enojó, no hizo sino aumentar su deseo de poseerla. Era ciertamente una reina, quizás una diosa; compañera adecuada para el sumo sacerdote.

—¡No lo harás! —exclamó la mujer cuando él hizo ademán de tocarla—. Uno de los dos morirá antes de que se cumplan tus deseos.

Ahora se hallaba junto a ella. Su risa le hirió en los oídos.

—El amor no mata —replicó él burlándose.

Fue a cogerle el brazo y en el mismo instante algo golpeó los barrotes de una de las ventanas, haciéndolos caer con estrépito al suelo, seguidos casi simultáneamente por una figura humana que se zambulló de cabeza en la habitación, envuelta su cabeza en las colgaduras de piel de la ventana que se llevó por delante en su impetuosa irrupción.

Jane Clayton vio sorpresa y algo de terror en el semblante del sumo sacerdote, y luego le vio dar un salto y tirar de una correa de cuero que colgaba del techo del aposento. Al instante cayó de arriba una partición astutamente oculta que se interpuso entre ellos y el intruso, que le impedía verles y al mismo tiempo le obligaba a andar a tientas en la oscuridad hacia el lado opuesto, ya que el único fanal que contenía la habitación se hallaba en el lado de la partición donde se encontraban ellos.

Jane oyó débilmente, desde detrás de la pared, una voz que gritaba, pero quién era y cuáles eran sus palabras no pudo distinguirlo. Luego vio que Lu-don tiraba de otra correa y esperaba con evidente expectación a que ocurriera algo. No tuvo que esperar mucho. Jane vio que la correa se movía, como si tiraran de ella desde arriba, y entonces Lu-don sonrió y con otra señal puso en movimiento la maquinaria que volvió a levantar la partición hasta el techo.

El sumo sacerdote avanzó hacia esa parte de la estancia que la partición había dejado separada de ellos, se arrodilló y abrió hacia abajo una parte del suelo, lo que reveló la oscura boca de un pozo. Riendo con estruendo gritó al interior del agujero:

—¡Regresa a tu padre, oh Dor-ul-Otho!

El sumo sacerdote cerró el pestillo que impedía que la trampilla se abriera bajo los pies del incauto hasta el momento en que Lu-don elegía y se puso de nuevo en pie.

—¡Bueno, Hermosa! —exclamó, y añadió—: ¡Ja-don!, ¿qué haces aquí?

Jane Clayton se volvió para seguir la dirección de los ojos de Lu-don y vio, enmarcada en el umbral del acceso al aposento, la potente figura de un guerrero, cuyas facciones reflejaban una expresión de dura y severa autoridad.

—Vengo de parte de Ko-tan, el rey —respondió Ja-don—, para llevar a la hermosa extranjera al Jardín Prohibido.

—¿El rey desafía al sumo sacerdote de Jad-ben-Otho? —preguntó Lu-don.

—Es la orden del rey; he dicho —espetó Ja-don, en cuya actitud no había muestras ni de temor ni de respeto por el sacerdote.

Lu-don sabía bien por qué el rey había elegido a este mensajero cuya herejía era conocida de todos, pero cuyo poder le había protegido hasta entonces de las maquinaciones del sacerdote. Lu-don echó una mirada de reojo a las correas que colgaban del techo. ¿Por qué no? ¡Si lograra que Ja-don se pusiera en el otro lado de la cámara!

—Ven —dijo en tono conciliador—, hablemos del asunto —y se dirigió hacia el lugar adonde quería que Ja-don le siguiera.

—No hay nada de que hablar —replicó Ja-don, pero siguió al sacerdote, temiendo la traición.

Jane les observaba. En el rostro y la figura del guerrero vio reflejados esos rasgos admirables del valor y el honor que la profesión de las armas desarrolla mejor. En el hipócrita sacerdote no había ninguna cualidad redentora. Prefería al guerrero. Mientras él estuviera allí tendría una posibilidad; con Lu-don, ninguna. Incluso el proceso mismo de cambio de una prisión a otra podría ofrecer alguna posibilidad de huida. Ella sopesó todas estas cosas y se decidió, pues la rápida mirada de Lu-don a las correas no le había pasado inadvertida ni la había interpretado erróneamente.

—Guerrero —dijo, dirigiéndose a Ja-don—, si quieres vivir no entres en esa parte de la habitación. —Lu-don le echó una mirada llena de enojo.— ¡Cállate, esclava! —exclamó él.

—¿Y dónde está el peligro? —preguntó Ja-don a Jane, sin hacer caso de Lu-don.

La mujer señaló las correas.

—Mira —dijo, y antes de que el sumo sacerdote pudiera evitarlo, ella había cogido la que controlaba la partición que bajaba y separó a Lu-don del guerrero y de ella misma.

Ja-don la miró con aire interrogador.

—Me habría engañado limpiamente de no ser por ti —dijo—; me habría dejado ahí prisionero mientras te llevaba en secreto a otra parte de este laberinto del templo.

—Habría hecho algo más —declaró Jane, mientras tiraba de la otra correa—. Esto abre una trampilla que hay en el suelo detrás de la partición. Cuando lo hubieras pisado te habrías precipitado a un pozo bajo el templo. Lu-don me ha amenazado a menudo con este destino. No sé si dice la verdad, pero dice que allí está encarcelado un demonio del templo… un enorme
gryf
.

—Hay un grujen el templo —dijo Ja-don—. Entre él y los sacrificios, los sacerdotes nos mantienen ocupados suministrándoles prisioneros, aunque las víctimas a veces son aquellos de entre nuestra gente por los que Lu-don siente odio. Hace tiempo que tiene los ojos puestos en mí. Ésta habría sido su oportunidad de no haber sido por ti. Dime, mujer, por qué me has avisado. ¿No somos todos tus carceleros y tus enemigos?

—Nadie podría ser más horrible que Lu-don —respondió ella—, y tú pareces un guerrero valiente y honorable. No podría esperar, pues ya no tengo esperanza, y sin embargo existe la posibilidad de que entre tantos hombres luchadores, aunque sean de otra raza, haya uno que conceda un trato honorable a un extranjero que estuviera entre ellos… aunque fuera una mujer.

Ja-don la miró un largo minuto.

—Ko-tan te haría su reina —dijo—. Me lo dijo él mismo, y seguramente recibirías un trato honorable de quien podría hacerte una esclava.

—¿Por qué, entonces, me haría reina?

Ja-don se acercó a ella como si tuviera miedo de que alguien le oyera.

—Él cree, aunque no me lo ha dicho, que eres de la raza de los dioses. ¿Y por qué no? Jad-ben-Otho no tiene cola, por lo tanto no es extraño que Ko-tan sospeche que sólo los dioses son así. Su reina murió dejándole una sola hija. Anhela tener un hijo varón y ¿qué más deseable que hallar una línea de gobernantes de Pal-ul-don que descendieran de los dioses?

—Pero yo ya estoy casada —le replicó Jane—. No puedo casarme con otro. No le quiero a él ni a su trono.

—Ko-tan es rey —replicó Ja-don simplemente, como si eso lo explicara y simplificara todo.

—Entonces, ¿no me salvarás?

—Si estuvieras en Ja-lur —respondió él—, tal vez te protegería, incluso contra el rey.

—¿Qué es y dónde está Ja-lur? —preguntó ella, agarrándose a cualquier cosa.

—Es la ciudad donde yo gobierno —respondió él—. Soy jefe de allí y de todo el valle que se extiende más allá.

—¿Dónde está? —insistió ella—. ¿Está lejos?

—No —respondió el hombre, sonriendo—, no está lejos, pero no pienses en ello… jamás llegarías. Hay demasiada gente que te perseguiría, y te capturarían. Sin embargo, si deseas saberlo, está situada junto al río que desemboca en el Jad-ben-lul cuyas aguas besan los valles de A-lur, en el horcajo occidental con agua en tres lados. Incomparable ciudad de Pal-ul-don… única entre todas las ciudades en la que jamás ha entrado un enemigo desde que fue construida, cuando Jad-ben-Otho era un muchacho.

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