La esperó en silencio a que la chica hablara.
LA FLECHA MORTAL
C
UANDO el enorme gorila hubo entrado en el recinto, los guerreros cerraron la puerta y se apartaron respetuosamente mientras la bestia avanzaba hacia el centro de la aldea, donde se paró un momento y miró alrededor.
—¿Dónde están las hembras y los jóvenes? —preguntó conciso—. Llamadles.
Las mujeres y los niños tuvieron que oír la orden, pero no salieron de sus escondrijos. Los guerreros se mostraron inquietos, evidentemente divididos entre el miedo a la criatura que había emitido la orden y la desgana a cumplir sus órdenes.
—Llamadles —repitió— o id a buscarlos.
Al fin uno de los guerreros reunió valor para dirigirse a él.
—Esta aldea ya ha proporcionado una mujer en esta luna —dijo—. Le toca a otra aldea.
—¡Silencio! —rugió el hombre gorila, avanzando amenazadoramente hacia él—. Eres un gomangani imprudente, para amenazar la voluntad de un bolgani; yo hablo con la voz de Numa, el emperador: obedeced o moriréis.
Temblando, el negro se volvió y llamó a las mujeres y a los niños, pero nadie respondió a su llamada. El bolgani hizo gestos de impaciencia.
—Id a buscarles —exigió.
Y los negros, muertos de miedo, cruzaron malhumorados el recinto hacia los escondrijos de sus mujeres e hijos. Después volvieron, arrastrándolos por los brazos, pero en general por el pelo. Aunque habían dado la impresión de ser reacios a entregarlos, no mostraban amabilidad de ninguna clase hacia ellos ni daban muestras de afecto alguno. Su actitud hacia ellos, sin embargo, quedó explicada a Tarzán por las siguientes palabras del guerrero que había hablado antes.
—Gran bolgani —dijo, dirigiéndose al hombre gorila—, si Numa siempre se las lleva de esta aldea, pronto no habrá suficientes mujeres para los guerreros de aquí, y habrá pocos niños, y dentro de poco no quedará nadie.
—¿Y qué? —gruñó el hombre gorila—. Ya hay demasiados gomangani en el mundo. ¿Para qué otro fm fuisteis creados además de para servir a Numa, el emperador, y a su pueblo elegido, los bolgani?
Mientras hablaba examinaba a las mujeres y los niños, pellizcando su carne y dándoles golpes en el pecho y la espalda. Después volvió a una mujer relativamente joven que llevaba a un niño pequeño sentado a horcajadas en la cadera.
—Ésta servirá —dijo; arrebató el niño a su madre y lo arrojó brutalmente al otro lado del recinto, donde se quedó en el suelo con la cara pegada a la empalizada, gimiendo lastimosamente y acaso herido y moribundo. La pobre y estúpida madre, al parecer más bestia que humana, se quedó unos instantes temblando con boba angustia, y después se precipitó hacia su hijo. Pero el hombre gorila la agarró con una de sus grandes manos y la tiró al suelo. Al mismo tiempo, surgió del silencioso follaje por encima de ellos el fiero y terrible grito retador del simio macho. Aterrorizados, los simples negros miraron asustados hacia arriba, mientras el hombre gorila alzaba su espantosa cara con ira hacia el autor del bestial grito.
Contemplaron a una criatura, que se balanceaba en una rama hojosa, que no se parecía a nada de lo que cualquiera de ellos jamás hubiera visto: un hombre blanco, un tarmangani, con una piel lampiña como el cuerpo de Histah, la serpiente. En el instante en que miraron, vieron la mano de la lanza del extraño abalanzarse hacia adelante, y la punta, a la velocidad del pensamiento, se clavó en el pecho del bolgani. Lanzando un solo grito de rabia y dolor, el hombre gorila se desplomó al suelo, donde forcejeó espasmódicamente unos instantes y se quedó inmóvil, muerto.
El hombre-mono no tenía una gran estima por los gomangani como raza, pero en su cerebro y corazón ingleses residía el espíritu del juego limpio, que le incitaba a unirse espontáneamente a la causa del débil: Por otra parte, el bolgani era su enemigo declarado. Su primera pelea había sido con Bolgani, y éste había sido su primera víctima.
Los pobres negros aún estaban inmóviles, estupefactos de asombro cuando Tarzán se dejó caer del árbol al suelo entre ellos. Retrocedieron aterrados, y al mismo tiempo levantaron su lanza amenazándole.
—Soy amigo —dijo—. Soy Tarzán de los Monos. Bajad las lanzas. —Y entonces se volvió y retiró su propia lanza del cuerpo del bolgani. ¿Quién es esta criatura que puede entrar en vuestra aldea y matar a vuestros cachorros y robar vuestras hembras? ¿Quién es para que no os atreváis a atravesarlo con vuestras lanzas?
—Es uno de los grandes bolgani —dijo el guerrero, que al parecer era el portavoz y el caudillo de la aldea—. Es un miembro del pueblo elegido de Numa, el emperador, y cuando Numa se entere de que le han matado en nuestra aldea moriremos todos por lo que tú has hecho.
—¿Quién es Numa? —preguntó el hombre-mono, para quien este nombre, en el lenguaje de los grandes simios, sólo significaba león.
—Numa es el emperador —respondió el negro—, que vive con los bolgani en el Palacio de Diamantes.
No se expresó sólo con estas palabras, pues el escaso lenguaje de los grandes simios, aunque ampliado por la inteligencia superior y mayor desarrollo de los oparianos, es primitivo en extremo. Lo que dijo en realidad fue más o menos: «Numa, el rey de reyes, que vive en la cabaña del rey de piedras que relucen», lo que causó en la mente del hombre-mono la fiel impresión del hecho. Numa, evidentemente, era el nombre que había adoptado el rey de los bolgani y el título de emperador no indicaba más que su preeminencia entre los jefes.
En cuanto el bolgani cayó, la afligida madre se precipitó hacia su hijo herido y lo cogió en brazos. Se acuclilló junto a la empalizada, lo apretó contra su pecho y lo meció suavemente para calmar su llanto, que era más consecuencia del susto que del daño sufrido, según Tarzán descubrió. Al principio la madre se asustó cuando él intentó examinar al niño, se apartó y enseñó los dientes como una bestia salvaje. Pero después, al parecer, le llegó a su gris cerebro la comprensión de que aquella criatura la había salvado del bolgani y le había permitido recuperar a su hijo y que no hacía nada para dañarles a ninguno de ellos. Convencido al fin de que el niño sólo estaba magullado, Tarzán se volvió hacia los guerreros, que hablaban formando un pequeño grupo excitado a unos pasos de distancia. Cuando lo vieron aproximarse, formaron un semicírculo y le hicieron frente.
—Los bolgani nos matarán a todos —dijeron— cuando se enteren de lo que ha ocurrido en nuestra aldea, a menos que podamos llevarles a la criatura que arrojó la lanza. Así que, tarmangani, irás con nosotros al Palacio de Diamantes y allí te entregaremos a los bolgani y quizá Numa nos perdone.
El hombre-mono sonrió. Qué clase de criatura creían aquellos simples negros que era él, pensar que permitiría que le condujeran a las manos vengadoras de Numa, el emperador de los bolgani. Aunque era plenamente consciente del riesgo que había corrido al entrar en la aldea, sabía también que como era Tarzán de los Monos existían más probabilidades de que pudiera escapar que de que pudieran retenerle. Había hecho frente a otros lanceros salvajes en anteriores ocasiones y sabía exactamente qué cabía esperar en el caso de que se produjeran hostilidades. Sin embargo, prefería estar en paz con aquella gente, pues quería encontrar algún medio de interrogarles desde que descubriera su aldea oculta en aquella selva salvaje.
—Esperad —dijo, por tanto—, ¿traicionaríais a un amigo que entra en vuestra aldea para protegeros de un enemigo?
—No te mataremos, tarmangani. Te llevaremos a los bolgani para Numa, el emperador.
—Pero esto sería casi lo mismo —replicó Tarzán—, pues sabéis que Numa, el emperador, me ordenará matar.
—Eso no podemos evitarlo —dijo el portavoz—. Si pudiéramos salvarte lo haríamos, pero cuando los bolgani descubran lo que ha ocurrido en nuestra aldea, seremos nosotros quienes debamos sufrir, a menos, quizá, que se contenten con castigarte a ti.
—Pero ¿por qué tienen que saber que el bolgani ha muerto en vuestra aldea? —preguntó Tarzán.
—¿No verán su cuerpo la próxima vez que vengan? —preguntó el portavoz.
—No, si lo retiráis —respondió Tarzán.
Los negros se rascaron la cabeza. En su mente obtusa e ignorante no había penetrado semejante solución a su problema. Lo que el extranjero decía era cierto. Nadie más que ellos y él sabían que Bolgani había muerto en el interior de su empalizada. Retirar el cuerpo, por tanto, significaría eliminar toda sospecha de la aldea. Pero ¿adónde iban a llevarlo? Plantearon la cuestión a Tarzán.
—Yo me ocuparé de ello —respondió el tarmangani—. Responded a mis preguntas con la verdad y os prometo que me lo llevaré y lo eliminaré de tal manera que nadie sabrá cómo murió o dónde ocurrió.
—¿Cuáles son tus preguntas? —preguntó el portavoz.
—Soy extranjero en vuestra región. Aquí me hallo perdido —respondió el hombre-mono—. Y querría encontrar una manera de salir del valle en aquella dirección —dijo señalando hacia el sureste.
El negro hizo gestos de negación con la cabeza.
—Tal vez haya una manera de salir del valle en aquella dirección —dijo—, pero lo que hay más allá ningún hombre lo sabe, ni yo sé si hay una manera de salir o si hay algo detrás. Se dice que tras la montaña todo es fuego y nadie se atreve a ir a ver. En cuanto a mí, nunca me he alejado de mi aldea; como mucho, sólo a un día de marcha para cazar animales para los bolgani y para recoger frutos y nueces para ellos. Si hay una salida no la conozco, ni ningún hombre se atrevería a tomarla si existiera.
—¿Nunca sale nadie del valle? —preguntó Tarzán.
—No sé lo que otros hacen —respondió el portavoz—, pero los de esta aldea nunca salen del valle.
—¿Qué hay en aquella dirección? —preguntó Tarzán, señalando hacia Opar.
—No lo sé —respondió el negro—, sólo sé que a veces los bolgani vienen de allí y traen con ellos extrañas criaturas; pequeños hombres de piel blanca y mucho pelo, con las piernas cortas y curvadas y largos brazos y, a veces, hembras blancas, que no se parecen en nada al pequeño tarmangani extraño. Pero de dónde los sacan no lo sé, ni nos lo dicen nunca. ¿Éstas son todas las preguntas que deseas formular?
—Sí, eso es todo —respondió Tarzán, viendo que no podría obtener más información de aquellos ignorantes.
Al darse cuenta de que tendría que encontrar él mismo la manera de salir del valle, y como sabía que podría hacerlo mucho más deprisa y con mayor seguridad si iba solo, decidió hablar a los negros en relación a un plan que se le había ocurrido.
—¿Si me llevo al bolgani, para que los otros no sepan que murió en vuestra aldea, me trataréis como a un amigo? —preguntó.
—Sí —respondió el portavoz.
—Entonces —dijo Tarzán—, ¿guardaréis para mí a mi hembra blanca hasta que regrese a vuestra aldea? Podéis esconderla en una de vuestras chozas si viene un bolgani, y nadie tiene que saber jamás que está entre vosotros. ¿Qué decís?
Los negros miraron alrededor.
—No la vemos —dijo el portavoz—. ¿Dónde está?
—Si me prometéis protegerla y esconderla, os la traeré aquí —respondió el hombre-mono.
—Yo no le haré daño —dijo el cabecilla—, pero los demás no sé.
Tarzán se volvió hacia los otros, que se habían agrupado en torno a ellos y escuchaban.
—Traeré a mi compañera a vuestra aldea —dijo— y vais a esconderla, alimentarla y protegerla hasta que yo regrese. Me llevaré el cuerpo del bolgani, para que ninguna sospecha recaiga en vosotros, y cuando yo vuelva, espero encontrar a mi compañera sana y salva.
Le había parecido mejor describir a La como su compañera, ya que así ellos comprenderían que se hallaba bajo la protección de Tarzán, y si sentían gratitud o miedo hacia él, La estaría más a salvo. Tarzán alzó el rostro hacia el árbol donde estaba escondida y la llamó para que descendiera, y unos instantes después ella bajó a las ramas inferiores de uno de los árboles del recinto y se dejó caer en los brazos de Tarzán.
—Ésta es —dijo a los negros—, protegedla bien y escondedla de los bolgani. Si, a mi regreso, descubro que ha sufrido algún daño, iré a decir a los bolgani que vosotros hicisteis esto —y señaló el cuerpo del hombre gorila.
La se volvió hacia él con cara de espanto.
—No me dejarás aquí, ¿verdad? —preguntó.
—Sólo temporalmente —respondió Tarzán—. Esta pobre gente siente miedo de que si se sabe que la muerte de esta criatura se ha producido en su aldea sufrirán la ira de sus congéneres, y por esto les he prometido que me llevaría el cuerpo y dirigiría las sospechas hacia otra parte. Si están lo bastante arriba en la escala de la evolución para albergar sentimientos de gratitud, lo cual dudo, se sentirán obligados conmigo por haber matado a esta bestia, así como por impedir que las sospechas recaigan en ellos. Por estos motivos deberían protegerte, pero para estar doblemente seguro he apelado también a su miedo a los bolgani, un sentimiento que sé que albergan. Estoy convencido de que aquí estarás tan segura como conmigo hasta que regrese, de lo contrario no te dejaría. Pero solo puedo viajar mucho más deprisa y mientras esté fuera tengo intención de encontrar una manera de salir de este valle; entonces regresaré a por ti y juntos podremos escapar fácilmente, o al menos con mayor seguridad de éxito que si exploráramos juntos.
—¿Volverás? —preguntó ella con la voz velada por el temor, el anhelo y la súplica.