Tentación (21 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Tentación
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Invoco a Hécate, la reina del inframundo, de la hechicería y de la más oscura de las lunas.

Por favor, enmienda este encantamiento, rompe este vínculo y extingue el fuego negro que me estrangula.

Oh, gran patrona de las hechiceras, madre amada, doncella y bruja
.

Este es mi deseo, mi anhelo y mi voluntad.

¡Haz que se cumpla!

Suelto una exclamación de asombro cuando una ráfaga de viento atraviesa la cueva y oigo el aplauso de los truenos sobre mi cabeza, que causa una vibración tan potente que tira al suelo la pila de sillas y hace que la tierra se estremezca. Provoca un seísmo rítmico, un latido originado en algún lugar de las profundidades que crece y se intensifica, que se vuelve más violento a medida que aumenta su radio de acción. Algunas capas de roca se desprenden de las paredes y caen a mi alrededor.

Todo se desmorona y se desintegra hasta que no queda nada salvo el suelo en el que estoy arrodillada, una montaña de escombros y la vastedad del cielo nocturno.

La tierra, todavía sin estabilizar, sigue sacudiéndose a mi alrededor cuando me pongo en pie para dar las gracias. Avanzo entre el humo y las ruinas mientras me paso los dedos por el cabello, denso y brillante, y hago aparecer la ropa con tanta rapidez y facilidad que no me cabe la menor duda de que se ha cumplido mi voluntad.

Capítulo veintidós

—¿H
emos llegado ya?

Mis dedos rozan la tela suave y sedosa que Damen ha utilizado para cubrirme los ojos. Una formalidad absurda, ya que ambos sabemos que no necesito los ojos para ver. Aun así, está tan empeñado en guardar el secreto que ha decidido cubrir todos los ángulos, tanto si es necesario como si no.

Se echa a reír, un sonido tan melódico que hace volar mi corazón. Cuando toma mi mano y enlaza sus dedos con los míos, el hecho de «casi» sentir su palma me provoca el más cálido y delicioso hormigueo… una sensación que jamás volveré a olvidar, en especial después de saber lo que es perderla por completo.

—¿Preparada? —pregunta mientras se coloca detrás de mí para desatarme el nudo. Retira la venda y se toma un momento para alisarme el pelo antes de hacerme girar y añadir—: ¡Feliz cumpleaños!

Sonrío… sonrío incluso antes de abrir los ojos. Tengo la certeza de que, sea lo que sea, será genial.

Y en el instante en que lo veo, ahogo una exclamación, abro la boca y me llevo la mano al cuello, ante una escena que de tan maravillosa no parece posible… ni siquiera en Summerland.

—¿Cuándo hiciste esto? —le pregunto mientras me esfuerzo por verlo todo. Contemplo una utopía exquisita, un prado interminable de tulipanes rojos con un magnífico cenador en la parte central—. ¿Seguro que no acabas de crear todo esto ahora mismo?

Damen se encoge de hombros y recorre mi rostro con la mirada cálidamente.

—Hace tiempo que lo tenía planeado, y aunque el cenador no es del todo cosa mía, lo cierto es que le cambié bastantes cosas. Los tulipanes son un toque extra que añadí para ti. —Me mira y me acerca a él antes de decir—: Lo único que deseaba era que volvieras a estar bien para poder disfrutarlo juntos… solos los dos, ya me entiendes.

Asiento con la cabeza. Su mirada cariñosa y agradecida hace que me sienta inexplicablemente tímida, y que se me ruboricen las mejillas.

—¿Solo nosotros? —Inclino la cabeza para contemplarlo—. ¿Quieres decir que no tendremos que apresurarnos para regresar a mi fiesta sorpresa?

Damen se echa a reír y asiente mientras me guía hacia el prado de tulipanes rojos y exuberantes.

—Todavía la están preparando… Prometí que nos pasaríamos por allí dentro de un rato; pero de momento, ¿qué te parece?

Parpadeo unas cuantas veces para no romper a llorar. Aquí no. Ahora no. No en este magnífico prado que ha sido creado como símbolo de nuestro amor imperecedero. Trago saliva con fuerza y empiezo a hablar, a pesar del nudo que me obstruye la garganta:

—Creo… creo que eres la persona más increíble del mundo… y creo que soy muy afortunada por haberte conocido… por haberte amado. Y creo… creo que no tengo ni idea de lo que haría sin ti… Y me siento muy agradecida de que no te hayas dado por vencido conmigo.

—Yo jamás renunciaría a ti —me dice. De pronto, su rostro se vuelve serio y me mira a los ojos.

—Pues seguro que has sentido la tentación de hacerlo —replico al recordar lo mal que se pusieron las cosas, lo lejos que llegué. Doy gracias en silencio a Hécate por cumplir mi deseo y devolverme todo lo que más me importa en este mundo.

—Ni por un segundo —asegura colocándome una mano bajo mi barbilla y obligándome a mirarlo de nuevo—. Ni siquiera una vez.

—Tenías razón, ¿sabes?… Con lo de la hechicería. —Me muerdo el labio inferior y lo miro con cierta vergüenza.

Sin embargo, Damen se limita a asentir. Lo cierto es que no he admitido nada que él no hubiera supuesto ya.

—Yo… hice un hechizo… un hechizo vinculante… y, bueno, tuvo más o menos el efecto opuesto al que yo esperaba. Me vinculé a Roman por accidente. —Vuelvo a tragar saliva. Damen sigue mirándome, pero su rostro es como una máscara y resulta imposible interpretar su expresión—. Y… al principio no te lo dije porque… bueno… porque estaba muy avergonzada. Me sentía… no sé… obsesionada con él y… —Niego con la cabeza y hago una mueca al recordar las cosas que hice y dije—. En cualquier caso, el único lugar donde me sentía bien era aquí, en Summerland. Por eso te supliqué que me acompañaras. En parte para poder sentir de nuevo, y en parte porque el monstruo… el encantamiento… no me dejaba confesártelo en el plano terrestre. Cada vez que lo intentaba, me robaba las palabras para impedírmelo… eso es todo lo que tenía que contarte…

Damen me cubre la mejilla con la mano y me mira.

—Ever… —susurra—. No pasa nada.

—Lo siento mucho —murmuro. Siento sus brazos alrededor de mi espalda mientras me estrecha—. Lo siento muchísimo, de verdad.

—¿Y ya se ha acabado? ¿Lo has solucionado? —Se aparta un poco e inclina la cabeza para verme bien.

—Sí. —Me limpio los ojos con el dorso de la mano—. Ahora todo está bien… Me siento mejor, y mi obsesión por Roman ha desaparecido. Yo… creí que debías saberlo. Detesto ocultarte las cosas.

Se inclina hacia delante y me besa la frente. Luego se aparta y me mira antes de decir:

—Y ahora,
mademoiselle
, ¿te gustaría empezar? —Realiza un enorme arco con el brazo y me hace una reverencia.

Esbozo una sonrisa y aprieto con fuerza su mano mientras me guía rápidamente a través del prado hacia el maravilloso cenador, un edificio tan hermoso, tan exquisito, que no puedo evitar quedarme boquiabierta de nuevo.

—¿Qué es este lugar? —pregunto mientras me fijo en los suelos de mármol pulido y en el techo abovedado, cubierto de frescos alucinantes que muestran imágenes de querubines de mejillas sonrosadas jugueteando con otros seres celestiales.

Damen sonríe y señala con un gesto un sofá color crema tan mullido, tan suave y acolchado, que parece un malvavisco gigante.

—Es tu regalo de cumpleaños. Y, por extraña que resulte la coincidencia, también tu regalo de aniversario.

Lo miro con los párpados entornados mientras me devano los sesos para repasar todos mis recuerdos sin éxito. Aún no ha pasado un año desde la primera vez que estuvimos juntos… al menos esta vez, así que en realidad no tengo ni idea de a qué «aniversario» se refiere.

—Hoy es 18 de agosto. —Asiente con la cabeza al ver la expresión confundida de mi rostro—. Y el 18 de agosto de 1608, para ser exactos, nos vimos por primera vez.

—¿En serio? —Lo miro con la boca abierta. Su respuesta me ha dejado tan aturdida que no consigo hacer otra cosa.

—En serio. —Sonríe y se reclina sobre la nube de cojines antes de tirar de mí—. Pero no tienes por qué aceptar mi palabra al respecto, ¿sabes? Mira, compruébalo tú misma. —Coge un mando a distancia de la enorme mesa que hay delante de nosotros y apunta hacia la gigantesca pantalla circular que ocupa toda la pared opuesta de la estancia—. De hecho, no tienes por qué limitarte a verlo. También puedes experimentarlo, si lo deseas. Está en tus manos.

Lo miro con suspicacia. No sé adonde quiere llegar, no tengo ni la más remota idea de lo que está pasando aquí.

—Llevo trabajando en esto desde siempre, y creo que por fin está listo. Considero mi pequeño invento como una especie de teatro interactivo. Un lugar en el que puedes sentarte y disfrutar del espectáculo, o saltar al escenario y participar… lo que quieras. Pero primero, hay unas cuantas cosas que debes saber. La primera es que no puedes cambiar el resultado, ya que el guión está escrito; y la segunda… —Se inclina hacia mí y desliza el dedo índice por mi mejilla— es que aquí, en Summerland, todos los finales son felices. Cualquier cosa que huela a tragedia o resulte perturbadora ha sido borrada, así que no te preocupes. Puede que incluso disfrutes de un par de sorpresas como yo.

—¿Son sorpresas de verdad o las has creado tú? —Me acurruco junto a él.

Damen se apresura a negar con la cabeza.

—Son reales. Total y completamente auténticas. Mis recuerdos, como bien sabes, llegan hasta muy lejos, tanto que a veces se vuelven algo confusos. Así que decidí investigar un poco en los Grandes Templos del Conocimiento. Realicé una especie de repaso mental, si quieres llamarlo así, y resulta que recordé unas cuantas cosas que había olvidado.

—¿Qué cosas son…? —Lo miro de reojo antes de apretar los labios contra ese maravilloso punto en el que su hombro se une al cuello, y al instante noto la calma que me produce sentir (o «casi» sentir) su piel, percibir su esencia almizclada.

—Cosas como estas —susurra. Me empuja un poco para que mire la pantalla y no a él. Nos acurrucamos el uno junto al otro mientras Damen aprieta un botón del mando a distancia. La pantalla cobra vida y se llena de imágenes tan grandes, tan multidimensionales, que parece como si estuviéramos dentro.

Y en el instante en que veo esa plaza abarrotada, con las calles adoquinadas y una multitud de gente que corre de un lado a otro como si tuviera algo muy importante que hacer, igual que en la actualidad, me doy cuenta de dónde estamos. Tal vez haya carruajes de caballos en lugar de coches, tal vez los atuendos sean demasiado formales en comparación con la ropa moderna de hoy, pero la abundancia de vendedores que anuncian sus productos y el resto de las similitudes son… asombrosas. Estoy contemplando un mercado medieval.

Echo un vistazo a Damen con mirada interrogante y veo que sonríe como respuesta antes de ayudarme a ponerme en pie. Me conduce hasta la pantalla tan deprisa que tengo a sensación de que me aplastaré la nariz contra ella y freno en seco. Sin embargo, Damen se agacha y me susurra al oído:

—Cree.

Y lo hago.

Doy ese gran salto de fe y sigo adelante, hacia la dura pantalla de cristal, que al instante se ablanda, se curva y nos da la bienvenida a su interior. Y, con el atuendo apropiado para la época, ambos nos metemos en nuestro papel.

Me miro las manos y me sorprendo al verlas ásperas y llenas de callos. Pero al segundo comprendo que son las manos de mi vida parisina, cuando era Evangeline, una sirvienta de baja estofa que llevaba una vida dedicada a soporíferas labores manuales hasta que apareció Damen.

Las deslizo por la parte delantera de mi vestido y noto lo mucho que pica el tejido, y también el corte modesto y sobrio que da como resultado una prenda en absoluto favorecedora. Aun así, está limpio y bien planchado, así que intento sacar cierto orgullo de eso. Y aunque mi cabello rubio está trenzado y recogido lejos de la cara, un par de mechones rebeldes han conseguido escapar de su confinamiento.

El vendedor me grita algo en francés, y aunque sé que solo estoy interpretando un papel, que ese no es el idioma que hablo, de algún modo soy capaz no solo de entenderlo, sino también de responder. Me considera una de sus dientas más avispadas, y me ofrece un tomate rojo maduro que, según él, es el mejor. Me observa mientras le doy vueltas en la palma de la mano para inspeccionar el color y la firmeza al tacto antes de darle mi consentimiento. Estoy guardándome el cambio en el saquito cuando algo choca contra mí con tanta fuerza que el tomate se escurre entre mis dedos y cae al suelo.

Bajo la vista al suelo y se me encoge el alma al ver la pulpa roja aplastada. Sé que lo pagaré caro, que el personal de la cocina jamás aceptará hacerse cargo del coste. Me doy la vuelta para reprender al culpable… y entonces lo veo.

Con el pelo negro brillante, la mirada profunda y penetrante, ropas de corte magnífico y el carruaje más elegante que jamás se haya visto por esos lares… sin contar el de la reina, por supuesto. Ese al que llaman Damen… Damen Auguste. El mismo con el que suelo tropezarme un millón de veces últimamente.

Me recojo las faldas e intento arrodillarme en el suelo con la esperanza de poder salvar todo lo posible, pero no llego muy lejos antes de que su mano me sujete el brazo. Su contacto me provoca un hormigueo que se extiende hasta la médula.

—Perdón —murmura al tiempo que me hace una reverencia. Luego se encarga de reembolsar la pérdida al vendedor.

Y aunque me siento intrigada, aunque mi corazón late de manera salvaje y martillea contra mi pecho, aunque ese extraño hormigueo cálido aún no ha desaparecido, me doy la vuelta y me alejo, con la certeza de que solo está jugando conmigo, consciente de que alguien como él está fuera de mi alcance. Sin embargo, me persigue y me dice:

—¡Evangeline! ¡Detente!

Me giro, y cuando mis ojos se clavan en los suyos comprendo que seguiremos con este jueguecito del ratón y el gato, aunque solo sea en bien del decoro. No obstante, también sé que al final, si sigue así, si no se aburre o pierde el interés, acabaré rindiéndome de buena gana, de eso no hay duda.

Sonríe y me coloca una mano en el brazo mientras piensa:
Así es como empezamos… y así seguimos durante un tiempo. ¿Quieres que avancemos más deprisa hasta las partes buenas?

Hago un gesto afirmativo con la cabeza, y al momento siguiente me encuentro frente a un enorme espejo de marco dorado, contemplando la imagen reflejada ante mí. Descubro que mi sencillo y horrible vestido ha sido sustituido por otro de un tejido rico, suave y sedoso que se desliza sobre mi cuerpo. Tiene el escote bajo, un marco perfecto para mi piel pálida y el generoso despliegue de joyas, tan brillantes que casi me ciegan.

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