Tentación (25 page)

Read Tentación Online

Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Tentación
2.95Mb size Format: txt, pdf, ePub

Cuando se gira hacia mí, el peso de su mirada hace que se me acelere el pulso y que mi corazón se encoja, de modo que no pueda… no pueda…

—Hazme una pregunta, Ever. —Me observa con detenimiento—. Pregúntame lo que quieras. Cuanto antes terminemos conmigo, antes podremos empezar contigo y averiguar qué es lo que más deseas.

Me quedo junto a él, esforzándome por controlarme, por centrarme, pero no sirve de nada. No puedo hacerlo, no puedo seguir con este juego.

—¿Preferirías saltarte este paso? —inquiere mientras me recorre con la vista muy despacio—. ¿Preferirías que probáramos contigo directamente?

Aguarda y me da un momento para recomponerme, para respirar hondo y rogarle a Hécate que me dé fuerzas para superar esto, para conseguir lo que he venido a buscar. Sin embargo, cuando vuelvo a mirar a Roman me doy cuenta de que Hécate me ha abandonado a mi suerte.

—Quieres el antídoto, ¿verdad? —pregunta al tiempo que se vuelve hacia mí. Está tan cerca que siento su aliento sobre mi mejilla y sus labios a pocos centímetros de los míos—. ¿Eso es lo que deseas por encima de todas las cosas?

¡Sí!, grita algo en lo más profundo de mi ser, y mi mente lo repite en voz tan alta que estoy segura de que él lo ha escuchado.

Pero no es así.

Porque no he llegado a pronunciarlo.

No es más que un sonido vacío que rebota en el interior de mi cabeza hasta que al final se apaga.

Y en el instante en que sus ojos se clavan en los míos… desaparezco.

Las llamas que rugen en mi interior incendian mi cuerpo mientras mis dedos, hambrientos del contacto de su piel, se aferran y arañan la suave superficie de su pecho dorado.

—Cuidado, encanto. —Me sujeta las muñecas y tira de mí para acercarme a él. Tiene los ojos entrecerrados y los labios húmedos—. Nunca me han gustado las marcas de arañazos, por más rápido que desaparezcan. —Me mantiene un poco apartada mientras recorre mi cuerpo con una mirada hambrienta, depredadora… como si tuviera un banquete delante—. Además, no necesitaremos estas tonterías. —Suelta una carcajada, me afloja el amuleto que llevo al cuello y lo arroja al otro lado de la estancia, donde rebota contra el suelo.

Pero ya no me importa. No me importa nada que no sean sus dedos deslizándose por mi espalda, su rostro hundido en mi cabello y su nariz contra mi cuello. Inhala con fuerza, profundamente, para llenarse los pulmones con mi esencia. Se quita la bata y se desabrocha los vaqueros al tiempo que yo le acaricio la piel con las manos y lo acerco a mi cuerpo, ansiosa por experimentar sus besos, por sentir sus labios sobre mi piel.

Suelto un jadeo cuando me aleja de sí y aparta las manos de mi cuello.

—Calma, encanto —me dice—. Es a ti a quien no le gustan los preliminares, ¿recuerdas? Ya habrá tiempo de sobra para eso más tarde. Primero acabemos con esto. Después de todo, llevas esperando… ¿Cuánto? Cuatrocientos años, ¿no?

Tiro de él, hambrienta de más… Quiero más piel, saborearlo más. Mi cuerpo empuja y se arquea en un desesperado intento por encontrar el suyo. Mis labios hinchados codician todo lo que él pueda darme. Quiero que me desee como yo lo deseo a él, y estoy dispuesta a hacer lo que haga falta para conseguir que me bese. Y entonces recuerdo de repente cómo es eso…

Roman introduce una rodilla entre mis piernas, se afloja los vaqueros y cuadra las caderas para colocarse bien.

—Esto solo te dolerá un momento, encanto. Luego…

Cuando me mira, todo se detiene: sus ojos vidriosos están cargados de deseo, sus labios se entreabren con asombro, y su expresión… es la expresión que yo anhelaba, la expresión que ansiaba.

La expresión que me dice que me desea, que me necesita tanto como yo a él.

Lo estrecho contra mi cuerpo, desesperada por sentir la presión de sus labios. Roman se inclina hacia mí y su voz se convierte en un susurro reverencial.

—Drina…

Me aparto y lo miro con los ojos entornados, confundida. Contemplo sus ojos y veo lo que él ve: una cabellera flamígera, una piel de porcelana, unos ojos verde esmeralda… Un reflejo que no es el mío.

—Drina… —murmura—. Drina, yo…

Y aunque mi cuerpo responde, animado por las suaves caricias, mi corazón se encoge, se niega a continuar con el juego. Algo va mal… Algo va muy, muy mal. Algo que empieza a tomar forma cuando Roman tira de mi vestido y lo aparta sin miramientos.

Y cuando veo sus ojos nublados y vidriosos, sé que estoy a punto de conseguirlo. Mi regalo de cumpleaños… lo que más deseo en el mundo… está a punto de ser mío.

Soy vagamente consciente de que de ahora en adelante las cosas nunca volverán a ser iguales.

Nada volverá a ser igual.

Nunca jamás.

Roman me separa las piernas mientras aguardo ese breve aguijonazo de dolor. Giro la cabeza hacia el espejo de la pared del fondo y veo el reflejo de una chica pelirroja con una piel luminiscente, ojos esmeralda y una sonrisa feroz que reconozco de inmediato.

Es la misma imagen que ve Roman cuando me mira.

Pero no soy yo. ¡No soy yo!

—¿Estás lista, encanto? —Roman me mira con el rostro cargado de expectación.

Y aunque mi cabeza asiente y mi cuerpo se alza para adaptarse al suyo, en realidad no soy yo quien responde. Tal vez la bestia controle mi cuerpo, pero eso nada tiene que ver con mi corazón o mi alma.

Tal y como Roman dijo antes: Al final, la verdad siempre gana.

Y por suerte para mí, mi alma conoce ese hecho.

Cierro los ojos y me concentro en mi chacra corazón. Visualizo esa rueca verde de energía que emana del centro de mi pecho y la animo a crecer, a expandirse, a agrandarse cada vez más, hasta que…

Roman murmura mi nombre, aunque no es mi verdadero nombre, sino el de ella. Su voz suena ronca, impaciente por comenzar. No tiene ni idea de lo que tramo, de que, al menos por un instante, he conseguido ganar.

Levanto la rodilla para golpearlo entre las piernas. Mis oídos retumban con su chillido agonizante mientras se lleva la mano a la entrepierna y sus ojos se quedan en blanco. Me escabullo lejos de él a toda prisa, porque sé que solo tengo unos segundos antes de que se reponga y recupere las fuerzas por completo.

—¿Dónde lo escondes? —pregunto mientras me ajusto la ropa con movimientos frenéticos y vuelvo a colocarme el amuleto en el cuello. Sé sin necesidad de comprobarlo que Roman me ve ahora como la chica rubia de ojos azules que soy—. ¿Dónde está? —exijo saber mientras paseo la vista por el pequeño y estructurado laboratorio.

Roman agacha la cabeza para examinarse y murmura:

—Maldita sea, Ever…

Pero no tengo tiempo para eso.

—¡Dime dónde está! —grito mientras me concentro en el chacra corazón y me aprieto el amuleto con fuerza contra el pecho.

—¿Estás loca? —Vuelve a subirse los vaqueros y frunce el entrecejo—. ¿Esperas que te ayude después de un truco sucio como este? —Sacude la cabeza—. Olvídalo. Podrías haber conseguido el antídoto, podrías haberte ido con él hace diez minutos, pero has hecho tu elección, Ever. Sin trampa ni cartón, y ambos lo sabemos. Estaba dispuesto a entregártelo, y no, no está aquí, así que no te molestes en saquear el lugar. En serio, ¿te crees que soy imbécil? —Se pone el batín y lo cierra sobre el pecho, como si no quisiera volver a tentarme. Pero aunque el monstruo sigue rugiendo en mi interior, ya no siento interés. La bestia está viva, sí, pero mi corazón y mi alma llevan ahora el mando—. Estaba dispuesto a entregártelo, pero has elegido otra cosa. Y el hecho de que hayas cambiado de opinión en el último minuto… —arquea una ceja dando a entender que conoce el origen de mi fuerza— no cambia nada. Me has elegido, Ever. Soy lo que más deseas en el mundo. Pero ahora, después de tu truquito, no conseguirás nada. —Sacude la cabeza—. No hay segundas oportunidades después de una artimaña como esta.

Me quedo de pie ante él. El fuego oscuro flamea dentro de mí y me empuja hacia sus ojos azules como el océano, hacia su mata de pelo dorada, hacia sus labios húmedos, hacia sus caderas fuertes y esbeltas…

—No —murmuro al tiempo que retrocedo un paso—. No te deseo. Nunca te he deseado. No soy yo… es… es otra cosa. No es culpa mía. ¡No tengo el control!

Aprieto los labios. Sé que solo hay una forma de salir de aquí, pero no debería hacerlo delante de él, no debería despertar una sospecha como esa. Aun así, no confío en que mis piernas me lleven a otro lado más que a su cama.

Me aprieto el amuleto contra el pecho mientras me concentro en el velo dorado resplandeciente. Visualizo el portal de Summerland y lo veo abrirse ante mí. Estoy a punto de atravesarlo cuando Roman dice:

—Eres una estúpida, Ever… ¿No te das cuenta de que ya no existe diferencia alguna entre el monstruo y tú? Tú eres el monstruo. Es tu lado oscuro, la parte siniestra de tu ser, tu sombra… y ahora formáis una única entidad.

Capítulo veintiséis

A
terrizo en el extenso prado fragante. Me siento culpable por haber venido aquí. No debería haber permitido que Roman me viera desaparecer. Pero ¿qué elección me quedaba?

Me estaba quedando sin fuerzas, mermada por la bestia. Unos segundos más en su presencia y habría acabado todo. Habría sido mi fin. El fin de todo lo que aprecio.

Porque lo cierto es… que Roman tiene toda la razón del mundo. El único motivo por el que he perdido, el único motivo por el que no he conseguido lo que quiero, es que el monstruo soy yo, que no existe diferencia entre nosotros. Es él quien realiza todos los movimientos, quien está al mando, mientras yo sigo sus órdenes sin tener ni idea de cómo pisar el freno o dejar el juego. Estoy sin opciones. No tengo ni la menor idea de qué hacer. Lo único que sé es que:

El hechizo de reversión ha fallado, al igual que la invocación a Hécate.

Y Damen… bueno, Damen no puede salvarme.

Ni siquiera puede enterarse del execrable acto que he estado a punto de cometer.

No puede pasarse los siguientes cien años intentando salvarme de mí misma.

He caído tan bajo, he llegado tan lejos, que no hay vuelta atrás. No puedo recuperar mi vida. No puedo regresar al plano terrestre y ponerlo todo en peligro.

Así pues, vagabundeo sin ningún destino en mente, sin tener ni idea de lo que haré cuando llegue. Paseo junto al arroyo irisado muy despacio, ausente. Apenas me doy cuenta de que el arroyo termina, ni de que el terreno bajo mis pies se transforma en un camino blando, húmedo, embarrado.

Apenas me doy cuenta de que la temperatura del aire ha bajado varios grados, ni de que el resplandor dorado se ha vuelto más denso, más espeso, tanto que resulta difícil ver algo a través de él.

Y puede que eso explique el asombro que siento al verlo. Al comprender que he llegado sin enterarme al lugar donde la neblina es siempre más densa, al lugar donde es fácil llegar a un punto sin retorno. Me fijo en la conocida forma inclinada, en las cuerdas raídas y deshilachadas, en los tablones secos y resquebrajados cuya silueta aparece y desaparece entre la niebla… pero que sin duda está ahí.

No hay forma de confundir el puente que cruza al otro lado.

El Puente de las Almas.

Me arrodillo sobre el suelo húmedo que hay junto a él y me pregunto si esto es algún tipo de señal, si he llegado aquí con algún propósito, si debo cruzarlo por fin.

¿Y si puedo aceptar ahora la oportunidad que descarté en su día? Un trato especial sin preguntas para clientes habituales como yo.

Acaricio la barandilla, una soga deshilachada que parece a punto de romperse en cualquier momento. La niebla se vuelve más densa aun en la parte central, tanto que el final es un misterio envuelto en un sudario blanco. Recuerdo que este es el mismo puente que le recomendé cruzar a Riley, el mismo que llevó a mis padres y a Buttercup al otro lado. Y si ellos fueron capaces de cruzarlo sin problemas, no puede ser algo tan malo, ¿verdad?

Quiero decir… ¿qué ocurriría si me pongo en pie, me sacudo la ropa un poco, respiro hondo y lo atravieso?

¿Y si eso solucionara todos mis problemas, me librara del monstruo, extinguiera el fuego oscuro y me permitiera ver a mi familia? Solo tendría que dar un paso, y luego otro, y otro más…

Unos cuantos pasos hacia sus brazos cálidos y acogedores.

Unos cuantos pasos que me alejarían de Roman, de Haven, de las gemelas, de Ava y del horrible lío que he montado.

Unos cuantos pasos que me llevarían hacia la paz que busco.

En serio, ¿qué tendría de malo? Mi familia estaría esperándome… como en esas series televisivas sobre el más allá.

Agarro la cuerda con fuerza y me pongo en pie. Me tiemblan las piernas cuando me inclino hacia delante para intentar ver algo entre la niebla. Me pregunto cuánto tendré que avanzar para llegar al punto sin retorno. Recuerdo que Riley me dijo que se encontraba más o menos a medio camino cuando se dio la vuelta, cuando fue a buscarme… y la niebla la desorientó tanto que no pudo volver a encontrarlo hasta mucho tiempo después.

Pero incluso en el caso de que decidiera seguir adelante y cruzar al otro lado, ¿mi destino final sería el mismo que el de ellos? ¿O sería más bien como un tren de mercancías que descarrila de pronto y me lleva hacia el abismo eterno de Shadowland en lugar de a la vida feliz del más allá?

Tomo una profunda bocanada de aire mientras levanto un pie del suelo fangoso. Estoy a punto de empezar a avanzar cuando de repente me inunda una oleada de calma… una marea de tranquilidad que solo puede significar una cosa… que solo una persona puede proporcionarme. Una calma tan opuesta al hormigueo cálido de Damen que no me sorprendo en absoluto cuando me doy la vuelta y encuentro a Jude a mi lado.

—Sabes adonde conduce, ¿verdad? —Señala el puente, que se balancea ligeramente. Intenta mantener un tono de voz serio, firme, pero no logra ocultar del todo su nerviosismo.

—Sé adonde lleva a otras personas. —Me encojo de hombros y observo el puente—. Pero no tengo ni la menor idea de dónde me llevaría a mí.

Jude entorna los párpados e inclina la cabeza para estudiarme con atención.

—Lleva al otro lado —señala con cautela— a todo el mundo. No hay líneas de separación. No existe ningún tipo de segregación. Ese tipo de juicios solo se hacen en el plano terrestre, no aquí.

Alzo los hombros escéptica. Él no sabe lo que sé yo. No ha visto lo que he visto yo. ¿Cómo puede saber lo que se aplica en mi caso o no?

Other books

A Very Special Delivery by Linda Goodnight
Vanishing and Other Stories by Deborah Willis
The Other Son by Alexander Soderberg
Boy Who Made It Rain by Brian Conaghan
The MacGregor's Lady by Grace Burrowes
Blood of the Wicked by Leighton Gage