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Authors: Inma Chacón

Tiempo de arena (11 page)

BOOK: Tiempo de arena
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Unos meses después del accidente de la fábrica, cuando la vio aparecer en el velatorio de su abuela, sintió que se le calentaba toda la sangre del cuerpo y se le subía a las sienes. Se había acostumbrado a verla siempre de lejos, al margen de cualquier acontecimiento familiar. Para ella, Munda se había convertido en una sombra que había dejado de pertenecer a los Camp de la Cruz. Le molestaba su presencia en la puerta de la catedral y odiaba sus telegramas y sus obstinadas intentonas de participar en el gobierno de sus empresas, pero la mayor parte del tiempo lograba olvidarse de que existía. Sin embargo, cuando su hermana entró en la sala donde su abuela se encontraba de cuerpo presente, se apoderó de Mariana una sensación de amenaza que no pudo soportar y cometió la torpeza de echarla del palacio. A decir verdad, no lo hizo porque fuese vestida de blanco. Al fin y al cabo, hacía tiempo que no la veía de otra forma y, conociéndola como lo hacía, habría sido absurdo pensar que se iba a poner de luto por su abuela, cuando ni siquiera lo había hecho por su padre. La razón no fue su ropa, sino la completa seguridad de que su mundo se vendría abajo si permitía que Munda sintiera que se encontraba de nuevo en su casa. Mariana ya conocía la última cláusula del testamento de su padre, se la había enseñado el notario nada más fallecer la marquesa viuda. También sabía que su abuela nunca había estado obligada a cumplirla, puesto que sólo había heredado el usufructo del palacio. Pero a Mariana no le quedaría otro remedio que entregarle a su hermana la carta lacrada de la que dependía que la familia pudiera conservarlo como parte del patrimonio del marquesado. Mariana no conocía el contenido del codicilo, pero sabía por el testamento que, si Munda no leía la carta y cumplía las disposiciones que su padre había otorgado para ella, el palacio de Sotoñal pasaría a manos del hospital de la Misericordia para convertirse en un centro de beneficencia. Y todo, absolutamente todo lo que contenía, debería quemarse en el patio.

Su padre le concedía a Mariana un margen de un año para ejecutar la cláusula testamentaria; pasado ese tiempo, el notario tenía instrucciones de cumplirla él mismo, si su hija mayor no lo había hecho.

En el momento en que Mariana vio a Munda en el velatorio, sólo pensó en ese año de tregua del que disponía. Era muy posible que se hubiera equivocado. Debería haberla dejado hacer su papel de nieta y volver a Madrid sin sentirse ofendida. Al fin y al cabo, de ella dependía su sueño de convertirse en dueña y señora del palacio de Sotoñal, una ilusión que la acompañaba desde que había llegado a Toledo. Pero el miedo la traicionó y no pudo controlarlo. Estaba segura de que Munda preferiría convertir el palacio en un hospital para pobres antes que entregárselo a ella. Tenía que urdir alguna estrategia para evitar tal desatino.

Durante los doce meses siguientes, procuró mantenerla a distancia, como era habitual. Afortunadamente, había dejado de apostarse en la puerta de la catedral, para vergüenza de todos, desde que María Francisca había ingresado en el colegio, y sus telegramas cada vez se espaciaban más, por lo que pudo preparar su jugada con calma.

Un año es mucho tiempo para preparar una ofensiva. Cuando finalizó el plazo, Mariana ya tenía la artillería con la que se enfrentaría a su hermana. Le envió un telegrama, con el que pretendía sorprenderla, y esperó.

El encuentro se produjo según lo previsto. Munda llegó convencida de que tenía la sartén por el mango. No sospechó en ningún momento que su hermana había medido previamente cada paso que podría dar. Se creyó su sorpresa cuando exigió ver al notario, sus recelos del día siguiente cuando pidió el testamento y las dudas de don Andrés antes de entregárselo; se mostró convencida de que la visita a María Francisca había supuesto para ella una imposición que la encontró desprevenida. En ningún momento se le pasó por la imaginación a Munda que participaba en aquella comedia sólo como un figurante más, un convidado de piedra cuyo papel estaba escrito de antemano.

Mariana sabía que la visita a su hija sería una carta que su hermana no se resistiría a dejar de utilizar. Es más, Munda no se contentaría sólo con hablar con la niña. Intentaría sacarla del colegio. Por supuesto, Mariana seguía pensando que aquella institución era la mejor opción para endurecer el carácter de María Francisca, pero tampoco le disgustaba la idea de educarla en su casa, bajo la supervisión de don Ramón. Tensaría la cuerda con Munda hasta que creyese que la había vencido; entonces, y sólo entonces, sacaría a su hija del colegio y, a cambio, Munda le entregaría el timón del buque insignia de su título.

Desde que le había enviado el telegrama citándola en el palacio, Mariana había actuado como si su única alternativa fuera plegarse a los deseos de Munda. No había sido difícil hacerle creer que se encontraba acorralada por la situación; más bien al contrario: para cuando salieron de la notaría, camino del Colegio de Doncellas Nobles, su hermana ya había picado todos los anzuelos. Uno de los que más orgullosa se sentía Mariana era el de las cartas de Shishipao; ella misma se las había enviado copiando las que su abuela mandaba a su casa desde el colegio. Una carta al mes, como parte de la celada en la que Munda caería con toda seguridad. La ingenua de Shishipao había pagado cara su involuntaria participación en el ardid, porque, para darle mayor verosimilitud, como castigo por habérselas enseñado a Munda, Mariana la encerró en su habitación durante dos semanas y le prohibió que tuviera contacto con nadie, ni siquiera con su marido. Su llanto se oía a todas las horas del día y de la noche, pero ningún miembro de la servidumbre se atrevió a abrir aquella puerta —excepto la doncella que se encargaba de llevarle la comida—, atemorizados por la amenaza de un despido fulminante.

Ni siquiera le hizo falta confiarle sus planes a la rectora del colegio. Estaba segura de que, tal y como imponían las normas, no dejaría pasar a Munda más que a la salita a la que se accedía al cruzar el zaguán, un pequeño recibidor presidido por una vidriera con escenas de las colegialas a los pies de una Virgen en el que la rectora siempre la esperaba a ella cuando visitaba a María Francisca; y allí las recibió también a las dos cuando llegaron, después de despedirse de don Andrés.

18

La rectora les señaló unas sillas repujadas de cuero y les pidió que aguardasen mientras iba a buscar a la hermana escuchadera y a María Francisca.

Como era de esperar, Munda protestó.

—¡Perdone, reverenda madre! Creo que ha habido una confusión. No tengo intención de hablar con mi sobrina si no es a solas.

La rectora contestó dirigiéndose a Mariana, sorprendida de que Munda pretendiera saltarse las reglas:

—Eso es muy irregular. Nuestras constituciones no admiten...

Mariana sabía que la rectora nunca accedería a las peticiones de Munda, pero la interrumpió después de que su hermana se sacase del bolso el codicilo, todavía con el lacre intacto.

—Creo que, por una vez, podríamos hacer una excepción. Se lo ruego, reverenda madre, es de vital importancia.

—Lo lamento, señora marquesa, pero jamás hemos faltado a nuestras constituciones desde que el cardenal Silíceo fundó este colegio hace casi tres siglos.

Mariana miró a Munda, que continuaba mostrando su carta como si con ella pudiera conseguir su objetivo, ajena a la farsa que su hermana estaba representando.

—¡Ya ves, querida! No es cosa mía. El colegio tiene unas normas que no se pueden romper.

Munda se levantó de la silla y miró a través de los cristales de una de las puertas del recibidor, por la que se accedía a las distintas dependencias del colegio.

Una galería de losas de piedra rodeaba un patio interior en cuya parte central había un aljibe rodeado de recipientes de cobre. Munda observó a una religiosa que se afanaba en colocar las vasijas sobre el brocal del pozo para llenarlas con el agua que extraía con un cubo. La escena la conmovió. Por un instante, imaginó a Xisca, encorvada por la vejez, acarreando cántaros con la misma lentitud que aquella mujer, que debía de tener por lo menos setenta años y que, muy probablemente, no hubiera salido de entre aquellas cuatro paredes desde que era una niña.

Había guardado la carta en la faltriquera y acariciaba el lacre con los dedos, segura de que aquel sello suponía la única forma de rescatar a Xisca. No podía rendirse. Por muchas constituciones que la rectora no tuviera intención de saltarse, no permitiría que su sobrina continuase en aquella cárcel.

—Lo siento, madre, creo que no me he expresado bien. No me iré de aquí sin ver a mi sobrina a solas.

—Se ha expresado perfectamente. Pero quizá no me haya entendido usted a mí. La señorita María Francisca no mantendrá ninguna conversación, ni con usted ni con nadie, si no es en presencia de la hermana escuchadera. Nuestras reglas son sagradas. No puedo hacer excepciones. Si las rompiera con su sobrina, tendría que hacerlo con las demás colegialas también.

Mariana, que había permanecido en su silla hasta aquel momento, se levantó y se dirigió a Munda fingiendo sentirse consternada.

—Lo lamento, querida. Debería haberte advertido antes de venir, ni siquiera a mí me permiten hablar con María Francisca sin la hermana escuchadera al lado.

—Entonces, que le concedan una dispensa para ir a visitarme al cigarral esta tarde.

La madre rectora volvió a tomar la palabra con claros gestos de impaciencia.

—¡Señorita Esclaramunda! Desconozco los motivos por los que intenta que se incumplan nuestras normas. Pero le diré una cosa: no me saltaría ninguna, aunque el propio cardenal primado me lo pidiera. Las colegialas sólo salen del centro para la procesión del Corpus.

Munda no se alteró. Tenía muy claro lo que la había llevado hasta allí. Sabía que no era una empresa fácil, pero si era preciso incomodar a la rectora, no tendría ningún reparo en hacerlo.

—Conozco sus constituciones, reverenda. También dicen que ustedes preparan a las internas para ser buenas esposas. Pero ¿esposas de quién? ¡Si nunca podrán enamorarse!

—De eso ya se encargan las familias.

—¡Es cierto! ¡También lo sé! Es otra de sus inamovibles constituciones, ¿verdad? Exponer a sus internas en la procesión para que los jóvenes casaderos elijan. ¡No son animales, por Dios Santo!

La boca de la rectora se tensó en una mueca que habría sido suficiente para dar la conversación por terminada. Pero, aun así, increpó a Munda.

—¡No tengo nada más que hablar con usted! Le ruego que salga inmediatamente de mi colegio.

Munda habría decepcionado a su hermana si no hubiera reaccionado como ella había previsto. Miró a la rectora de arriba abajo, sonrió como siempre hacía, como si nada pudiera alterarla, y le dijo muy despacio:

—No se preocupe, señora. Ardo en deseos de irme.

Después miró a Mariana, sacó nuevamente su carta de la faltriquera y se la mostró.

—Quiero ver a Xisca en mi cigarral antes de que anochezca. Has de saber que he leído ya el testamento y, a menos que esta carta me pida un imposible, si quieres tu palacio, será con tu hija viviendo en él.

Y salió del colegio con la certeza de que había controlado todo lo sucedido.

Esa misma tarde abrazó a su sobrina en el cigarral y, con el notario como testigo, firmó el consentimiento para que Mariana y sus herederos disfrutaran del palacio de Sotoñal para siempre.

Unas horas antes, había leído la carta que había permanecido cerrada durante seis años.

 

Mi querida Esclaramunda:.

Espero que, cuando leas estas líneas, se haya cumplido tu sueño de pertenecer a nuestra hermandad, sueño que te ha acompañado desde jovencita y que, sin saberlo, compartías con los hombres de toda tu familia:. Siempre pensé que la tradición se perdería conmigo, por eso me alegré tanto cuando me lo comunicaste y por eso confío en que no te extrañe el contenido de esta carta. Es de vital importancia que comprendas la necesidad de que se lleven a cabo las instrucciones que leerás en ella:.

Cuando tu abuelo materno volvió de Cuba, trajo con él el templo en el que, más tarde, celebraría con mi padre sus tenidas, primero en Madrid, en un local que uno de NN:. HH:. habilitó en su palacio, y después, cuando comenzaron a surgir rumores de que podrían ilegalizarnos, en los sótanos del palacio de Sotoñal, ocultos de las miradas de todos, incluso de tu abuela, que simulaba desconocer lo que los hombres hacían abajo mientras ella tomaba el té con las mujeres arriba:.

Si te has iniciado, sabrás que NN:. símbolos son tan importantes para NN:. hermandades como nosotros mismos:. Pero si no es así, te ruego que intentes comprender que todos NN:. templos están consagrados al hombre y a su relación con la obra del Gran Arquitecto del Universo:. El principal motivo que nos mueve es el acceso al conocimiento, sin el cual sería imposible el sueño de la libertad, la igualdad y la fraternidad que perseguimos los Hijos de la Viuda:.

Mi querida hija, espero que entiendas la importancia de lo que voy a encargarte:.

En el sótano del palacio, encontrarás la biblioteca y los objetos simbólicos de tus abuelos: sus mandiles y sus collares, el libro sagrado, las columnas del pórtico, el pavimento mosaico, las cadenas, las luces de los sitiales, el ara de los juramentos, la bóveda celestial, las herramientas de trabajo y el pendón de la logia:. Todo debería estar tal y como ellos lo dejaron:. De no ser así, el notario tiene instrucciones precisas de donar el palacio al hospital de la Misericordia:. Fue la única fórmula que encontró mi padre para que tu abuela no destruyese su templo cuando él faltase:. Así lo reflejó en una cláusula testamentaria que dejó para mí como yo dejo para ti la que tienes en las manos:.

Ahora te ha llegado el turno, mi querida Esclaramunda, de velar por que siga conservándose cuando tu hermana Mariana me suceda en el título y ocupe el palacio:. Encontrarás la puerta secreta de acceso al templo detrás de la chimenea de la biblioteca:.

Traslada el templo a un lugar seguro y, si ya eres uno de NN:. QQ:. HH:., utilízalo en tus talleres para buscar la verdad que te conducirá a la sabiduría y para pulir la piedra bruta con la que te acercarás al perfeccionamiento:.

Deseando que el G:. A:. D:. U:. te alimente con su Gran Luz para que trabajes por la mejora moral y material de la humanidad, recibe un triple abrazo fraternal de tu padre:.

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