Tirano IV. El rey del Bósforo (25 page)

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Authors: Christian Cameron

Tags: #Bélico, Histórico

BOOK: Tirano IV. El rey del Bósforo
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—¿Y yo qué? —preguntó Abraham.

—Tú eres mi embajador ante los piratas —dijo Sátiro—. Y puedes quedarte con el
Avispón
, si lo quieres.

—Estupendo. —Abraham sonrió—. Es el mejor regalo que me han hecho en la vida. ¿Mío para quedármelo?

—A no ser que lo hunda uno de los cruceros de Eumeles —respondió Sátiro.

Abraham meneó la cabeza.

—Gracias —dijo de nuevo. Luego, al cabo de un momento, agregó—: ¿Irás a Rodas?

Diocles negó con la cabeza.

—He navegado para Rodas la mayor parte de mi vida —dijo—. No les gustará que llegues desde Bizancio. Y a estas alturas deben circular rumores de que estamos aquí en todos los puertos del este.

Sátiro se echó para atrás hasta apoyar la cabeza contra el tapiz sakje que colgaba a sus espaldas.

—Llevo una semana pensando sobre todo esto —dijo—. Escuchadme y decidme si estoy delirando. —Les sonrió con pesar—. Necesitamos a Rodas y a los piratas. Y a Lisímaco. Los necesitamos a todos.

Diocles sonrió.

—¡Sí, hombre! Cuando las ranas críen pelo —dijo.

Terón meneó la cabeza.

—Escúchale.

Abraham se frotó el mentón y miró a su amigo.

—¿Tienen intereses comunes? —preguntó.

Sátiro asintió a Abraham.

—Dad a este hombre un darico de oro. Rodas quiere que los piratas se marchen. Nosotros nos los podemos llevar. Si derrotamos a Eumeles, Demóstrate regresará a Pantecapea y la flota pirata se dispersará. Como mínimo, estará lejos de la Propóntide y las flotas de grano podrán navegar tranquilas.

Diocles silbó.

—¿Así, sin más? ¿Y Rodas dejará que se marchen?

—Rodas se enfrenta a la extinción —dijo Sátiro—. Están intentando ser el punto de equilibrio en la guerra entre el Tuerto y Tolomeo. Necesitan paz para que sus mercantes transporten mercancías, y también la necesitan para poder ejercer su poderío naval sobre los piratas. En cambio, están rodeados de guerras y sus pérdidas aumentan. En cualquier momento, uno de los contendientes enviará una flota e intentará sitiar Rodas. Si al mismo tiempo les saquean los mercantes, estarán acabados.

—En efecto —dijo Terón—. De hecho, Antígono el Tuerto está intentando contratar piratas en la costa de Siria para que sirvan en su flota.

—Y mientras los piratas controlen la Propóntide, Lisímaco carece de medios para entrar en el Euxino y defender su satrapía contra Eumeles —agregó Abraham—. ¡Lo veo! En cambio, cuando propones llevarte a los piratas fuera de la Propóntide, en realidad los conviertes en una armada que, a todos los efectos, ¡sirve a Lisímaco contra Eumeles!

Diocles negó con la cabeza.

—¡Pero si se odian a muerte! —terció.

Sátiro se incorporó, y las patas de su silla de hierro arañaron el suelo. Acto seguido se levantó.

—Exactamente. Se odian mutuamente, por eso sin una cuarta facción jamás llegarán a hacer causa común.

Miró en derredor a cada uno de ellos. Kalos permanecía callado, interesado solo en regresar cuanto antes junto a su nueva chica o en hacerse a la mar, indiferente a la política. Apolodoro lucía un nuevo
thorax
con incrustaciones y hebillas de plata muy llamativo. Neiron escuchaba con atención, así como el joven Kleitos, un tanto inseguro de sí mismo en tan augusta compañía.

—Escuchad —dijo Sátiro, e incluso Apolodoro se irguió—. Este plan será como soñar granjas en el Ática hasta que todos firmen los artículos correspondientes. Quizá sea más de lo que podemos manejar, pero solo nos costará un invierno de navegación. Nos llevaremos pequeños cargamentos y sacaremos beneficios como buenos mercaderes alejandrinos, y si esto falla, comenzaremos a contratar mercenarios hasta que podamos enfrentarnos a Eumeles en igualdad de condiciones. Ahora bien, esta alianza debe fraguarse ya. Y servirá a los intereses de Tolomeo tanto como a los nuestros, mediante la liberación de Rodas y el refuerzo de su aliado, Lisímaco.

—Joder, es demasiado complicado para mí —dijo Kalos—. Tú manda, que yo navegaré.

Sátiro miró a Terón.

—¿Es demasiado complejo para que dé resultado? —le preguntó.

—Necesitas que tres grupos de hombres vean claramente que será provechoso para ellos, y que dejen a un lado un entramado de amores y odios personales —contestó el atleta—. Y también necesitas un puerto en el Euxino, ¿o es que lo has olvidado? ¿Cuentas con que Lisímaco te ceda Tomis como base de operaciones?

Sátiro asintió.

—No lo he olvidado —dijo—. Bastante daño he infligido ya a Tomis. Preferiría no regresar allí. —Miró en derredor—. Solo lo haré si no hay más remedio, pero tengo en mente otro puerto, que os comunicaré en su debido momento. Hasta entonces, me parece que no diré más.

—¿Qué hacemos con Manes? —preguntó Abraham—. ¿O es tan insignificante que no nos debe preocupar?

Ya estaba bebiendo vino. Sátiro volvió a dirigirse a todos.

—Demóstrate me ordenó que lo librara de Manes.

Se encogió de hombros.

—Sus marineros buscan camorra con los nuestros cada vez que se encuentran —dijo Diocles—. Pregunta a Neiron.

Neiron se rascó el cogote, miró en derredor y se encogió de hombros.

—En Rodas, llamaría a la guardia. Aquí, he pedido a los muchachos que lleven palos.

Sátiro miró a Abraham.

—Bien, háblame de Manes.

—Se considera el heredero de Demóstrate —dijo Abraham—. Es un animal tan maligno como un tiburón, pero carece de dotes de liderazgo. Los hombres lo temen. Rodas ha puesto un precio muy alto a su cabeza. —Abraham se encogió de hombros—. A mí me asusta; hará lo que sea con tal de alcanzar el poder. Los demás capitanes le bailan el agua.

—¿Por qué nos busca las cosquillas? —preguntó Sátiro.

Abraham se volvió hacia Terón. Cruzaron una mirada y fue Terón quien habló.

—En las calles ya corre el rumor de que Demóstrate te ha propuesto una alianza. O tal vez… —Terón sonrió—. Tal vez que sois amantes. No pongas esa cara; a los marineros les encanta un buen escándalo sexual. O tal vez que te ha nombrado su heredero. Quizá las tres cosas. —Terón meneó la cabeza—. Manes está reaccionando a esos rumores. Rumores que quizás haya puesto en circulación el propio Demóstrate para empujarlo a actuar con violencia, esperando que acabes con él.

—O esperando que Manes acabe contigo —terció Abraham. Meneó la cabeza con una expresión de impotencia—. ¡Son piratas! —agregó, como si eso explicara cualquier grado de traición.

—Quiero zarpar antes del fin de semana —dijo Sátiro—, y no quiero que Manes interfiera en mis planes, ni aquí ni en el mar.

—Mátalo —propuso Diocles.

Terón asintió.

—Servicio público —dijo.

Abraham los miró a todos.

—¡Dioses! —exclamó—. Y yo que pensaba que quien se estaba embruteciendo en este puerto era yo.

Sátiro fue hasta el aparador y se sirvió más vino caliente.

—El precio de la realeza —dijo. Vertió el vino cual si fuere sangre llenando la copa, y a ninguno de ellos le pasó desapercibido el gesto—. Pelearé de hombre a hombre, pero quiero tenderle una trampa para que sus marineros queden fuera de juego. ¿Alguna sugerencia?

Abraham asintió.

Tiene que ser de hombre a hombre —dijo—, si quieres que esos criminales te sigan.

—Ya lo sé —respondió Sátiro, revelando su impaciencia—. Aunque no os ocultaré que ese Manes también me da miedo a mí. Es de los que se ensartan en tu lanza y te matan cuando ya están muertos.

Diocles asentía para sí mismo.

—No sé nada sobre todo eso —dijo—, pero Manes sostiene que en realidad eres un prisionero retenido a la espera de cobrar una recompensa, no un capitán libre.

Terón se rascó el cuello.

—O sea que querrá impedir que Sátiro se marche —dijo lentamente.

Sátiro se mostró de acuerdo al instante.

—Ingenioso. De modo que nuestra próxima acción precipitará la suya. ¿Cómo lo hacemos caer en la trampa?

—No parece muy despierto —opinó Kalos.

—Los dioses los crían y el viento los amontona —bromeó Diocles.

—Cerrad el pico, vosotros dos —dijo Sátiro—. Cuenta con el mayor contingente después de Demóstrate. Dudo que sea un idiota.

—El miedo tiene su propio coraje. Tal vez también tenga su propia inteligencia —apostilló Terón.

—Tengo una idea —dijo Kleitos a media voz—. Escuchad, habrá que enrolar nuevas tripulaciones, ¿verdad?

Sátiro asintió.

—Pues esto es lo que podríamos hacer —comenzó Kleitos.

Al día siguiente Sátiro ascendió a Kalos a trierarca del
Loto Dorado
y luego al resto de oficiales para ocupar las vacantes de su flotilla. Neiron sería el timonel de
Loto
. Kleitos recibió el
Avispón
bajo el mando de Abraham, y Diocles se convirtió a la vez en timonel y trierarca del
Halcón
. Terón regresó a su
Empeño de Heracles
, que no había sufrido tantas bajas como los demás barcos y conservaba a todos sus oficiales intactos; Antífono de Rodas era su timonel, un hombre recto a quien tanto desagradaban Bizancio y los piratas que solo bajaba a tierra para comprar víveres.

Los ascensos se efectuaron en privado, pero los hombres en cuestión hicieron sacrificios en el templo de Poseidón, excepto Diocles, que hizo el suyo en el templo de Zeus Casio, el conquistador de los mares. Los sacrificios fueron del dominio público y dieron bastante que hablar, más aún cuando comenzaron a abastecerse de ánforas de vino y a comprar provisiones y también cargamentos.

Bizancio estaba atiborrada de grano, fruto de la constante confiscación de los cargamentos que bajaban del Euxino procedentes de Olbia, Pantecapea y los campos de grano del norte. Los galeones de guerra eran malos buques de carga pero el
Loto Dorado
, con sus tres cubiertas y media de remos y un calado más profundo, estaba diseñado para combatir y transportar mercancías, y al menos este barco pudo admitir una respetable cantidad de grano.

Las demás tripulaciones se mofaron de Neiron mientras este cargaba el
Loto
. Casi todos sus hombres eran antiguos cautivos, y no soportaban bien que los trataran de ese modo ya que carecían de la disciplina de la tripulación anterior. Hubo peleas.

Hubo cosas peores que peleas, pues resultó que parte del grano estaba podrido o con excrementos de rata, y Neiron se enojó al darse cuenta de que le habían tomado el pelo. Se quejó a un comerciante que se rio en sus narices y chascó los dedos.

—Tú lo compraste —dijo el comerciante.

Al día siguiente asesinaron a un remero veterano de Neiron, acuchillado en el ágora por un hombre de Manes.

Sátiro protestó ante Demóstrate, que le contestó que debería velar por los suyos.

Los hombres de Manes comenzaron a merodear por el almacén, destrozando los esquifes del
Loto
cuando los encontraban varados en la playa y dando tremendas palizas a cualquier remero del
Loto
que sorprendieran a solas.

La nueva tripulación del
Loto
estaba cada vez más resentida. En primer lugar, por ser tratados de ese modo y, en segundo, porque sus enemigos no recibían castigo alguno. En cambio, los hombres de Manes cada vez se mostraban más descarados y resueltos.

Un observador atento habría reparado en que Abraham y los tripulantes veteranos del
Halcón Negro
habían hecho mutis por el foro. No participaron en el conflicto y se ahorraron las vejaciones.

Cuatro días después de que los capitanes hicieran sus sacrificios, Sátiro asistió a otro simposio, esta vez mucho menos vistoso que el último. Se tendió en el mismo diván que ocupaba Dédalo, que se sorprendió al ver a Sátiro allí.

—Me he enterado de que estás cargando tus barcos —dijo, mostrándose bastante distante.

Sátiro se comió una uva.

—Escucha —dijo—, mañana habrá problemas. Voy a mantenerte al margen. Pasado mañana, me gustaría invitarte a regresar a mi mesa y a mi consejo.

—¿Después del problema? ¿No vas a contar con mi ayuda para enfrentarte a Manes? —preguntó Dédalo incrédulo—. Anda tras de tu sangre, muchacho. Tu tío me haría empalar si no te ayudara. —Meneó la cabeza—. Llevo una semana esperando recibir un mensaje tuyo.

—Después del problema —dijo Sátiro—. Te lo explicaré mañana. Por el momento, bastaría con que me dieras un buen empujón y me tiraras del
kline
.

—¿Te has vuelto loco? ¡Soy casi lo único que se interpone entre tú y los hombres de Manes!

Sátiro tuvo que sonreír. Dédalo, el mercenario, hacía honor a su fama de ser un hombre que, una vez comprado, permanecía comprado.

—Me consta —dijo Sátiro—. Créeme, es mejor que no te impliques —insistió.

Dédalo meneó la cabeza.

—¿Y pasado mañana me lo explicarás?

—Mañana, a estas horas, todo estará tan claro como un nuevo día en el mar —contestó Sátiro.

Dédalo negó con la cabeza y dio un codazo a Sátiro en el vientre, tirándolo brutalmente al suelo, de modo que la clámide de Sátiro se manchó de vino rancio y otras inmundicias.

—Guárdate tus pueriles conspiraciones —gruñó el mercenario.

Sátiro confió en que estuviera fingiendo. Se levantó, frotándose las costillas, gesto del todo real, y se dirigió a otro diván con el rabo entre las piernas. Por el camino, Manes lo fulminó con su mirada bestial y Sátiro evitó sus ojos.

—Mirad —gritó Manes—. ¡Es el prisionero! ¿Comprando grano para un largo cautiverio, chico? —preguntó, y sus adeptos se rieron.

Sátiro retrocedió, poniendo más distancia entre Manes y él.

—No soy prisionero de nadie —replicó. Su voz no sonó tan firme como habría gustado a los otros piratas, y se oyeron algunas burlas.

—Ya lo veremos por la mañana —dijo Manes. Se rio—. ¡Menudo rescate pagarás!

—Soy capitán, no un prisionero. Habla con Demóstrate si dudas de mi palabra —respondió Sátiro.

—Aquí tu palabra no vale una mierda, cautivo. —Manes miró en derredor—. Y Demóstrate es un capitán entre capitanes. Si rechaza tu rescate, tanto peor para él.

Manes se echó a reír otra vez, asegurándose de que lo oyeran casi todos los presentes.

Sátiro daba la impresión de estar obligándose a mantenerse firme.

—Demuéstralo —dijo gentilmente—. Lucha conmigo.

Manes se incorporó en el diván.

—Que te jodan, chaval. Si quiero, puedo darte por el culo en la calle.

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