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BOOK: Título
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—Esas gentes conspiraron con los asesinos del Emperador, agente Loor. Ahora han aprendido que sus acciones tienen ciertas consecuencias, y lamentan su pasada deslealtad. —Un espasmo de tensión frunció las comisuras de sus ojos—. En su arrogancia anterior, se atrevieron a creer que el Imperio era superfluo y podía ser sustituido. Ahora saben que no es así. Todo lo que hay de bueno en sus vidas procede del Imperio. Se les ha mostrado la verdad, y ahora sus vidas se reducen a esperar una oportunidad de que se les permita volver a formar parte de nuestra hermandad.

—Lo vi. No lo he olvidado.

La expresión de Isard se suavizó ligeramente.

—Yo tampoco he olvidado su excelente índice de retención visual.

«Así que Toprawa pretendía ser una lección en el arte del arrepentimiento…». Kirtan alzó ligeramente el mentón, exponiendo su garganta.

—Señora directora, lamento profundamente no haber completado mi misión.

—¿De veras? —Isard extendió las manos hacia él, y la sorpresa agrandó sus ojos—. ¿Y por qué cree que ha fracasado?

—Me envió a destruir al Escuadrón Rebelde. —Kirtan inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado—. No he conseguido alcanzar ese objetivo.

—Es cierto que el Escuadrón Rebelde todavía existe, aunque la cuestión de durante cuanto tiempo seguirá existiendo debería ser seriamente discutida. El ataque a Borleias les causó graves pérdidas, y su informe lo dejaba muy claro. —Sonrió, y Kirtan tuvo que reprimir un estremecimiento—. Pero la información que proporcionó sobre la empresa privada que el general Derricote ha establecido en Borleias es todavía más importante. No podía ocultarme su existencia, naturalmente, dado que era la clave de la defensa que hizo huir a los rebeldes sin que hubieran podido alzarse con la victoria.

Kirtan Loor inclinó la cabeza ante ella.

—Me alegro de que esté complacida.

Cuando volvió a alzar la cabeza vio que la expresión de la directora estaba cambiando de nuevo, y que no indicaba nada que se aproximara ni de lejos a placer por su parte. La nueva emoción también estaba muy lejos de ser un leve disgusto, lo que convirtió la boca de Kirtan en un desierto y su estómago en el hogar ideal para un sarlacc.

«¿Qué es lo que he hecho? —Cuando tragó saliva, su laringe le arañó el interior del cuello con tanta violencia como si esas dos partes de su cuerpo estuvieran hechas de piedra—. ¿En qué he fracasado?».

—Esperaba algo más de usted, agente Loor. ¿Es capaz de imaginarse el qué?

Kirtan meneó la cabeza.

—No.

—No, por supuesto que no puede imaginárselo. ¿Y sabe por qué no puede hacerlo?

—No.

—Pues porque su imaginación se ha atrofiado hasta tal punto que ya casi está muerta —siseó Ysanne Isard, y sus palabras crearon ecos que resonaron por toda aquella estancia casi vacía—. Tenga la bondad de recordar lo que pensaba Gil Bastra de usted.

Kirtan sintió que le empezaba a arder el rostro.

—Rastra opinaba que yo confiaba excesivamente en mi capacidad para retener los conocimientos y que la usaba para compensar la falta de análisis. Lo recuerdo, y he intentado cambiar mi forma de actuar. Había llevado a cabo un análisis de las estrategias rebeldes más probables, y aislé un número de mundos que me parecía podían atacar después de su incursión contra el sistema de Hensara. Y tenía razón, porque Borleias figuraba en esa lista.

—¿Y qué fue lo que le llevó a Borleias?

—Usted me envió allí.

—Yo le envié allí. —Isard extendió la mano derecha como si quisiera alejarla de su cuerpo, y después hizo que su mano izquierda adoptara la misma posición mediante un gesto similar—. ¿Y a qué conclusión llegó?

—A la de que su análisis de la estrategia rebelde había seguido un curso paralelo al mío, y que por eso me había enviado a Borleias.

Ysanne Isard juntó las manos y entrelazó los dedos.

—Inició el análisis, encontró lo que le pareció era una corroboración de él y luego, en vez de seguir sometiendo su análisis a nuevas pruebas y, de dicha manera, corroborar la evidencia, lo que hizo fue dejar de pensar. Y ahora, piense un poco en el completo y total absurdo al que logró llegar mediante su conclusión.

—¿Qué quiere decir?

—Kirtan Loor, ¿realmente es tan estúpido como para suponer que si yo fuera capaz de predecir dónde iban a atacar los rebeldes le enviaría a usted, y únicamente a usted, para que estuviera allí y observan su ataque? Bien, pues en ese caso le aseguro que no tengo un concepto tan elevado de sus capacidades combativas.

El sarlacc agazapado en el estómago de Kirtan se puso repentinamente nervioso y empezó a tratar de salir de su prisión a mordiscos. «Borleias hubiese debido caer, y si no cayó fue únicamente porque Derricote disponía de recursos ocultos para defenderlo. Si Ysanne Isard fuera capaz de predecir dónde harían acto de presencia los rebeldes, hubiese enviado una fuerza significativamente mayor para oponerse a ellos y les habría asestado un golpe realmente serio».

—Desde el primer momento, agente Loor, la gran dificultad en lo concerniente a la Rebelión ha radicado precisamente en cómo localizados. Desde la muerte del Emperador, los rebeldes han podido desplegarse y diversificar sus bases, lo cual hace que resulten más difíciles de destruir. El esfuerzo que usted llevó a cabo contra la base de Talasea fue bastante meritorio…, y si el almirante Devlia no se hubiera comportado como un estúpido, el Escuadrón Rebelde tal vez habría sido eliminado. La importancia de ese ejemplo, sin embargo, estriba en que le muestra a qué vasto problema hemos tenido que enfrentarnos a la hora de localizar a los rebeldes a los que queremos matar. —Ysanne Isard se llevó las manos a la espalda—. Borleias sólo es uno entre las dos docenas de mundos que proporcionan acceso a los planetas del Núcleo, e incluso al mismísimo Centro Imperial, a los rebeldes. Organizar una defensa contra esos ataques resulta casi imposible, y además se vuelve totalmente ridículo en cuanto se es consciente de que la destrucción de la Rebelión es el único camino que permite llegar a la preservación y restauración del Imperio. Ése objetivo ocupa el primer lugar en mi mente, y fue basándome en esta consideración como decidí enviarle a Borleias.

Kirtan se concentró durante unos momentos. «Lo único que hice en Borleias fue descubrir que Derricote había organizado una compleja operación clandestina. Pero si Ysanne Isard hubiera conocido su existencia previamente, entonces se habría ocupado a título personal de ello…».

—¿Me envió allí para que espiara al general Derricote?

Isard asintió de una manera casi mecánica.

—Derricote posee ciertas capacidades que me resultan útiles. El que consiguiera reparar y devolver al estado operacional a la antigua instalación de la Biótica de Alderaan indicó que sus capacidades no se habían atrofiado. Después de haber recibido el informe que usted me envió, le hice venir aquí y dejé a mi gente a cargo de Borleias. De hecho, en estos momentos el general Derricote se encuentra aquí…

—Y mi retraso se debió a que para traerle utilizó naves que originalmente habían sido reservadas para mi transporte.

—Magnífico, agente Loor. Su informe indicaba que Derricote disponía de los recursos necesarios para poder resistirse a una invitación casual. La llegada de un Super Destructor Estelar bastó para convencerle de que debía venir a verme. Ahora tengo a mi gente protegiendo su operación particular para él, y ya están mejorando las defensas y todo lo demás.

«Las instalaciones de Derricote se han convertido en un rehén que asegurará su cooperación». Kirtan cerró los ojos durante un momento, esperando que la confusión y el conflicto de pensamientos que se habían adueñado de su mente se disiparan por sí solos.

Pero no fue así. Kirtan abrió los ojos y vio que Ysanne Isard le estaba observando de la misma forma en que un carroñero observaría a un cadáver que estuviera empezando a pudrirse.

—Discúlpeme, señora directora, pero ya no tengo demasiado claro cuál era la misión que quería encomendarme.

—Su misión, agente Loor, sigue siendo la que se le ha encomendado desde el primer momento: debe destruir al Escuadrón Rebelde. El hecho de que elija encargarle otras misiones de vez en cuando no debería apartarle de su deber principal.

—¿Piensa volver a enviarme a recorrer la galaxia para que les siga el rastro hasta dar con ellos?

—No. Se quedará aquí y colaborará con el general Derricote.

Kirtan abrió la boca y se dispuso a formular una pregunta, pero enseguida se apresuró a cerrarla. Contempló en silencio a Ysanne Isard durante un par de segundos, y después inclinó la cabeza.

—Como desee, señora directora.

—No se trata de lo que yo desee, sino de lo que tiene que ser. —Ysanne Isard le dio la espalda para volverse hacia las ventanas que daban a la Ciudad Imperial—. No hay ninguna necesidad de enviarle en pos de ellos, porque no tardará en ver cómo aparecen por aquí. Y cuando lo hagan, se encontrarán con la bienvenida que usted les habrá preparado…

36

—No se duerma, Nueve. Si no puede correr entonces defiéndase, pero salga de ahí. —Wedge inclinó su caza para lanzar una última mirada al ala-X de Corran—. Se ha portado muy bien.

—Esperaré a que los demás hayan iniciado la salida —respondió el otro piloto, acompañando sus palabras con un levantamiento del pulgar.

—Le veré entonces.

Wedge inclinó el ala-X hasta rebasar la línea de la vertical y vio cómo el planeta descendía para llenar su carlinga. Los cuatro torpedos protónicos que él y Corran habían lanzado contra el conducto no lo habían destruido, pero la mezcladora de ferrocreto envuelta en llamas marcaba la situación del objetivo de una manera muy clara. Sabiendo que la sorpresa había sido irrevocablemente perdida, Wedge hizo que su caza descendiera en una espiral que lo alejó cinco kilómetros del objetivo y lo dejó justo por debajo de la cota de los cuatro kilómetros.

«Como me dijo Han en una ocasión, el sigilo y la sutileza dan muy buenos resultados, pero si quieres dejar una impresión duradera sólo necesitas un desintegrador… —Wedge siguió un curso más o menos paralelo al valle, bajó el morro del ala-X para que quedara dirigido hacia el incendio que ardía en la lejanía e inició el descenso—. Y en este caso, tengo muy claro que quiero dejar una impresión lo más duradera posible».

Los verdosos haces láser del vehículo de asalto hendieron la noche para subir hacia él. Mynock dejó escapar un gemido, pero Wedge se limitó a descender para situar el caza por debajo de la línea de fuego o a subir para quedar por encima de ella, obligando a los artilleros a desplazar continuamente sus miras hacia arriba y hacia abajo o de un lado a otro. «Disparar contra un caza significa que has de tomar en consideración una cantidad de movimiento mucho más grande. Hay muy pocos vehículos de superficie que sean capaces de bailotear de esta manera…, y ninguno de ellos puede llegar a hacer lo que pienso hacer».

El indicador de la distancia que lo separaba del objetivo incorporado a su consola fue restando los metros por centenares a medida que Wedge se lanzaba sobre el conducto. Una extraña sensación de paz se adueñó del comandante corelliano a pesar del diluvio de fuego imperial que estaba siendo dirigido contra él. Sabía que no estaba entrando en ninguna clase de trance Jedi porque, a pesar de lo mucho que Wedge admiraba a Luke, también era consciente de que nunca conseguiría llegar a dominar las artes místicas de su amigo. La sensación de serenidad parecía surgir de la profunda convicción de que debía salir triunfante en su último intento de destruir el conducto y, lo que era todavía más importante, del hecho de que toda una vida de experiencia le había asegurado que las fuerzas de superficie no podrían detenerle.

Wedge redujo la velocidad e invirtió la impulsión cuando se encontraba a un kilómetro del objetivo, y el ala-X cayó como una piedra en el mismo instante en que las baterías láser del vehículo de asalto hacían converger sus haces para abrasarlo en el cielo. Descendiendo en lo que prácticamente era una caída libre, el caza se precipitó hacia el suelo del desfiladero. Los artilleros del Juggernaut, quizá creyendo que habían logrado darle, o quizá horrorizados por aquel descenso tan claramente incontrolado, dejaron de disparar.

El que hubieran seguido disparando no habría cambiado en nada el curso de los acontecimientos, por supuesto. Wedge conectó los haces repulsores cuando se encontraba a unos cien metros del suelo, y su estridente gemido ahogó el alarido de terror lanzado por Mynock. La caída del caza terminó en un brusco rebote, dejándolo suspendido a apenas cinco metros del suelo arenoso del desfiladero. Una nube de polvo se arremolinó alrededor del ala-X y los cañones láser de la torreta delantera del Juggernaut empezaron a descender. Detrás del vehículo, visibles gracias a la luz rojiza y dorada que irradiaba la mezcladora en llamas, las siluetas de los soldados de las tropas de asalto y las cuadrillas de trabajadores de la construcción empezaron a dispersarse.

Poniendo los motores a nivel cero, Wedge usó el timón para alinear el morro del ala-X con el Juggernaut y después presionó el gatillo de su palanca de control. Un torpedo protónico salió de su tobera para lanzarse sobre el vehículo de asalto. El proyectil de cegadora energía azulada atravesó el parabrisas del Juggernaut, inmoló a la tripulación de la cabina y mediante una veloz fusión, se abrió paso hacia la estructura principal del vehículo. Una vez allí detonó dentro de ella, expandiendo el Juggernaut con un incontenible estallido de energía y redondeando todos sus ángulos antes de hacerlo pedazos. La metralla en que había quedado convertido el blindaje se esparció por toda la zona. El diluvio de restos metálicos hizo que los escudos del ala-X chisporrotearan durante unos instantes, pero a través de ellos Wedge pudo ver cómo el extremo posterior del vehículo salía disparado hacia arriba para pasar por encima del conducto y acabar cayendo al otro lado.

La enorme masa envuelta en llamas del Juggernaut silueteó el conducto.

El pulgar de Wedge desplazó el control de armamento a la posición de los cañones láser, y después presionó el gatillo. Utilizando los pedales del timón, el comandante corelliano hizo que el caza oscilara violentamente hacia un lado y hacia otro y roció los vehículos de construcción y las formas de plastiacero con un diluvio de haces de energía carmesíes. Los andamiajes se derrumbaron, y chorros de ferroacero en estado semifluido rezumaron de las estructuras incendiadas. Los soldados de las tropas de asalto corrían en todas direcciones, buscando cualquier refugio que pudieran encontrar. Wedge no hizo ningún intento de elegir objetivos específicos, ya que usar el armamento de un caza estelar para matar a un individuo equivalía a usar una espada de luz para eliminar los extremos de los hilos que asomaran de una prenda. Sus armas podían hacer ese trabajo, pero había formas bastante más sencillas que también resultarían mucho más económicas.

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