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Authors: Charlaine Harris

Todos juntos y muertos (21 page)

BOOK: Todos juntos y muertos
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—Respóndeme —susurré—. Lo de Quinn.

—Después de la boda —dijo, procurando no sonreír. Hacía muchos meses desde que Jake disfrutaba de cierta ventaja sobre alguien, y era incapaz de ocultar el hecho de que estaba disfrutando de ello. Miró hacia atrás, y sus ojos se ensancharon. Imité su gesto para ver que en el extremo opuesto de la sala había un bufé, aunque su plato fuerte no era la comida, sino la sangre. Para mi asqueo, había unas veinte personas, entre hombres y mujeres, formando una fila delante de una fuente de sangre sintética, y todos llevaban un identificador que ponía simplemente «donante voluntario». Casi suelto una carcajada. ¿Podía ser eso legal? Pero eran libres, no estaban presos, y podían salir cuando quisieran. La mayoría parecían ansiosos por iniciar su donación. Escruté rápidamente sus mentes. Sí, lo estaban deseando.

Me volví hacia la plataforma, de apenas cuarenta y cinco centímetros de altura, sobre la que acababan de subirse los reyes de Misisipi e Indiana. Se habían puesto unos trajes muy elaborados, que me sonaba haber visto en uno de los álbumes de aquel fotógrafo que se especializaba en rituales sobrenaturales. Al menos, ésos eran fáciles de ponerse. Russell llevaba una túnica abierta de profuso brocado que encajaba perfectamente sobre su ropa normal. Era una espléndida prenda de brillante paño dorado con un patrón azul y escarlata. Bart, rey de Indiana, lucía una túnica similar de marrón cobre, con bordado verde y dorado.

—Sus túnicas formales —susurró Rasul. Una vez más, se había puesto a mi lado sin que me diera cuenta. Di un respingo y vi cómo una pequeña sonrisa estiraba su generosa boca. A mi izquierda, Jake se había arrimado más a mí, como si quisiera esconderse de Rasul.

Pero estaba más interesada en la ceremonia que en los piques entre machos vampiros. Un
ankh
gigante decoraba el centro del escenario. A un lado, había una mesa sobre la que habían depositado dos pesadas pilas de papel y sendas plumas entre ellas. Había una vampira de pie, tras la mesa, ataviada con un traje de negocios, con falda que le llegaba hasta las rodillas. El señor Cataliades estaba detrás de ella, con aire benevolente, y las manos entrelazadas ante su barriga.

En la mesa del lado contrario, Quinn, mi chico (cuyo trasfondo estaba decidida a descubrir más pronto que tarde), aún tenía puesto el traje de genio de Aladino. Aguardó a que los murmullos del gentío se hubieran extinguido para hacer un exagerado gesto hacia la derecha. Una figura ascendió las escaleras de camino a la plataforma. Llevaba una capa y capucha de terciopelo negro. El símbolo del
ankh
estaba bordado en oro sobre los hombros. La figura tomó posición entre Misisipi e Indiana, dando la espalda al gran
ankh
, y alzó los brazos.

—La ceremonia da comienzo —dijo Quinn—. Seamos testigos de esta unión en silencio.

Si alguien le pide a un vampiro que guarde silencio, puede estar seguro de que éste será absoluto. Los vampiros no necesitan hacer movimientos inquietos, suspirar, estornudar, toser o sonarse la nariz como la gente normal. Me sentí estruendosa por tan sólo respirar.

La capucha de la figura cayó hacia atrás. Suspiré, sorprendida. Era Eric. Su pelo de color pajizo destacaba precioso en contraste con el fondo negro de la capa. Su rostro estaba lleno de solemne autoridad, que es lo que una espera de cualquier oficiante que se precie.'

—Estamos aquí para ser testigos de la unión entre dos reyes —empezó, y cada una de sus palabras llegó hasta las cuatro esquinas de la sala—. Russell y Bart han accedido, verbalmente y por escrito, a formar una alianza con sus Estados que durará cien años. Durante este tiempo, no podrán contraer matrimonio con nadie más, a menos que dicha alianza sea de mutuo acuerdo y pública. Cada uno deberá hacer al otro una visita conyugal al menos una vez al año. El bienestar del reino de Russell será prioritario, sólo después del propio, a ojos de Bart, y el bienestar del reino de Bart será prioritario sólo después del propio, a ojos de Russell. Russell Edgington, rey de Misisipi, ¿estás de acuerdo con este pacto?

—Sí, lo estoy —contestó Russell claramente. Extendió la mano hacia Bart.

—Bartlett Crowe, rey de Indiana, ¿estás de acuerdo con este pacto?

—Lo estoy —dijo Bart, y tomó la mano de Russell. Ayyyy.

Entonces, Quinn dio un paso al frente y se arrodilló, sosteniendo un cáliz entre ambas manos. Eric sacó un cuchillo y cortó las muñecas de ambos con dos rápidos movimientos.

Oh, qué repelús. Me reproché en silencio mientras ambos reyes sangraban sobre el cáliz.

Debería haber intuido que una ceremonia implicaría el intercambio de sangre.

Cuando las heridas cicatrizaron, Russell tomó un sorbo del cáliz y se lo pasó a Bart, que lo apuró. Luego se besaron, mientras Bart agarraba a Russell, de menor tamaño, con ternura. Y siguieron besándose. Estaba claro que la sangre mezclada había hecho su efecto.

Crucé la mirada con la de Jake. «Coge una habitación», gesticuló con la boca, y tuve que bajar la mirada para disimular mi sonrisa.

Finalmente, los dos reyes dieron el siguiente paso: la ceremoniosa firma del contrato que habían acordado. La mujer del traje de negocios resultó ser una abogada vampira de Illinois, ya que le correspondía a un abogado de un tercer Estado elaborar el contrato. El señor Cataliades era un abogado neutral también, y firmó los documentos después de que los reyes y la vampira lo hicieran.

Eric permaneció envuelto en su gloria negra y dorada durante todo el proceso, y una vez las plumas regresaron a sus elaborados plumeros, anunció:

—¡El matrimonio es sagrado por cien años! —y estalló el júbilo. Los vampiros tampoco son muy dados a las demostraciones de alegría, así que fueron mayoritariamente humanos y otros seres sobrenaturales los que animaron el momento, si bien los vampiros se dignaron a lanzar murmullos de aprobación. No era igual, pero sí lo mejor de lo que eran capaces, supongo.

Tenía muchas ganas de saber cómo había conseguido Eric el oficio de sacerdote, o comoquiera que llamasen a los oficiantes, pero primero obligaría a Jake que me contase lo de Quinn. Trató de perderse entre la multitud, pero no tardé mucho en alcanzarlo. Aún no era un vampiro tan avezado como para darme esquinazo.

—Escúpelo —dije, y fingió que no sabía de lo que le estaba hablando, pero supo por mi expresión que no me lo tragaba.

Así, mientras la multitud pasaba alrededor de nosotros, tratando de no precipitarse con demasiada obviedad hacia el bar abierto, aguardé a que me contara la historia de Quinn.

—No puedo creer que no te lo haya contado él —dijo Jake, y estuve tentada de cruzarle la cara.

Lo agujereé con la mirada para que supiera que ya me estaba hartando de esperar.

—Está bien, está bien —explicó—. Supe de esto cuando aún era licántropo. Quinn es como una estrella del rock en el mundo de los cambiantes, ya sabes. Es uno de los últimos hombres tigre, y sin duda uno de los más feroces.

Asentí. Hasta ahí, eran cosas que sabía acerca de Quinn.

—La madre de Quinn fue capturada una noche de luna llena mientras cambiaba. Unos cazadores estaban de acampada, pusieron una trampa porque querían un oso para sus peleas ilegales de perros. Emociones nuevas, ¿sabes? Una manada de perros contra un oso. Fue en alguna parte de Colorado, y el terreno estaba nevado. Su madre andaba sola, y de alguna manera cayó en la trampa. No la percibió.

—¿Dónde estaba su padre?

—Murió cuando Quinn era un crio. Tendría unos quince años cuando esto pasó.

Presentía que lo peor estaba por venir. No me equivocaba.

—Él se transformó, por supuesto, la misma noche, poco después de darse cuenta de la desaparición de su madre. Rastreó a los cazadores hasta su campamento. Su madre había vuelto a la forma humana debido a la angustia de la captura, y uno de ellos la estaba violando. —Jake suspiró profundamente—. Quinn los mató a todos.

Clavé la mirada en el suelo. No se me ocurría nada que decir.

—Había que limpiar el campamento. No había manada a la que recurrir (los tigres no van en manada, claro), y su madre estaba herida y conmocionada, así que acudió al redil de vampiros locales. Accedieron a hacer el trabajo si admitía estar en deuda con ellos durante tres años. —Jake se encogió de hombros—. Aceptó.

—¿Qué aceptó hacer exactamente? —pregunté.

—Luchar en las exhibiciones para ellos, durante tres años o hasta que muriera, lo que llegara antes.

Sentí cómo unos dedos helados me recorrían la espalda, y en esta ocasión no era el escalofriante Andre… Era el miedo.

—¿Exhibiciones? —susurré, y de no haber tenido el oído de un vampiro no me habría escuchado.

—Corren muchas apuestas en las luchas de exhibición —dijo Jake—. Son como las peleas de perros de los cazadores. Los humanos no son los únicos que disfrutan viendo como otros animales se matan entre ellos. A algunos vampiros les priva. Bueno, y a otros seres sobrenaturales también.

Mi boca se estremeció de asco. Casi sentí náuseas.

Jake me miraba, preocupado por mi reacción, pero también para darme tiempo para comprender que la historia no había terminado.

—Es evidente que Quinn sobrevivió los tres años —prosiguió—. Es uno de los pocos que ha conseguido sobrevivir tanto tiempo. —Me miró de soslayo—. No paraba de ganar peleas. Era uno de los luchadores más salvajes que nadie ha visto nunca. Luchó contra osos, leones y cualquier cosa que puedas imaginarte.

—¿No son muy raros?

—Sí, lo son, pero supongo que hasta los seres sobrenaturales raros necesitan dinero —dijo, con un meneo de la cabeza—. Y se puede ganar una pasta en las luchas de exhibición cuando dispones de lo suficiente para apostar por ti mismo.

—¿Por qué lo dejó? —quise saber. Lamenté más de lo que imaginaba haber sentido curiosidad por el pasado de Quinn. Debí haber esperado a que me contara todo eso voluntariamente. Esperaba que algún día así hubiera sido. Jake interceptó a un camarero humano que pasaba por su lado y se hizo con una de las copas de sangre sintética que llevaba en la bandeja. Se la bebió de un trago.

—Sus tres años terminaron, y tuvo que cuidar de su hermana.

—¿Hermana?

—Sí, su madre quedó embarazada esa noche, y el resultado fue esa rubia de bote que nos ha repartido las flores secas en la puerta. Frannie suele meterse en problemas de vez en cuando, y la madre de Quinn no puede encargarse de ella, así que la manda con él alguna que otra vez. Frannie apareció aquí anoche.

Tuve más de lo que podía digerir. Me volví de un rápido movimiento y me alejé de Jake. Menos mal que no hizo nada por detenerme.

Capítulo 11

Estaba tan ansiosa por salir de la aglomeración del salón que me di de bruces con un vampiro, que siseó y me agarró de los hombros con sombría velocidad. Tenía un largo bigote al estilo Fu Manchú y una melena digna de un par de crines de caballo. Vestía un traje negro. En otras circunstancias, quizá habría apreciado el conjunto, pero en ese momento sólo quería irme.

—¿Por qué tantas prisas, jovencita? —inquirió.

—Señor —dije educadamente, ya que era mayor que yo—. Tengo mucha prisa. Perdone que haya chocado con usted, pero tengo que irme.

—¿No serás donante, por casualidad?

—No, lo siento.

De repente, me soltó de los hombros y volvió a la conversación que había interrumpido. Con enorme alivio, seguí mi camino, aunque con más cuidado, ya que con un momento tenso me sobraba.

—¡Ahí estás! —dijo Andre, y casi parecía molesto—. La reina te necesita.

Tuve que recordarme que estaba trabajando, por grande que fuese el drama interior que estaba experimentando. Seguí a Andre hacia la reina, que estaba enzarzada en una conversación con un grupo de vampiros y humanos.

—Claro que estoy de tu parte, Sophie —afirmó una vampira. Vestía un vestido de noche de paño rosa que se sujetaba a uno de los hombros con un gran broche de brillantes diamantes. Puede que fuesen cristales de Swarovsky, pero a mí me parecían auténticos. ¿Qué sé yo? El pálido rosa lucía precioso en contraste con su piel de chocolate—. Arkansas era un imbécil de todos modos. Lo que me sorprende es que decidieras casarte con él.

—Entonces, si voy a juicio, ¿serás benévola, Alabama? —preguntó, y si la hubieseis visto, habríais jurado que no tenía más de dieciséis años. Su alto rostro era suave y firme, sus grandes ojos brillaban enmarcados en la sutileza de su maquillaje. Llevaba suelto su pelo castaño, lo cual era poco habitual en Sophie-Anne.

La vampira pareció ablandarse visiblemente.

—Por supuesto —dijo.

Su compañero humano, el que iba vestido de diseño y con el que me había topado un momento antes, pensaba: «Durará diez minutos, hasta que le dé la espalda a Sophie-Anne. Entonces volverán con sus maquinaciones. Claro, todos dicen que les gustan las hogueras chisporroteantes y los largos paseos por la playa a la luz de la luna, pero siempre que vas a una fiesta, es una maniobra tras otra y una mentira tras otra».

La cara de Sophie-Anne apenas se giró hacia mí, a lo que respondí con una leve sacudida de la cabeza. Alabama se excusó para ir a felicitar a los recién casados, y su humano se fue con ella. Preocupada por los oídos que orbitaban a nuestro alrededor, la mayoría de los cuales eran capaces de escuchar mucho mejor que yo, dije:

—Más tarde. —Y obtuve un gesto afirmativo de Andre.

El siguiente en cortejar a Sophie-Anne fue el rey de Kentucky, el que había recurrido a las Britlingen para su protección. Resultaba que Kentucky se parecía mucho a Davy Crockett. Sólo le faltaba el fusil y el sombrero de castor. De hecho, llevaba pantalones de cuero, una camisa de ante con chaqueta a juego, botas con flecos del mismo material y un gran pañuelo de seda atado alrededor del cuello. Puede que necesitara a las guardaespaldas para protegerle de la policía del buen gusto.

No vi a Batanya ni a Clovache por ninguna parte, así que di por sentado que se habían quedado en la habitación. No le vi la utilidad a contratar un par de caras guardaespaldas de otro mundo si no estaban cerca de la espalda que guardar. Entonces, como no tenía otro humano con el que distraerme, me di cuenta de algo extraño: detrás del rey de Kentucky había un espacio que siempre permanecía vacío, por mucha gente que pasara por allí. Por muy natural que fuese ocupar el espacio que había tras él, nadie lo hacía. Pensé que, después de todo, las Britlingen sí que estaban de servicio.

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