Todos juntos y muertos (32 page)

Read Todos juntos y muertos Online

Authors: Charlaine Harris

BOOK: Todos juntos y muertos
6.22Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Nos podría decir si esta persona ha estado aquí alguna vez para comprar flechas o practicar el tiro?

Ni siquiera nos preguntó por qué queríamos saberlo. Se inclinó para contemplar la foto, puede que más tiempo del estrictamente necesario, para darle a Barry la oportunidad de disfrutar de su escote. Al analizar la foto de Kyle, puso una mueca.

—Sí, se pasó por aquí ayer, justo al anochecer —contestó—. Nunca habíamos tenido un cliente vampiro, y la verdad es que no me apetecía atenderle, pero ¿qué podía hacer? Tenía dinero, y la ley dice que no podemos discriminar a nadie. —Era una mujer más que dispuesta a discriminar, de eso no cabía la menor duda.

—¿Iba acompañado? —preguntó Barry.

—Déjeme pensar. —Posó, echando la cabeza hacia atrás para deleite de Barry. Ella no pensaba que su acento sureño fuese estúpido. Más bien creía que era adorable y sexy—. No puedo recordarlo. Escuchen, les diré lo que voy a hacer. Buscaré la cinta de seguridad de anoche; aún la conservamos. Le echaré un ojo, ¿de acuerdo?

—¿Podemos hacerlo ahora mismo? —pregunté, con una dulce sonrisa.

—Bueno, no puedo abandonar el mostrador ahora mismo. No hay nadie más que pueda vigilar el negocio si me voy a la trastienda. Pero podrían venir esta noche, cuando llegue mi relevo. —Lanzó una mirada muy intencionada a Barry, como para asegurarse de que no era necesario que fuese yo—. Dejaré que le eche un vistazo.

—¿A qué hora? —dijo Barry, algo reacio.

—¿A las siete? Yo salgo poco después.

Barry no pilló la indirecta, pero accedió a estar de vuelta a las siete.

—Gracias, Barry —dije, cuando volvimos a entrar en el coche—. Me estás ayudando mucho.

Llamé al hotel y dejé un mensaje para la reina y Andre, explicando dónde estaba y lo que estaba haciendo, para que no entraran en cólera cuando despertaran y vieran que no estaba a su disposición, lo cual no tardaría en ocurrir. A fin de cuentas, seguía las órdenes de Eric.

—Tienes que venir conmigo —me pidió Barry—. No pienso ver a esa mujer solo. Me comerá vivo. Seguro que rememora la guerra de agresión norteña.

—Vale. Me quedaré junto al coche. Grítame mentalmente si se te echa encima.

—Trato hecho.

Para matar las horas, nos tomamos un café y un bizcocho en una bollería. Estuvo genial. Mi abuela siempre había creído que las mujeres norteñas no eran capaces de cocinar. Resultó maravilloso comprobar lo erróneo de esa convicción. Además, tenía bastante apetito. Fue todo un alivio comprobar que seguía teniendo la misma hambre que de costumbre. Ni rastro de vampirismo en mí, ¡no, señor!

Tras llenar el depósito y comprobar nuestra ruta de vuelta al Pyramid, llegó la hora de regresar al centro de tiro para hablar con Copper. Había anochecido por completo, y la ciudad refulgía. Me sentí urbana y glamurosa mientras conducía en una ciudad tan grande y famosa. Se me había encomendado una tarea y la estaba cumpliendo con éxito. Había dejado de lado al ratoncito de campo asustadizo.

Mi sensación de felicidad y superioridad no duró demasiado.

La primera pista de que algo no marchaba bien en la empresa de tiro con arco Monteagle era que la pesada puerta de metal colgaba desvencijada.

—Mierda —exclamó Barry, que resumió lo que yo sentía en una sola palabra.

Salimos del coche, muy reacios, y, después de mirar concienzudamente a derecha e izquierda, nos acercamos para examinar la puerta.

—¿La han reventado o la han arrancado? —pregunté.

Barry se arrodilló en la grava y echó una ojeada más detenida.

—No soy 007 —aseguró—, pero creo que la han arrancado.

Miré la puerta, dubitativa. Pero cuando me incliné para mirarla más de cerca, pude ver el metal retorcido de los goznes. Un punto para Barry.

—Vale —dije. «Éste es el momento en el que tenemos que entrar.»

La mandíbula de Barry se tensó. «Sí.», dijo, pero no parecía muy seguro. Estaba cada vez más claro que lo suyo no era la violencia ni las confrontaciones. Le iba más el dinero, y tenía el patrón que mejor pagaba. En ese instante, se estaba preguntando si alguna cantidad de dinero sería suficiente para compensar la situación, convencido de que, si no estuviese con una mujer, se montaría directamente en el coche y se largaría.

En ocasiones, el orgullo masculino es una baza. Lo que tenía claro era que no me apetecía pasar por aquello sola.

Empujé la puerta, que respondió de forma espectacular desgajándose de los goznes y estrellándose en la grava.

—Bueno, ya sabe todo el mundo que estamos aquí —susurró Barry en voz muy baja—. Cualquiera que no lo supiera ya, quiero decir…

Tras el estruendo y un tiempo prudencial en el que nada surgió del edificio para devorarnos, Barry y yo nos erguimos desde las posturas recogidas que nos había dictado el instinto. Respiré hondo. Tenía que ir yo delante, ya que era una tarea que me habían encomendado a mí. Me adentré en el flujo de luz que manaba de la entrada y di un gran paso para atravesar el umbral del edificio. Un rápido rastreo no me reveló la presencia de ninguna mente, así que ya me fui imaginando lo que me encontraría.

Oh, sí. Copper había muerto. Estaba sobre el mostrador, hecha un amasijo de miembros, con la cabeza colgada hacia un lado. Un cuchillo sobresalía de su pecho. Alguien había vomitado a un metro a la izquierda (nada de sangre), así que debió de haber al menos un humano en la escena. Oí a Barry entrar en la estancia y quedarse tan quieto como yo.

En nuestra visita anterior, reparé en dos puertas que salían de la estancia. Una de ellas estaba a la derecha, delante del mostrador, que permitía el paso de los clientes a la zona de tiro. Detrás del mostrador había otra que daba a la trastienda, donde los empleados podían tomarse sus descansos y atender a los clientes de la zona de tiro. Estaba segura de que la cinta que habíamos venido a ver tendría que estar allí, era el sitio más natural para disponer el equipo de seguridad. La gran pregunta era si aún seguiría allí.

El cuerpo me pedía darme la vuelta y marcharme sin mirar atrás. Estaba aterrada, pero esa chica había muerto por la cinta, pensé, y reflexioné que omitirla equivaldría a menospreciar su involuntario sacrificio. No tenía mucho sentido que digamos, pero era como me sentía.

«No detecto a nadie más en la zona», me comunicó Barry.

«Yo tampoco», dije, tras analizar el entorno con más detenimiento.

Evidentemente, Barry sabía lo que tenía en mente, así que dijo: «¿Quieres que te acompañe?».

«No, quiero que esperes fuera. Te llamaré si te necesito.» A decir verdad, habría estado bien tenerlo más cerca, pero allí olía demasiado mal como para que nadie estuviera más de un minuto, y nuestro minuto se había cumplido.

Barry volvió al exterior sin protestar y me arrastré junto al mostrador hasta una zona despejada. Sentí unos terribles escalofríos al pasar junto al cuerpo de Copper. Me alegró que sus ojos sin vida no mirasen en mi dirección mientras limpiaba con un pañuelo lo que había tocado con las manos.

En la parte del mostrador reservada para los empleados, vi muestras de una terrible pelea. Luchó con todo lo que tenía. Había manchas de sangre por todas partes y el suelo estaba lleno de papeles. Había un botón de alarma bien visible justo debajo del mostrador, pero supuse que no le dio tiempo a pulsarlo.

En el despacho de la trastienda, las luces estaban encendidas, como pude comprobar a través de la puerta parcialmente abierta. La empujé con el pie y se abrió con un leve chirrido. Seguía librándome de que algo me saltara encima. Respiré hondo y atravesé el umbral.

La estancia era una combinación de sala de seguridad, despacho y sala de descanso. Había mostradores a lo largo de las paredes y sillas con ruedas adosadas a ellos, así como ordenadores, un microondás y una pequeña nevera. Lo típico. También estaban las cintas de seguridad, apiladas en un montón quemado sobre el suelo. El olor era tan malo en la otra estancia que no nos dimos cuenta del de ésta. Otra puerta daba al exterior; no fui a ver a qué parte exactamente, porque un cadáver la bloqueaba. Estaba boca abajo, lo cual agradecí. No hizo falta comprobar que estaba muerto. Saltaba a la vista. Supuse que era el relevo de Copper.

—Mierda —me dije. Y entonces pensé: «Menos mal que puedo salir de aquí». Una ventaja de que todas las cintas de seguridad se hubiesen quemado: cualquier registro de nuestra anterior visita también había desaparecido.

De vuelta a la salida, pulsé el botón del pánico con el codo. Esperaba que sonase en alguna comisaría y en que no tardasen en llegar.

Barry me estaba esperando fuera. Esperaba que así fuera, aunque no me habría sorprendido lo contrario.

—¡Larguémonos! He activado la alarma —avisé, y saltamos al coche y nos fuimos a toda pastilla.

Yo conducía, ya que Barry se había puesto verde. Tuvo que sacar la cabeza por la ventanilla un par de veces (y eso es complicado con el tráfico de Rhodes) para vomitar. No podía culparle lo más mínimo. Habíamos visto cosas horribles. Pero yo he sido bendecida con un estómago resistente, y además he visto cosas peores.

Llegamos al hotel a tiempo para presenciar la sesión judicial. Barry se me quedó mirando asombrado cuando le dije que sería mejor que me preparase para ello. No había recibido el menor indicio de lo que había estado pensando y supe que se sentía verdaderamente mal.

—¿Cómo puedes siquiera pensar en ir? —dijo—. Tenemos que contarle a alguien lo que ha pasado.

—He alertado a la policía, o al menos a la compañía de seguridad —contesté—. ¿Qué otra cosa podemos hacer? —Nos encontrábamos en el ascensor que llevaba desde el garaje del hotel hasta el vestíbulo.

—Tenemos que decírselo.

—¿Por qué? —Las puertas se abrieron y entramos en la planta de recepción.

—Para que lo sepan.

—¿El qué?

—Que alguien trató de asesinarte anoche con… Bueno, tratando de lanzarte una flecha —se quedó callado.

—Ya. ¿Ves? —Empezaba a captar sus pensamientos, y había llegado a la correcta conclusión—. ¿Ayudará eso a resolver su asesinato? Probablemente no, porque el tipo está muerto y las cintas destruidas. Vendrían aquí a interrogar a los vampiros más importantes de un tercio de los Estados Unidos. ¿Crees que me lo agradecerían? Ni en sueños, te lo digo yo.

—No podemos quedarnos sin hacer nada.

—No es lo mejor, soy consciente de ello, pero es lo más realista. Y lo más práctico.

—Oh, vaya, ¿ahora eres práctica? —Barry empezaba a elevar el tono de voz.

—Y tú le estás chillando a mi… A Sookie —dijo Eric, ganándose otro grito (éste sin palabras) por parte de Barry. Para entonces, a Barry ya le daba igual si me volvía a ver o no durante el resto de su vida. A pesar de no sentirme tan drástica como él, tampoco creía que fuésemos a ser grandes amigos.

También me dejó pasmada que Eric no supiera escoger un término para referirse a mí.

—¿Necesitas algo? —le pregunté con un tono que le advertía que no estaba de humor para ningún doble sentido.

—¿Qué has descubierto? —dijo con suma seriedad, evaporándome las rigideces de un plumazo.

—Puedes irte —le pedí a Barry, quien no necesitó que se lo repitiera.

Eric buscó un lugar tranquilo para hablar, pero no vio ninguno. El vestíbulo estaba lleno de vampiros que se dirigían a la sesión judicial o que simplemente charlaban o flirteaban.

—Ven —ordenó, no tan rudamente como pueda sonar. Nos dirigimos a los ascensores y fuimos a su habitación. Eric estaba en la novena planta, que cubría una zona mucho más amplia que la de la reina. Había al menos veinte habitaciones. También había mucho más trasiego. Nos cruzamos con varios vampiros de camino a su habitación, que me dijo que compartía con Pam.

Tenía curiosidad por ver la típica habitación de vampiros, ya que sólo había tenido la oportunidad de ver el salón de la suite de la reina. Quedé algo decepcionada al ver que, aparte de los ataúdes de viaje, era del todo normal. Claro que es un gran «aparte». Los ataúdes de Pam y Eric reposaban sobre lujosos caballetes cubiertos con imitaciones de jeroglíficos dorados sobre madera pintada de negro, lo que les otorgaba un estilo de lo más elegante. Había también dos camas dobles, así como un cuarto de baño de lo más compacto. La puerta estaba abierta, y las dos toallas estaban colgadas. Eric nunca había colgado sus toallas mientras vivió conmigo, así que estaba dispuesta a apostar a que era obra de Pam. Parecía algo extrañamente doméstico. Pam llevaba con Eric probablemente más de un siglo. Dios mío. Yo ni siquiera había aguantado dos semanas.

Entre los ataúdes y las camas, la habitación estaba un poco atestada. Me pregunté cómo serían las habitaciones de los vampiros menores, digamos, de la planta doce. ¿Se podrían disponer ataúdes en literas? Pero me estaba yendo por las ramas, tratando de no pensar demasiado en estar a solas con Eric. Nos sentamos, Eric en una cama y yo en la otra. Se inclinó hacia delante.

—Cuéntame —dijo.

—La cosa pinta muy mal —respondí, para resumirle la idea general.

Su expresión se ensombreció, el ceño fruncido y las comisuras de los labios caídas.

—Encontramos el centro de tiro que solía frecuentar Kyle Perkins. Tenías razón al respecto. Barry me acompañó para hacerme el favor, y se lo agradezco en el alma —señalé, plasmando así los grandes titulares—. En resumidas cuentas, encontramos el sitio en nuestra tercera parada, y la chica del mostrador nos dijo que podríamos ver la cinta de seguridad que recogía la visita de Kyle. Pensé que quizá veríamos a alguien conocido acompañándolo. Pero nos dijo que volviésemos al final de su turno, a las siete. —Hice una pausa para recuperar el aliento. La expresión de Eric permanecía inalterable—. Volvimos a esa hora y nos la encontramos muerta, asesinada, en el establecimiento. Fui a la trastienda y descubrí que habían quemado todas las cintas.

—¿Cómo la mataron?

—La apuñalaron. Tenía un cuchillo clavado en el corazón. El asesino, o alguien que lo acompañaba, vomitó. También mataron a otro tipo que trabajaba allí, pero no comprobé cómo.

—Eh —meditó Eric—. ¿Algo más?

—No —contesté, y me incorporé para marcharme.

—Barry estaba enfadado contigo —observó.

—Sí, pero lo superará.

—¿Qué ha pasado?

—No creo que haya… Piensa que no debimos marcharnos. O… No lo sé. Piensa, que he sido muy fría.

—Yo creo que lo hiciste excepcionalmente bien.

Other books

The Finishing School by Muriel Spark
Taming the Prince by Elizabeth Bevarly
Only in the Movies by William Bell
Unraveled by Heidi McCahan
Blood Magick by Roberts, Nora
Eye of the Whale by Douglas Carlton Abrams