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Authors: Charlaine Harris

Todos juntos y muertos (29 page)

BOOK: Todos juntos y muertos
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No pude discernir su nombre, lo cual hubiese sido ideal para romper el hielo, y no se me ocurrió nada que decirle. Pero era alguien que debía recibir la atención de Sophie-Anne. Alguien lo había usado contra ella.

—Hola —los saludé con una amplia sonrisa. La mujer me devolvió la sonrisa, no sin cierta cautela, ya que la tranquila pareja no solía ser abordada por jóvenes solitarias (miró el hueco de mi izquierda) durante fiestas glamurosas. La sonrisa del brujo del tiempo iba más por el lado del temor.

—¿Estáis disfrutando de la fiesta? —les pregunté.

—Sí, una noche estupenda —contestó la mujer.

—Me llamo Sookie Stackhouse —dije, rezumando encanto.

—Olive Trout —se presentó, y nos estrechamos las manos—. Éste es mi marido, Julian —añadió, sin la menor idea de lo que era su marido.

—¿Sois de por aquí? —escrutaba a la gente de la forma más discreta posible. No tenía la menor idea de qué hacer con ellos, ahora que los había encontrado.

—No has visto nuestros canales locales —dijo Olive, orgullosa—. Julian es el hombre del tiempo del Canal 7.

—Qué interesante —respondí, con toda sinceridad—. Si me acompañarais, hay alguien que estaría encantado de conoceros.

Mientras los arrastraba conmigo entre la gente, empecé a pensármelo dos veces. ¿Qué pasaría si Sophie-Anne exigía retribución? Pero eso no tenía sentido. Lo importante no es que hubiera un brujo del tiempo, sino que alguien lo había contratado para prever el tiempo de Luisiana y, de alguna manera, había pospuesto la cumbre hasta el paso del Katrina.

Julian era lo bastante avispado como para figurarse que algo no encajaba con mi excesivo entusiasmo, y temí que empezaran a ponerme pegas. Me alivié sobremanera al divisar la cabeza rubia de Gervaise. Lo llamé con el entusiasmo de quien no se ve en años. Cuando llegué a su altura, casi no me quedaba aliento por arrastrar conmigo a los Trout con tanta velocidad y ansiedad.

—Gervaise, Carla —dije, poniendo a los Trout ante el sheriff, como si los sacara del agua—. Os presento a Olive Trout y a su marido, Julian. La reina parecía ansiosa por conocer a alguien como Julian. Es buenísimo adivinando qué tiempo va a hacer. —Vale, admito que faltaba sutileza por todas partes. Julian se quedó pálido. Sí, no cabía duda de que en la conciencia de Julian anidaba el conocimiento de una mala obra.

—¿Te sientes mal, cariño? —preguntó Olive.

—Tenemos que volver a casa —afirmó él.

—No, no, no —intervino Carla—. Gervaise, cariño, ¿recuerdas que Andre dijo que si sabíamos de alguien que fuera una autoridad en el pronóstico del tiempo, la reina estaba especialmente dispuesta a intercambiar unas palabras con él? —Rodeó a los Trout con los brazos y los miró fijamente. Olive parecía desconcertada.

—Por supuesto —confirmó Gervaise, cuando finalmente se le encendió la bombilla—. Gracias, Sookie. Por favor, acompañadnos. —E instaron a los Trout a seguir caminando.

Me sentí algo aturdida con el placer que producía el haber tenido razón.

Mirando a mi alrededor, vi a Barry poniendo un plato sobre una bandeja vacía.

—¿Te apetece bailar? —le pregunté, mientras la banda del Hombre Muerto tocaba una versión de una vieja canción de Jennifer Lopez. Barry parecía reacio, pero le tiré de la mano y pronto estuvimos meneando el cuerpo y pasándolo en grande. No hay nada como bailar para relajar tensiones y dejarse llevar, aunque sea durante un rato. El control muscular no se me daba tan bien como a Shakira, pero quizá si practicase de vez en cuando…

—¿Qué estás haciendo? —inquirió Eric sin la menor sombra de chiste en la voz. Su desaprobación era gélida.

—Estoy bailando, ¿por? —Le hice una señal para que me dejara en paz, pero Barry ya había dejado de moverse, me saludó con la mano y se marchó—. Me lo estaba pasando bien —protesté.

—Estabas exhibiendo tus encantos delante de cada hombre de la habitación —señaló—. Como una…

—¡Quieto parado, amigo! ¡Ni se te ocurra seguir por ahí! —le dije, advirtiéndoselo con un dedo.

—Saca ese dedo de mi cara —espetó.

Inhalé, dispuesta a decir algo imperdonable, recibiendo la oleada de ira con auténtico deleite (no era su perrita faldera), cuando un brazo fuerte y enjuto me rodeó y una voz desconocida con acento irlandés me preguntó:

—¿Bailamos, cariño?

Cuando el bailarín que había abierto la noche me arrebató de la forma más sutil, y a la vez compleja en cuanto a los pasos, pude ver que su compañera hacía lo mismo con Eric.

—Tú sigúeme mientras te calmas, nena. Me llamo Sean.

—Sookie.

—Encantado de conocerte, jovencita. No bailas mal.

—Gracias. Es todo un cumplido, viniendo de ti. Me encantó vuestra interpretación de antes. —Pude sentir cómo se desvanecía el acceso de ira.

—Es mi compañera —dijo, sonriente. Sonreír no era algo que pareciera resultarle fácil, pero lo transformó de un pecoso de cara delgada y nariz afilada en un hombre con atractivo en la recámara—. Mi Layla es como bailar con un sueño.

—Es muy guapa.

—Oh, sí, por dentro y por fuera.

—¿Cuánto hace que sois compañeros?

—En el baile, dos años. En la vida, alrededor de uno.

—Por tu acento veo que no eres de aquí. —Miré de reojo a Eric y a la preciosa Layla. Ella hablaba con una serena sonrisa, mientras él aún parecía sombrío, aunque no enfadado.

—Y que lo digas —admitió—. Soy irlandés, por supuesto, pero llevo aquí… —Arrugó la frente mientras pensaba, y fue como ver arrugarse el mármol—. Un siglo, más o menos. A veces me da por pensar en mudarme a Tennessee, de donde es Layla, pero aún no nos hemos decidido.

Era mucha conversación para tratarse de un tipo que aparentaba tanta discreción.

—¿Ya te has aburrido de vivir en la ciudad?

—Hay demasiada actividad antivampírica últimamente. La Hermandad del Sol, el movimiento Arrebatad la noche de los muertos…: parece que aquí no dejan de proliferar.

—La Hermandad está en todas partes —dije. La mera pronunciación de su nombre me dio escalofríos—. ¿Y qué pasará cuando sepan de la existencia de los licántropos?

—Ya. No creo que tarden en descubrirlos. Los licántropos no dejan de decir que ese día está cerca.

Cabría pensar que alguno de los numerosos seres sobrenaturales que conocía acabase diciéndome lo que estaba pasando. Tarde o temprano, los licántropos y demás cambiantes tendrían que abrir su secreta existencia al mundo, o acabarían rebasados por los vampiros, intencionadamente o no.

—Puede que incluso se produjera una guerra civil —aventuró Sean, y me obligué a volver al tema.

—¿Entre la Hermandad y los sobrenaturales? Asintió.

—Creo que podría pasar.

—¿Y qué harías en ese caso?

—He vivido el conflicto muchos años y no quiero vivirlo uno más —dijo expeditivamente—. Layla no ha visto el viejo continente, y creo que le encantaría, así que nos iríamos a Inglaterra. Podríamos bailar allí, o sencillamente buscar un sitio donde escondernos.

Por muy interesante que fuese la conversación, no resolvería los numerosos problemas a los que me enfrentaba en ese momento, que podía contar claramente con los dedos de las manos. ¿Quién habría pagado a Julian Trout? ¿Quién puso la bomba en la lata de Dr Pepper? ¿Quién mató al resto de los vampiros de Arkansas? ¿Sería el mismo que ordenó la muerte de Henrik Feith?

—¿Cuál fue el resultado? —dije en voz alta, para sorpresa del vampiro pelirrojo.

—¿Disculpa?

—Sólo pensaba en voz alta. Ha sido un placer bailar contigo. Disculpa, pero tengo que encontrar a un amigo.

Sean me llevó bailando hasta el borde de la pista, y allí nos separamos. Ya estaba buscando a su compañera. Por lo general, las parejas de vampiros no duran demasiado. Incluso los matrimonios de siglos de reyes y reinas apenas requerían de una visita nupcial al año. Deseé que Sean y Layla demostraran ser una excepción.

Decidí que quería saber del estado de Quinn. Podía tratarse de un proceso laborioso, ya que no tenía ni idea de adonde lo habían llevado los licántropos. Estaba tan confundida por el efecto que estaba teniendo Eric sobre mí, todo ello mezclado por mi incipiente afecto por Quinn. Pero tenía claro con quién estaba comprometida. Quinn me había salvado la vida esa noche. Empecé mi pesquisa llamando a su habitación, pero no obtuve respuesta.

Si fuese licántropo, ¿adonde llevaría a un tigre herido? Ningún sitio público, porque los licántropos eran un secreto en sí. No querrían que el personal del hotel captara alguna palabra que diese pistas sobre la existencia de otros seres sobrenaturales. Así que llevarían a Quinn a una habitación privada, ¿no? Entonces, ¿quién tenía una habitación privada y simpatizaba con los licántropos?

Jake Purifoy, por supuesto, ex licántropo y actualmente vampiro. Puede que Quinn estuviera allí, en alguna parte del aparcamiento del hotel, en el despacho del jefe de seguridad o en la enfermería, si acaso existía. Tenía que empezar por alguna parte. Me dirigí al mostrador de recepción, donde nadie pareció tener inconveniente en darme el número de habitación de Jake, supongo que porque ambos formábamos parte de la misma comitiva. Era una mujer, no el mismo empleado que se había mostrado tan grosero conmigo cuando llegamos al hotel. Pensó que mi vestido era muy bonito y que quería uno igual.

La habitación de Jake estaba un piso por encima de la mía. Antes de llamar a la puerta, proyecté mi mente para contar el número de cerebros presentes en el interior. Había un agujero en el aire que delataba la presencia de un vampiro (es la mejor forma de describirlo), además de un par de señales humanas. Di con un pensamiento que petrificó mi mano antes de golpear la puerta.

«… todos deberían morir», decía el leve fragmento de pensamiento. No lo siguió ningún otro, nada que ampliara o clarificara tan maligno deseo. Al llamar, el patrón mental de la habitación cambió drásticamente. Jake abrió la puerta. No parecía contento de verme.

—Hola, Jake —saludé, mostrando la sonrisa más amplia e inocente que pude esbozar—. ¿Qué tal estás? Pasaba para ver si Quinn estaba contigo.

—¿Conmigo? —Jake parecía desconcertado—. Desde que me convertí en vampiro, apenas he cruzado palabra con Quinn, Sookie. No tenemos nada de lo que hablar. —Debí de parecer escéptica, porque no tardó en completar la frase—. Oh, no es por Quinn, es por mí. Sencillamente no soy capaz de salvar la diferencia entre lo que fui y lo que soy. Ni siquiera estoy seguro de quién soy. —Sus hombros se desplomaron.

Sonaba bastante honesto, la verdad. Sentí una gran simpatía hacia él.

—De todos modos —prosiguió—, ayudé a llevarlo a la enfermería, y apuesto a que sigue allí. Están con él una cambiante llamada Bettina y un licántropo de nombre Hondo.

Jake mantenía la puerta entornada. No quería que viese quiénes lo acompañaban. Jake no sabía que estaba al tanto de su compañía.

No era asunto mío, por supuesto. Pero era inquietante. Incluso mientras le daba las gracias y daba media vuelta no dejé de pensar en ello. No quería causarle más problemas al ya atribulado Jake, pero si formaba parte de la trama que recorría los pasillos del Pyramid, tenía que descubrirlo.

Pero lo primero era lo primero. Bajé a mi habitación y llamé a recepción para que me indicaran dónde estaba la enfermería, datos que anoté cuidadosamente. A continuación, volví a hurtadillas hasta la puerta de Jake, pero mientras estuve fuera, el grupo se había dispersado. Vi a dos humanos por detrás. Extraño. No podía poner la mano en el fuego, pero uno de ellos se parecía bastante a Joe, el empleado que estaba en el ordenador de la zona de equipajes. Jake se había reunido con gente del hotel en su habitación. Quizá aún se sintiera más cómodo entre humanos que entre vampiros. Pero lo más lógico es que hubiese preferido licántropos…

Mientras permanecía en el pasillo, sintiendo lástima por él, la puerta se abrió y apareció Jake. No había comprobado vacíos, sólo lecturas vivas. Fallo mío. Jake parecía algo suspicaz cuando me vio, y no podía culparlo.

—¿Quieres venir conmigo? —le pregunté.

—¿Cómo? —No salía de su desconcierto. No era lo bastante veterano en el vampirismo como para saber adoptar esa inexpresividad tan típica de los de su raza.

—A ver a Quinn —dije—. Me han indicado dónde está la enfermería. Y comentaste que hacía tiempo que no hablabas con él, así que pensé que quizá querrías acompañarme si yo servía de excusa para acercarte.

—Es una buena idea, Sookie —respondió—. Pero creo que lo dejaré para otra ocasión. El caso es que la mayoría de los cambiantes ya no me quieren cerca. Quinn es mejor que la mayoría, estoy seguro, pero sé que lo incomodo. Conoce a mis padres, a mi ex novia; a toda la gente de mi vida anterior, los mismos que ya no quieren estar cerca de mí.

—Jake, lo siento mucho —dije impulsivamente—. Lamento que Hadley te convirtiera cuando quizá habrías preferido morir. Te apreciaba y no quería que murieras.

—Pero morí, Sookie —afirmó Jake—. Ya no soy el mismo que antes, como bien sabes. —Me levantó el brazo y contempló la cicatriz, la que me había provocado con sus dientes—. Tú tampoco volverás a ser la misma —dijo, se alejó. No estoy segura de que supiera adonde iba, pero estaba claro que quería alejarse de mí.

Me quedé mirándolo hasta perderlo de vista. En ningún momento se volvió hacia mí.

Tenía los ánimos frágiles de todos modos, y el encuentro no hizo sino ahondar en esa sensación. Me arrastré hacia los ascensores, decidida a encontrar la maldita enfermería. La reina no me había reclamado desde el busca, así que era lógico pensar que estuviera codeándose con otros vampiros, tratando de descubrir quién contrató al brujo del tiempo y deleitándose en el alivio. Se acabó la sombra del juicio, la herencia estaba asegurada y se le presentaba la oportunidad de elevar a su amado Andre al poder. La fortuna empezaba a sonreír a la reina de Luisiana, así que procuré no ser yo quien aportara el ingrediente amargo. ¿O puede que sí tuviera derecho a hacerlo? Hmmm, veamos. Ayudé a detener el juicio, aunque no había contado con finiquitarlo tan drásticamente como le había pasado, digamos, al pobre Henrik. Dado que la habían hallado inocente, recibiría la herencia prometida en su contrato de matrimonio. ¿Y quién tuvo la idea de lo de Andre? Y, además, había tenido razón acerca de lo del brujo. Bueno, tal vez pudiera sentir un poco de amargura ante mi propia mala suerte. Además, tarde o temprano tendría que escoger entre Quinn y Eric sin sentirme culpable. Había sostenido en la mano una bomba durante mucho tiempo. La Antigua Pitonisa no era precisamente miembro de mi club de fans, y era objeto de reverencia para casi todos los vampiros. Casi me habían matado con una flecha.

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