Read Todos juntos y muertos Online
Authors: Charlaine Harris
—Creo que no comprende lo que hizo —explicó Sophie-Anne—. Al menos hasta cierto punto. Pero llegaremos a un entendimiento —sonrió—. Él y su mujer están bien. Ya no te necesitaré esta noche. Ve a divertirte —añadió, y no sonó condescendiente. Sophie-Anne quería de verdad que me lo pasara bien, aunque poco le importaba cómo fuese a conseguirlo.
—Gracias —dije, y pensé que sería mejor que no fuese tan escueta—. Gracias, señora. Que se lo pase bien igualmente. Nos veremos mañana.
Me alegré de poder salir de allí. Con la habitación llena de vampiros, empezaba a recibir miradas que delataban colmillos extendidos. Los vampiros lo tenían más fácil con la sangre sintética a título individual que cuando iban en grupo. Algún recuerdo de los buenos viejos tiempos les hacía ansiar un rico y cálido sorbo directamente de la fuente, en vez de un fluido creado en un laboratorio y recalentado en un microondas. Justo a tiempo, el grupo de donantes voluntarios reapareció por la puerta trasera y formó una fila más o menos homogénea en la pared del fondo. Al poco tiempo, todos estaban ocupados, y supongo que felices.
Después de que Bill tomara mi sangre durante el acto sexual, me dijo que la sangre directa del cuello de un ser humano (después de una dieta a base de TrueBlood, por ejemplo) era como meterse una buena parrillada de carne después de llevar un tiempo comiendo en el McDonald's. Vi a Gervaise llevándose a Carla hasta un rincón y me pregunté si necesitaría ayuda; pero al verle la cara di por hecho que no.
Carla no subió a la habitación esa noche, y sin la distracción de Quinn, me sentí un poco apesadumbrada. Tenía muchas cosas en las que pensar. Parecía que los problemas me buscaban por los pasillos del Pyramid of Gizeh y que, por muchas vueltas que diera, me encontrarían siempre.
Finalmente me acosté a las cuatro de la mañana y me desperté al mediodía. No fueron ocho horas demasiado reconfortantes, que digamos. Las pasé medio despierta, incapaz de entrar en calor, algo que quizá tenía que ver con el intercambio de sangre… o no. También soñé, y creí oír que Carla entraba en la habitación un par de veces, sólo para abrir los ojos y descubrir que no había nadie. La extraña luz que se colaba por el cristal densamente tintado de la planta exclusiva para humanos no se parecía a la del día, ni por asomo. Se me hizo increíblemente pesado.
Me sentí algo mejor después de una larga ducha, y cogí el teléfono para llamar al servicio de habitaciones y que me subieran algo de comer. Después, decidí bajar al pequeño restaurante. Me apetecía ver a otros humanos.
Había allí unos cuantos. Ninguno de ellos era mi compañera de habitación, pero sí un par de compañeros de juego y Barry. Me hizo un gesto para que me sentara en una de las sillas vacías de su mesa y me dejé caer en ella, mirando alrededor en busca del camarero para encargarle un café. No tardó en traérmelo, y me estremecí de placer con el primer sorbo. Cuando apuré la primera taza, le dije (a mi manera):
«¿Cómo estás hoy? ¿Has estado despierto toda la noche?»
«No. Stan se fue a dormir pronto con su nueva novia, así que no me necesitó. Aún están en la fase de luna de miel. Me fui a bailar un poco y estuve un rato con la maquilladora que la reina de Iowa se trajo consigo.»
Meneó las cejas para darme a entender que la maquilladora estaba buena.
«¿Qué planes tienes para hoy?»
«¿A ti también te han deslizado algo como esto por debajo de la puerta?»
Barry empujó varias hojas de papel grapadas sobre la mesa, justo cuando el camarero me traía mi sándwich con huevo.
«Sí. Lo metí en el bolso.»
Caramba, podía hablar con Barry mientras comía, la forma más elegante de hablar con la boca llena que era capaz de idear.
«Echa un vistazo.»
Mientras Barry desempaquetaba una galleta para untarle mantequilla, hojeé los papeles. Una agenda para la noche, lo cual resultaba de gran ayuda. El juicio de Sophie-Anne era el caso más serio, el único que implicaba a la realeza. Pero había otros dos. La primera sesión estaba dispuesta para las ocho, y se trataba de una disputa sobre una herida personal. Una vampira de Wisconsin llamada Jodi (insólita en sí misma) había sido denunciada por un vampiro de Illinois llamado Michael. Michael afirmaba que Jodi esperó hasta que él entrara en el letargo diurno para romperle uno de los caninos con unos alicates.
«Vaya. Eso suena… interesante.» Arqueé las cejas. «¿Cómo es que los sheriffs no se están encargando de esto?» A los vampiros no les gustaba nada airear sus trapos sucios.
—Interestatal —dijo Barry sucintamente. El camarero acababa de traer toda una cafetera. Barry llenó mi taza y después la suya.
Pasé la página. El siguiente caso estaba relacionado con una vampira de Kansas City, Missouri, llamada Cindy Lou Suskin, que había convertido a un niño. Cindy Lou argumentaba que el crío se estaba muriendo de una enfermedad de la sangre y que siempre había querido un hijo; por lo que ahora tenía a un perpetuo vampiro preadolescente. Además, el muchacho había sido convertido con el consentimiento de sus padres, por escrito. Kate Book, abogada de Kansas City, señaló que el Estado encargado de la supervisión del bienestar del niño se quejaba de que éste se negaba ahora a ver a sus padres humanos o a tener cualquier relación con ellos, lo que contravenía el acuerdo firmado entre ellos y Cindy Lou.
Sonaba a culebrón de la tele.
Judge Judy
, ¿os suena?
«O sea, que esta noche tocan más juicios», resumí, después de hojear el resto de papeles.
«¿Significa que nos van a necesitar?»
—Eso creo. Habrá testigos humanos para el segundo caso. Stan quiere que esté allí, y apuesto a que tu reina querrá que tú también. Su subdito, Bill, será uno de los jueces designados. Sólo los reyes y las reinas pueden juzgar a otros reyes, pero en los casos que incumben a vampiros menores, los jueces se escogen al azar. El nombre de Bill surgió del sombrero.
—Oh, qué bien.
«¿Tuviste una historia con él?»
«Sí. Pero creo que será un buen juez.» No estaba segura de por qué, pero lo creía de verdad. Después de todo, Bill había demostrado saber engañar muy bien, pero creía que sabría ser justo y desapasionado.
Caí en que lo del tribunal sería entre las ocho y las once. Después, de media noche a las cuatro de la mañana, el asunto era «Comercio». Barry y yo nos miramos y nos encogimos de hombros.
—¿Un mercadillo? —sugerí—. ¿Una especie de rastro?
Barry no tenía ni idea.
La cuarta noche de la conferencia era la última, y su primera mitad estaba marcada como «Tiempo libre para todo el mundo en Rhodes». Algunas de las actividades sugeridas eran: volver a ver a los bailarines del Blue Moon, o a su división más explícita, los Black Moon. No se especificaba la diferencia, pero estaba convencida de que los empleados del Black Moon realizaban interpretaciones con una orientación mucho más sexual. Los diferentes equipos de baile del estudio figuraban en diferentes lugares de aparición. También se recomendaba a los vampiros visitantes un paseo por el zoo, que permanecería abierto durante la noche de forma extraordinaria, igual que el museo de la ciudad. También podían visitar un club «para el deleite de quienes disfrutan de los placeres de su lado más oscuro». Se llamaba el Beso del dolor. «Recuérdame que cruce a la acera de enfrente cuando pase por delante», le dije a Barry.
«¿Nunca disfrutas de un pequeño mordisco?» Barry se pasó la lengua por sus caninos poco afiliados para que me quedara clara la insinuación.
«Eso da mucho placer», dije, incapaz de negarlo. «Pero creo que en ese sitio van un poco más allá de una marca en el cuello. ¿Estás ocupado ahora mismo? Porque tengo que hacer un recado para Eric, y me vendría bien algo de ayuda.»
—Claro —dijo Barry—. ¿De qué se trata?
—Tenemos que encontrar centros de tiro con arco —expliqué.
—Han dejado esto para usted en recepción —dijo nuestro camarero, depositando un sobre de color vainilla en la mesa y retirándose como si pensara que teníamos la rabia. Evidentemente, nuestros intercambios silenciosos habían puesto el pelo de punta a más de uno.
Abrí el sobre y encontré una foto de Kyle Perkins. Tenía una nota adosada escrita con la familiar caligrafía de Bill. «Sookie: Eric ha dicho que te vendría bien esto para hacer tus investigaciones, y que esta foto es necesaria. Ten cuidado, por favor. William Compton.» Y, justo cuando iba a pedirle al camarero una guía telefónica, vi que había un segundo papel. Bill había buscado en Internet y había elaborado una lista de todos los centros de tiro con arco de la ciudad. Sólo había cuatro. Traté de no dejarme impresionar por la ayuda y la previsión de Bill. Ya había pasado la época de dejarme pasmar por Bill.
Llamé al garaje del hotel para hacerme con uno de los coches de la comitiva de Arkansas. La reina había tomado posesión de ellos, y Eric me había ofrecido uno.
Barry corrió hasta su habitación para coger una chaqueta mientras yo esperaba en la entrada principal a que me trajeran el coche, preguntándome cuánta propina tendría que darle al mozo. Entonces vi a Todd Donati. Se acercó a mí, caminando lenta y pesadamente a pesar de ser un hombre delgado. Tenía mala pinta, se le notaban más las entradas, delimitadas por una línea del pelo gris y húmeda en franco retroceso. Incluso su bigote parecía estar pasando por horas bajas.
Se me quedó mirando durante un instante, sin decir nada. Pensé que estaría aunando valor, o puede que desesperación. Si alguna vez había visto la muerte posada sobre el hombro de una persona, ésa era Todd Donati.
—Mi jefe está intentando convencer a la tuya de unirse —señaló abruptamente. De todos los inicios de conversación posibles, ése no lo tenía previsto.
—Sí. Ahora que es viuda está atrayendo mucho la atención —dije.
—Es un tipo chapado a la antigua en muchos aspectos —explicó Todd Donati—. Proviene de una antigua familia, no le gusta el pensamiento moderno.
—Ajá —afirmé, tratando de sonar neutral y alentadora.
—No cree que las mujeres puedan pensar por sí mismas, que sean capaces de defenderse solas —dijo el jefe de seguridad.
No podía aparentar comprender lo que me quería decir, porque lo cierto es que no comprendía nada.
—Ni siquiera las vampiras —continuó, mirándome sin rodeos.
—Vale —asentí.
—Piensa en ello —aconsejó Donati—. Consigue que la reina le pregunte dónde está la cinta de seguridad que grababa la zona de su habitación.
—Lo haré —dije, sin la menor idea de por qué estaba accediendo. Entonces, el hombre maltrecho giró sobre sus talones y se marchó, dando la sensación de haber cumplido un deber.
Ya había llegado el coche cuando Barry salió del ascensor y se unió a mí a la carrera. Cualquier recuerdo sobre el encuentro que acababa de tener se difuminó ante el temor de conducir por la ciudad. No creo que a Eric se le hubiera pasado por la cabeza lo complicado que sería para mí conducir por Rhodes. Él no pensaba en esas cosas. De no haber contado con Barry, la cosa se habría puesto poco menos que imposible. Podía conducir o consultar el mapa que nos había facilitado el mozo del aparcamiento, pero no ambas cosas.
No se me dio mal del todo, a pesar de que el tráfico era muy denso y el día era frío y lluvioso. No había salido del hotel desde que llegamos, y me resultó estimulante ver el mundo exterior. Además, seguro que sería la única oportunidad que tendría de ver algo de la ciudad. La aproveché todo lo que pude. A saber si alguna vez volvería. Eso estaba muy al norte.
Barry planificó nuestra ruta, y dimos comienzo a nuestra gira de tiro con arco por Rhodes.
Empezamos por el centro más alejado, llamado Straight Arrow. Era un lugar largo y estrecho en una avenida muy concurrida. Estaba radiante, bien iluminado, y, detrás del mostrador, había instructores cualificados bien armados. Lo sabía porque estaba escrito en un gran cartel. Los hombres no se dejaron impresionar por el acento sureño de Barry. Pensaban que lo hacía parecer estúpido. Sin embargo, cuando hablé yo, pensaron que era mona. Vale, ¿cuán insultante puede ser eso? Los subtítulos, que pude leer claramente en sus mentes, rezaban: «Las mujeres suenan estúpidas de todos modos, así que un acento sureño no hace más que aumentar esa adorable tara. Los hombres deberían sonar secos y directos, por lo que los hombres sureños suenan estúpidos y débiles».
En fin, aparte de sus afincados prejuicios, esos hombres no nos fueron de ninguna utilidad. Nunca habían visto a Kyle Perkins en ninguna de sus clases nocturnas, y pensaban que nunca había pagado por practicar en sus instalaciones.
Barry echaba tanto humo ante la falta de respeto que había soportado, que ni siquiera quería ir al segundo punto de la ruta. Entré sola con la foto y el tipo que había tras el mostrador de la tienda, que ni siquiera tenía instalaciones de tiro, me dijo que no inmediatamente. No discutió sobre la foto, ni me preguntó por qué quería saber de Kyle Perkins. Ni siquiera me deseó un buen día. No tenía ningún letrero que dijera lo formidable que era. Supuse que sencillamente era un grosero.
El tercer establecimiento, ubicado en un edificio que se me antojó una antigua bolera, contaba con algunos coches en su aparcamiento y tenía una gran puerta opaca. «DETÉNGASE E IDENTIFÍQUESE», decía el letrero. Barry y yo pudimos leerlo desde el coche. Resultaba un poco ominoso.
—Estoy cansado de quedarme en el coche —dijo galantemente y salió conmigo. Nos mantuvimos donde pudieran vernos y lo alerté cuando divisé una cámara sobre nuestras cabezas. Barry y yo pusimos nuestra mejor cara (en el caso de Barry, muy agradable. Sabía cómo venderse). Al cabo de unos segundos, oímos un fuerte chasquido que desbloqueó la puerta. Miré a Barry, quien tiró de la pesada puerta para que yo entrara y después me hice a un lado para que entrase él también.
Nos encontramos frente a un largo mostrador que abarcaba toda la pared opuesta. Había una mujer de mi edad al otro lado del mostrador, de piel y pelo cobrizo, fruto de una interesante mezcla racial. Se había teñido las cejas de negro, lo que añadía un toque de extravagancia al efecto general del color predominante.
Nos escrutó con el mismo ahínco en persona que mediante la cámara, y supe que se alegraba infinitamente más de ver a Barry que de verme a mí.
«Será mejor que te encargues tú de ésta», le dije.
«Sí, pillo la idea», repuso. Puse la foto de Kyle sobre el mostrador mientras él decía: