Read Todos juntos y muertos Online
Authors: Charlaine Harris
A pesar de que el cuerpo empezaba a ennegrecerse y a consumirse como suelen hacer los vampiros, la ropa permaneció intacta.
—¿Tendrá carné de conducir? —sugerí. Era algo normal entre humanos, aunque no con vampiros. Aun así, merecía la pena probar.
Eric palpó y rebuscó en los bolsillos exteriores de cadáver. No había nada en ninguno de ellos, así que, sin la menor ceremonia, lo volteó. Retrocedí un par de pasos para que no me llegara el estallido de cenizas. Había algo en el bolsillo trasero: una billetera. Y, dentro de ella, un carné de conducir.
Había sido expedido en Illinois. En el apartado del tipo de sangre figuraban las letras «ND». Sí, era un vampiro, estaba claro. Leyendo por encima del hombro de Eric, pude ver que su nombre era Kyle Perkins. En el apartado de la edad había puesto «3V», lo que quería decir que apenas hacía tres años que era vampiro.
—Debía de ser arquero antes de morir —dije—. Porque no es una habilidad que se adquiera de la noche a la mañana, especialmente para alguien tan joven.
—Estoy de acuerdo —afirmó Eric—. Cuando amanezca, quiero que compruebes todos los lugares en la ciudad donde se pueda practicar tiro con arco. Lanzar flechas no es algo que se improvise. Estaba entrenado. La flecha es artesanal. Tenemos que averiguar qué le pasó a Kyle Perkins y por qué aceptó el trabajo de asistir a la cumbre y matar a quien fuera necesario.
—Entonces era… ¿un asesino a sueldo vampiro?
—Eso creo —convino Eric—. Alguien está maquinando en contra de nosotros con mucho cuidado. Está claro que este Perkins no era más que el plan B si el juicio salía mal. Y, de no ser por ti, bien podría haber salido mal. Alguien se tomó muchas molestias para abonar los miedos de Henrik Feith, y ese pobre estúpido estuvo a punto de delatarlo. Kyle estaba aquí para evitarlo.
En ese momento llegó el equipo de limpieza: un grupo de vampiros con una bolsa para cadáveres y material de limpieza. No iban a pedir a las mujeres de la limpieza humanas que barrieran a Kyle. Afortunadamente, todas estaban aseando los cuartos de los vampiros, que les solían estar vedados durante el día.
En muy poco tiempo metieron en la bolsa los restos de Kyle Perkins y se los llevaron. Atrás quedó uno de los vampiros con una aspiradora portátil. Si el CSI de Rhodes lo viera.
Percibí mucho movimiento y alcé la mirada para ver que las puertas de servicio estaban abiertas y que el personal del hotel invadía la amplia sala para sacar las sillas. En menos de quince minutos, habían quitado la parafernalia judicial que Quinn había dispuesto bajo la dirección de su hermana. A continuación, una banda musical tomó posición en la plataforma y la sala quedó despejada para el baile. Jamás había visto nada parecido. Primero, un juicio, luego, un par de asesinatos y finalmente un baile. La vida sigue. O, en este caso, la muerte continúa.
—Será mejor que vayas a ver a la reina —propuso Eric.
—Oh, sí, seguro que tiene algo que decirme. —Miré en derredor y divisé a Sophie-Anne con facilidad. Se encontraba rodeada de un gentío que le estaba dando la enhorabuena por el veredicto favorable. Claro que habrían estado igual de satisfechos si la hubiesen ejecutado, o lo que quiera que le hubiese ocurrido si la Pitonisa hubiese mostrado los pulgares hacia abajo. Y hablando de la Antigua Pitonisa…
—Eric, ¿adonde ha ido la anciana? —pregunté.
—La Antigua Pitonisa es el oráculo original que consultó Alejandro Magno —dijo, con voz bastante neutral—. Era tan reverenciada que, incluso a su edad, fue convertida por los vampiros más antiguos de su tiempo. Y ahora los ha sobrevivido a todos.
No quería imaginar cómo se había alimentado antes del descubrimiento de la sangre sintética que tanto había cambiado el mundo de los vampiros. ¿Cómo se las habría arreglado para dar caza a sus presas humanas? A lo mejor le llevaban seres vivos, como los dueños de serpientes que alimentan a sus mascotas con ratones aún coleando.
—Para responder a tu pregunta, supongo que sus criadas se la han llevado a su habitación. Sólo sale en ocasiones especiales.
—Como la plata de ley —añadí seriamente, y estallé en risitas. Para mi sorpresa, Eric sonrió también, esa gran sonrisa que le formaba numerosos pequeños arcos en las comisuras de la boca.
Ocupamos nuestros puestos detrás de la reina. No estaba segura de que siquiera se hubiese dado cuenta de mi presencia, tan ocupada que estaba interpretando el papel de estrella del baile. Pero, en una fugaz pausa en la charla, extendió el brazo tras de sí y me cogió de la mano, apretándola con fuerza.
—Hablaremos más tarde —dijo, justo antes de saludar a una corpulenta vampira ataviada con un traje de pantalones con lentejuelas—. Maude —saludó Sophie-Anne—, cómo me alegra verte. ¿Cómo van las cosas en Minnesota?
Justo entonces, un acorde llamó la atención de los presentes hacia la banda. Eran todos vampiros, me di cuenta con un sobresalto. El tipo del pelo lacio del podio anunció:
—Bien, vampiros y vampiras, ¡si estáis listos para la marcha, nosotros lo estamos para tocar! Soy Rick Clark, y ésta es… ¡La banda del Hombre Muerto!
Se produjo un cortés murmullo de aplausos.
—Aquí, para abrir la velada, hay dos de los mejores bailarines de Rhodes, cortesía de Blue Moon Productions. Por favor, dad la bienvenida a… ¡Sean y Layla!
La pareja que se abrió paso hasta el centro de la pista de baile era imponente, tanto para los cánones vampíricos como para los humanos. Eran de los primeros, aunque él era muy antiguo y a ella acababan de convertirla, pensé. Era una de las mujeres más preciosas que había visto, y lucía un vestido de encaje beige que bailaba alrededor de sus impresionantes piernas como nieve alrededor de los árboles. Su compañero era probablemente el único vampiro con pecas al que había visto, y su pelo rojo era tan largo como el de ella.
Sólo tenían ojos el uno para el otro, y bailaban juntos como si patinasen sobre un ensueño.
Nunca había visto nada parecido, y a tenor del silencio reinante ninguno de los presentes tampoco. Cuando la música llegó a su fin (y, hasta la fecha, sigo sin recordar qué bailaban), Sean lanzó a Layla por encima de su brazo, se inclinó sobre ella y la mordió. Me sobresaltó, pero los demás parecían esperarlo, y los excitó notablemente. Sophie-Anne empezó a entonarse con Andre (aunque no había mucho con lo que entonarse, ya que Andre no era mucho más alto que ella), y Eric me miró con esa cálida luz en los ojos que me ponía en guardia.
Volví mi atención a la pista de baile con determinación y empecé a aplaudir como loca cuando la pareja saludó al público y más parejas fueron uniéndose a ellos envueltas en la música. La costumbre hizo que buscara a Bill, pero no estaba por ninguna parte.
Entonces Eric dijo:
—Bailemos. —Y descubrí que no podía negarme.
Nos dirigimos a la pista junto a la reina y su potencial marido. Vi también a Russell Edgington y a su marido, Bart, lanzarse al baile igualmente. Parecían tan encantados el uno con el otro como la primera pareja de baile.
No sabré cantar, pero Dios sabe que bailar es lo mío. Eric también había recibido alguna que otra lección de baile, hace algún siglo que otro. Mi mano se posó en su hombro, la suya sobre mi espalda, unimos la mano libre que nos quedaba y nos lanzamos a bailar. No estaba muy segura de qué estábamos bailando, pero me supo llevar bien y no me costó seguir el ritmo. Era más parecido a un vals que a cualquier otra cosa, decidí.
—Bonito vestido —señaló Layla, cuando pasamos junto a ella.
—Gracias —contesté, y observé el que llevaba ella. Viniendo de alguien tan bello, era un gran cumplido. Entonces su compañero se adelantó para darle un beso, y giraron perdiéndose entre el gentío.
—Sí que es bonito —dijo Eric—. Y tú eres una mujer preciosa.
Me sentí extrañamente azorada. No era la primera vez que recibía un cumplido (no se puede ser camarera sin que a una le echen piropos), pero la mayoría de ellos consistían (según grados variables de borrachera) en tíos gritándote que estás muy buena o, en el caso de los más maduritos, comentarios sobre lo impresionante que era mi delantera (curiosamente, J.B. du Rone y Hoyt Fortenberry se las arreglaron para tropezar con ese tío y verterle toda una bebida encima de la forma más accidental).
—Eric —susurré, pero no pude terminar la frase porque no se me ocurría qué decir. Tenía que concentrarme en la velocidad a la que se movían mis pies. Bailábamos tan deprisa que tenía la sensación de volar. De repente, Eric me soltó la mano para agarrarme de la cintura, giramos, me meció y acabé volando literalmente con una pequeña ayuda del vikingo. Reí como una cría, el pelo revoloteando alrededor de mi cabeza, me lanzó y me volvió a coger, apenas a unos centímetros del suelo. Lo hizo una vez más, y otra, y otra, hasta que al final me vi de pie en el suelo, concluido el corte musical—. Gracias —dije, consciente de que debía de tener el aspecto de haber pasado por una atracción de feria—. Disculpa, tengo que ir al aseo.
Me abrí paso entre la gente, procurando no sonreír como una tonta. Debería estar con… oh, sí, con mi novio, en vez de estar bailando con otro tipo hasta sentirme diminutamente dichosa. Excusarme a cuenta de mi vínculo de sangre no ayudaba en nada.
Sophie-Anne y Andre habían dejado de bailar, y estaban de pie junto a otros vampiros. Ella no podía necesitarme, ya que no había otros humanos a los que «escuchar». Vi a Carla bailando con Gervaise, y los dos parecían muy felices. Carla estaba recibiendo no pocas miradas de admiración por parte de los demás vampiros, y eso no hacía más que henchir a Gervaise de orgullo. Que sus congéneres anhelasen lo que él ya tenía era un bocado de lo más dulce.
Sabía cómo se sentía Gervaise.
Me paré en seco.
¿Estaba…? No estaba leyendo su mente de verdad, ¿o sí? No, no era posible. La única vez que había atisbado un fragmento de pensamiento en un vampiro antes de aquella noche, había sido frío y rastrero.
Pero estaba segura de saber cómo se sentía Gervaise, del mismo modo que había leído los pensamientos de Henrik. ¿Se trataba simplemente de mi conocimiento de los hombres y sus reacciones, de mi conocimiento de los vampiros, o de verdad podía sentir las emociones de éstos mejor desde mi tercera toma de su sangre? ¿O acaso mi habilidad, talento o maldición, llámese como se quiera, había mejorado para incluir a los vampiros desde que pasaba tanto tiempo junto a ellos?
No. No, no, no. Me sentía como yo misma. Me sentía humana. Me sentía cálida. Respiraba. Tenía que ir al aseo. También tenía hambre. Pensé en el famoso pastel de chocolate de la anciana señora Bellefleur y se me hizo la boca agua. Sí, seguía siendo humana.
Bien, entonces esta nueva afinidad hacia los vampiros se desvanecería con el tiempo. Había bebido dos veces de Bill, pensé; puede que más. Y tres de Eric. Y cada vez que tomé su sangre, al cabo de dos o tres meses había visto desvanecerse la fuerza y la agudeza que había obtenido por ello. Tenía que pasar lo mismo esta vez, ¿no? Me sacudí bruscamente. Claro que sí.
Jake Purifoy estaba apoyado en la pared, observando a las parejas que bailaban. Antes lo había visto bailando con una joven vampira que no paraba de reírse. Así que Jake no era todo melancolía. Me alegré.
—Hola —saludé.
—Sookie, menudo susto en el juicio.
—Sí, ha sido escalofriante.
—¿De dónde salió el tipo?
—Supongo que era un asesino a sueldo. Eric me ha encargado que compruebe los clubes de tiro con arco mañana para buscar pistas que nos lleven a quien lo contrató.
—Bien. Has estado cerca. Lo lamento —dijo con torpeza—. Sé que debiste de pasar miedo.
Lo cierto es que había estado demasiado preocupada por Quinn para pensar en que me estuviesen apuntando con una flecha.
—Supongo que sí. Pásalo bien.
—Tendré que buscar una compensación por no poder volver a transformarme —respondió Jake.
—No sabía que lo hubieras intentado. —No se me ocurrió qué otra cosa decir.
—Una y otra vez —explicó. Nos quedamos mirándonos durante un largo instante—. Bueno, me voy en busca de otra compañera —me dijo, y se dirigió decididamente hacia una vampira que había venido con el grupo de Stan Davis, de Texas. Ella pareció alegrarse de verlo llegar.
Para entonces ya estaba en el aseo de señoras, que era diminuto, por supuesto. La mayoría de las mujeres que frecuentaban el Pyramid no necesitaban este tipo de instalaciones más que para atusarse el pelo. Había una asistente, exquisito detalle que yo nunca había visto pero del que había leído en algunos libros. Se suponía que tenía que darle una propina. Tenía encima el pequeño bolso en el que guardaba la tarjeta llave de mi habitación, y me alegré al comprobar que había metido unos cuantos dólares, junto con unos pañuelos, unos caramelos de menta y un pequeño cepillo. Hice un gesto con la cabeza a la asistente, una mujer rellenita de tez morena con cara de pocos amigos.
Hice lo que debía en la pequeña e impoluta cabina y salí para lavarme las manos y arreglarme el pelo.
La asistente, que llevaba una etiqueta de identificación que ponía «Lena» abrió el grifo por mí, lo cual me descolocó un poco. .Quiero decir que no me cuesta nada girar la llave de un grifo. Pero me lavé las manos y me las sequé con una toalla que me tendió, dando por sentado que ésa era la rutina. No quería parecer una ignorante. Dejé un par de dólares en el cuenco de propinas y ella trató de dedicarme una sonrisa, pero era demasiado infeliz para conseguirlo de forma convincente. Y allí se quedó Lena, practicándome un agujero en la nuca con la mirada. Era así de infeliz porque tenía que reprimir cuánto me odiaba.
Siempre es una sensación desagradable saber que alguien te odia, sobre todo si no hay una buena razón para ello. Pero sus problemas no eran los míos, y si no le gustaba abrir los grifos para las mujeres que salían con vampiros, se podía buscar otro trabajo. De todos modos, no necesitaba su habilidad para abrirme el grifo, por Dios.
Así que volví a adentrarme en el gentío, comprobando que hubiera humanos en las cercanías de la reina que hubiera que escrutar (no) y algún cambiante o licántropo que me pudiera poner al día sobre el estado de Quinn (tampoco).
La suerte quiso que me topara con el brujo del tiempo al que ya había visto antes. Confieso que me sentí algo orgullosa al comprobar que mi conjetura había sido correcta. Su presencia allí esa noche era su recompensa por un buen servicio, aunque no fui capaz de discernir quién era su patrón. El brujo tenía una copa en la mano y una mujer de mediana edad cogida del brazo. Su señora, según pude averiguar gracias a una rápida proyección mental. Él esperaba que ella no se hubiera percatado en su interés en la bella bailarina vampira y la guapa rubia humana que se le acercaba, la misma que se le había quedado mirando como si lo conociese de algo. Oh… Ésa era yo.