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Authors: Charlaine Harris

Todos juntos y muertos (19 page)

BOOK: Todos juntos y muertos
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—Pido disculpas, mi reina —dijo—. Si me necesitaras para cualquier cosa, estaré de vuelta en mi caseta de la sala de convenciones.

En un gélido silencio, las puertas del ascensor se deslizaron para cerrarse, borrando la forma y el rostro de mi primer amante. Quizá era su forma de demostrar que se preocupaba por mí al presentarse tan rápidamente, cuando debía estar tratando los asuntos de la reina en otra parte. Si su demostración estaba destinada a ablandarme el corazón, había fracasado.

—¿Hay algo que esté en mi mano para ayudarle en su investigación? —se ofreció Andre a Donati, si bien sus palabras estaban dirigidas a Christian Baruch—. Dado que la reina es la heredera de Arkansas, estamos dispuestos a colaborar.

—No hubiese esperado menos de una reina tan preciosa, también conocida por su perspicacia y tenacidad en los negocios.

Baruch le dedicó una reverencia.

Incluso Andre parpadeó ante el engañoso cumplido, y la reina le lanzo una mirada entrecerrada. Yo clavé la mirada en la maceta, borrando toda expresión de mi rostro. Corría peligro de soltar alguna carcajada. Aquél era un grado de lameculismo con el que nunca me había topado antes.

La verdad es que no parecía que hubiera nada más que decir, y sumida en el silencio, me dirigí hacia el ascensor con los demás vampiros y el señor Cataliades, que había guardado un notable silencio.

—Mi reina, tienes que volver a casarte de inmediato —dijo, cuando las puertas del ascensor se cerraron.

Dejad que os diga que Sophie-Anne y Andre tuvieron una notable reacción ante esa bomba verbal. Sus ojos se abrieron como platos durante un instante.

—Cásate con cualquiera: Kentucky, Florida, incluso añadiría que Misisipi, si no estuviera negociando con Indiana. Pero necesitas una alianza, alguien letal que te cubra la espalda. De lo contrario, chacales como Baruch te rondarán, ladrando para ganarse tu atención.

—Misisipi está fuera de concurso, menos mal. No creo que pudiera soportar a sus hombres. De vez en cuando sí, pero sistemáticamente no —dijo Sophie-Anne.

Era la cosa más natural y despreocupada que le había oído decir. Casi sonó humana. Andre pulsó el botón para detener el ascensor entre dos pisos.

—No recomendaría a Kentucky —aconsejó—. Cualquiera que necesite Britlingens tiene suficientes problemas para sí.

—Alabama es adorable —reflexionó Sophie-Anne—, pero tiene ciertos gustos para la cama que no comparto.

Yo estaba harta de permanecer en el ascensor y de ser considerada como parte del mobiliario.

—¿Puedo hacer una pregunta? —dije.

Al cabo de un instante de silencio, Sophie-Anne asintió.

—¿Cómo es posible que mantenga con usted a sus vampiros convertidos y se haya acostado con ellos, mientras que los demás vampiros no pueden hacer eso? ¿No se supone que la relación entre creador y vampiro neonato es a corto plazo?

—La mayoría de los vampiros neonatos no permanecen con sus creadores durante mucho tiempo —convino Sophie-Anne—. Y son muy pocos los casos de vampiros convertidos que hayan permanecido tanto tiempo con su creador como Andre y Sigebert lo han hecho conmigo. Esa cercanía es mi don, mi talento. Cada vampiro tiene un don: algunos pueden volar, otros tienen habilidades especiales con la espada. Yo puedo mantener cerca a mis convertidos. Podemos hablar entre nosotros como lo hacéis Barry y tú. Podemos amarnos físicamente.

—Si es así, ¿por qué no se limita a nombrar a Andre rey de Arkansas y casarse con él?

Se produjo un prolongado y absoluto silencio. Los labios de Sophie-Anne se separaron un par de veces, como si quisiera explicarme el porqué de tal imposibilidad, pero en ambas ocasiones los volvió a cerrar. Andre me miró con tal intensidad que imaginé dos puntos en mi cara a punto de echar humo. El señor Cataliades parecía conmocionado, como si un mono le hubiese empezado a hablar en pentámetro yámbico.

—Sí—dijo Sophie-Anne finalmente—. ¿Por qué no lo hago? ¿Por qué no contar como rey y esposo a mi más estimado amigo y amante? —Se puso radiante en un abrir y cerrar de ojos—. Andre, la única desventaja es que tendrás que pasar algún tiempo apartado de mí cuando vayas a Arkansas para hacerte cargo de los asuntos del Estado. Mi convertido mayor, ¿estás dispuesto?

El rostro de Andre se transformó con amor.

—Por ti, cualquier cosa —contestó.

Estábamos viviendo todo un momento Kodak. Lo cierto es que me sentí un poco emocionada.

Andre volvió a pulsar el botón y seguimos bajando.

A pesar de no ser inmune al romance (ni de lejos), en mi opinión, la reina tenía que centrarse en descubrir quién había matado a Jennifer Cater y los restantes vampiros de Arkansas. Tenía que dar la vara al de las toallas, Henrik no sé qué. No necesitaba andar por ahí socializando. Pero Sophie-Anne no me había preguntado por mi opinión, y ya había expuesto bastantes ideas propias por un día.

El vestíbulo estaba atestado. Con tanta gente, lo normal es que la mente se me sobrecargara, a menos que tuviese mucho cuidado. Pero, al ser la mayoría de los allí presentes vampiros, me encontré con un vestíbulo lleno de silencio, apenas rasgado por los pensamientos de los escasos empleados y lacayos humanos. Ver todo el movimiento sin percibir pensamientos era de lo más extraño, como ver el batir de alas de muchos pájaros sin oír el movimiento. Estaba en plena faena, así que agudicé los sentidos y escruté a todos los individuos por los que aún circulaba la sangre y latía un corazón.

Un brujo, una bruja. Un amante/donante de sangre; en otras palabras, un fanático de los vampiros, pero de alta clase. Cuando lo busqué visualmente, me encontré con un joven muy atractivo, vestido de diseño de arriba abajo, que estaba orgulloso de ello. Junto al rey de Texas estaba Barry el botones: estaba cumpliendo con su trabajo, igual que yo con el mío. Rastreé a un par de empleados del hotel en sus quehaceres. La gente no siempre piensa en cosas interesantes como «Esta noche participaré en una conspiración para asesinar al gerente del hotel», o nada parecido, aunque sea cierto. Más bien ocupan sus mentes con cosas como: «La habitación de la once necesita jabón, la de la ocho tiene un radiador que no funciona y hay que apartar el carro de servicio de la cuatro…».

Luego di con una prostituta. Ésa sí que era interesante. La mayoría de las que conocía eran más bien aficionadas, pero esa mujer era toda una profesional. Sentí la curiosidad suficiente como para entablar contacto ocular. Su cara era bastante atractiva, pero nunca habría optado al premio de Miss América, o siquiera a un título más local; definitivamente no era la típica vecinita, a menos que viviera en un barrio rojo. Su pelo de color platino estaba desgreñado, como si acabara de levantarse. Sus ojos marrones eran estrechos y lucía un bronceado uniforme, pechos operados, grandes pendientes, tacones afilados, pintalabios brillante y un vestido compuesto prácticamente de lentejuelas rojas. Imposible que pasase desapercibida. Acompañaba a un hombre que había sido convertido en vampiro cuando rondaba los cuarenta.

Iba cogida de su brazo como si no pudiese caminar sin ayuda, y me pregunté qué parte de culpa tendrían en ello los tacones afilados, o si se agarraba porque le gustaba.

Estaba tan interesada en ella (proyectaba su sexualidad con tanta intensidad, que declaraba a los cuatro vientos que era una prostituta), que me deslicé entre la gente para seguirla más de cerca. Absorta en mi objetivo, no pensé en que pudiera darse cuenta de mi presencia, pero pareció sentir mis ojos en su nuca y se volvió para mirar por encima del hombro. El hombre que la acompañaba estaba hablando con otro vampiro, y por un momento no tuvo que atenderle, tiempo que invirtió en escrutarme con mirada suspicaz. Me quedé a unos metros de ella para escuchar sus pensamientos por pura curiosidad.

«Tía rara, no es una de las nuestras, ¿acaso lo querrá para ella? Puede tenerlo; no soporto eso que hace con la lengua, y cuando termine de hacérmelo, querrá que se lo haga yo a él y al otro tipo… agh, ojalá tuviera pilas de repuesto. ¿Y si se marchara y dejara de mirarme?»

—Claro, lo siento —dije, avergonzada de mí misma, y volví a zambullirme en el gentío. Me acerqué a los camareros que había contratado el hotel, ocupados paseando entre la gente con bandejas y vasos de sangre y algunas bebidas para humanos. Estaban centrados en esquivar a la cambiante masa de huéspedes sin derramar nada, con las espaldas y pies doloridos, y cosas por el estilo. Barry y yo intercambiamos gestos de la cabeza y capté un rastro de pensamiento que incluía el nombre de Quinn, así que le seguí el rastro hasta dar con una empleada de E(E)E. Lo supe porque llevaba una camiseta de la empresa. Era una joven de pelo muy corto y piernas muy largas. Estaba hablando con uno de los camareros, y no cabía duda de que era una conversación unidireccional. En medio de un gentío notablemente elegante, los vaqueros y las zapatillas de la mujer destacaban sobremanera.

—… y una caja de refrescos helados —estaba diciendo—. Una bandeja de sandwiches y unas patatas, ¿vale? En la sala de baile, dentro de una hora. —Se volvió abruptamente y me la encontré cara a cara. Me escrutó de arriba abajo y quedó algo impresionada.

—¿Sales con uno de los vampiros, rubita? —preguntó. Su voz se me antojó grosera, con un acento del noreste.

—No, salgo con Quinn —dije—. Rubita, tú. —Aunque lo cierto era que soy rubia natural. Bueno, natural con ayuda. El pelo de esa chica parecería paja…, si la paja tuviera raíces negras.

No le gustó nada lo que le respondí, aunque no estaba del todo segura de qué parte en concreto se trataba.

—No me había dicho que tuviera chica nueva —dijo, y por supuesto que lo hizo del modo más insultante posible.

Me sentí libre de ahondar en su cráneo, y allí encontré un profundo afecto hacia Quinn. Estaba convencida de que ninguna otra mujer era merecedora de él. Pensaba que yo no era más que una paleta sureña que gustaba de esconderse detrás de los hombres.

Dado que todas esas ideas se basaban en una conversación que apenas había durado treinta segundos, pude perdonar su error. Pude perdonarla por querer a Quinn. Incluso podía perdonarla por su abrumador desprecio.

—Quinn no tiene por qué compartir contigo lo que hace en su vida privada —dije. Lo que de verdad quería preguntarle era dónde estaba Quinn en ese momento, pero eso le daría la ventaja, así que me guardaría la pregunta—. Si me disculpas, tengo que volver al trabajo, e intuyo que tú también.

Me agujereó con sus ojos negros y se marchó. Mediría unos diez centímetros más que yo, y era muy delgada. No se había molestado en ponerse sujetador, y sus pechos con aspecto de ciruela se contoneaban llamativamente con cada paso. Esa chica era de las que siempre quieren estar por encima. No fui la única que la observó atravesar la estancia. Barry había mudado sus fantasías conmigo por ella.

Volví junto a la reina, porque ella y Andre se dirigían ya hacia la sala de conferencias desde el vestíbulo. Las anchas puertas dobles estaban abiertas del todo, trabadas con sendos jarrones preciosos cargados de adornos y hierbas secas.

—¿Alguna vez has estado en una convención de verdad, una normal? —preguntó Barry.

—No —dije, tratando de mantener la mente abierta y orientada hacia el gentío que nos rodeaba. Me pregunté cómo lo soportaban los agentes del servicio secreto—. Bueno, acudí a una con Sam, una convención de proveedores de bares, pero sólo estuvimos un par de horas.

—Todo el mundo llevaba distintivo, ¿verdad?

—Si se puede llamar distintivo a un cartel atado al cuello, sí.

—Eso es para que los de la entrada sepan que has pagado tu entrada y para que no entre nadie sin autorización.

—Ya, ¿y?

Barry guardó silencio.

«¿Tú ves a alguien con distintivo? ¿Ves que alguien compruebe a los presentes?»

«Nadie, salvo nosotros. ¿Y qué sabemos? Puede que la prostituta sea una espía que trabaja para los vampiros del noreste, o algo peor», añadí más sobriamente.

«Están acostumbrados a ser los más fuertes y aterradores», dijo Barry. «Puede que se teman los unos a los otros, pero no a los humanos, no cuando están juntos.»

Pillé el mensaje. Las Britlingen ya habían suscitado mis preocupaciones, y ahora lo estaba incluso más.

Entonces volví la mirada hacia las puertas del hotel. Ahora que había oscurecido, estaban custodiadas por vampiros armados en vez de humanos. El mostrador de recepción también estaba ocupado por vampiros con el uniforme del hotel, y no perdían de vista a cada uno de los que pasaban por las puertas. El edificio no estaba tan desprotegido como pudiera parecer. Me relajé y decidí comprobar las casetas de la sala de convenciones.

En una te podían colocar colmillos protésicos; eran de marfil natural, plata u oro, y los más caros se retraían mediante un motor que se activaba pulsando un botón con la lengua. «Imposible diferenciarlos de los auténticos», estaba asegurándole un hombre mayor a un vampiro con barba y el pelo entrelazado. «¡Y vaya si son afilados!» No podía imaginar quién querría un par de ésos. ¿Un vampiro con un colmillo roto? ¿Un aspirante a vampiro que quisiera hacerse pasar por uno? ¿Un humano con ganas de jugar a rol?

La siguiente caseta vendía CD de música de diversas épocas históricas, como «Canciones folk rusas del siglo XVIII» o «Música de cámara italiana, los primeros años». Era una buena forma de hacer dinero. A la gente siempre le gusta la música de su época, aunque hayan pasado siglos.

La siguiente caseta era la de Bill, y había un gran cartel sobre los «muros» temporales del cercado. «IDENTIFICACIÓN DE VAMPIROS», ponía el cartel. «SIGA EL RASTRO DE CUALQUIER VAMPIRO, EN CUALQUIER MOMENTO, EN CUALQUIER ÉPOCA. LO ÚNICO QUE NECESITA ES ALGUIEN QUE ENTIENDA DE ORDENADORES», reflejaba un cartel más pequeño. Bill estaba hablando con una vampira que le estaba dando su tarjeta de crédito, mientras Pam metía un CD en una pequeña bolsa. Cruzamos nuestras miradas y ella me guiñó un ojo. Llevaba una ropa de lo más excéntrico que no creo que hubiese sido su primera elección voluntaria. Pero Pam sonreía, quizá disfrutando de un cambio en la rutina.

«HAPPY BIRTHDAY PRESS PRESENTA: SOPA DE SANGRE PARA EL ALMA», lucía el cartel de la siguiente caseta, donde se sentaba una vampira solitaria y aburrida con una pila de libros frente a ella.

El siguiente puesto ocupaba varios espacios y no requería de explicación alguna.

—Debería pasar al siguiente nivel, sin duda —le estaba diciendo un fervoroso vendedor a una vampira negra que llevaba el pelo ensortijado con mil gomas de colores. Ella escuchaba atentamente mientras contemplaba uno de los miniataúdes de muestra que había abiertos—. Claro que la madera es biodegradable y tradicional, pero ¿quién necesita eso? Su ataúd es su casa, es lo que mi padre siempre me decía.

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