Tormenta de Espadas (44 page)

Read Tormenta de Espadas Online

Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
7.7Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Cuando te ofrecí a Dorne, me dijeron que la mera propuesta era un insulto —siguió Lord Tywin—. En los años siguientes recibí respuestas similares de Yohn Royce y Leyton Hightower. Acabé por caer tan bajo como para sugerir que aceptarías a la chica de la casa Florent, la que Robert desvirgó en el lecho de bodas de su hermano. Pero su padre prefirió entregarla a uno de los caballeros de su propia casa.

»Si no quieres a la joven Stark, te buscaré otra esposa. Sin duda en algún lugar del reino habrá un señor menor que de buena gana entregaría a una hija para ganarse la amistad de Roca Casterly. La misma Lady Tanda nos ha ofrecido a Lollys...

Tyrion sintió un escalofrío.

—Antes me la corto y se la echo de comer a las cabras.

—Pues haz el favor de abrir los ojos. La pequeña Stark es joven, amable, de noble cuna y todavía virgen. No le faltan atractivos. ¿Por qué dudas?

«Eso, ¿por qué?»

—Manías mías. Aunque suene raro, preferiría una esposa que me deseara en la cama.

—Si crees que tus putas te desean en la cama es que eres aún más idiota de lo que pensaba —replicó Lord Tywin—. Me estás decepcionando, Tyrion. Pensaba que este compromiso te haría feliz.

—Sí, ya sabemos todos cuánto te importa mi felicidad, padre. Pero hay una cosa que no entiendo. ¿Dices que es la llave del norte? Ahora el norte está en poder de los Greyjoy, y el rey Balon tiene una hija. ¿Por qué Sansa Stark, y no ella?

Miró fijamente los fríos ojos de su padre, verdes con brillantes reflejos dorados. Lord Tywin entrelazó los dedos bajo la barbilla.

—Balon Greyjoy piensa en términos de saqueador, no de rey. Dejemos que disfrute de una corona de otoño y que sufra un invierno del norte. Sus súbditos no le tendrán mucha estima. Cuando llegue la primavera, los norteños tendrán las barrigas llenas de krakens. Cuando te presentes allí con el nieto de Eddard Stark para reclamar la herencia que le corresponde por derecho, tanto los señores como el pueblo llano se unirán para sentarlo en el trono de sus antepasados. Supongo que serás capaz de dejar embarazada a una mujer, ¿no?

—Creo que sí —replicó, airado—. Aunque la verdad es que no tengo pruebas. Pero no se puede decir que no lo haya intentado. Planto mis semillitas tan a menudo como me es posible...

—En zanjas y alcantarillas —terminó Lord Tywin—, y en tierras comunales donde sólo pueden enraizar bastardos. Ya va siendo hora de que tengas un jardín propio. —Se puso en pie—. Te aseguro que Roca Casterly no será para ti jamás. Pero si te casas con Sansa Stark, es posible que algún día consigas Invernalia.

«Tyrion Lannister, Lord Protector de Invernalia.» La sola idea le produjo un extraño escalofrío.

—Muy bien, padre —dijo, remarcando cada palabra—, pero hay una cucaracha muy gorda en tu alfombra. Hay que suponer que Robb Stark es tan «capaz» como yo, y se ha comprometido con una de esas fértiles Frey. Y una vez que el Joven Lobo tenga una camada, los cachorros de Sansa no tendrán derecho a heredar nada.

—Te doy mi palabra de que Robb Stark no engendrará hijos con esa fértil Frey. —Lord Tywin no parecía preocupado—. Hay ciertas noticias que no me ha parecido conveniente compartir con el Consejo, aunque no me cabe duda de que los señores se enterarán tarde o temprano, seguramente temprano. El Joven Lobo se ha desposado con la hija mayor de Gawen Westerling.

—¿Quieres decir que rompió su juramento? —preguntó Tyrion, incrédulo. Pensaba que no había oído bien a su padre—. ¿Que ha rechazado a los Frey por...? —Se quedó sin palabras.

—Por una doncella de dieciséis años llamada Jeyne —dijo Ser Kevan—. Lord Gawen me la había propuesto para Willem o para Martyn, pero tuve que negarme. Gawen es un buen hombre, pero su mujer es Sybell Spicer. No tendría que haberse casado con ella. Los Westerling siempre han tenido más honor que sentido común. El abuelo de Lady Sybell era un comerciante de azafrán y pimienta, casi tan plebeyo como ese contrabandista que va con Stannis. Y la abuela era una mujer que se trajo del este. Una vieja horrorosa, supuestamente era una sacerdotisa. La llamaban
maegi
. Nadie era capaz de pronunciar su verdadero nombre. Medio Lannisport acudía a ella en busca de remedios, pociones amorosas y cosas por el estilo. —Se encogió de hombros—. Hace mucho que murió, claro. Y Jeyne parecía una chiquilla muy dulce, sí, aunque sólo la vi en una ocasión. Pero con una sangre tan dudosa...

Tyrion, que había estado casado con una prostituta, no podía compartir del todo el espanto que sentía su tío ante la idea de contraer matrimonio con una muchacha cuyo bisabuelo había comerciado con clavos de olor. Pese a todo... «Una chiquilla muy dulce», había dicho Ser Kevan, pero muchos venenos también eran dulces. Los Westerling eran una estirpe antigua, pero tenían más orgullo que poder. No le sorprendería que Lady Sybell hubiera aportado al matrimonio más riquezas que su noble esposo. Las minas de los Westerling estaban agotadas desde hacía años, habían vendido o perdido sus mejores tierras, y el Risco era más una ruina que una fortaleza.

«Aunque una ruina romántica, que se alza valerosa sobre el mar.»

—Estoy desconcertado —tuvo que reconocer Tyrion—. Creía que Robb Stark tenía más sentido común.

—Es un muchacho de dieciséis años —dijo Lord Tywin—. A esa edad el sentido común importa poco, comparado con la lujuria, el amor y el honor.

—Renegó de su promesa, humilló a un aliado y violó su palabra. ¿Dónde está el honor?

—Eligió el honor de la chica por encima del suyo propio —le respondió Ser Kevan—. Una vez la hubo desvirgado, no le quedó otra opción.

—Habría sido mejor para ella que la dejara con un bastardo en la barriga —replicó Tyrion con brusquedad.

Los Westerling iban a perderlo todo: sus tierras, su castillo, sus mismas vidas.

«Un Lannister siempre paga sus deudas.»

—Jeyne Westerling es hija de su madre —dijo Lord Tywin—, y Robb Stark es hijo de su padre.

La traición de los Westerling no parecía haber airado a su padre tanto como Tyrion habría podido suponer. Lord Tywin no toleraba deslealtad alguna en sus vasallos. Cuando aún era casi un niño había aniquilado a los orgullosos Reyne de Castamere y a los antiquísimos Tarbeck de Torre Tarbeck. Los bardos incluso habían llegado a componer una canción un tanto macabra al respecto. Años más tarde, cuando Lord Farman de Castibello se puso beligerante, Lord Tywin le envió un emisario que, en vez de una carta, llevaba un laúd. Una vez oyó en sus salones «Las lluvias de Castamere», Lord Farman no volvió a causar problemas. Y por si no bastara con la canción, los derruidos castillos de los Reyne y los Tarbeck se alzaban aún como testimonio mudo del destino que aguardaba a los que osaran despreciar el poderío de Roca Casterly.

—El Risco no está tan lejos de Torre Tarbeck y Castamere —señaló Tyrion—. Cabría suponer que los Westerling han pasado por allí y deberían haber aprendido la lección.

—Puede que así haya sido —dijo Lord Tywin—. Te aseguro que saben bien qué pasó en Castamere.

—¿Acaso los Westerling y los Spicer son tan estúpidos como para creer que el lobo puede derrotar al león?

Muy de tarde en tarde, Lord Tywin Lannister amenazaba con esbozar una sonrisa. No llegaba a hacerlo, pero la mera amenaza era un espectáculo pavoroso.

—A veces, los más grandes estúpidos son más astutos que los que se ríen de ellos —dijo—. Te casarás con Sansa Stark, Tyrion. Y muy pronto.

CATELYN (3)

Llegaron con los cadáveres cargados a hombros y los depositaron ante el estrado. El silencio se hizo en toda la estancia iluminada por antorchas, y Catelyn alcanzó a oír el aullido de
Viento Gris
a medio castillo de distancia.

«Huele la sangre —pensó—. A través de muros de piedra y puertas de madera, a través de la noche y la lluvia, le llega el olor de la muerte y la desgracia.»

Se encontraba a la izquierda de Robb, junto al trono elevado, y por un momento se sintió como si estuviera contemplando a sus muertos, a Bran y a Rickon. Aquellos chicos eran mucho mayores, pero la muerte los había encogido. Desnudos y empapados, parecían muy pequeños, y su inmovilidad hacía que costara recordarlos vivos.

El muchacho rubio había estado intentando dejarse crecer la barba. Una pelusilla amarilla como la de un melocotón le cubría las mejillas y la barbilla por encima de la devastación roja que le había dejado el cuchillo en la garganta. Tenía el pelo dorado aún húmedo, como si lo hubieran sacado de una bañera. Por su aspecto había muerto en paz, tal vez mientras dormía, pero su primo de cabello castaño había luchado para evitar la muerte. Tenía cortes en ambos brazos, así que había tratado de parar los tajos, y la sangre seguía manando despacio de las heridas que le cubrían el pecho, el vientre y la espalda como bocas sin lengua, aunque la lluvia las había limpiado casi por completo.

Robb se había puesto la corona antes de entrar en la sala, y el bronce brillaba apagado a la luz de las antorchas. Las sombras le ocultaban los ojos mientras contemplaba a los muertos.

«¿También él estará viendo a Bran y a Rickon?» Sentía deseos de echarse a llorar, pero ya no le quedaban lágrimas. Los muchachos muertos estaba muy pálidos tras un largo tiempo prisioneros, y los dos habían sido de piel muy clara; sobre aquella blancura la sangre destacaba con su rojo violento, era una visión insoportable. «¿Pondrán a Sansa desnuda ante el Trono de Hierro cuando la maten? ¿Se verá igual de blanca su piel, igual de roja su sangre?» En el exterior se oía el repiqueteo constante de la lluvia y el aullido inquieto de un lobo.

Su hermano Edmure estaba a la derecha de Robb, con una mano sobre el respaldo del trono de su padre, con el rostro todavía abotargado. Lo habían despertado igual que a ella, con golpes en la puerta en medio de la noche para arrancarlo bruscamente de sus sueños.

«¿Eran sueños agradables, hermano? ¿Soñabas con la luz del sol, las risas y los besos de una doncella? Lo deseo de todo corazón.» Sus sueños en cambio eran oscuros y plagados de terrores.

Los capitanes y señores vasallos de Robb estaban también en la estancia, unos con cotas de mallas y espadas, otros en diferentes estadios de atavío. Ser Raynald y su tío, Ser Rolph, estaban entre ellos, pero Robb había preferido ahorrarle a su reina aquel espectáculo.

«El Risco no está lejos de Roca Casterly —recordó Catelyn—. Es posible que Jeyne jugara con estos muchachos cuando todos eran niños.»

Volvió a contemplar los cadáveres de los escuderos Tion Frey y Willem Lannister, y esperó a que su hijo hablara.

Pareció transcurrir mucho tiempo antes de que Robb alzara los ojos de los cadáveres ensangrentados.

—Pequeño Jon —dijo—, decid a vuestro padre que los haga pasar.

Pequeño Jon Umber, enmudecido, se dio media vuelta para cumplir la orden. Sus pisadas levantaron ecos en las paredes de piedra.

Cuando el Gran Jon cruzó las puertas con sus prisioneros, Catelyn se fijó en que algunos de los otros hombres retrocedían un paso para dejarles sitio, como si la traición pudiera contagiarse por un roce, una mirada o un estornudo. Captores y cautivos tenían un aspecto muy semejante: eran hombres corpulentos todos ellos, de barbas espesas y cabelleras largas. Dos de los hombres del Gran Jon estaban heridos, así como tres de sus prisioneros. Lo único que parecía diferenciarlos era que unos tenían lanzas y los otros las vainas vacías. Todos vestían cotas de mallas o jubones de argollas, botas pesadas y capas gruesas, unas de lana y otras de pieles. «El norte es frío, duro e inclemente», le había dicho Ned cuando Catelyn llegó a Invernalia para vivir allí hacía un millón de años.

—Cinco —dijo Robb cuando los prisioneros estuvieron ante él, empapados y silenciosos—. ¿Nada más?

—Eran ocho —retumbó la voz del Gran Jon—. Matamos a dos antes de poder apresarlos y hay un tercero moribundo.

—Hacían falta ocho hombres para matar a dos escuderos desarmados —dijo Robb escudriñando los rostros de los cautivos.

—También asesinaron a dos de mis hombres para entrar en la torre —intervino Edmure Tully—. A Delp y a Elwood.

—No ha sido ningún asesinato, ser —dijo Lord Rickard Karstark, tan poco afectado por las cuerdas que le ataban las muñecas como por el hilillo de sangre que le corría por el rostro—. Cualquiera que se interponga entre un hombre y su venganza pide la muerte a gritos.

Sus palabras resonaron en los oídos de Catelyn duras, crueles como el redoble de un tambor de guerra. Tenía la garganta seca como una piedra.

«He sido yo. Estos dos muchachos han muerto para que mis hijas vivieran.»

—Vi morir a vuestros hijos aquella noche, en el Bosque Susurrante —dijo Robb a Lord Karstark—. Tion Frey no mató a Torrhen. Willem Lannister no mató a Eddard. ¿Cómo os atrevéis a llamar a esto venganza? Ha sido un asesinato, una locura. Vuestros hijos murieron con honor, en el campo de batalla y con las espadas en la mano.

—¡Murieron! —replicó Rickard Karstark sin ceder un ápice—. El Matarreyes los asesinó. Estos dos eran de su estirpe. La sangre sólo se paga con sangre.

—¿Con sangre de niños? —Robb señaló los cadáveres—. ¿Cuántos años tenían? ¿Doce, trece? Eran escuderos.

—En todas las batallas mueren escuderos.

—Mueren luchando, sí. Tion Frey y Willem Lannister rindieron sus espadas en el Bosque Susurrante. Estaban prisioneros, encerrados en una celda, dormidos, desarmados... Eran niños. ¡Miradlos!

En lugar de obedecer, Lord Karstark miró a Catelyn.

—Decidle a vuestra madre que los mire —replicó—. Es tan culpable de su muerte como yo.

Catelyn se aferró con una mano al respaldo del trono de Robb. La sala daba vueltas a su alrededor. Se sentía como si estuviera a punto de vomitar.

—Mi madre no ha tenido nada que ver con esto —respondió Robb, airado—. Ha sido obra vuestra. Vos sois el asesino. El traidor.

—¿Cómo puede ser traición matar a un Lannister si no es traición liberarlo? —preguntó Karstark con tono hosco—. ¿Ha olvidado Su Alteza que estamos en guerra contra Roca Casterly? En la guerra se mata a los enemigos. ¿Es que no te lo enseñó tu padre, niño?

—¿Niño?

El Gran Jon asestó a Rickard Karstark una bofetada con el puño enfundado en el guantelete. Karstark cayó de rodillas.

—¡Dejadlo! —La voz de Robb resonó imperiosa. Umber dio un paso atrás para alejarse del cautivo.

—Eso, Lord Umber, dejadme. —Lord Karstark escupió un diente roto—. El rey se encargará de mí. Me echará una reprimenda antes de perdonarme. Así trata a los traidores nuestro Rey en el Norte. —Esbozó una sonrisa húmeda, ensangrentada—. ¿O debería llamaros el Rey que Perdió el Norte, Alteza?

Other books

Life's Greatest Secret by Matthew Cobb
Rules of the Road by Joan Bauer
Brain Lock: Free Yourself From Obsessive-Compulsive Behavior by Jeffrey M. Schwartz, Beverly Beyette
The Power Of The Dog by Don Winslow
Pistol by Max Henry
Spectre Black by J. Carson Black
Spell For Sophia by Ariella Moon
MiNRS by Kevin Sylvester