Tormenta de Espadas (69 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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—Muy bien, mi señor. —Symon podría haber dejado así las cosas, pero estaba ebrio de triunfo—. Cantaré la noche de bodas del rey Joffrey. Si me convocan a la corte, desde luego querré ofrecer a Su Alteza mis mejores composiciones, canciones que he cantado ya un millar de veces y que siempre gustan. Pero, si por casualidad me encontrara tocando en cualquier bodega lúgubre... Bueno, sería una ocasión inmejorable de ensayar mi nueva canción. «Las manos de oro siempre son frías, pero las de mujer siempre son tibias...»

—No será necesario —replicó Tyrion—. Os doy mi palabra de Lannister, Bronn no tardará en buscaros.

—Muy bien, mi señor. —El bardo barrigón con su calvicie incipiente volvió a coger la lira.

Bronn lo esperaba con los hombres a la entrada del callejón. Ayudó a Tyrion a montar.

—¿Cuándo tengo que llevarlo al Valle Oscuro?

—Nunca. —Tyrion hizo dar la vuelta al caballo—. Deja pasar tres días, luego dile que Hamish el Arpista se ha roto un brazo y que la ropa que tiene no es adecuada para la corte, que hay que conseguirle un nuevo atuendo enseguida. Irá contigo sin dudar. —Hizo una mueca—. Si quieres, quédate con su pico; tengo entendido que es de oro. El resto de él, que desaparezca para siempre.

—Hay un tenderete de calderos en el Lecho de Pulgas donde preparan un estofado muy sabroso. —Bronn sonrió—. Dicen que lleva todo tipo de carnes.

—Asegúrate de que no coma allí nunca. —Tyrion puso el caballo al trote. Quería un baño, cuanto más caliente mejor.

Pero hasta ese modesto placer le fue negado; nada más llegar a sus habitaciones, Podrick Payne le informó de que lo habían convocado a la Torre de la Mano.

—Su señoría quiere veros. La Mano. Lord Tywin.

—Ya sé quién es la Mano, Pod —dijo Tyrion—. He perdido la nariz, no los sesos.

—Ahora no la pagues con el chico —dijo Bronn riéndose—, tampoco es como para cortarle la cabeza.

—¿Por qué no? Para lo que la usa...

«¿Qué habré hecho ahora? —se preguntó Tyrion—. O mejor dicho, ¿qué no he hecho?» Cuando Lord Tywin lo llamaba siempre había segundas intenciones; desde luego su padre no requeriría nunca su presencia para compartir una comida o una copa de vino.

Un poco más tarde, cuando entró en las estancias de su padre, oyó una voz.

—Cerezo para las fundas, forradas en cuero rojo y adornadas con una hilera de tachonaduras en forma de cabeza de león, de oro puro. Los ojos pueden ser de granates...

—De rubíes —replicó Lord Tywin—. Los granates tienen menos fuego.

Tyrion carraspeó para aclararse la garganta.

—Mi señor, ¿me has mandado llamar?

—Sí —dijo su padre alzando la vista—. Ven a ver esto. —En la mesa, ante ellos, había un bulto envuelto en tejido encerado, y Lord Tywin tenía una espada larga en la mano—. Es un regalo de bodas para Joffrey.

La luz que entraba a raudales por los cristales en forma de rombo arrancaba destellos negros y rojos de la hoja a medida que Lord Tywin la giraba para examinar el filo, mientras que el pomo y los gavilanes centelleaban dorados.

—He pensado que, con tantas tonterías como se están diciendo sobre Stannis y su espada mágica, sería buena idea regalarle a Joffrey algo también extraordinario. Un arma digna de un rey.

—Es mucha espada para Joff —dijo Tyrion.

—Ya crecerá. Mira, sopésala. —Le tendió el arma con el puño por delante.

La espada era mucho más ligera de lo que parecía a simple vista. Al girarla comprendió por qué. Sólo había un material que se pudiera batir tan fino y aun así resultar suficientemente fuerte como para combatir con él, y aquellas ondulaciones, señal de que el acero había sido replegado muchos millares de veces, eran inconfundibles.

—¿Acero valyrio?

—Sí —respondió Lord Tywin con tono de profunda satisfacción.

«Por fin, ¿eh, padre?» Las espadas de acero valyrio escaseaban y eran muy caras, aun así quedaban varios miles en el mundo, sólo en los Siete Reinos tal vez más de doscientas. Ninguna de ellas pertenecía a la Casa Lannister, y eso siempre había irritado a su padre. Los antiguos Reyes de la Roca poseyeron una de aquellas armas, pero el espadón
Rugido
se perdió cuando el segundo rey Tommen se lo llevó a Valyria en su alocada búsqueda. No volvió, como tampoco regresó su tío Gery, el segundo hermano de su padre, el más temerario, que se había ido hacía ya ocho años en busca de la espada perdida.

En al menos tres ocasiones, Lord Tywin había tratado de comprar espadas valyrias a casas menores venidas a menos, pero todos sus intentos fueron rechazados con firmeza. Los señores entregarían de buena gana a sus hijas a cualquier Lannister que se las pidiera, pero conservaban las espadas familiares como tesoros.

Tyrion se preguntó de dónde habría salido el metal para hacer aquélla. Quedaban unos pocos maestros armeros capaces de trabajar el acero valyrio, pero el secreto de su fabricación se había perdido cuando la Maldición cayó sobre la antigua Valyria.

—Los colores son extraños —comentó mientras inspeccionaba la espada a la luz del sol. Casi todo el acero valyrio era de un gris tan oscuro que casi parecía negro, y aquella espada también. Pero en los dobleces había un rojo tan oscuro como el gris. Los dos colores se besaban sin siquiera tocarse, cada ondulación era diferente, como oleadas de noche y sangre que lamieran una orilla acerada—. ¿Cómo lo habéis hecho? No había visto nunca nada igual.

—Yo tampoco, mi señor —dijo el armero—. He de confesar que esos colores no son los que buscaba, y no sé si podría volver a producir el mismo efecto. Vuestro señor padre me pidió el escarlata de vuestra Casa y ése era el color que preparé para infundir en el metal. Pero el acero valyrio es testarudo. Se dice que estas viejas espadas tienen memoria y no cambian con facilidad. Lo trabajé con medio centenar de hechizos y aclaré el rojo una y otra vez, pero el color siempre se oscurecía, como si la hoja le estuviera bebiendo el sol. Y algunos pliegues no admitían el rojo en absoluto, como podéis ver. Si mis señores de Lannister no están satisfechos lo seguiré intentando, por supuesto, tantas veces como queráis, pero...

—No será necesario —dijo Lord Tywin—. Así está bien.

—Una espada carmesí tendría un brillo muy hermoso bajo el sol, pero si he de ser sincero, estos colores me gustan más —asintió Tyrion—. Tienen una belleza ominosa... y hacen que esta hoja sea única. Seguro que no hay una espada igual en todo el mundo.

—Sí la hay. —El armero se inclinó sobre la mesa, abrió los pliegues de la tela encerada y dejó al descubierto una segunda espada.

Tyrion puso la espada de Joffrey en la mesa y cogió la otra. Si no eran gemelas, se trataba al menos de primas hermanas. La segunda era más gruesa y pesada, casi dos centímetros más ancha y diez centímetros más larga, pero las líneas limpias y esbeltas eran las mismas, así como aquel color tan característico, las ondulaciones de sangre y noche. La segunda hoja tenía tres estrías profundas que iban del puño a la punta, mientras que en la espada del rey sólo había dos. La empuñadura de Joff era mucho más ornamentada, los gavilanes tenían forma de zarpas de león con garras hechas de rubíes; pero ambas tenían los puños protegidos con fino cuero rojo y pomos en forma de cabeza de león.

—Magnífica. —Hasta en unas manos tan poco diestras como las de Tyrion la hoja parecía cobrar vida—. No había visto nunca un equilibrio tan excelente.

—Será para mi hijo.

«No hace falta preguntar para cuál. —Tyrion depositó la espada de Jaime sobre la mesa, junto a la de Joffrey, y se preguntó si Robb Stark dejaría vivir a su hermano para que pudiera empuñarla—. Nuestro padre sin duda cree que sí, de lo contrario, ¿para qué la habría hecho forjar?»

—Habéis hecho un gran trabajo, maestre Mott —dijo Lord Tywin al armero—. Mi mayordomo se encargará de que recibáis vuestro pago. Y acordaos, rubíes para las vainas.

—No lo olvidaré, mi señor. Sois muy generoso. —Envolvió las espadas en la tela encerada, se puso el fardo bajo un brazo y se dejó caer sobre una rodilla—. Es un honor servir a la Mano del Rey. Entregaré las espadas el día anterior a la boda.

—Sin falta.

Los guardias escoltaron al armero fuera de la estancia, y Tyrion se subió a una silla.

—Vaya, una espada para Joff, una espada para Jaime y para el enano ni una daga. ¿Te parece bonito, padre?

—Había acero suficiente para dos armas, no para tres. Si te hace falta una daga, ve a la armería y coge una cualquiera. Robert dejó más de cien antes de morir. Gerion le dio una daga dorada con el puño de marfil y un zafiro en el pomo como regalo de bodas, y la mitad de los enviados que acudieron a la corte trataron de ganarse su favor obsequiando a Su Alteza con cuchillos con incrustaciones de piedras preciosas y espadas con adornos de plata.

—Le habrían complacido más entregándole a sus hijas —dijo Tyrion, que no pudo evitar una sonrisa.

—Sin duda. La única hoja que utilizó toda su vida fue el cuchillo de caza que Jon Arryn le había regalado cuando era niño. —Lord Tywin hizo un gesto con la mano como para apartar a un lado al rey Robert y a sus dagas—. ¿Con qué te encontraste junto al río?

—Con lodo —dijo Tyrion—. Y con unos cuantos cadáveres que nadie se ha molestado en enterrar. Antes de volver a abrir el puerto habrá que dragar el Aguasnegras y sacar a flote los barcos hundidos o destruirlos. Hacen falta reparaciones en tres cuartas partes de los amarraderos, algunos habrá que reconstruirlos por completo. El mercado del pescado ha desaparecido. También hay que cambiar la Puerta del Río y la Puerta del Rey, quedaron astilladas después de que Stannis intentara derribarlas. No quiero ni pensar en el precio.

«Si es verdad que cagas oro, padre, ve al retrete y empieza a trabajar», habría querido añadir. Pero se contuvo.

—Consigue el oro que haga falta.

—¿Cómo? ¿Dónde lo busco? Las arcas del tesoro están vacías, ya te lo he dicho. Aún no hemos terminado de pagar el fuego valyrio de los alquimistas ni la cadena de los herreros, y Cersei ha pedido que la corona pague la mitad de los gastos de la boda de Joff: setenta y siete platos de mierda, un millar de invitados, una empanada llena de palomas, bardos, malabaristas...

—Las extravagancias a veces son útiles. Tenemos que mostrar a todo el reino el poder y la riqueza de Roca Casterly.

—Entonces que pague Roca Casterly.

—¿Por qué? He visto los libros de cuentas de Meñique. Los ingresos de la corona se han multiplicado por diez desde los tiempos de Aerys.

—Los gastos de la corona también. Robert era tan pródigo con sus monedas como con su polla. Meñique tuvo que pedir prestado mucho dinero, a ti entre otros. Sí, los ingresos son considerables, pero apenas si bastan para cubrir la usura. ¿O le vas a perdonar al trono la deuda que tiene con la Casa Lannister?

—No digas tonterías.

—En ese caso deberíamos conformarnos con siete platos. Trescientos invitados en vez de mil. Y según tengo entendido, un matrimonio es igual de legítimo aunque no haya oso bailarín.

—Los Tyrell nos considerarían unos tacaños. Quiero la boda y el puerto. Si no puedes pagar ambas cosas, dímelo para que busque un consejero de la moneda que sí pueda.

—Conseguiré el dinero. —Tyrion no quería ni pensar en la vergüenza que supondría que lo despidieran tan pronto.

—Sí —le aseguró su padre—. Y ya que estás, a ver si consigues también encontrar la cama de tu esposa.

«Así que le han llegado los rumores.»

—Ya sé dónde está, muchas gracias. Es ese mueble que hay entre la ventana y la chimenea, el del dosel de terciopelo y el colchón de plumas de ganso.

—Me alegra que sepas dónde está. ¿Qué tal si ahora tratas de conocer a la mujer que la comparte contigo?

«¿Qué mujer? Querrás decir la niña.»

—¿Te ha estado susurrando al oído una araña o tengo que dar las gracias a mi querida hermana? —Considerando las cosas que pasaban entre las sábanas de Cersei, cualquiera habría dicho que tendría la decencia de no meter las narices en las suyas—. Dime, ¿cómo es que todas las doncellas de Sansa están al servicio de Cersei? Estoy harto de que me espíen en mis habitaciones.

—Si no te gustan las criadas de tu mujer despídelas y contrata a otras que te convengan más. Estás en tu derecho. A mí no me preocupan las doncellas de tu esposa, sino que ella siga siendo doncella. Tanta... delicadeza me asombra. Nunca habías tenido problemas para meterte en la cama con una puta. ¿Qué le pasa a la Stark, no lo tiene todo en el mismo sitio?

—¿Por qué te interesa tanto dónde meto la polla? —replicó Tyrion—. Sansa es demasiado joven.

—Tiene edad suficiente para convertirse en la señora de Invernalia una vez muera su hermano. Si la desvirgas estarás un paso más cerca de poder dominar el norte. Déjala preñada y lo tendrás en la mano. ¿O tengo que recordarte que si un matrimonio no se consuma es posible anularlo?

—Sólo puede hacerlo el Septon Supremo o un Consejo de la Fe. El Septon Supremo que hay ahora no es más que una foca bien amaestrada que aplaude cuando se lo ordenamos. El Chico Luna tiene más probabilidades de anular mi matrimonio que él.

—Tal vez debería haber casado a Sansa Stark con el Chico Luna. Al menos habría sabido qué hacer con ella.

—No quiero seguir hablando de la virginidad de mi esposa. —Tyrion apretó las manos contra los brazos de la silla—. Pero ya que estamos con el tema de los matrimonios, ¿cómo es que no hay novedades sobre las inminentes nupcias de mi hermana? Creo recordar...

—Mace Tyrell ha rechazado mi oferta de casar a Cersei con Willas, su heredero —lo interrumpió Lord Tywin.

—¿Que ha rechazado a nuestra querida Cersei? —Aquello puso a Tyrion de un humor mucho mejor.

—Cuando le planteé el tema de esta unión, Lord Tyrell parecía muy bien dispuesto —siguió su padre—. Y al día siguiente todo lo contrario. Ha sido cosa de la vieja. Tiene dominado a su hijo. Según Varys, le dijo que tu hermana era demasiado vieja y estaba demasiado usada para casarse con su adorado nieto cojo.

—Seguro que a Cersei le encantó —rió.

—No sabe nada. —Lord Tywin le lanzó una mirada gélida—. Ni lo sabrá. Será mejor para todo el mundo que nunca se haya hecho la propuesta. Métetelo bien en la cabeza, Tyrion. No se ha hecho nunca la propuesta.

—¿Qué propuesta? —Tyrion tenía la sospecha de que Lord Tyrell lamentaría amargamente su negativa.

—Tu hermana se casará. Lo único que no sé aún es con quién. Tengo varias ideas...

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