Tormenta de Espadas (67 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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—Lord Bolton es ahora el señor de este castillo. Los Bolton son vasallos de los Stark.

—Los Bolton despellejan a sus enemigos.

Era lo único que Jaime recordaba acerca del norteño. Seguro que Tyrion habría sabido todo lo relativo al señor de Fuerte Terror, pero Tyrion estaba a miles de leguas de distancia, con Cersei.

«No puedo morir mientras Cersei viva —se dijo—. Nacimos juntos y moriremos juntos.»

El grupo de casas que se habían alzado junto a los muros estaban quemadas, reducidas a cenizas y a piedras ennegrecidas, y muchos hombres con sus monturas habían acampado recientemente a orillas del lago, donde Lord Whent había celebrado su gran torneo en el año de la falsa primavera. Una sonrisa de amargura aleteó en los labios de Jaime al cruzar el terreno desolado. Habían excavado una letrina en el mismísimo lugar donde él se había arrodillado ante el rey para prestarle juramento.

«Nunca llegué a imaginarme cuán deprisa lo dulce se tornaría amargo. Aerys no me dejó disfrutar ni una noche. Me honró y luego me escupió.»

—Mirad los estandartes —señaló Brienne—. El hombre desollado y los torreones gemelos, ¿veis? Los caballeros juramentados del rey Robb. Allí, sobre la caseta de la guardia, gris sobre blanco. El huargo.

—Pues sí —asintió Jaime mirando hacia arriba—, es la mierda del lobo ése. Y lo que hay a ambos lados son cabezas.

Los soldados, los criados y los seguidores del campamento iban detrás de ellos y los abucheaban. Una perra con manchas les pisó los talones entre ladridos y gruñidos hasta que uno de los lysenos la atravesó con una lanza y se puso al galope para encabezar la columna.

—¡Llevo el estandarte del Matarreyes! —gritó al tiempo que agitaba el cadáver del perro sobre la cabeza de Jaime.

Las murallas de Harrenhal eran tan gruesas que pasar bajo ellas era como atravesar un túnel de piedra. Vargo Hoat había enviado por delante a dos de sus dothrakis para informar a Lord Bolton de que se aproximaban, de manera que el patio de armas estaba abarrotado de curiosos. Abrieron paso al tambaleante Jaime. La cuerda que llevaba a la cintura se tensaba y lo tironeaba cada vez que aflojaba el paso.

—¡Oz traigo al Matarreyez! —anunció Vargo Hoat con su voz ceceante.

Una lanza golpeó a Jaime en la rabadilla y lo hizo caer. El instinto le hizo echar las manos al frente para frenar la caída. Cuando el muñón golpeó contra el suelo, el dolor fue cegador, pero aun así se las arregló para incorporarse sobre una rodilla. Ante él, una amplia escalinata de piedra llevaba a la entrada de una de las colosales torres redondas de Harrenhal. Cinco caballeros y un norteño lo miraban desde arriba, el norteño con sus ojos claros, vestido con lana y pieles, y los caballeros imponentes con sus armaduras y corazas, con el emblema de los torreones gemelos bordado en las sobrevestas.

—Vaya, los Frey —dijo Jaime—. Ser Danwell, Ser Aenys, Ser Hosteen. —Conocía de vista a los hijos de Lord Walder; al fin y al cabo, su tía estaba casada con uno de ellos—. Recibid mi más sentido pésame.

—¿Por qué, ser? —quiso saber Ser Danwell Frey.

—Por la muerte del hijo de vuestro hermano, Ser Cleos —dijo Jaime—. Iba con nosotros hasta que unos forajidos nos dieron alcance y lo llenaron de flechas. Urswyck y su gentuza desvalijaron el cadáver y lo abandonaron a los lobos.

—¡Mis señores! —Brienne se liberó como pudo y dio un paso adelante—. He visto vuestros estandartes. ¡Por vuestros juramentos, escuchadme!

—¿Quién habla? —quiso saber Ser Aenys Frey.

—Ez la niñera del Lannizter.

—Soy Brienne de Tarth, hija de Lord Selwyn, el Lucero de la Tarde, e igual que vosotros vasallo juramentado de la Casa Stark.

Ser Aenys le escupió a los pies.

—Eso es lo que valen vuestros juramentos. Nosotros confiamos en la palabra de Robb Stark y él pagó nuestra fidelidad con traición.

«Esto se pone interesante.» Jaime se volvió para ver cómo encajaba Brienne la acusación, pero la moza era terca como una mula.

—No sé nada de ninguna traición. —Sacudió las cuerdas que le ataban las muñecas—. Lady Catelyn me envió a entregar a Lannister a su hermano en Desembarco del Rey...

—Cuando los encontramos, ella estaba intentando ahogarlo —dijo Urswyck el Fiel.

—Fue un ataque de ira —se disculpó la moza sonrojándose—, perdí el control, pero jamás lo habría matado. Si llega a morir, los Lannister pasarán por la espada a las hijas de mi señora.

—¿Y a nosotros qué nos importa? —Ser Aenys se había quedado igual.

—Devolvámoslo a Aguasdulces a cambio de un rescate —pidió Ser Danwell.

—Roca Casterly tiene más oro —se opuso otro hermano.

—¡Matémoslo! —pidió otro—. ¡Su cabeza por la de Ned Stark!

El bufón Shagwell, con su disfraz gris y rosa, dio una voltereta que acabó al pie de las escaleras y empezó a cantar.

—«Un día el león bailó con el oso, fue maravilloso...»

—Zilencio, eztúpido. —Vargo Hoat le dio una bofetada—. El Matarreyez no ez para el ozo. Ez mío.

—Si muere no será de nadie. —Roose Bolton hablaba tan bajo que los hombres se callaron para escucharlo—. Y por favor, mi señor, recordad que no tendréis el mando de Harrenhal hasta que no emprenda la marcha hacia el norte.

—¿Será posible que seáis el Señor de Fuerte Terror? —La fiebre hacía que Jaime se sintiera tan valeroso como mareado—. La última vez que supe algo de vos, mi padre os había puesto en fuga con el rabo entre las piernas. ¿Qué hizo que dejarais de correr, mi señor?

El silencio de Bolton era cien veces más amenazador que la malevolencia ceceante de Vargo Hoat. Pálido como la niebla de la mañana, sus ojos escondían más de lo que revelaban. A Jaime no le gustaban aquellos ojos. Le recordaban el día en que Ned Stark lo había encontrado sentado en el Trono de Hierro, en Desembarco del Rey. Por fin, el señor de Fuerte Terror frunció los labios.

—Habéis perdido una mano —dijo.

—No —replicó Jaime—, la tengo aquí, colgada del cuello.

Roose Bolton extendió el brazo, se la arrancó de un tirón y se la tiró a la Cabra.

—Llevaos esto de mi vista. Me ofende.

—Ze la enviaré a zu zeñor padre. Le diré que tiene que pagarnoz cien mil dragonez zi no quiere que le devolvamoz al Matarreyez pedazo por pedazo. Y cuando ya tengamoz zu oro, ezo ez lo que haremoz: ¡Entregaremoz a Zer Jaime a Karztark y a cambio él noz dará una doncella!

Los Compañeros Audaces rompieron en carcajadas.

—Excelente plan —dijo Roose Bolton, en el mismo tono que habría podido decir «excelente vino» a un compañero de mesa—, aunque Lord Karstark no os entregará a su hija. El rey Robb le quitó una cabeza de altura, por traición y asesinato. En cuanto a Lord Tywin, sigue en Desembarco del Rey y allí permanecerá hasta el año nuevo, cuando su nieto tome por esposa a una hija de Altojardín.

—De Invernalia —dijo Brienne—. Queréis decir de Invernalia. El rey Joffrey está prometido a Sansa Stark.

—Ya no. La batalla del Aguasnegras lo cambió todo. La rosa y el león se unieron para acabar con las huestes de Stannis Baratheon y reducir su flota a cenizas.

«Te lo advertí, Urswyck —pensó Jaime—. Y a ti, Cabra. Si apuestas contra los leones, pierdes algo más que la bolsa.»

—¿Hay alguna noticia de mi hermana? —preguntó.

—Está bien. Al igual que vuestro... sobrino. —Bolton hizo una pausa antes de «sobrino», una pausa que quería decir «lo sé»—. Vuestro hermano vive también, aunque resultó herido en la batalla. —Hizo un gesto con la mano para llamar a un norteño de aspecto severo, con cota de mallas tachonada de clavos—. Escoltad a Ser Jaime hasta Qyburn. Y soltadle las manos a esta mujer. —Mientras cortaban la cuerda que ataba las muñecas de Brienne, se volvió hacia ella—. Mi señora, os ruego que nos perdonéis. Corren tiempos difíciles, es difícil distinguir al amigo del enemigo.

Brienne se frotó la cara interior de la muñeca, la soga de cáñamo se la había dejado en carne viva.

—Mi señor, estos hombres trataron de violarme.

—¿De veras? —Lord Bolton clavó los ojos claros en Vargo Hoat—. Eso no me complace. Lo de la mano de Ser Jaime, tampoco.

Por cada Compañero Audaz, en el patio había cinco norteños y otros tantos Freys. La Cabra no era ningún prodigio de inteligencia, pero sabía contar. No dijo nada.

—Me quitaron la espada —dijo Brienne—, la armadura...

—Aquí no tendréis necesidad de armadura alguna, mi señora —le dijo Lord Bolton—. En Harrenhal os encontráis bajo mi protección. Amabel, buscad habitaciones adecuadas para Lady Brienne. Walton, ocupaos de Ser Jaime de inmediato.

No esperó respuesta, sino que se dio la vuelta y subió por las escaleras con la capa ribeteada en piel ondeando a la espalda. Jaime sólo tuvo tiempo de intercambiar una mirada rápida con Brienne antes de que los escoltaran en direcciones opuestas.

En las estancias del maestre, debajo de la pajarera, un hombre de cabello gris y aspecto paternal llamado Qyburn tragó saliva cuando vio qué había bajo las vendas del muñón de Jaime.

—¿Tan mal está? ¿Voy a morir?

Qyburn presionó la herida con un dedo y arrugó la nariz ante el borbotón de pus.

—No. Aunque, si hubieran pasado unos días más... —Cortó la manga del jubón de Jaime—. La podredumbre se ha extendido. ¿Veis lo blanda que está la carne? Tengo que cortarla toda. Para estar seguros habría que cortaros el brazo.

—Hacedlo y os mataré —le prometió Jaime—. Limpiad el muñón y cosedlo. Prefiero correr el riesgo.

—Podría respetaros la parte superior del brazo —dijo Qyburn con el ceño fruncido— y cortar por el codo, pero...

—Si me cortáis algo del brazo más os vale cortarme también el otro, o si no después lo utilizaré para estrangularos.

Qyburn lo miró a los ojos. Viera lo que viera en ellos, lo hizo meditar un instante.

—Muy bien. Cortaré la carne podrida y nada más. Trataré de quemar la podredumbre con vino hirviendo y una cataplasma de ortigas, mostaza en grano y moho del pan. Tal vez baste con eso, ya que estáis tan determinado. Os daré la leche de la amapola...

—No. —Jaime no se atrevía a permitir que lo durmieran. Pese a las promesas del hombre, al despertar podía encontrarse sin brazo.

—Os dolerá. —Qyburn se quedó boquiabierto.

—Gritaré.

—Os dolerá mucho.

—Gritaré muy fuerte.

—¿Aceptaréis al menos beber un poco de vino?

—¿Reza alguna vez el Septon Supremo?

—No sabría qué deciros. Traeré el vino. Recostaos, tengo que ataros el brazo.

Con un cuenco y una hoja bien afilada, Qyburn limpió el muñón mientras Jaime tragaba el vino fuerte, aunque buena parte se le derramaba encima. Su mano izquierda no parecía conocer el camino hacia la boca, pero eso al menos tenía una ventaja: el olor del vino en la barba sucia ayudaba a disfrazar el hedor del pus.

Pero no le sirvió de nada cuando llegó el momento de recortar la carne podrida. Entonces Jaime gritó y golpeó la mesa con el puño, una vez, otra y otra. Gritó de nuevo cuando Qyburn le vertió el vino hirviendo sobre lo que le quedaba del muñón. Pese a todas las promesas y todos los temores, durante un rato perdió el conocimiento. Cuando despertó, el maestre le estaba cosiendo el brazo con una aguja y cuerda de tripa.

—He dejado una tira de piel para doblarla en la muñeca.

—No es la primera vez que hacéis esto —murmuró Jaime con debilidad. Notaba sabor a sangre en la boca, se había mordido la lengua.

—Todo el que sirve a Vargo Hoat ha visto muchos muñones. Los va dejando a su paso.

Jaime pensó que Qyburn no tenía aspecto de monstruo. Era reservado, de voz suave y cálidos ojos castaños.

—¿Cómo es que un maestre cabalga con los Compañeros Audaces?

—La Ciudadela me quitó la cadena. —Qyburn dejó a un lado la aguja—. Tengo que cuidaros también ese corte que tenéis sobre el ojo. La carne está muy inflamada.

—Habladme de la batalla. —Jaime cerró los ojos y permitió que Qyburn y el vino hicieran su trabajo.

Como encargado de los cuervos de Harrenhal, Qyburn habría sido el primero en enterarse de las noticias.

—Lord Stannis quedó atrapado entre vuestro padre y el fuego. Se dice que el Gnomo prendió fuego al mismísimo río.

Jaime vio llamas verdes que se alzaban hacia el cielo, más altas que las más altas torres, mientras hombres con las ropas incendiadas gritaban por las calles.

«Esto lo he soñado antes.» Resultaba casi divertido, pero no tenía a nadie con quien compartir el chiste.

—Abrid el ojo. —Qyburn empapó en agua caliente un paño y le limpió la costra de sangre seca. El párpado estaba hinchado, pero Jaime consiguió abrirlo un poco. Vio sobre él el rostro del maestre—. ¿Cómo os habéis hecho esto? —preguntó.

—Fue regalo de una moza.

—¿Un cortejo difícil, mi señor?

—Esa moza es más grande que yo y más fea que vos. Más vale que la atendáis a ella también. Todavía cojea de la pierna que le pinché durante la pelea.

—Preguntaré por ella. ¿Qué es esa mujer para vos?

—Mi protectora. —Por mucho que doliera, Jaime no tuvo más remedio que echarse a reír.

—Machacaré unas hierbas para que las mezcléis con el vino, os bajarán la fiebre. Mañana por la mañana volveré y os pondré una sanguijuela en el ojo para sacar la sangre sucia.

—Una sanguijuela. Qué encanto.

—Lord Bolton es muy aficionado a las sanguijuelas —dijo Qyburn con toda ceremonia.

—Sí —dijo Jaime—. Ya me lo imagino.

TYRION (4)

Más allá de la Puerta del Rey no quedaba nada más que lodo, cenizas y restos de huesos quemados, pero ya había gente viviendo a la sombra de las murallas de la ciudad y algunos vendían pescado que llevaban en toneles y carretillas. Tyrion sintió todos los ojos clavados en él cuando pasó a caballo; miradas gélidas, de odio, de rencor... Nadie se atrevió a hablarle ni trató de cerrarle el paso; por algo llevaba al lado a Bronn con su engrasada cota de mallas negra.

«Pero si fuera solo me derribarían del caballo y me machacarían la cara con un adoquín como le hicieron a Preston Greenfield.»

—Vuelven más deprisa que las ratas —se quejó—. Ya los echamos con fuego una vez, ¿es que no aprenden la lección?

—Déjame una docena de capas doradas y los mataré a todos —dijo Bronn—. Los muertos no vuelven.

—No, pero vienen otros en su lugar. Déjalos en paz, aunque si empiezan a construir chozas junto a la muralla quiero que las derribes enseguida. Piensen lo que piensen estos imbéciles, la guerra no ha terminado. —Divisó ante ellos la Puerta del Lodazal—. Por el momento ya he visto suficiente. Volveremos mañana con los maestres de los gremios para repasar sus planes.

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