Tormenta de Espadas (74 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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Un grito de rabia recorrió la colina hueca.

—Volved a llamarnos así y os tragaréis la lengua, perro —le espetó Lim desenfundando la espada larga.

—Mira qué valiente —dijo el Perro contemplando la hoja con desprecio—, muestra el acero a un prisionero atado. ¿Por qué no me desatáis? Ya veríamos entonces lo valeroso que sois. —Echó una mirada hacia atrás, en dirección al Cazador Loco—. Y vos ¿qué? ¿Es que os habéis dejado todo el valor en las perreras?

—No, pero tendría que haberos dejado en una jaula de cuervos. —El cazador sacó un cuchillo—. Puede que aún no sea tarde.

El Perro se le rió en la cara.

—Aquí todos somos hermanos —declaró Thoros de Myr—. Hermanos santos leales al reino, a nuestro dios y entre nosotros.

—La hermandad sin estandartes. —Tom Sietecuerdas rasgueó la lira—. Los caballeros de la colina hueca.

—¿Caballeros? —En labios de Clegane la palabra sonaba a burla—. Dondarrion es un caballero, pero los demás sois el grupo de bandidos y tullidos más despreciable que he visto jamás. Cuando cago me salen del cuerpo hombres mejores que vosotros.

—Todo caballero puede armar caballeros —dijo el espantapájaros que era Beric Dondarrion—, y todos los hombres que veis aquí han sentido la espada en el hombro. Somos la hermandad olvidada.

—Dejad que me marche y yo también me olvidaré de vosotros —le espetó Clegane—. Pero, si tenéis intención de matarme, hacedlo de una puta vez. Me habéis quitado la espada, el caballo y el oro, así que quitadme la vida y acabemos cuanto antes. Todo menos aguantar tanta cháchara religiosa.

—Moriréis pronto, Perro —le prometió Thoros—, pero no será un asesinato, será justicia.

—Eso —dijo el Cazador Loco—, y os espera un destino mejor del que merecéis por lo que habéis hecho. ¡Decís que sois leones! En Sherrer y en el Vado del Titiritero violaron a niñas de seis y siete años, cortaron en dos a los bebés delante de sus madres. Jamás ha habido un león así de cruel.

—Yo no estuve en Sherrer ni en el Vado del Titiritero —le replicó el Perro—. Id a poner vuestros niños muertos ante la puerta de otro.

—¿Negáis que la Casa Clegane se erigió sobre los cadáveres de niños? —le replicó Thoros—. Vi depositar al príncipe Aegon y a la princesa Rhaenys ante el Trono de Hierro. En justicia vuestro blasón deberían ser dos niños ensangrentados en lugar de esos perros tan feos.

—¿Acaso me confundís con mi hermano? —El Perro hizo una mueca—. ¿Es un crimen nacer con el apellido Clegane?

—El asesinato es un crimen.

—¿A quién he asesinado yo?

—A Lord Lothar Mallery y a Ser Gladden Wylde —dijo Harwin.

—A mis hermanos Lister y Lennocks —declaró Jack-con-Suerte.

—A amo Beck y a Mudge, el hijo del molinero, en Donnelwood —gritó una anciana entre las sombras.

—A la viuda de Merriman, que tan dulce era en el lecho —añadió Barbaverde.

—A los septones de Charca Cenagosa.

—A Ser Andrey Charlton. A su escudero Lucas Roote. A todos los hombres, mujeres y niños de Pedregal y de Molino Nidorratón.

—A Lord y Lady Deddings, que eran ricos.

—A Alyn de Invernalia —siguió con el recuento Tom Sietecuerdas—, a Joth Arcoligero, al pequeño Matt y a su hermana Randa, a Anvil Ryn. A Ser Ormond. A Ser Dudley. Al Calvo de Mory, al Calvo de Lancewood, al Abuelo Calvo y al Calvo de la Arboleda de Shermer. A Wyl el Tallador Ciego. A la ama Maerie. A Maerie la Puta. A Becca la Panadera. A Ser Raymun Darry, a Lord Darry y al joven Lord Darry. Al bastardo de Bracken. A Fletcher Will. A Harsley. A la ama Nolla...

—¡Basta ya! —El rostro del Perro estaba contraído de rabia—. No hacéis más que ruido. Esos nombres no me dicen nada. ¿Quiénes son?

—Personas —dijo Lord Beric—. Personas grandes y pequeñas, jóvenes y viejas. Personas buenas y personas malas que murieron ensartadas por lanzas de los Lannister o se encontraron con la barriga abierta por espadas de los Lannister.

—Yo no le he abierto la barriga a nadie. Y si alguien dice lo contrario, es un mentiroso.

—Servís a los Lannister de Roca Casterly —dijo Thoros.

—Los serví en el pasado. Igual que miles de hombres. ¿Qué pasa, cada uno de nosotros es culpable de los crímenes de los otros? —Clegane escupió al suelo—. Puede que sea verdad que sois caballeros. Mentís como caballeros, tal vez también asesináis como caballeros.

Lim y Jack-con-Suerte empezaron a gritarle a la vez, pero Dondarrion alzó la mano para pedir silencio.

—Seguid hablando, Clegane.

—Un caballero es una espada con un caballo. Lo demás, los juramentos, los ungüentos sagrados y las prendas de las damas no son más que cintas de seda en torno a la espada. Puede que la espada quede más bonita con los colgajos, pero mata exactamente igual. Pues por mí os podéis meter por el culo las cintas y las espadas. Soy igual que vosotros. La única diferencia es que yo no miento acerca de lo que soy. Así que matadme si queréis, pero no me llaméis asesino mientras os quedáis ahí y os decís unos a otros que vuestra mierda no huele. ¿Entendido?

Arya pasó junto a Barbaverde tan deprisa que ni la vio.

—¡Sois un asesino! —gritó—. ¡Matasteis a Mycah, no digáis que no! ¡Lo matasteis!

—¿Quién es el tal Mycah, chico? —El Perro la contemplaba sin reconocerla.

—¡No soy un chico! Pero Mycah, sí. Era el hijo de un carnicero y vos lo matasteis. Jory dijo que casi lo cortasteis en dos, y eso que ni siquiera tenía espada.

Sentía que todos la estaban mirando, las mujeres, los niños y los hombres que decían ser los caballeros de la colina hueca.

—¿Quién es? —preguntó alguien.

—Por los siete infiernos. —El Perro sabía la respuesta—. La hermana pequeña. La mocosa que tiró al río la bonita espada de Joff. —Dejó escapar una carcajada gutural—. ¿No sabes que estás muerta?

—No, vos estáis muerto —le espetó.

Harwin la cogió por el brazo y la hizo retroceder.

—La chiquilla os acusa de asesinato —dijo Lord Beric—. ¿Negáis haber matado a ese tal Mycah, el hijo del carnicero?

—Yo era el escudo juramentado de Joffrey. —El hombretón se encogió de hombros—. El hijo del carnicero atacó al príncipe heredero.

—¡Eso es mentira! —Arya se debatió para zafarse de la presa de Harwin—. Fui yo. Yo golpeé a Joffrey y tiré su
Colmillo de León
al río. Mycah no hizo más que escapar, como le dije.

—¿Visteis al muchacho atacar al príncipe Joffrey? —preguntó Lord Beric Dondarrion al Perro.

—Lo oí de sus regios labios. No me corresponde a mí cuestionar lo que dicen los príncipes. —Clegane hizo un gesto con las manos en dirección a Arya—. Su propia hermana contó la misma historia que el príncipe cuando declaró ante vuestro querido Robert.

—Sansa es igual de mentirosa —dijo Arya, otra vez furiosa con su hermana—. No fue como lo contó ella. ¡No fue así!

Thoros se apartó a un lado con Lord Beric. Los dos hombres hablaron en susurros mientras Arya hervía de rabia.

«Lo tienen que matar. He rezado cientos de veces por que muera, cientos, cientos de veces.»

—Se os acusa de asesinato —dijo Beric Dondarrion volviéndose hacia el Perro—, pero nadie aquí sabe si los cargos son ciertos o falsos, de modo que no nos corresponde a nosotros juzgaros. Sólo lo puede hacer el Señor de la Luz. Os sentencio a un juicio por combate.

El Perro frunció el ceño, desconfiado, como si no se creyera lo que oía.

—¿Sois estúpido o es que estáis loco?

—Ni una cosa ni otra. Sólo soy un señor. Demostrad vuestra inocencia con la espada y podréis marcharos.

—¡No! —gritó Arya antes de que Harwin le tapara la boca.

«No, no pueden hacer eso, saldrá libre. —El Perro era mortífero con una espada, eso lo sabía todo el mundo—. Se va a reír de ellos.»

Y eso hizo, fue una carcajada larga, gutural, que retumbó en las paredes de la cueva, una carcajada cargada de desprecio.

—¿Y con quién lucho? —Miró a Lim Capa de Limón—. ¿Con el valiente de la capa color meados? ¿No? ¿Qué tal contigo, Cazador? No es la primera vez que das patadas a un perro, prueba conmigo. —Vio a Barbaverde—. Tú eres corpulento, tyroshi, da un paso adelante. ¿O vais a dejar que sea la cría la que pelee conmigo? —Se rió de nuevo—. Vamos, ¿quién quiere morir?

—Vais a enfrentaros a mí —dijo Lord Beric Dondarrion.

Arya recordó las cosas que había oído. «No puede morir», pensó, atreviéndose a albergar esperanzas. El Cazador Loco cortó las cuerdas que ataban las manos de Sandor Clegane.

—Necesitaré espada y armadura —dijo el Perro al tiempo que se frotaba una muñeca lacerada.

—Espada tendréis —declaró Lord Beric—, pero vuestra inocencia será vuestra armadura.

—¿Mi inocencia contra vuestra coraza? ¿Es eso? —Clegane hizo una mueca.

—Ned, ayúdame a quitarme la coraza.

A Arya se le erizó el vello al oír el nombre de su padre en labios de Lord Beric, pero aquel Ned no era más que un niño, un escudero de pelo rubio no mayor de diez o doce. Se adelantó a toda prisa para abrir los cierres que sujetaban el golpeado peto de acero del señor marqueño. El acolchado de debajo estaba tan podrido por el tiempo y el sudor que cayó al suelo en cuanto quitaron el metal. Gendry ahogó una exclamación.

—Madre misericordiosa.

Las costillas de Lord Beric destacaban una a una debajo de la piel. Tenía en el pecho un cráter justo encima del pezón izquierdo, y cuando se dio la vuelta para pedir espada y escudo, Arya vio que había una cicatriz a juego en su espalda. «La lanza lo atravesó. El Perro también lo ha visto. ¿Tendrá miedo?» Arya quería que tuviera miedo antes de morir, tanto como debió de tener Mycah.

Ned acercó a Lord Beric el cinturón de la espada y una sobrevesta larga y negra. Estaba cortada para usarla sobre una armadura, de manera que le caía muy suelta en torno al cuerpo, pero la recorría el relámpago color púrpura de su Casa. Desenvainó la espada y devolvió el cinturón a su escudero.

Thoros entregó al Perro su cinto de la espada.

—¿Tienen honor los perros? —preguntó el sacerdote—. Para que no se os ocurra tratar de escapar a estocadas, o coger como rehén a algún niño... Anguy, Dennet, Kyle, a la primera señal de traición lo matáis.

Thoros esperó a que los tres arqueros tuvieran las flechas preparadas antes de entregar el cinto a Clegane.

El Perro sacó la espada de un tirón y arrojó la vaina a un lado. El Cazador Loco le dio su escudo de roble tachonado en hierro y pintado de amarillo con el blasón de los Clegane, tres perros negros. El muchacho llamado Ned ayudó a Lord Beric a ceñirse su escudo, que estaba tan golpeado y maltratado que casi no se veían el rayo púrpura y las estrellas.

El Perro dio un paso hacia su enemigo, pero Thoros de Myr lo detuvo.

—Antes hay que rezar. —Se volvió hacia el fuego y elevó los brazos—. Señor de la Luz, vela por nosotros.

Por toda la caverna, los hombres de la hermandad sin estandartes alzaron las voces para responder.

—Señor de la Luz, defiéndenos.

—Señor de la Luz, protégenos en la oscuridad.

—Señor de la Luz, que tu rostro brille sobre nosotros.

—Enciende tu llama entre nosotros, R'hllor —dijo el sacerdote rojo—. Muéstranos si este hombre dice la verdad o miente. Humíllalo si es culpable, da fuerza a su brazo si es sincero. Señor de la Luz, danos sabiduría.

—Porque la noche es oscura —entonaron los demás—, y alberga cosas aterradoras.

—Esta cueva también es oscura —dijo el Perro—, pero aquí el único terror soy yo. Espero que vuestro dios sea amable, Dondarrion, porque dentro de poco lo vais a ir a conocer.

Lord Beric, con el rostro serio, apoyó el filo de su espada larga contra la palma de la mano izquierda y lo deslizó muy despacio. Del corte que se hizo manó la sangre oscura y corrió por el acero.

Y, entonces, la espada empezó a arder.

Arya oyó a Gendry musitar una plegaria.

—Allá os queméis en los siete infiernos —maldijo el Perro—. Y Thoros también. —Lanzó una mirada en dirección al sacerdote rojo—. Cuando acabe con él vos seréis el siguiente, Myr.

—Cada palabra que decís proclama vuestra culpabilidad, Perro —respondió Thoros, mientras Lim, Barbaverde y Jack-con-Suerte gritaban amenazas y maldiciones. Lord Beric, en cambio, estaba en silencio, tranquilo como las aguas en calma, con el escudo en el brazo izquierdo y la espada llameante en la mano derecha.

«Mátalo —pensó Arya—. Por favor, lo tienes que matar.» Su rostro, iluminado desde abajo, era como una máscara de muerte, el ojo que le faltaba parecía una herida roja y furiosa. La espada ardía desde la punta hasta la cruz, pero Dondarrion no parecía sentir el calor. Estaba tan inmóvil que parecía tallado en piedra.

Pero, cuando el Perro cargó contra él, se apartó como una centella.

La espada llameante subió al encuentro de la fría, dejando a su paso largas estelas de fuego, como las cintas de las que había hablado el Perro. El acero cantó contra el acero. Apenas Dondarrion le paró el primer golpe, Clegane lanzó otro y en aquella ocasión fue el escudo de Lord Beric lo que se interpuso en su camino. La fuerza del impacto hizo que saltaran por los aires astillas de madera. Los golpes siguieron cayendo, duros, rápidos, desde abajo, desde arriba, por la derecha, por la izquierda, pero Dondarrion los detuvo todos. Las llamas giraban en torno a su espada, y a su paso dejaban un rastro de fantasmas rojos y amarillos. Cada movimiento de Lord Beric les daba nuevas fuerzas y hacía que ardieran con más brillo, hasta que pareció como si el señor del relámpago estuviera en el centro de una jaula de fuego.

—¿Es fuego valyrio? —preguntó Arya a Gendry.

—No. Esto es diferente. Esto es...

—¿Magia? —sugirió ella mientras el Perro retrocedía.

En aquel momento era Lord Beric quien atacaba, el aire se llenó de estelas de fuego, y su rival, más corpulento, tuvo que retroceder más y más. Clegane detuvo un golpe con el escudo en alto y uno de los perros pintados perdió la cabeza. Contraatacó, con lo que Dondarrion tuvo que interponer el escudo a su vez antes de lanzar un terrible tajo. La hermandad de los bandidos lanzaba gritos de ánimo para su jefe.

—¡Ya es tuyo! —oyó decir Arya—. ¡A por él! ¡A por él! ¡A por él!

El Perro esquivó un tajo que le iba directo a la cabeza. Hizo una mueca al sentir el calor de las llamas cerca del rostro. Gruñó, maldijo y se tambaleó.

Lord Beric no le dio respiro. Siguió acosando al hombretón, su brazo no se detenía nunca. Las espadas chocaban, se apartaban y volvían a chocar, del escudo del relámpago saltaban astillas, mientras que las llamas vibrantes lamieron a los perros una vez, y dos, y tres. El Perro se desplazó hacia la derecha, pero Dondarrion le cortó el paso con una rápida zancada lateral y lo obligó a moverse hacia la otra dirección... hacia el resplandor rojizo de la hoguera. Clegane siguió cediendo terreno hasta que sintió el calor en la espalda. Una mirada rápida le mostró qué tenía detrás, y estuvo a punto de costarle la cabeza cuando Lord Beric atacó de nuevo.

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