Tormenta de Espadas (76 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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—No es ninguna deshonra fallar el tiro —le dijo su tío en voz baja—. Alguien tendría que decírselo a Edmure. Cuando mi señor padre emprendió su viaje río abajo, Hoster también falló.

—Con la primera flecha. —Catelyn había sido demasiado pequeña para recordarlo, pero Lord Hoster le contaba la anécdota a menudo—. La segunda acertó en la vela.

Dejó escapar un suspiro. Edmure no era tan fuerte como parecía. La muerte de su padre, cuando por fin tuvo lugar, había sido un descanso, pero aun así su hermano se lo había tomado mal.

La noche anterior bebió demasiado, se derrumbó y se echó a llorar entre lamentos por las cosas que no había hecho y las palabras que no había dicho. No debería haber partido para luchar en la batalla de los Vados, le dijo entre lágrimas; tendría que haber permanecido junto al lecho de su padre.

—Tendría que haber estado con él, como estuviste tú —sollozó—. ¿Dijo algo de mí antes de morir? Dime la verdad, Cat. ¿Preguntó por mí?

La última palabra de Lord Hoster había sido «Atanasia», pero Catelyn no tuvo valor para decírselo.

—Susurró tu nombre —mintió.

Su hermano había asentido con gratitud antes de besarle la mano.

«Si no hubiera intentado tragarse el dolor y el sentimiento de culpa tal vez no habría errado con el arco», pensó para sus adentros con un suspiro. Pero era otra cosa que tampoco tenía valor para decir.

El Pez Negro la acompañó al bajar de las almenas hasta donde estaban Robb y sus vasallos. Junto a él se encontraba la joven reina. Al verla, su hijo la abrazó en silencio.

—Lord Hoster tenía un aspecto noble como el de un rey, mi señora —murmuró Jeyne—. Me habría gustado tener ocasión de conocerlo.

—Y a mí de conocerlo mejor —añadió Robb.

—Es lo mismo que él habría querido —dijo Catelyn—. Había demasiadas leguas entre Aguasdulces e Invernalia.

«Y por lo visto, hay demasiadas montañas, demasiados ríos y demasiados ejércitos entre Aguasdulces y el Nido de Águilas.» Lysa no había respondido a su carta.

De Desembarco del Rey tampoco obtenía más que silencio. Había albergado la esperanza de que Brienne y Ser Cleos hubieran llegado ya a la ciudad con su prisionero. Incluso era posible que Brienne estuviera ya de vuelta, y con las niñas.

«Ser Cleos juró que pediría al Gnomo que enviara un cuervo en cuanto aceptara el trato. ¡Lo juró!» Los cuervos no siempre llegaban a su destino. Tal vez algún arquero había abatido al pájaro y lo había asado para cenar. La carta que la habría tranquilizado tal vez se encontrara en aquel momento entre las cenizas de una hoguera, junto a un montoncito de huesos de cuervo.

Otros esperaban para dar el pésame a Robb, de manera que Catelyn se apartó a un lado y aguardó con paciencia mientras Lord Jason Mallister, el Gran Jon y Ser Rolph Spicer hablaban con él de uno en uno. Pero cuando Lothar Frey se acercó, le dio un tirón de la manga. Robb se dio la vuelta y aguardó a que Lothar hablara.

—Alteza. —Lothar Frey era un hombre regordete de treinta y tantos años, tenía los ojos muy juntos, la barbita puntiaguda y una melena de pelo oscuro que le caía en bucles sobre los hombros. Una lesión durante el parto le había dejado una pierna retorcida, lo que le ganó el sobrenombre de el Cojo. Llevaba doce años sirviendo a su padre como mayordomo—. Lamentamos mucho esta intromisión en un momento tan doloroso, pero ¿podríais concedernos audiencia esta noche?

—Será un honor —dijo Robb—. Nunca quise que hubiera enemistad entre nosotros.

—Ni yo quise ser la causa —intervino la reina Jeyne.

—Lo comprendo —dijo Lothar Frey con una sonrisa—, y también lo comprende mi padre. Me ordenó que os dijera que él también fue joven y recuerda bien lo que es perder la cabeza ante una mujer bella.

Catelyn dudaba mucho de que Lord Walder hubiera dicho semejante cosa o de que hubiera perdido alguna vez la cabeza ante una mujer bella. El Señor del Cruce había sobrevivido a siete esposas y estaba casado con la octava, pero cuando hablaba de ellas era para llamarlas calientacamas y yeguas de cría. Aun así la formulación era impecable, y no sería ella quien pusiera objeciones al cumplido. Tampoco Robb.

—Vuestro padre es muy generoso —dijo—. Aguardaré con impaciencia el momento de nuestra conversación.

Lothar se inclinó, besó la mano de la reina y se retiró. Para entonces ya se habían reunido doce hombres más a la espera de su turno. Robb habló con cada uno de ellos, repartió frases de gratitud y sonrisas según convenía. Sólo cuando hubo terminado con el último se volvió de nuevo hacia Catelyn.

—Tengo que hablar contigo de algo. ¿Me acompañas mientras caminamos?

—Como Su Alteza ordene.

—No ha sido una orden, madre.

—En ese caso será un placer.

Su hijo la había tratado con gentileza desde que regresó a Aguasdulces, pero rara vez buscaba su compañía. Se encontraba más cómodo con su joven reina, cosa que ella comprendía bien.

«Jeyne lo hace sonreír, y yo no puedo compartir con él nada aparte de mi dolor. —Robb parecía disfrutar también con la compañía de los hermanos de su esposa, el joven Rollam, su escudero, y Ser Raynald, su portaestandarte—. Ocupan el lugar de los hermanos que perdió —comprendió Catelyn al verlos juntos—. Rollam es como si fuera Bran, y Raynald es en parte Theon y en parte Jon Nieve.» Sólo cuando estaba con los Westerling veía sonreír a Robb o lo oía reír como el muchacho que era en realidad. Para todos los demás era siempre el Rey en el Norte, con la cabeza inclinada bajo el peso de la corona hasta cuando no la llevaba ceñida.

Robb dio un tierno beso a su esposa, le prometió que la vería en sus habitaciones y echó a andar con su señora madre. Sus pasos los llevaron hacia el bosque de dioses.

—Lothar se ha mostrado amable, es una buena señal. Necesitamos a los Frey.

—Eso no quiere decir que podamos contar con ellos.

Robb asintió, la tristeza le invadió el rostro y pareció como si los hombros se le cargaran. Catelyn hubiera dado cualquier cosa por abrazarlo.

«El peso de la corona lo está aplastando —pensó—. Desea con todas sus fuerzas ser un buen rey, valeroso, noble y astuto, pero la carga es demasiada para un muchacho.»

Robb estaba haciendo todo lo que podía, pero le seguían lloviendo los golpes, uno tras otro, implacables. Cuando le informaron sobre la batalla del Valle Oscuro, donde Lord Randyll Tarly había derrotado a Robett Glover y a Ser Helman Tallhart, todos pensaron que se enfurecería. En vez de eso se quedó boquiabierto, incrédulo.

—¿El Valle Oscuro, en el mar Angosto? ¿Por qué fueron al Valle Oscuro? —Sacudió la cabeza, perplejo—. ¿He perdido un tercio de mi infantería por el Valle Oscuro?

—Los hombres del hierro tienen mi castillo y ahora los Lannister tienen a mi hermano —dijo Galbart Glover con la voz ronca de desesperación. Robett Glover había sobrevivido a la batalla, pero poco más tarde fue capturado cerca del camino real.

—Por poco tiempo —había prometido su hijo—. Les ofreceremos a Martyn Lannister a cambio. Lord Tywin tendrá que aceptar, lo hará por su hermano.

Martyn era hijo de Ser Kevan, hermano gemelo de Willem, el muchacho asesinado por Lord Karstark. Catelyn sabía que aquellas muertes aún pesaban sobre su hijo. Había triplicado la guardia en torno a Martyn, pero seguía temiendo por su seguridad.

—Tendría que haber cambiado al Matarreyes por Sansa la primera vez que me lo pediste —dijo Robb mientras recorrían la galería—. Si se la hubiera ofrecido en matrimonio al Caballero de las Flores tal vez los Tyrell estarían con nosotros, en vez de con Joffrey. Ojalá lo hubiera pensado.

—Estabas concentrado en las batallas, y hacías bien. Ni siquiera un rey puede pensar en todo.

—Batallas —dijo Robb casi con un murmullo al tiempo que salían al exterior, entre los árboles—. He ganado todas las batallas, todas, y aun así estoy perdiendo la guerra. —Alzó la vista, como si la respuesta pudiera estar escrita en el cielo—. Los hombres del hierro tienen Invernalia y Foso Cailin. Mi padre ha muerto, igual que Bran y Rickon, y puede que también Arya. Y ahora también ha muerto vuestro padre.

Catelyn no podía permitir que cayera en la desesperación. Era un trago cuyo sabor conocía demasiado bien.

—Mi padre llevaba mucho tiempo agonizando, Robb. No había nada que pudieras hacer. Has cometido errores, claro, ¿y qué rey no los comete? Ned estaría orgulloso de ti.

—Madre, tengo que decirte una cosa.

Por un instante a Catelyn se le detuvo el corazón.

«Es algo que le duele. Algo que teme contarme.» Lo único que le venía a la mente eran Brienne y su misión.

—¿Se trata del Matarreyes?

—No. Es Sansa.

«Está muerta —pensó Catelyn al instante. Brienne ha fracasado, Jaime ha muerto y Cersei se ha vengado matando a mi hijita.» Apenas si pudo pronunciar las palabras.

—¿La... la hemos perdido, Robb?

—¿Qué? —Su hijo la miró sobresaltado—. ¿Que si ha muerto? No, no, madre, no es eso, no le han hecho daño, bueno, no en ese sentido... Anoche llegó un pájaro, pero no tuve valor para decírtelo hasta que tu padre descansara en paz. —Robb le cogió la mano—. La han casado con Tyrion Lannister.

—Con el Gnomo. —Catelyn apretó los dedos contra los suyos.

—Sí.

—Me juró que la entregaría a cambio de su hermano —dijo, paralizada por el golpe—. Y también a Arya, a las dos. Nos las devolvería si le entregábamos a su querido Jaime, lo juró ante toda la corte. ¿Cómo ha podido casarse con ella, después de lo que dijo ante los ojos de los hombres y los dioses?

—Es el hermano del Matarreyes. Llevan el perjurio en la sangre. —Robb acarició con los dedos el pomo de la espada—. Si pudiera, le cortaría la cabeza. Entonces Sansa sería viuda y quedaría libre. No se me ocurre otra manera. La obligaron a hacer los votos delante de un septon y a ponerse una capa roja.

Catelyn rememoró al hombrecillo contrahecho al que había tomado prisionero en la posada de la encrucijada para luego llevarlo en el largo viaje hasta el Nido de Águilas.

—Tendría que haber permitido que Lysa lo tirase por la Puerta de la Luna. Mi pobre Sansa, mi pequeña... ¿por qué le habrán hecho una cosa así?

—Por Invernalia —respondió Robb sin dudar un instante—. Tras la muerte de Bran y Rickon, Sansa es mi heredera. Si me sucediera algo...

—No te va a suceder nada. —Catelyn le apretó la mano con fuerza—. ¡Nada! No lo podría soportar. Me han quitado a Ned y a tus hermanos. Sansa está casada, Arya ha desaparecido, mi padre ha muerto... Si te pasara algo me volvería loca, Robb. Eres lo único que me queda. Eres lo único que le queda al norte.

—Todavía no estoy muerto, madre.

De pronto el miedo se había apoderado de Catelyn.

—No es imprescindible combatir en las guerras hasta la última gota de sangre. —Hasta ella se daba cuenta de lo desesperada que le sonaba la voz—. No serías el primer rey en doblar la rodilla, ni siquiera el primer Stark.

—No. —Robb apretó los labios—. Jamás.

—No sería ninguna deshonra. Balon Greyjoy dobló la rodilla ante Robert cuando fracasó su rebelión. Torrhen Stark dobló la rodilla ante Aegon el Conquistador para que su ejército no tuviera que enfrentarse al fuego.

—¿Acaso Aegon había matado al padre del rey Torrhen? —Se sacudió la mano de su madre—. He dicho que jamás.

«Ahora se comporta como el niño que es, no como un rey.»

—Los Lannister no tienen necesidad del norte. Exigirán tributos y rehenes, nada más... y el Gnomo se quedará con Sansa hagamos lo que hagamos, de manera que rehén ya tienen. Te aseguro que los hombres del hierro serán un enemigo mucho más implacable. Si quieren conservar el norte en su poder, los Greyjoy no deben dejar vivo ni a un retoño de la Casa Stark, siempre les podría disputar sus derechos. Theon ha asesinado a Bran y a Rickon, ahora sólo tiene que matarte a ti... y a Jeyne, claro. ¿O crees que Lord Balon se puede permitir el lujo de dejarla con vida para que dé a luz a tus herederos?

—¿Por eso dejaste libre al Matarreyes? ¿Para conseguir la paz con los Lannister? —El rostro de Robb era una máscara gélida.

—Liberé a Jaime por Sansa y por Arya, si es que aún está viva. Lo sabes de sobra. Pero si en algún momento albergué la esperanza de comprar la paz, ¿qué tiene de malo?

—Mucho —replicó—. Los Lannister mataron a mi padre.

—¿Acaso crees que lo he olvidado?

—No lo sé. ¿Lo has olvidado?

Catelyn no había abofeteado nunca a ninguno de sus hijos en un acceso de ira, pero en aquel momento estuvo a punto de golpear a Robb. Le costó un gran esfuerzo obligarse a recordar lo asustado y lo solo que se debía de sentir.

—El Rey en el Norte eres tú, a ti te corresponde decidir. Sólo te pido que pienses en lo que te he dicho. Los bardos exaltan a los reyes que mueren como valientes en combate, pero tu vida vale algo más que una canción. Al menos para mí, que te la di. —Bajó la cabeza—. ¿Puedo retirarme?

—Sí.

Robb se dio la vuelta y desenvainó la espada. Catelyn no habría sabido decir qué pretendía hacer con ella. Allí no había ningún enemigo, nadie contra quien luchar. Sólo estaban ellos dos, entre los altos árboles y las hojas caídas.

«Hay peleas que no se pueden ganar con la espada», habría querido decirle. Pero mucho temía que el rey haría oídos sordos a palabras como aquéllas.

Horas más tarde, mientras bordaba en sus habitaciones, el joven Rollam Westerling llegó corriendo para convocarla a la cena. «Menos mal», pensó Catelyn con alivio. Después de la discusión no estaba segura de que su hijo quisiera compartir mesa con ella.

—Eres un buen escudero —le dijo a Rollam con gesto serio.

«Bran también lo habría sido.»

Durante la cena Robb se mostró frío y Edmure hosco, pero Lothar el Cojo compensó la actitud de los dos. Fue un ejemplo de cortesía, habló con calidez de Lord Hoster, dio un cariñoso pésame a Catelyn por las muertes de Bran y Rickon, alabó la victoria de Edmure en el Molino de Piedra y agradeció a Robb la «justicia rápida y certera» con que había tratado a Rickard Karstark. El hermano bastardo de Lothar, Walder Ríos, no se parecía en nada a él; era un hombre de rostro adusto y amargado, con la misma expresión desconfiada que Lord Walder, apenas hablaba y dedicó toda su atención a la carne y el aguamiel que le sirvieron.

Cuando se acabaron las conversaciones banales, la reina y los demás Westerling pidieron permiso para retirarse. Los criados retiraron los restos de la comida, y Lothar Frey carraspeó para aclararse la garganta.

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