Tratado de ateología (26 page)

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Authors: Michel Onfray

BOOK: Tratado de ateología
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Todo lo que habitualmente define al fascismo se encuentra en la propuesta teórica y práctica del gobierno islámico: la masa conducida por un líder carismático e inspirado; el mito, lo irracional y la mística ascendidos al rango de motor de la Historia; la ley y el derecho creados por la palabra del líder; la aspiración a abolir el viejo mundo para crear uno nuevo —hombre nuevo, valores nuevos—; el vitalismo de la visión del mundo redoblado por la pasión tanatofílica sin límite; la guerra expansionista vivida como demostración del bienestar de la nación; el odio a las Luces —razón, marxismo, ciencia, materialismo, libros—; el régimen de terror policial; la abolición de la separación entre esfera privada y dominio público; la construcción de una sociedad cerrada; la disolución del individuo en la comunidad; su realización en la pérdida de sí y en el sacrificio salvador; las alabanzas de las virtudes bélicas —virilidad, machismo, fraternidad, camaradería, disciplina, misoginia—; la destrucción de la resistencia; la militarización de la política; la supresión de las libertades individuales; la crítica absoluta de la ideología de los derechos del Hombre; la impregnación ideológica permanente; la escritura de la historia con lemas negadores —antisemitas, antimarxistas, anticapitalistas, antiestadounidenses, antimodernos, antioccidentales—; y la familia promovida al primer eslabón del todo orgánico. Esta serie permite, en cierta medida, la definición del contenido del fascismo, de los fascismos. La teocracia gira siempre alrededor de las variaciones sobre este tema...

9. FASCISMO DEL ZORRO, FASCISMO DEL LEÓN

El siglo XXI comienza con la lucha sin cuartel. De un lado, el
Occidente judeocristiano
liberal, en el sentido económico del término, brutalmente capitalista, salvajemente mercantil, cínicamente consumista, productor de falsos bienes, ignorante de la virtud, visceralmente nihilista, sin fe ni ley, fuerte con los débiles, débil con los fuertes, astuto y maquiavélico con todos, fascinado por el dinero, las ganancias, de rodillas ante el oro proveedor de todos los poderes, generador de dominaciones —cuerpos y almas entremezclados—. Según este orden, la libertad para todos es, de hecho, la libertad sólo para unos pocos, muy pocos, en tanto los demás, la mayoría, se hunden en la miseria, la pobreza y la humillación.

Del otro lado, el mundo musulmán, piadoso, fanático, brutal, intolerante, violento, imperioso y conquistador. El fascismo del zorro contra el fascismo del león: uno de los mundos crea víctimas posmodernas con armas inéditas y el otro recurre a un hiperterrorismo de cúters, de aviones secuestrados y cinturones con explosivos artesanales. Los dos campos reivindican a Dios para sí, y cada uno practica las ordalías de los primitivos. El eje del bien contra el eje del mal, con las caras siempre invertidas...

Esta guerra involucra a las religiones monoteístas. De un lado, judíos y cristianos, los nuevos cruzados; del otro, los musulmanes, sarracenos posmodernos. ¿Es necesario tomar partido? ¿Optar por el cinismo de unos con el pretexto de combatir la barbarie de los otros? ¿Debemos en verdad comprometernos con este o aquel sistema, si consideramos las dos versiones del mundo como callejones sin salida? Al incorporar no hace mucho el maniqueísmo y aceptar el encierro de esa trampa, Michel Foucault acogió favorablemente la perspectiva de una política espiritual de la revolución iraní porque ofrecía una alternativa a lo que él llamaba los «sistemas planetarios» —en 1978 aún no se hablaba de mundialización—. Por otra parte, Foucault señalaba ya entonces que la cuestión del islam político era fundamental para esa época, pero también para los años venideros. Para que así conste.

10. CONTRA LA RELIGIÓN DE LOS LAICOS

En aquel panorama devastado de un Occidente en situación desesperada, a veces parecía que la lucha de algunos laicos estaba contaminada de la ideología del adversario: muchos militantes de la causa parecían confundirse con los beatos. Peor aún: con caricaturas de beatos. Por desgracia, el librepensamiento contemporáneo huele a menudo a incienso y se perfuma descaradamente con agua bendita. Como pastores de una Iglesia de fanáticos ateos, los actores de ese movimiento considerable desde el punto de vista histórico han perdido, por lo que parece, el tren de la posmodernidad. Hoy no se combate el monoteísmo con las armas de la República de Gambetta.
[6]

Sin duda, la lucha librepensadora ha tenido gran influencia en la conformación de la modernidad: deconstrucción de las fábulas cristianas, desculpabilización de las conciencias, laicización del juramento jurídico, de la educación, de la salud y de las fuerzas armadas, lucha contra la teocracia en provecho de la democracia, en particular, bajo la forma republicana, y la separación de la Iglesia y el Estado, como su mayor victoria.

Sin embargo, los catecismos laicos, las ceremonias civiles —bautismos, comuniones (!)—, las festividades de la juventud, la lucha contra el repique de campanas en los pueblos, el deseo de un nuevo calendario, la iconoclasia, la lucha contra la sotana, huelen demasiado a las prácticas del hereje cristiano... La descristianización no pasa por ligerezas y frivolidades, sino por el trabajo sobre la episteme de una época y por la educación de las conciencias con respecto a la razón. Pues el episodio revolucionario de la descristianización no tarda en producir un culto del Ser supremo y otras festividades igualmente ridículas y poco oportunas del clericalismo.

Pensemos en términos dialécticos: los excesos se explican y se justifican por la violencia de la lucha de la época, la tenacidad de los adversarios que disponen de plenos poderes sobre los cuerpos, las almas y las conciencias, y la confiscación por parte de los cristianos de la totalidad de los mecanismos de la sociedad civil, política y militar. Cuando los librepensadores estigmatizan a sus enemigos tratándolos de piojos y ladillas —parasitismo—, de arañas y serpientes —perfidia—, de cerdos y de cabrones —suciedad, mal olor, obscenidad—, lechuzas y murciélagos —oscuridad, oscurantismo—, buitres —¡gusto por la carroña!— y cuervos —maldad—, los clericales responden: simio —¡Darwin!—, cerdo —el incansable puerco epicúreo...—, perro —el ladrador que copula en público y que Diógenes tanto apreciaba—... El folklore gana en picardía, pero el debate pierde en calidad...

11. FUNDAMENTO Y FORMA DE LA ÉTICA

El laicismo militante se basa en la ética judeocristiana, y se contenta a menudo con plagiarla. Con frecuencia, Immanuel Kant, en
La religión dentro de los límites de la razón,
le provee al pensamiento laico un breviario: las virtudes evangélicas, los principios del decálogo y las apelaciones testamentarias se benefician con una nueva presentación. Conservación del fundamento, cambio de forma. La laicización de la moral judeocristiana proviene a menudo de la reescritura inmanente de un discurso trascendente. Lo que viene del Cielo no es abolido, sino readaptado a la Tierra. El cura y el soldado de la República luchan entre sí, pero, finalmente, militan a favor de un mundo semejante en lo esencial.

Los manuales de moral en las escuelas republicanas enseñan la superioridad de la familia, las virtudes del trabajo, la necesidad de respetar a los padres, de honrar a los ancianos, lo bien fundado del nacionalismo, las obligaciones patrióticas, la desconfianza con respecto a la carne, el cuerpo y las pasiones, las bondades del trabajo manual, la sumisión al poder político y los deberes para con los pobres. ¿Qué podría objetar el cura del pueblo? Trabajo, Familia, Patria, santa trinidad laica y cristiana.

El pensamiento laico no es un pensamiento descristianizado, sino cristiano inmanente. Con un lenguaje racional, en el registro desfasado del término, la quintaesencia de la ética judeocristiana perdura. Dios sale del Cielo para bajar a la Tierra. No muere, no lo matan, lo consumen y lo introducen en el campo de la pura inmanencia. Jesús es el héroe de dos visiones del mundo: sólo se le pide que guarde la aureola y que evite los signos de ostentación...

De allí resulta una definición relativista de la laicidad: mientras la episteme siga siendo judeocristiana, se hace como si la religión no impregnara ni penetrara en las conciencias, los cuerpos y las almas. Hablamos, pensamos, vivimos, actuamos, soñamos, imaginamos, comemos, sufrimos, dormimos y concebimos en judeocristiano, moldeados por dos mil años de formateado de monoteísmo bíblico. Desde entonces, la laicidad hace grandes esfuerzos por permitir que cada cual piense lo que quiera, que elija a su propio dios, siempre y cuando no lo haga en público. Pero, públicamente, la religión laicizada de Cristo lleva la batuta...

En la República francesa contemporánea no existe objeción en
este
caso para afirmar la igualdad del judío, del cristiano, del musulmán, también del budista, sintoísta, animista, politeísta o del agnóstico y del ateo. Bien podría causar la impresión de que es así, mientras se viva en el fuero interno y en la intimidad de la conciencia, puesto que en el exterior, en el registro de la vida pública, los marcos de referencia, las formas, las fuerzas, es decir, lo esencial —ética, política, bioética, derecho, política—, siguen siendo judeocristianos.

12. POR UN LAICISMO POSCRISTIANO

Vayamos más allá de la laicidad, que aún está demasiado impregnada de lo que pretende combatir. Bravo por lo que fue, felicitaciones por sus batallas del pasado y un brindis por lo que le debemos. Pero avancemos de manera dialéctica. Las luchas de hoy y de mañana necesitan nuevas armas, mejor forjadas, más eficaces; precisan instrumentos de la época. Un esfuerzo más, pues, para descristianizar la ética, la política y todo lo demás. Pero también la laicidad, que obtendrá grandes ventajas al emanciparse aun más de la metafísica judeocristiana, lo que le podrá servir realmente en las guerras del futuro.

Pues al equiparar todas las religiones y su negación, como propone la laicidad que hoy triunfa, avalamos el relativismo: igualdad entre el pensamiento mágico y el pensamiento racional, entre la fábula, el mito y el discurso argumentado, entre el discurso taumatúrgico y el pensamiento científico, entre la Tora y el
Discurso del método,
el Nuevo Testamento y la
Crítica de la razón pura,
el Corán y la
Genealogía de la moral.
Moisés equivale a Descartes; Jesús, a Kant; y Mahoma, a Nietzsche...

¿Igualdad entre el creyente judío persuadido de que Dios se dirige a sus antepasados para confiarles su elección y, para hacerlo, divide el mar, detiene el Sol, etc., y el filósofo que procede conforme al principio del método hipotético-deductivo? ¿Igualdad entre el fiel convencido de que su héroe nacido de una virgen, crucificado bajo Poncio Pilatos, resucitado al tercer día, pasa días tranquilos desde entonces sentado a la diestra de Dios padre y el pensador que deconstruye la fabricación de la creencia, la elaboración de un mito y la invención de una fábula? ¿Igualdad entre el musulmán persuadido de que beber vino y comer una chuleta de cerdo le impiden la entrada al Paraíso, mientras que el asesinato de un infiel le abre las puertas del Cielo de par en par y el analista minucioso que, siguiendo el principio positivista y empírico, demuestra que la creencia monoteísta tiene el mismo valor que la del animista
dogon
que está convencido de que el espíritu de sus antepasados retorna en la forma de un zorro? Si es así, entonces dejemos de pensar...

Ese relativismo es perjudicial. De ahora en adelante, con el pretexto de la laicidad, todos los discursos son equivalentes: el error y la verdad, lo falso y lo verdadero, lo fantástico y lo serio. El mito y la fábula pesan tanto como la razón. La magia vale tanto como la ciencia. El sueño, tanto como la realidad. Ahora bien, todos los discursos no son equiparables: los de la neurosis, la histeria y el misticismo provienen de otro mundo que el del positivista. Así como no debemos darles la misma ventaja al verdugo y a la víctima, al bien y al mal, no debemos tolerar la neutralidad ni la condescendencia abierta con respecto a todos los regímenes de discurso, incluso los del pensamiento mágico. ¿Es necesario ser neutrales? ¿Debemos seguir siendo neutrales? ¿Contamos todavía con los medios para darnos ese lujo? No lo creo...

A la hora que se anuncia la última batalla —ya perdida...— para defender los valores de las Luces contra las propuestas mágicas, es necesario promover una laicidad poscristiana, o sea, atea, militante y radicalmente opuesta a cualquier elección o toma de posición entre el judeocristianismo occidental y el islam que lo combate. Ni la Biblia ni el Corán. Entre los rabinos, sacerdotes, imanes, ayatolás y otros mulás, insisto en anteponer al filósofo. Entre todas esas teologías de abracadabra, prefiero recurrir a los pensamientos alternativos a la historiografía filosófica dominante: las personas con humor, los materialistas, radicales, cínicos, hedonistas, ateos, sensualistas y voluptuosos. Pues ellos saben que sólo existe un mundo y que toda promoción de los mundos subyacentes lleva a la pérdida del uso y beneficio del único que hay. Pecado realmente mortal...

BIBLIOGRAFÍA
Ateísmo
1. POBREZA ATEA

La bibliografía sobre la cuestión atea es indigente. Escasa en relación con las publicaciones dedicadas a las religiones —¿quién ha visto alguna vez una sección de ateísmo en las librerías?, aun cuando todas las variaciones sobre el tema religioso dispongan de subsecciones—, y además de mala calidad. Como si los autores sobre ese tema trabajasen para beneficio de los deícolas. Henri Arvon abre el fuego en la colección «Que sais-je?», con
L'athéisme,
en 1967: la mitad de este librito está dedicada al ateísmo de Demócrito, Epicuro, Lucrecio, La Mothe Le Vayer, Gassendi, Pierre Bayle, Thomas Hobbes, John Locke, Hume y otros que nunca negaron la existencia de Dios o de los dioses... El mismo comentario sobre Hegel —¡ateo!—. Trata a Stirner en un capítulo consagrado al ateísmo nietzscheano, pese a que su único libro,
L'Unique et sa propriété,
data del año del nacimiento de Nietzsche: ¡he ahí un nietzscheano precoz! Otra metida de pata: la ausencia de Freud, autor, sin embargo, de
El porvenir de una ilusión,
que desarticula del todo la religión y forma parte del linaje de los grandes textos deconstructores de la religión. Henri Arvon, historiador del anarquismo, terminó sus días convertido al libertarismo —un ultraliberalismo que, en su tiempo, encantaba a Ronald Reagan...

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