—Sí, claro, con lo generosos que son…
—Yo te avalaré.
—¿De verdad? —preguntó, contenta ante tal perspectiva.
—Sí. Te avalo, te ayudo a lavar cabezas, lo que sea, pero desnúdate, que te he echado mucho de menos.
—¡Ay, qué bonito!
—Mucho.
—Y tú, ¿no tienes ninguna petición?
Iba a negar y dejarse ya de negociaciones cuando se dio cuenta de la oportunidad que ella le daba. No había regresado con esa idea en mente, pero ya se sabe, con Olivia la improvisación lo es casi todo, así que…
—Sí, tengo una condición.
—Te escucho —murmuró ella, ya tenía lo que quería, así que ya podía jugar con él. Por lo que empezó a toquetearle de esa forma que a los hombres los pone cardíacos, apenas un roce, pero muy certero.
—Ahora que lo pienso… me gustaría ser padre antes de cumplir los cuarenta. —Ella casi se atraganta y él sonrió—. Sí, no me pongas esa cara, por mucho que insistas tengo treinta y ocho.
Ella, que ya lo sabía, se obligó a sonreír. El nudo en el estómago iba creciendo.
—¿Cuándo es tu cumpleaños? —consiguió preguntar.
—En junio, el día dos, ¿por qué?
Olivia hizo una mueca. Ahora venía la parte complicada.
Cerró los ojos y lo soltó a bocajarro.
—Me temo que vas a ser padre antes de cumplir los treinta y nueve.
Thomas sonrió, esa mujer tenía cada cosa… Pero, tras un rápido cálculo, borró su expresión de la cara.
—¿Cómo dices?
—No te enfades, ¿vale?
Sorprendido, molesto y conteniéndose para no soltar la retahíla de tacos más creativos de la historia, se separó de ella, llegó hasta su ropa y empezó a vestirse, murmurando entre dientes acerca de la insensatez, inmadurez e irresponsabilidad de cierta mujer con la que acababa de comprometerse.
—¿Que no me enfade? ¿Que no me enfade? ¡Joder! ¿Y cuándo pensabas decírmelo? —Ella fingió inocencia—. ¡No pensabas contármelo! —exclamó a punto de perder los nervios.
—Tú no querías saber nada de mí, así que…
—¡Encima tendré yo la culpa! —Se pasó una mano por el pelo y después se guardó la corbata en el bolsillo.
—¡No me chilles!
—Está bien. —Inspiró para relajarse. Estaba claro que con ella no iba a aburrirse—. Vámonos a casa. Hablaremos allí.
Olivia hizo un puchero. Qué conmovedor… el pedante, preocu pado por ella. Eso es ternura y lo demás son tonterías.
Dio unas palmaditas en la camilla e hizo un gesto invitándolo a que abandonara su mal humor.
—Sí.
—Sí ¿qué?
—Que sí que aguanta —confirmó ella con una sonrisa pícara.
Thomas la miró, primero a ella, después a la camilla y de nuevo a ella.
—¿Segura?
—Ajá.
Se fijó en la puerta y, como no tenía pestillo, colocó el perchero contra la misma para impedir que alguien interrumpiera.
—No quiero interrupciones de ningún tipo —anunció él empezando a desnudarse, otra vez.
—Yo tampoco.
—Eso de que te muestres conforme es toda una novedad. —Thomas lo dijo como si fuera el mayor cumplido. Mientras, observaba cómo se iba abriendo la bata blanca para su deleite y su excitación.
—No te acostumbres. Hoy me pillas sentimental. Mañana de nuevo seré la misma de siempre —aseveró ella casi desnuda ante él y levantando orgullosa la cara.
—Dejémonos de cháchara y quítate ese tanga antes de que te lo rompa.
—Qué agresivo —se guaseó ella mientras lo deslizaba por sus caderas.
—Es lo que tienen los largos períodos de abstinencia, querida. —Miró de nuevo la camilla y le entraron dudas sobre la estabilidad de la misma, así que tiró de Olivia, la puso de espaldas a él y se situó tras ella, empujándola suavemente para que apoyara los brazos sobre el cuero sintético.
Ella no discutió y separó las piernas al notar cómo la mano de él bajaba desde el estómago hasta su pubis y sin perder el tiempo presionaba su clítoris, ahora más hinchado y más necesitado que nunca.
Se giró para mirarlo, porque no se podía creer que estuviera allí, con ella. Él le dedicó una sonrisa cómplice, podía decirse que el mismo pensamiento cruzaba su cabeza.
—Por cierto, antes de que se me olvide. —Él rompió el silencio—. Creo que debería decírtelo, es algo que no puedo ocultar y que acabarás por enterarte.
Ella se inquietó, por la forma en que lo decía no podía presagiar nada bueno. Lo miró en silencio, esperando que, fuera lo que fuese, no cambiara las cosas.
Pero él parecía más ocupado en excitarla y no podía concentrarse si estaba pensando en lo que tenía que decir. Pero es que sus manos… sus manos estaban por todas partes, presionando un pezón, acariciando sus labios vaginales… Por no hablar de su boca, que la besaba en el cuello, en el hombro… Oh, qué delicia.
Pero esa inquietud hacía que no pudiera disfrutar al cien por cien. Colocó la mano sobre la de él para detenerlo.
—¿Qué eso tan importante que tienes que decirme?
—Bah, nada, poca cosa. —Él intentó de nuevo meter la mano entre sus piernas.
—¡Habla!
—Pues nada, que te quiero —dijo él con ese tono pedante, como si dijera la hora.
Ella se quedó inmóvil al escucharlo. ¿Cómo podía ser tan retorcido? Aunque… era «su retorcido» y lo quería por eso; así que sonrió, le dio acceso y buscó una réplica contundente.
—Sólo tú puedes decir algo importante de forma tan enrevesada —le respondió alegre.
Thomas jugueteaba impaciente con su estilográfica sobre su escritorio esperando que la loca con la que iba a casarse apareciera de un momento a otro con su abogada.
Su abogada, ésa era otra. Entendía que buscara a alguien ajeno a los dos. Al principio, creyó que solicitaría los servicios de Manuel López, ya que éste miraría por sus intereses. Pero no, Olivia le había dicho que no se preocupara, que había encontrado a una abogada dispuesta a arreglar los papeles.
Lo que lo tenía con la mosca detrás de la oreja.
Habían viajado porque ella insistía en conocer su entorno, su casa y su lugar de trabajo. Al fin y al cabo, tendrían que compaginar sus respectivas ocupaciones y era bueno que ella juzgara por sí misma.
—¿Se puede? —preguntó Olivia, asomándose en el despacho.
—¿No está mi secretaria? —preguntó él a su vez, levantándose para recibirla.
—No seas pedorro, está trabajando. No voy a molestarla para que me haga pasar —le explicó como si fuera tonto.
—Le pago para eso —replicó él.
—¡Bobadas!
Era inútil insistir, ella tenía su propia forma de ver las cosas y no iba a cambiar. Ni él quería que lo hiciese.
La abrazó y la besó mientras acariciaba su tripa, que ya se le notaba. Dentro de una semana sabrían el sexo del bebé, aunque ella insistía en que no hacía falta y en que era una niña.
Unos golpecitos en la puerta interrumpieron sus arrumacos.
—Ésa debe de ser mi abogada —comentó ella contenta y se dirigió a la puerta para abrirla.
—Buenos días. ¿Interrumpo algo? —saludó la abogada.
—Joder… —murmuró entre dientes Thomas—. No me lo puedo creer.
—¿Has venido sola? —preguntó Olivia, saludándola con dos besos.
—No, Max está abajo renegando y aparcando.
—Oh, ¿de verdad? ¿Y va a subir? Lo digo porque me encantaría conocerlo y que me firmara un autógrafo y que…
—Creo que alguien se está poniendo celoso…
—Pongámonos a trabajar —dijo el novio celoso.
—No te pongas así, pichurri —canturreó Olivia para molestarlo.
—Empecemos, por favor —insistió Thomas señalando los asientos.
—Muy bien. —Nicole adoptó su postura más profesional y sacó unos documentos que le entregó.
Thomas los cogió de mal humor y se concentró en su lectura, quería acabar con esa farsa del contrato prematrimonial cuanto antes.
A medida que iba leyendo, iba murmurando juramentos por lo que veía. Definitivamente, o le estaba tomando el pelo o es que estaba loca de remate.
Él se esperaba las típicas especificaciones que se incluían en ese tipo de documentos y no una sarta de sandeces a cada cual más estrafalaria.
Cuando finalizó su lectura, levantó la vista y las miró a las dos. A su ex, que se había prestado a esa charada y que parecía tan feliz por ello, y a su prometida, que se lo estaba pasando en grande con aquello.
—No pienso firmar esta lista de despropósitos. Por ejemplo, lo referente a los aniversarios de boda. —Buscó el párrafo al que se refería—. Eso de que ella tendrá libre disposición para elegir mi vestuario ese día.
—No veo el problema —dijo Nicole.
—Pues yo sí —replicó mirando a Olivia—. Es capaz de vestirme de… de… yo qué sé, de vaquero, o de Elvis.
—¡Qué buena idea! ¿Lo ves, cariño? Nos compenetramos perfectamente —se guaseó Olivia, haciendo reír a su abogada.
—Y la cláusula sobre los nombres de nuestros hijos… por ésta sí que no paso, será una decisión de los dos. Punto. No voy a dejar que elija el nombre ella sola. —Miedo le daba de sólo pensarlo.
—Pues no me caso. Tendré a mi hija yo sola y ya veremos si te dirijo la palabra.
—Sencillamente, no puedo creer que hayamos llegado a esto —se lamentó en voz alta.
La observó, estaba decidida a seguir adelante con semejante tontería, ella era así, y la quería por ello.
—Firma, es lo mejor —le recomendó Nicole.
—Te lo estás pasando en grande, ¿no es cierto?
—No lo dudes. Firma —insistió con su voz de abogada.
—Joder, no me puedo creer que vaya a hacerlo. —Estampó su rúbrica de forma brusca y le devolvió los papeles.
—Ya está todo entonces —dijo la abogada cuando su cliente firmó.
Olivia sonrió ampliamente al mustio de su futuro marido. Qué poco sentido del humor tenía ese hombre.
—¿Se puede saber por qué cojones tardáis tanto? —interrumpió una voz.
Thomas no se sorprendió al verlo entrar, pero lo que le sentó como una patada en los huevos fue ver a Olivia empezar a babear.
—¡Ay, Dios mío! ¡No me lo puedo creer! ¡Ay, que me da algo!
—Tranquila mujer —murmuró Nicole a su lado.
—¡No sabes la ilusión que me hace conocerte!
—Me parece muy bien —dijo Max sorprendido ante su efusividad.
Olivia, ni corta ni perezosa, le plantó un par de besos. Y después, para sufrimiento del abogado, se acercó, no para situarse junto a él, no, para pedirle con todo el descaro del mundo su móvil ultramoderno y sacarse fotos.
—Es una oportunidad única —se justificó sonriente, mientras Nicole hacía las fotos—. Si no es mucho molestar, ¿me puedes firmar un autógrafo?
—Joder, ver para creer —masculló Thomas, cada vez más molesto.
—Por supuesto —accedió Max, que parecía más que acostumbrado a esas cosas.
—Aquí. —Apartó el cuello de su camiseta, dejando libre una considerable porción de piel sobre su pecho izquierdo—. Una firmita aquí, ya verás cuando lo cuente. —Y para mayor enfado de Thomas agarró un rotulador indeleble y se lo dio.
—Como quieras.
Una vez que acabó el numerito de fan quinceañera, se despidió efusivamente de ellos, aunque más efusivamente de Max, por supuesto, y dio las gracias a Nicole por todo.
—¿Te has divertido? —preguntó con sorna Thomas cuando se quedaron a solas.
—¡Muchísimo!
—Ya veo…
—No te pongas celosón, tonto. Ven aquí.
Olivia se subió al escritorio y le hizo un gesto para que él se situara entre sus piernas y poderlo achuchar debidamente.
Escucharon unos grititos procedentes de la entrada y ambos llegaron a la misma conclusión, Julia había coincidido con Max Scavolini y estaba montando otro show.
Olivia, para compensar su descaro, apartó aún más la camiseta y le mostró un precioso sujetador negro.
—¿Ves como no tiene sentido que te enfurruñes? Hay cosas que sólo son para ti, tontorrón.
—Menos mal… —Y él se lanzó en picado para juguetear un poco con ella, así su enfado se disiparía— … que te acuerdas un poco de que existo —murmuró contra su piel.
Lo que ella no dijo es que algunas veces (todas) disfrutaba pinchándolo un poquito y que además venía bien para no aburrirse.
Era un buen condimento para su relación, pues, conociéndolo, él siempre se mostraría demasiado serio y reservado.
Cuando la tenía a punto de caramelo, cuando se estaba desabrochando los pantalones para echar uno de esos polvos rápidos que alegran el día, cuando ella estaba enredando a gusto dentro de sus bóxers se abrió la puerta.
—¿A que no sabéis con quién acabo de encont… trarme? —Julia se quedó inmóvil y puso los ojos en blanco—. Oh, joder, no. Otra vez no. ¡Por favor!
—¿Se puede saber qué tienes en contra de llamar a las puertas antes de entrar? —preguntó su hermano, sabiendo lo inútil que resultaba recordarle una vez más ese gesto.
—¡Estoy harta! ¿Sabes? Cada vez que me doy la vuelta os encuentro enredados, parecéis monos.
—Ya lo entenderás —dijo Olivia, riéndose.
—Pues no, y he tomado una decisión. No voy a poder vivir con vosotros si os dedicáis a meteros manos. Puaj, qué asco. Quita, quita.
—Pero ¿qué dices?
—He decidido que ahora, yo, de forma voluntaria, me voy a un internado de ésos. Con tal de no veros más…
Dicho lo cual salió por la puerta y la cerró tras ella.
—Al final me da la razón —arguyó Thomas, contento.
—No te fíes. Desde que hemos llegado está emocionada con todo lo que está viendo aquí: las calles, las tiendas… cualquiera diría que se ha criado en esta ciudad toda la vida.
—Bueno, vale, volvamos a lo nuestro.
—Hum.
Retomaron las posiciones antes de la interrupción y esta vez no se entretuvieron apenas unos segundos en quitarse lo imprescindible.
Apenas dos minutos más tarde la penetraba, gimiendo al unísono y abrazándola para no apoyar todo el peso sobre ella.
Cuando estaba en lo mejor, cuando el ritmo era perfecto, cuando sabía que los dos iban a alcanzar un clímax de esos increíbles, oyó cómo se rasgaban unos papeles. El sonido provino de sus espaldas, lo cual lo desconcertó y tuvo que mirar para ver qué era exactamente.
—¿Qué has hecho? —preguntó al ver cómo ella tiraba los documentos de su acuerdo partidos por la mitad al suelo.
—Parece mentira que no me conozcas. Yo improviso, querido, jamás se me ocurriría avisarte por adelantado de qué va a pasar el día de tu cumpleaños o de cómo vas a tener que vestirte el día de nuestro aniversario.