Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén (12 page)

BOOK: Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén
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Pronto Arnäs resonó de gritos y chillidos cuando el exánime Arn era llevado con cuidado sobre una camilla a la cocina que Suom acababa de abandonar tras su cura. Lo recostaron y pareció haberse perdido toda esperanza. Arn yacía completamente pálido y quieto, sin respirar.

Cuando Sigrid llegó corriendo desde la casa principal estaba primero fuera de sí, como cualquier madre estaría al recibir la noticia de que un hijo ha caído y está hecho pedazos, pero cuando vio que era Arn quien estaba tumbado se paró en seco, se quedó callada y su cara se llenó de duda. Era como si lo que veía no pudiese ser verdad. Arn no podía morir tan joven, había estado convencida de ello desde el momento en que nació de pie.

Pero permaneció sin vida, pálido, sin respirar.

Cuando un rato más tarde Magnus se arrodilló junto a ella, ya sabía que habían perdido toda esperanza. Desesperado, hizo señas para que saliese todo el mundo excepto el hermano lego Erlend, ya que no quería que sus siervos y servidumbre doméstica vieran sus lágrimas.

No parecía tener sentido seguir rezando por la vida de Arn, era preferible pedir perdón por los pecados que evidentemente les habían traído el castigo de Dios, opinaba Magnus. Erlend no se atrevía a opinar sobre aquella cuestión.

Con las lágrimas inundándole la cara, Sigrid les rogó que no abandonaran la esperanza sino que rezasen por un milagro. Accedieron en silencio, puesto que los milagros podían suceder y puesto que no se podía saber nada seguro antes de haber intentado rezar por ello.

Magnus sugirió que destinasen sus oraciones a Nuestra Señora, puesto que evidentemente había tenido mucho que ver con la creación de los niños.

Sin embargo, Sigrid sentía en su interior que Nuestra Señora, la Santa Madre de Dios, debía de haber perdido la paciencia con ella a estas alturas y pensó febrilmente por unos instantes antes de ocurrírsele que tal vez
el santo
que de otra manera era cercano a Arn fuese
el venerable
san Bernardo, un santo completamente nuevo y cuyos poderes nadie conocía demasiado bien aquí arriba en el Norte.

El hermano lego Erlend accedió de inmediato y empezó a entonar una oración tras otra ante los padres arrodillados; para el mismo Erlend, san Bernardo era clarísimamente
el santo
que le era más cercano.

Al atardecer, Arn seguía sin dar señales de vida. Pero no abandonaron, aunque Magnus murmullase en alguna ocasión que era una causa perdida y que ahora era mejor admitir el castigo de Dios con pesar, dignidad y arrepentimiento.

Pero Sigrid juró ante san Bernardo y Dios que si Arn era salvado lo entregaría al sagrado trabajo de Dios entre los hombres en la tierra. Y repitió su promesa e hizo que Magnus la repitiera con ella una tercera vez.

Justo cuando Sigrid sentía que el último destello de esperanza se estaba apagando también en su corazón, sucedió el milagro.

Arn se levantó sobre uno de sus codos y miró, desconcertado, a su alrededor, como si sólo se hubiera despertado del sueño de una noche y no como si hubiese vuelto del reino de los muertos.

Se quejaba un poco de que le dolía el otro brazo y que no podía apoyarse en él. Pero los tres adultos no lo oían, puesto que estaban profundamente sumergidos en oraciones de agradecimiento que probablemente eran los rezos más sinceros que jamás habían dirigido a Dios.

Pronto Arn pudo caminar, cogido a la mano izquierda de su madre, al calor de la casa principal, donde se le preparó el lecho cerca de los hogares de leña en la pared lateral. Como seguía doliéndole el brazo derecho llamaron a Sot y se le indicó que sólo utilizase técnicas puras y no manchase el milagro del Señor con conjuros o medicina impura. Sot palpó un poco el brazo de Arn y examinó dónde le dolía más, lo que no era fácil puesto que Arn quería demostrar su valentía y no reconocer el dolor cuando lo estaba mirando tanta gente y su padre se hallaba entre quienes lo veían.

Pero a Sot no le engañaba con eso. Buscó ortigas secas, hizo una masa que colocó en torno a su brazo y lo envolvió con tela de lino. Luego habló con Svarte, que fue a la carpintería a trabajar un rato y después volvió con dos trozos de pino ligeramente ahuecados, con los que estuvo tomando medidas antes de desaparecer de nuevo y acabar el trabajo como le había indicado Sot.

Cuando Svarte acabó, Sot ató las dos tablillas alrededor del brazo de Arn con nuevas vendas de lino y le indicaron a él y a Sigrid que debía mantener el brazo quieto, puesto que estaba mal torcido. Luego le dio una decocción de finas hojas secas y raíces de ulmaria para que durmiese sin fiebre.

Pronto Arn dormía con una cara tranquila, como si nada malo y ningún milagro le hubiese sucedido. Sigrid y Magnus permanecieron un largo rato observando a su hijo dormido, los dos igual de colmados por lo extraordinario de que Dios su Señor hubiese dejado que uno de sus milagros sucediese en su finca.

Su segundo hijo Arn había sido devuelto de la muerte. Nadie podía dudar de ello. Pero la duda era, ¿había sido porque el Señor quería demostrar su bondad hacia quienes Le rezaban con las lágrimas que todo padre y madre derramarían en el más difícil de los momentos, o realmente era como Sigrid decía saber en lo más profundo de su interior, que el Señor tenía preparada una misión especial para Arn cuando se hiciese hombre?

De esto, sin embargo, no se podía saber nada cierto, puesto que los caminos del Señor a menudo sobrepasan la razón de los hombres. Sólo podían aceptar el milagro sucedido en Arnäs y rezar de nuevo en agradecimiento.

El hermano lego Erlend estuvo ocupado en su misión durante largo tiempo. De forma precisa y con todo pequeño detalle debía caligrafiar la historia del milagro en Arnäs. Puesto que habían pasado pocos años desde la muerte
del venerable
san Bernardo, parecía probable que éste fuese el primer milagro que se pudiese ligar a él en Götaland Occidental y por ello era de gran importancia. Probablemente, Erlend pensase que con esta historia también alegraría mucho al padre Henri. Y posiblemente su diligencia y precisión en esta misión podrían reducir su tiempo de espera a ser ordenado verdadero monje en la orden de los cistercienses. En cualquier caso, no podría hacer ningún mal dar tan grandes noticias.

En Arnäs no se fabricaban pergaminos pero sí había una fina piel de ternero lustrosamente pulida por un lado y que el señor Magnus vendía con fines de hacer ropa. Erlend podía utilizar retazos de este material para sus ejercicios de escritura con los muchachos.

Pero ahora se produjo más escritura y caligrafía que lectura en el rincón de estudio de la sala. Y los niños no tenían nada en contra de ese cambio, puesto que los dos tenían buena mano con la pluma y la tinta. Mayormente se dedicaron a copiar en retazos el texto que Erlend redactaba en latín y luego intentar traducirlo a texto rúnico en la línea inferior. El señor Magnus había ordenado severamente que si iba a escribirse en idioma eclesiástico ya podía hacerse, a la vez, también en la escritura de los antepasados. Para futuros comerciantes no representaba para nada un saber inútil.

En sus primeros ejercicios de escritura, Erlend descubrió que el pequeño Arn, que todavía tenía su brazo derecho inmovilizado, escribía, caligrafiaba y hacía pequeños dibujos igual de fácilmente con su mano izquierda. Erlend no se había preocupado por ello mientras persistía la lesión, pero sin embargo no era buena señal que alguien prefiriese la mano impura. Pero cuando la mano derecha de Arn estuvo bien, resultó que la empleaba igual de bien que su mano izquierda. Era como si le fuese indiferente, como si fuese cuestión de estado de ánimo o de qué mano hubiese tomado casualmente antes la pluma de ganso.

Cuando Erlend consideró que, tras muchas repeticiones, esmero y oración, su historia estaba terminada, estuvo ansioso por visitar Varnhem lo antes posible, lo cual disculpó con obligaciones en el monasterio, algo de que ciertos días festivos requerían la presencia de todos los hermanos legos y que de lo contrario arriesgaba escarmiento. Repleto de ilusión lo dejaron, pues, cabalgar a Varnhem para la Anunciación de María, el día en que las grullas volvían a Götaland Occidental.

Los chicos no lamentaron su partida. Al llegar la primavera y la explanada, el patio del fuerte y otras grandes superficies entre las casas de Arnäs quedaban libres de nieve, y llegaba la hora de los juegos para todos los niños. Un juego especial en Arnäs era pillar aros de la tonelería y luego correr con el aro rodando delante de uno mientras que se dirigía e impulsaba con un palo. El juego se había desarrollado de tal manera que consistía en intentar quitarse los aros los unos a los otros, aunque sólo con la ayuda del palo, y luego llevar el aro ante sí entre los muros del patio del fuerte. Cuando alguien lograba que el aro golpease contra el muro había logrado una victoria, lo que no era fácil, dado que todos los otros que no tenían el aro bajo su propio palo hacían todo lo posible para impedirlo.

Arn no se hallaba entre los mayores de los niños, pero sin embargo pronto demostró ser el mejor en este juego, pese a lo pequeño que era. Era rápido como una comadreja pero además sabía hacer algo que los otros niños no podían imitar, cambiar rápidamente de la mano izquierda a la derecha y con ello de golpe cambiar la dirección del aro rodando de tal manera que de repente todos los demás chicos corrían en la dirección equivocada. Sólo si se le ponía la zancadilla, se le agarraba por el jubón o atrapaba se le podía parar. El ardor de los mayores por emplear esos métodos crecía, pero entonces aumentaba también la rapidez de Arn. Al final, Eskil, que era el único que se atrevía, empezó a abofetearlo en la cara cuando tenía la oportunidad.

Entonces Arn se cansaba y se iba solo y enfadado.

Magnus intentó inventar formas de consuelo e hizo fabricar un arco y flechas del tamaño apropiado y se llevó a Arn a solas y empezó a enseñarle a disparar. No tardó mucho en aparecer Eskil, que también quería participar. Pero para su enojo, su hermano pequeño disparaba cada vez mejor que él y pronto hubo una nueva pelea entre los hermanos. Evidentemente, Magnus entró a separarlos y decidió que si iban a reñir de aquella manera sólo les permitiría disparar cuando él estuviera presente. Con ello, de repente el juego se convirtió en ejercicio, parecido a estar sentado caligrafiando y leyendo textos incomprensibles acerca de los elementos y las categorías de la filosofía. Y así desapareció la diversión, por lo menos para Eskil, que siempre era vencido tanto por su padre como por su hermano menor.

Pero lo que Magnus había descubierto en sus hijos le hizo pensar. Eskil era como los demás niños en su manera de moverse y disparar con arco y flecha, similar a como él mismo había sido de pequeño. Pero Arn tenía algo en su interior que otros niños no tenían, una capacidad que por fuerza debía de ser un don divino. Algunos de los guardias a quienes Magnus pidió consejo contemplaban pensativos a Arn cuando disparaba y asentían con la cabeza. Lo que sería de esto no se podía saber con seguridad, pero grande era la capacidad de ese chiquillo.

Magnus habló con Sigrid muchas claras noches de primavera acerca de la cuestión, después de que los niños se hubieron acostado. Eskil heredaría Arnäs tal como estaba escrito y era voluntad de Dios, puesto que Eskil había nacido primero. Por tanto, Eskil se encargaría de la finca y del comercio. ¿Pero qué intención tenía Dios con Arn?

Sigrid estaba de acuerdo con que parecía que Dios había dispuesto una misión de guerrero para Arn, pero no estaba segura de que le gustase esa explicación, por muy evidente que fuese. Y en su interior le remordía la mala conciencia por lo que había prometido a Dios, que aunque había sido en un momento de lágrimas y con los nervios hechos trizas, seguía siendo la promesa a Dios de que Arn sería cedido para el trabajo de Dios entre los hombres en la tierra.

No había hablado con Magnus al respecto, era como si precisamente esa promesa fuese algo que Magnus ahuyentaba de su memoria, aunque debía de recordarla igual de bien que Sigrid y aunque fuese un hombre orgulloso de cumplir siempre con su palabra. Pero ahora Magnus veía el futuro de su segundo hijo como un poderoso guerrero en la principal formación de combate de su linaje, y probablemente esa visión le alegraba mucho más que la de Arn como obispo en Skara o prior en algún monasterio. Los hombres pensaban así. Para Sigrid no era ninguna novedad.

Pero pronto Dios hizo recordar duramente su voluntad. Empezó como una pequeña irritable herida en una de las manos de Sigrid que, por lo que ella recordaba, le había creado una astilla que se le había clavado en uno de los establos cuando una vaquilla rebelde la empujó y se tuvo que agarrar fuertemente para no caerse en el estiércol. La herida no quería curarse y cada vez era más grande y fea.

Una mañana, Magnus descubrió algo raro en su cara. Cuando fue a un tonel de agua y se vio reflejada descubrió una nueva herida parecida a la de la mano, y cuando la tocó descubrió que estaba llena de pus y mucosidad.

A partir de ese momento su enfermedad empeoró rápidamente. Las heridas en la cara se extendieron y pronto no podía ver con el ojo más cercano a la primera herida, donde más picaba y donde a menudo se tenía que frotar. Empezó a ocultar su cara y rezó perseverantes oraciones mañana, tarde y noche. Pero no parecía ser de ayuda. Su marido y los niños empezaron a mirarla con miedo.

Cuando el hermano lego Erlend volvió cabalgando de Varnhem traía buenas y malas noticias. Las buenas noticias, que explicó primero, eran que la historia del milagro en Arnäs había sido tan bien recibida en Varnhem que ahora se estaba trazando en pergamino de verdad en escritura bella en el libro conmemorativo del monasterio.

Las malas noticias se referían a la esposa de Erik Jevardsson, Kristina. Había comparecido en una de sus fincas familiares con una poderosa guardia que su marido, el rey de los svear, había dispuesto para ella. Pues sí era verdad, Erik Jevardsson era ahora rey en Svealand.

Kristina la había liado, una diablura detrás de otra, y había engrescado a sus campesinos contra los hermanos e incluso había conseguido que más de un cura se pusiese de su parte. Decía que el monasterio estaba en tierra apropiada indebidamente, que una gran parte de la tierra legalmente le pertenecía a ella y que si no se cumplía su voluntad por las buenas no habría piedad cuando el rey Erik llegase a Götaland Occidental.

En una ocasión, un grupo de mujeres vestidas tan sólo en paños menores había irrumpido a mitad de una misa y habían bailado y cantado canciones indecentes con sus desvergonzadas ropas. Luego se habían sentado en el centro del patio del monasterio a hacer sus necesidades. Los hermanos habían tenido una dura tarea limpiando y bendiciendo de nuevo el monasterio.

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