Read Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén Online
Authors: Jan Guillou
Y, como siempre, había tenido razón. Cuando por primera vez se dio cuenta de aquello, de la fuerza que ahora imperaba en el fondo de sus cofres en la torre, había sentido, sin comprender por qué, deseos de escarmentarla, dejar que probase la vara, hacerle saber cuál era su sitio como esposa.
Pero la ira se calmó. En lugar de eso fue como ahora que, viendo el gran paraje hirviendo con toda la vida que se creaba en torno a Arnäs, se dirigió hacia Dios con una plegaria de agradecimiento porque Dios le había concedido la esposa más sabia de toda la tierra de Gota; consideraba la tierra de los svear hundida y decaída en el pasado y ni siquiera merecedora de comparación. Sigrid era un regalo de los dioses, era cierto y verdadero. Estando solo, bajo el techo del cielo donde solamente Dios podía oír sus pensamientos, Magnus lo reconocía sin amargura. Naturalmente sólo lo sabían él y Dios, aparte de la propia Sigrid, claro está. Ningún hombre lo sabía. Todos pensaban que la floreciente región en torno a Arnäs y los dos pueblos hacia Forshem que pertenecían a Arnäs eran obra suya y de nadie más. Todos pensaban que era un gran hombre, un hombre que había que tener en cuenta, un hombre que podía crear riqueza.
Además, pensaba, Sigrid era él y él era ella, porque lo que Dios ha unido jamás podrá ser separado por los hombres. Todo lo que florecía y crecía en torno a Arnäs era su obra común, de la misma manera que Eskil y Arn eran mitad él mismo y mitad Sigrid.
Si se veía la cosa de esta manera, la única forma cristiana de ver el asunto, realmente era un gran hombre, gracias a la Divina Providencia. ¿Y de qué otra forma podía ser si no por la Divina Providencia?
El invierno era época de banquetes en Götaland Occidental. Pero precisamente este invierno, en que los días estaban contados para el rey Sverker, se celebraron inusualmente muchos banquetes. Los trineos recorrían el país de aquí para allá y no era solamente por la carne asada y la cerveza. Eran, para algunos, tiempos helados de inseguridad y, para otros, tiempos fervientes para elaborar planes al calor de la intriga.
Erik Jevardsson había advertido su intención de visitar Arnäs poco antes del solsticio de invierno y como motivo había indicado que además de deber conocerse mejor, dado que Sigrid y Kristina eran familia, había mucho de que hablar. Además, tal vez con ello se lograse zanjar de una vez por todas la disputa por Varnhem.
Sólo una cosa del anuncio preocupaba a Magnus, eso de que había mucho de que hablar. Su propósito era oscuro, pero aun así, amenazador, ya que todo el mundo sabía que Erik Jevardsson era un hombre con grandes planes para él mismo. En el peor de los casos, iba tras el poder de la monarquía. Eso significaba a su vez que ahora quería averiguar quién era su enemigo y quién era su amigo en aquella contienda.
Magnus se debatió internamente, a favor y en contra. Tenía claro lo que él mismo quería hacer con su vida. Construir enriqueciendo y fortaleciendo Arnäs y dejar una buena herencia a Eskil, tal vez también algo para Arn. Pero el que se dejaba implicar en la lucha por la corona podía salir ganando mucho, y también perderlo todo. Hasta este punto no era difícil la elección de Magnus, puesto que su forma de ganar algo en la vida tenía el camino libre hasta el día de su muerte, a una edad, ojalá, avanzada. Continuaría construyendo, continuaría con su comercio y continuaría ampliando sus tierras. Era un camino seguro hacia el beneficio y hacia una buena vida.
Pero, por otro lado, lo que realmente complicaba la cosa era el hecho de que quien no apoyase a un vencedor en la lucha por la corona lo tendría negro cuando el vencedor fuese de visita al año siguiente y preguntase por qué no había recibido ningún apoyo hasta que fue innecesario. Lo poco que Magnus sabía acerca de Erik Jevardsson le decía que ciertamente éste se lanzaría a la lucha, tan igual de cierto como que era un hombre conocido porque difícilmente perdonaba a sus enemigos. Independientemente de cómo se situaba, Magnus siempre se arriesgaba a perder.
En secreto, Magnus no se consideraba un hombre de guerra. Naturalmente sabía manejar espada y escudo, lanza y arco. ¿Con qué se habría entretenido de joven si no con esto? Su guardia ascendía a una docena de hombres, familiares lejanos, mayormente hombres jóvenes que no podían esperar ninguna herencia y tampoco conocían otro trabajo que el que se realizaba con armas. La mayoría eran gamberros gandules, opinaba Magnus. Había tenido muchos problemas en hacer que dedicasen al menos la mitad de su tiempo como carpinteros y constructores de barcos, el único trabajo que no hallaban directamente indigno ni consideraban quehacer de siervo. El resto del tiempo aseguraban dedicarlo a juegos de armas para ser de utilidad el día que hiciese falta.
En definitiva, podía participar con su guardia de doce hombres. Y podría equipar escasamente a ocho docenas de sus campesinos de los dos pueblos de Forshem. Éste no era el tipo de fuerza armada que pudiese hacer inclinar la balanza hacia arriba o hacia abajo en una lucha por la corona. Había otras cosas más importantes. Lo determinante para el futuro era cómo se había situado uno en la lucha, a favor o en contra del que vencía. Y si una mitad de la familia, la suya propia de Götaland Occidental, se situaba a favor o en contra de Erik Jevardsson, dependía de todos modos principalmente de cómo se situaría la otra mitad de la familia, la de Bjälbo en Götaland Oriental.
Magnus había mandado a buscar a su hermano menor Birger que, a pesar de no ser el mayor ni el más destacado, llevaba la palabra del linaje de Bjälbo en muchos asuntos complicados. Birger era considerado tanto astuto como íntegro en negociaciones, un hombre al que a pesar de ser todavía barbilampiño se le pronosticaba un alto puesto en el reino, independientemente de quien lo dirigiese, ya que el linaje de Bjälbo era muy fuerte contabilizando tierras y guardia.
Birger, siempre sonriente, llegó apresuradamente, como una ventisca de nieve, una tarde antes que los demás invitados. Con gran griterío llegó en su trineo al patio de la casa principal, dando un giro tan pronunciado que la nieve salía expulsada de los patines. Rápidamente saltó del trineo y dejó que se encargasen de él los siervos del establo, que acudieron apresuradamente, y lanzó un lobo muerto en el patio para que lo llevasen de inmediato a despellejar a la curtiduría; muchos de los siervos consideraban de mal agüero dejar que un lobo muerto se acercase demasiado a las moradas de los seres humanos.
Luego se echó el macuto con la ropa de vestir a la espalda, y ya estaba entrando en la casa principal cuando Magnus salió tropezando para darle la bienvenida. Cuando entró en la casa y se encontró con Sigrid, a quien saludó bastante cuidadosa y caballerosamente, inmediatamente se llenó de palabras de admiración sobre la construcción. Bajo la dirección de Sigrid, con Magnus trotando detrás de ella, dio vueltas por la sala dejando que el calor de la pared lateral empedrada con los fuegos de leña irradiase su calor hacia él. Frotándose las manos de ilusión, eligió inmediatamente un lugar donde dormir, arrojó su muda y cerró la manta de lana que cubría el lecho, continuó hacia el banco situado cerca del fuego, y empezó a contar su viaje sobre los hielos del lago Vättern, cómo había descubierto una manada de lobos, cómo el caballo la había alcanzado sobre la fina capa de nieve en el hielo y cómo había disparado a un lobo, pero cómo el lobo caído desgraciadamente se había enredado en los patines del trineo, de tal manera que los otros lobos consiguieron huir.
Luego alargó, acostumbrado, la mano y recibió una jarra de cerveza sin siquiera mirar al siervo doméstico que se la había dado. Bebió a la salud de sus anfitriones y espiró sonoramente y muy satisfecho.
Magnus casi se sentía enmudecido por su vivaz hermano menor, para quien nada parecía difícil o imposible. Cosas como irse solo de viaje en trineo por hielos inseguros en temporales difíciles, o viajar desde Bjälbo hasta Arnäs en un solo día sin la menor preocupación, hacían que Magnus dudase sobre la importancia de tener un mismo padre si como hermanos se tenían diferentes madres.
Tardaron bastante en dejar cerrado el tema sobre el estado de la familia en las dos fincas hasta que Magnus casi tímidamente pudo introducir en la conversación las difíciles cuestiones del día siguiente.
Pero tampoco nada de eso le parecía difícil a Birger. Despachó el problema con unas pocas frases.
—Cierto y verdadero es —dijo mientras alargaba el brazo para recibir una nueva jarra de cerveza en su mano— que ese Erik Jevardsson es un hombre que acabará como rey o una cabeza más abajo o ambas cosas. Eso lo sabemos todos. Pero tal y como está ahora la situación no nos puede llevar a ninguna lucha. No puede ganar sobre Götaland Occidental contra Götaland Oriental o al revés. Posiblemente pueda ganar a los svear por su causa, con o sin ritos paganos. Si lo hace, tendremos que ver cómo nos situamos. Entonces el juego habrá cambiado. Basta ya de esta tontería, ¿cuándo comemos?
La llegada de Erik Jevardsson a Arnäs al día siguiente constituyó una estampa legendaria. Llegó en cuatro trineos y llevaba doce hombres de guardia, como si ya fuese rey, o como mínimo canciller. Además, llegó cuatro horas antes de lo esperado, lo cual resultó ser por no haber viajado desde su finca Ladás en Lidan ese mismo día. Había parado una noche aproximadamente a mitad del camino en casa del hombre del rey Sverker en la finca real de Husaby. Pero se mostró muy reticente a comentar lo sucedido allí durante tan breve estancia.
La carne en los asadores todavía estaba medio cruda, los nabos aún se estaban llevando a las cocinas y Sigrid apenas había tenido tiempo de arreglar la sala y colgar tapices. Así que tras un aperitivo de bienvenida, como exigía la costumbre, en el que bebió un trago de cerveza y compartió un poco del pan blanco que era el orgullo de Arnäs, el grupo se dividió según conveniencia para pasar el tiempo sin demasiado aburrimiento. Magnus pidió al hombre de más edad de su guardia que se encargase de sus hermanos guerreros de Ladás, acomodándolos bien y que se hartasen de beber; Sigrid se llevó a Kristina a ver la casa y a dar un paseo por todas las construcciones nuevas de la finca y Magnus se llevó a Erik Jevardsson a ver las obras del fuerte.
Erik Jevardsson no se dejó impresionar por nada de lo que vio. Dijo que los muros eran tanto demasiado bajos como demasiado frágiles, que el foso doble ciertamente era una idea ingeniosa, pero que de todos modos no servía de mucho tener fosos profundos si había que defenderse en invierno cuando había hielo. Y así prosiguió, mientras que todo el rato pasaba como por casualidad a hablar de sus propias construcciones, comparándolas, sobre todo acerca de la construcción de la iglesia en Eriksberg, que ahora ya estaba casi acabada. Naturalmente empleaba picapedreros ingleses que había reclutado de la familia inglesa de su padre y dijo que estos trabajadores ingleses le podrían ser alquilados a Magnus cuando llegase la primavera, en lugar de volverse a casa.
Magnus le dejó hacer. Si los muros de Arnäs eran demasiado bajos y frágiles, eran demasiado bajos y frágiles para un rey. Si hubiese un rey en la torre, los asaltantes serían más en cantidad y más pacientes que si sólo hubiese un comerciante. No era difícil ver que Erik Jevardsson ya soñaba con ser rey.
Pero Magnus no se encontraba a gusto en su compañía. El otro era un hombre más alto y más fuerte, lo que lo hacía hablar como si fuese anfitrión y no huésped.
Cuánto mejor fue la sorpresa para Magnus cuando dejaron las obras del fuerte y comenzaron a examinar los establos y la casa principal. Era un método completamente nuevo construir con largos troncos de pino en vértices anudados uno encima de otro, la fachada completamente empedrada y tres grandes aberturas para el humo en el caballete también era algo nuevo para Erik Jevardsson. En su casa todavía se seguía construyendo en obra alternada vertical, que se taponaba con paja y barro.
Magnus se animó inmediatamente cuando empezó a contar cómo había ideado la construcción, aunque en su fuero interno sabía que había sido Sigrid la que lo había convencido de introducir todas las innovaciones. De todos modos estaba seguro de que a ella no le molestaría que él describiese ahora la gran obra como si fuese la suya propia.
Cuando Erik Jevardsson fue invitado a entrar en la sala y le golpeó el calor del lateral de piedra situado al fondo, donde el sitial, incluso vociferó sus elogios y avanzó con grandes zancadas hacia los troncos, pasándoles las manos por encima y por las juntas para comprobar que no entraba la más mínima corriente de aire frío. Mientras se le sacaba cerveza al peligroso huésped, Magnus le explicaba tímidamente que aquí arriba en el Norte, donde el bosque del Sur se encontraba con el bosque del Norte, había madera de sobras, los largos troncos de pino, que abrían unas posibilidades de construcción completamente diferentes que, por ejemplo, abajo en Lidan, donde existía mayoritariamente bosque de fronda.
La cerveza se calentaba y Magnus empezaba a sentirse más a gusto.
Sigrid tenía otras dificultades cuando guiaba a su emparentada Kristina. El ambiente entre las dos no podría ser otro que cortésmente frío, puesto que I—Cristina había empezado a discutir tanto con los curas como con el rey que al menos una parte de Varnhem debería corresponderle a ella y que realmente ella no había donado su parte de la herencia a unos monjes.
Pero no sería apropiado tocar esa cuestión ahora, estando sus maridos ausentes. Si algo debía decirse en este asunto, sería mejor hacerlo cuando todos aquellos que tuviesen derecho a hablar acerca del problema estuviesen presentes en la misma habitación.
Kristina no podía más que sentirse enormemente impresionada con todos los talleres que habían aparecido por la finca. No bajaron hasta la curtiduría a causa del olor, pero visitaron las cocinas, los talleres pedreros, las herrerías, la tonelería y el telar de lino antes de dar una vuelta por las despensas de los víveres y por una de las moradas de los siervos en la que hallaron a una pareja copulando, lo que no las preocupó lo más mínimo, sólo dijeron unas palabras alentadoras a los avergonzados siervos mientras pasaban. Pero Kristina bromeó diciendo algo de que en casa hacía capar como mínimo a uno de cada dos siervos, ya que si no las bestias tenían demasiada capacidad de reproducción y creaban demasiadas bocas nuevas que alimentar.
Sigrid explicó que había acabado con esa costumbre. No por el bien de los siervos, aunque era una novedad que parecían apreciar altamente, sino porque difícilmente llegarían a tener demasiados siervos.