Un milagro en equilibrio (13 page)

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Authors: Lucía Etxebarria

BOOK: Un milagro en equilibrio
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Había una entre doce posibilidades de que el día de tu nacimiento Venus cayera en la casa de Libra.

Fíjate qué casualidad.

O no.

Paz trabajaba por entonces en uno de los bufetes más prestigiosos de Barcelona, y aunque era una de las abogadas más jóvenes, se la consideraba muy prometedora. Un caso como el que yo le proponía le resultaba sumamente apetecible puesto que, de ganarse, supondría un gran triunfo para el bufete y para Paz en particular, quizá el último empujoncito necesario para que sus jefes la hicieran socia de una vez. Sin embargo, tenía muy claro que la cosa iba a resultar muy difícil por muchas razones. La principal venía a ser que la revista
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ostentaba el dudoso honor de ser el medio escrito español que había acumulado mayor número de demandas interpuestas por difamación como de sentencias en firme en su contra. Creo que estas últimas ascendían a ciento dieciocho en poco más de veinticinco años de existencia de la publicación. Sin embargo, sólo prosperaba una de cada diez demandas interpuestas, y esto era porque dicho semanario vivía del escándalo y, por lo tanto, tenía organizada una calculada infraestructura para sustentarse que venía a ser, a grandes rasgos, la siguiente:

En primer lugar, el semanario publicaba cualquier noticia que pudiera suponerle ventas incluso cuando estaba clarísimo que ello conllevaría una demanda. Porque, haciendo cuentas, resultaba rentable aventurarse ya que una posible indemnización futura nunca saldría más cara que el beneficio que la noticia podría rentar no ya en ventas sino, sobre todo, en publicidad. Vayamos a un caso concreto: una noticia como la de la presunta infidelidad de David se reseñó en cientos de medios que al hacerlo siempre debían citar el nombre de la revista, lo que suponía un incremento de notoriedad de la publicación que llevaba aparejada que ésta podía aumentar sus tasas de publicidad a los anunciantes. De hecho,
Cita
no vendía tantos ejemplares como podría pensarse, pues la mayoría de los lectores la leían a través de Internet. El dineral que la revista ganaba llegaba principalmente de lo que cobraba por inserción de anuncios, bien en papel impreso o en su sitio web.

En segundo lugar, si la demanda se presentaba resultaría muy difícil que prosperara, puesto que un particular no podía pagarse a un abogado a la altura de los ocho abogados, ocho, que la revista, perteneciente a un grupo mediático enorme y muy poderoso, tenía en plantilla, cada uno cobrando al mes un sueldo de ministro; abogados más que avezados tras muchos años y muchos casos de experiencia en el uso de todo tipo de tecnicismos legales destinados a lidiar con demandas por calumnia, difamación o delitos contra el honor.

Finalmente, en el caso de que la demanda, pese a todo, prosperase, los abogados iniciarían un recurso tras otro para derrotar al contrario por puro cansancio, pues lo más probable es que un particular no pudiera permitirse semejante gasto en minutas de leguleyos. Y si el particular fuera lo suficientemente rico como para no darse por vencido y se revelara capaz de aguantar el proceso recurso tras recurso (al estilo de la Preysler o la Obregón), la sentencia podría retrasarse hasta diez años después del juicio, cuando ya el honor dañado fuera irrecuperable.

—Mira —me explicó Paz—, resulta baratísimo difamar y contaminar. A una empresa le sale más rentable lanzar vertidos a un río que reformar su fábrica porque las multas por delito ecológico son ridículas. De la misma forma, a cualquier medio le resulta más económico difundir noticias falsas. Casi nunca tienen que pagar nada y, cuando les toca hacerlo, la cantidad es irrisoria en comparación con los millones que ganan. Y, para colmo, lo normal es que un particular que litigue se gaste más en abogados de lo que pueda llegar a recibir por la indemnización, así que una gran mayoría de los perjudicados no se atreven a denunciar, sencillamente, porque no cuentan con medios para hacerlo. La justicia es cara, ya sabes. O más bien la injusticia sale barata para quienes la practican. Y con todo esto, ¿qué te quiero decir? Pues que si interpones una demanda te meterás en un follón tremendo, porque el grupo mediático de esta gente es muy poderoso y te pueden hacer la vida imposible. Piensa, Eva, que vas a estar en la lista negra de un montón de medios con los que ya no podrás trabajar y que intentarán hundir cualquier libro que saques. David, por ejemplo, no va a demandar, ya me he informado.

—¿Y eso?

—Pues mira, su abogada no me ha querido aclarar las razones, pero me he enterado por otras fuentes. Por lo visto, en
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tienen toda la documentación referente a sus curas de desintoxicación y a la cantidad de veces que ha ingresado en urgencias por sobredosis, y amenazan con publicarlo todo. Y ahí sí que se le acabaría la carrera a tu amigo, para siempre.

—No sé, quizá hasta le viniera bien... Ya sabes, que hablen de mí aunque sea mal.

—No, no creo, a nadie le conviene tener fama de yonqui, sobre todo en el cine. A Guillaume Depardieu, por ejemplo, nadie quería asegurarlo por la fama que tenía, y dime tú qué productora se arriesga a contratar a un actor que no esté asegurado. Por eso David lo tendría muy difícil, a no ser, claro, que estuviera dispuesto a ir a «Tómbola» a contar cómo ha dejado las drogas. Pero parece ser que está a punto de hacer una película más o menos seria, y como se meta en el circuito de programas basura el director prescinde de él en el acto.

—¿Y cómo te has enterado tú de todo eso, Paz?

—Ya ves, los de
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no son los únicos que tienen contactos. Por cierto, también sé cómo les llegó toda la documentación del Ramón y Cajal y de la clínica de la Concepción, lo de los internamientos de David, que se suponía que era confidencial. Normalmente estas cosas se consiguen sobornando a un enfermero que trabaje allí, pero en este caso en
Cita
contaban con una fuente de lujo. A ver, ¿quién crees tú que les puso en la pista?

—Ni idea.

—No te lo vas a creer... ¡Su mujer!

16 de octubre.

Esta mañana te he llevado al pediatra: pesas 4 kg y 950 g. O sea, que pesas cinco kilos. ¡Eres enooooorme! Al parecer, los niños criados con biberón engordan más ya que nunca se quedan con hambre.

Como sigo enferma, porque la faringitis se curó pero apareció la temida traqueítis (y no voy a extenderme en detalles sobre el historial médico de tu madre: baste decir que sufre una traqueítis crónica de origen alérgico que cualquier gripe o resfriado agudiza), mucha gente, cuando me ve por la calle estornudando y moqueando, me pregunta si te estoy dando el pecho. Presuponen que la leche materna inmuniza y el biberón no, y que si mamas de mí no te contagiaré nada. Sin embargo, sin leche materna, tú sigues sana como una manzana. Cuando respondo que no, que doy biberón, se me mira con recelo, como tomándome por una madre desnaturalizada. La cara de la dueña del herbolario, por ejemplo, era todo un poema: ¿cómo yo, defensora de la alimentación natural, vegetariana, asidua de su establecimiento, había faltado al mandamiento número uno de la madre naturista? Al principio me deshacía en explicaciones sobre mis problemas médicos, pero a la larga me acabaron tocando las narices con tanta pregunta y ya no doy cuenta alguna. Y si hubiera decidido no amamantarte simplemente porque soy una mujer frívola y me apetece seguir disponiendo de mi vida, ¿qué? ¿Acaso no tendría derecho a resolver por mí misma si quiero convertirme en tu central lechera o prefiero seguir siendo un ser semoviente? ¿Qué fue de aquel dicho que afirmaba que
Nosotras parimos, nosotras decidimos?
Sí, ya sé que la leche materna es lo mejor y lo más aconsejable y bla, bla, bla, y sin embargo el caso es que tú te estás criando maravillosamente y, según el pediatra, estás sana como un balneario.

Además, últimamente no hago otra cosa que escuchar historias de mujeres que me cuentan que sus hijos lloraban sin parar durante los primeros meses hasta que al tercero se les empezó a dar el biberón y por fin se callaron, y entonces la madre se dio cuenta de que lo que le pasaba al bebé era que se estaba muriendo de hambre. Frente a lo que dicen el doctor Carlos González y sus acólitos de que la leche materna siempre es suficiente y de que ninguna mujer tiene poca leche, contrapongo el sentido común: con esta vida moderna de estrés, tabaco, alcohol, mala alimentación, etc., no es de extrañar que la producción de leche resulte insuficiente en algunas mujeres del mismo modo que está decayendo la producción de espermatozoides del varón medio occidental. Es más, de toda la vida en Elche, el pueblo de mi madre, muchas familias recurrían a las amas de cría porque la madre biológica no tenía leche suficiente para alimentar a su recién nacido. Y dado que en ese tiempo no existían las mujeres ejecutivas ni en aquel pueblo por entonces había alta burguesía (mujeres tipo la Bovary, que contrataban a una nodriza porque entre las de su clase no se estilaba rebajarse a tan ingratas tareas o a estropearse el pecho), podemos suponer que se recurría al extremo de la madre sustituta por necesidad y no por frivolidad o capricho.

Por otra parte, si una mujer decide que no le apetece pasarse seis meses con un rorro amorrado a la teta, teniendo que dar de mamar cada tres horas y no pudiendo por tanto salir al cine, de copas, a trabajar, a la peluquería... ¿Hay que culpabilizarla por eso? Sinceramente, y conociendo mi carácter, al Orden Cósmico hay que agradecerle de alguna manera mi incapacidad como fuente alimenticia porque, para una persona hiperactiva como yo, esos meses hubieran resultado una tortura. Sí, ya sé también que dicen que te lleves al bebé a todas partes y le des de mamar donde haga falta, en el autobús, en la peluquería o en la cola del Instituto Nacional de la Seguridad Social (donde tengo que ir el lunes, por cierto, a reclamar la baja por maternidad), pero esa gente no piensa que cargar con un bebé de casi cinco kilos no es tan fácil, y dudo que vieran con muy buenos ojos que yo me sacara la teta sin más en medio de una institución pública (sobre todo una teta tan evidente como la mía, que me habría incapacitado para dar de mamar con recato o disimulo). Amén de que ¿iba a cambiarte también allí? ¿En un cuarto de baño sucio y estrecho? ¿En el suelo? (porque el único cuarto de baño a mano tiene un retrete y un lavabo, pero no una superficie en la que acostarte).

El doctor González se olvida de que en el mundo hay muchas madres solteras o madres con compañeros en paro o madres a las que sus jefes les exigen que no cumplan el permiso de maternidad completo bajo amenaza de rescindirles el contrato, madres que no pueden quedarse en casa cumpliendo el papel tradicional de esposa sumisa y abnegada, apéndice del varón proveedor. Y quizá tampoco querrían hacerlo aunque pudieran.

A veces me parece que esa insistencia en la lactancia materna contra viento y marea oculta en realidad una promoción del retorno a los valores tradicionales. Sí, de acuerdo, dar de mamar es lo más natural, también lo más natural sería salir de paseo en taparrabos y follar al aire libre. Pero lo que me ha acabado de reafirmar en mi postura es un dato del que me acabo de enterar vía Internet: ¿sabes quién es la presidenta de La Liga de la Leche en Texas? Laura Bush. Acabáramos.

Por lo visto la tal Verónica Luengo (cuyo aspecto de pálida princesa de flor desmayada en su boca de fresa ocultaba en realidad una mujer de las de rompe y rasga y armas tomar) debía de estar más que harta de que su marido o no marido (la calidad de marido de David depende de que uno crea o no que un rito balines certifica un matrimonio) le pusiera los cuernos. Por eso, cuando vio el momento de matar dos pájaros de un tiro, ella debió de decirse que si a la ocasión la pintaban calva ella estaba dispuesta a agarrarla de los pelos de los sobacos si fuera preciso. Así que por un lado se vengó de él y por otro encontró motivo para firmar una exclusiva millonaria con
Hola
(la primera portada de su vida) para la que posó como esposa sufriente y llorosa, contando los duros años que había pasado al lado del chico de moda que había resultado ser un lobo bajo su bella piel de cordero. —Ya sabes —continuaba Paz—, no es oro todo lo que reluce, el triste drama de la mujer maltratada...

—¿Maltratada?

—Ella asegura a quien quiera oírla que David le pegaba cuando iba drogado.

—Eso no me lo creo de ninguna manera. Conozco a David de toda la vida y...

—Pues es lo que ella cuenta, qué quieres que te diga. En fin, eso vende muchísimo. Por de pronto se le han acabado las cutre giras por teatros de mala muerte, y creo que ya le han ofrecido hacer de presentadora en la tele. Y con todo esto lo que te quiero decir es que con David no puedes contar para nada. Y si él, que es el principal perjudicado de esta historia, no demanda ni te apoya, tú lo vas a tener aún más difícil de lo que lo tienes de por sí.

—O sea, que me estás aconsejando que no demande.

—No, al contrario: yo te aconsejo que demandes aunque crea que vayas a perder. No sólo porque pienso que esto es un atropello que no se puede consentir y porque sé de buena tinta que desde el principio ellos sabían que estaban publicando una historia falsa, que tú no tenías nada que ver con David y que organizaron todo el montaje para vender, porque lo de que hubieras publicado un libro con un título como el de
Enganchadas
les venía al pelo. También te lo recomiendo para que les pares los pies, para que vean que vas en serio y se lo piensen antes de seguir con el culebrón, para que evites que te sigan a la playa y te saquen en portada en un
top less
robado o que aparezca cualquier foto que te hicieras a los quince años en la piscina, yo qué sé. Además, de este modo limpias un poco tu nombre, porque si demandas se verá que no te haces partícipe de lo publicado, que ya es algo. Si no demandas, de algún modo parecería que admites tácitamente que lo publicado era verdad.

—Sí, pero tú misma has dicho que me va a salir carísimo.

—Conmigo no. De eso te vale tener amigas de la infancia. Pero, por supuesto, esto de mis honorarios queda en secreto entre tú y yo.

Así que demandé.

17 de octubre.

Volvía del pediatra arrastrando el cochecito en el que dormías plácidamente (y es que siempre te quedas traspuesta según te monto en el carro, y no hay método mejor de que se te pase una crisis de llanto vespertino que pasearte en cochecito pasillo arriba, pasillo abajo), cuando en la calle Carretas me paré frente al escaparate de una tienda enorme de ropa para bebés. Los trajecitos me atraían como la luz a la polilla y, casi sin saber cómo había llegado allí, me encontré curioseando entre el género, ávida de comprarte ropa que en realidad no necesitas. La ropa talla un mes estaba separada en dos grandes anaqueles, rosa pastel y azul celeste, de forma que me dirigí a la señorita y le pregunté muy educadamente:

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