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Authors: Marlena de Blasi

Tags: #Biografía, relato, romántico

Un verano en Sicilia (26 page)

BOOK: Un verano en Sicilia
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»—Me lo había dicho. Me había dicho en más de una ocasión que, si alguna vez le ocurría algo, debía marcharme. Cosimo me dice que me vaya. Creo que lo dice en nombre de Leo, pero también en el suyo. Me iré. Quiero marcharme. Lo que pasa es que no sé cómo empezar, dónde empezar.

»—Eso es lo que menos importa. Leo te ha dejado el pabellón, ¿verdad?

»—Sí, pero no quiero vivir sola.

»—Claro que no quieres estar sola. Sin embargo, aquí estarás mucho más sola. Si fueras al pabellón, seguirías estando sola. Aunque vayas a algún sitio totalmente nuevo, la soledad irá contigo. Por un tiempo. Sólo que, en otro ambiente, se esperará más de ti de lo que se espera de ti aquí, donde la vida continúa según las campanadas. El pabellón es tan inmenso que haría falta la misma cantidad de servicio doméstico para mantenerlo en funcionamiento, de modo que allí también la vida seguiría según las campanadas, pero, en otro sitio, podrías comenzar a inventarte una vida. Creo que esa es la palabra adecuada, Tosca. ¿O tal vez sea "reinventar" lo que quiero decir? Pues sí: reinventarte. Estudiar, trabajar, tener amigos de tu misma edad, elegir cómo pasar el tiempo, en lugar de mantenerte pasiva frente a un ritmo que, algún día te darás cuenta, cada vez va más rápido. No sugiero que te vayas a vivir al pabellón ahora, pero podría servirte de refugio. Sería tu propio espacio, en caso de que lo necesitaras; por si, algún día, pues no sé, por si algún día tuvieras una familia. Llévate allí tus cosas ahora; llévate lo que necesites de aquí, de tus habitaciones, de las habitaciones de Leo. Establece algún tipo de hogar para ti allí y después vete. Lejos o cerca. El palacio me ha quedado a mí en fideicomiso mientras viva y pasará a Yolande y después a Charlotte. Aunque no sé si alguna de nosotras estará aquí o, si estamos, por cuánto tiempo ni cuánto personal mantendré mientras tanto, el palacio siempre estará a tu disposición, si quieres regresar.

»—Estoy pensando en irme a vivir al
borghetto
. Siempre lo he deseado, bueno, en realidad, quería hacerlo hace años y ahora parece…

»—Sé muy bien que deseabas irte a vivir allí. Leo lo había hablado conmigo. Me pidió que intentara convencerte de que te quedaras. Al final resultó que él mismo consiguió apartarte de aquel plan. Si sus razones fueron válidas entonces, lo son hoy aún más. No puedes negar los años que has pasado aquí, los privilegios, las relaciones de tu vida. Aunque te quieren, pues les ha encantado que amaras a su príncipe y que él te amara a ti, tú no eres como ellos, Tosca. Son demasiado amables para negarte un lugar entre ellos, pero los harías sentir incómodos. Hasta Leo los habría hecho sentir incómodos. Además, creo que muchas de las familias acabarán construyéndose una casa en su propia tierra y, con el tiempo, el
borghetto
quedará obsoleto.

»Ha notado mi sobresalto cuando dijo que Leo había hablado de mis deseos con ella. Seguro que su relación debía de tener un fundamento que ninguno de los dos manifestaba abiertamente. También puede ser que no me lo manifestaran a mí o tal vez que yo no quisiera darme cuenta. Se pone a hablar de que pase las vacaciones de invierno con ella y las princesas en Ginebra y, no obstante, no confío en que mis piernas sean capaces de subir las escaleras hasta mis habitaciones. Simona sabe que no estoy captando sus palabras. Me abraza y me dice:

»—Leo ha muerto, pero la que está en el limbo eres tú, Tosca. Tienes que encontrar tu propio camino a casa.

—Hacia finales de septiembre comienzo a sentirme más fuerte, curada, diría yo, por el resentimiento. Si el clan sigue teniendo intenciones de matarme, haré todo lo posible por ayudarlos. Vuelvo a salir a caballo. Con los pantalones de montar de Leo sujetos con un cinturón en torno a mi cintura, su chaqueta de ante abotonada sobre mis pechos desnudos y el cabello suelto, monto el semental del príncipe. En un rapto de venganza placentrador, cabalgo a pelo. "Si me queréis, aquí estoy, queridos 'amigos' —gritaba al viento—.
Sono qui, signor Mattia. Sono qui tutti, voi bastardi. Venite a prendermi
. Aquí estoy,
signor
Mattia; aquí estoy, hijos de puta. Venid a cogerme." Algunas veces también le gritaba a Leo, lo desafiaba a que me mirara, le decía que eso era lo que deberíamos haber hecho, en lugar de escondernos detrás de las paredes. Me convierto en blanco al cabalgar por lugares abiertos, a través del bosque, al borde de los abismos de los afloramientos rocosos, entrando incluso en las aldeas. ¡Qué fácil me resulta invocar a la pequeña salvaje que hay en mí, la hija del ladrón de caballos! ¡Qué útil me resulta! Somos como somos para siempre.

»A menudo paso casi todo el día fuera, agotándome con la esperanza de una noche apacible. No me cubro para protegerme del sol abrasador y dejo que se me oscurezca la piel como la de un turco. No como más que caldo y pan y a veces un huevo, como las cenas de mi infancia. La comida ideal para una Furia. Empiezo a fumar con avidez: treinta o cuarenta cigarrillos diarios. La poca carne que había tenido mi cuerpo delgado desaparece.

»Llego a caballo hasta el pabellón, recorro a pie sus amplios espacios y me acuesto en la cama de la logia, en la
mansarda
, en la que hicimos el amor por primera vez el día de mi cumpleaños al atardecer. Acaricio el dosel opalescente con la orla ancha de satén. Si hace fresco, cierro los ojos y a veces me duermo, ya sea allí, en la cama, o despatarrada en el tronco partido del magnolio. Sí, Chou, de este magnolio. Y me empiezo a preguntar cómo sería vivir aquí y dedicarme a revitalizar esta tierra en barbecho como había hecho Leo con la suya y convertirla en una tierra productiva. ¡Cuántas cosas se podrían hacer en los jardines y en la propia casa! Sería tan bonito, pero ¿quién vendría a vivir conmigo? Si estuvieran aquí mi madre y Mafalda… Y mi padre también. Invitaría a venir a Agata y tal vez a Mimmo; seguro que Lullo y Valentino se quedarían. ¿Podría convencer a Cosimo? Simona me había hablado de reinvención. ¿Acaso sueño con eso, con reinventar aquí el
borghetto
? Creo que no es eso, no es exactamente eso; ni tampoco se trata de reunir a mi alrededor a todas las personas sin hogar del mundo porque eso es lo que creo ser yo misma. No, el sueño consiste simplemente en vivir juntos y trabajar juntos con buenas personas. Quiero dar como daba Leo. Supongo que, en cierta forma, quiero ser Leo. Sus pantalones, su chaqueta, su caballo, su bondad. Supongo que quiero ser Leo para mantenerlo vivo.

—Una vez consumida la virago, empuña las riendas una cobarde remilgada. Ella me gusta menos. Es casi diciembre y, como había predicho Simona, estoy demasiado sola en el palacio, ahora que ella y las princesas se han marchado, embarcadas en la fase siguiente de sus vidas. Yo me iré también. Sé que me iré, pero, como no paro de pensar adonde iré, cómo será, lo que veré y a quién encontraré, mi corazón se debilita cada vez más.

»Una mañana, del fondo de un armario en el que lo había metido, extraigo un viejo bolso de viaje negro que parece el maletín de un médico, aunque en el interior no hay medicinas: está lleno de sobrecitos y saquitos de felpa que contienen las joyas de Isotta. Hay una carta larga que Leo había escrito hace años. Está fechada en agosto de 1948 y se refiere a las joyas como mis regalos de cumpleaños, mis regalos al cumplir la mayoría de edad. Hay otra nota, más breve, que habla de determinados sobres y saquitos como mis regalos de boda. Hay documentos que aseguran y confirman el valor de las joyas. Los arrugo y los meto a presión en un compartimiento demasiado pequeño que hay en el fondo del maletín. Guardo la carta en mi bolso. Apoyada en las almohadas, me acomodo en la cama y, uno a uno, voy abriendo los paquetitos y los saquitos y voy dejando caer las joyas a mi alrededor, entre las sábanas: montones de collares de perlas de todos los tamaños; un collar de diamantes ovalados; una bolsa con rubíes, algunos pulidos y otros sin pulir, con una nota manuscrita supongo que por Isotta que dice que son
tutti sangue di piccione
, todos sangre de pichón; otra bolsa de rubíes sin ninguna identificación. Isotta debía de tener debilidad por las esmeraldas, porque, además de la que usaba siempre, hay dos anillos de esmeraldas y varios pares de pendientes de esmeraldas. Hay un saquito lleno de anillos, la mayoría con diamantes incrustados. Y hay mucho más. Cuando vuelvo a ponerlo todo en su sitio, comienzo a hacer la maleta. Al toquetear aquellos tesoros, me enloquece otro tipo de miedo: un terror provocado por algo mucho más horroroso que el clan. Me imagino a mí misma apoyada en las mismas almohadas, acomodada en aquella misma cama, con las mismas piedras brillantes apiladas a mi alrededor entre las sábanas… sólo que me imagino que soy mucho, muchísimo más vieja que ahora.

—Simona me había dejado un baúl pequeño con ruedas y dos maletas medianas. Decido que lo que pueda meter en ellos constituirá mis bienes terrenales para la etapa siguiente de mi vida. A pesar de mi languidez de los últimos meses, ahora estoy inexorablemente decidida a cambiar las cosas. Guardo ropa y libros. Cuando acabo, apenas he llenado el baúl, mientras que las maletas siguen vacías. En una de ellas meto el maletín de médico y guardo la otra bajo mi cama amarilla y blanca. Me baño y me visto y espero la visita vespertina de Cosimo. Antes de que termine de decirle todo lo que he decidido, dice:

»—Tendrás que esperar uno o dos días. La cita con los abogados que has estado evitando es necesaria. Ellos te explicarán los procedimientos y las normas para la distribución de tus rentas. Tendrás que firmar algunos documentos y después te podrás marchar.

»—Comprendo. ¿Sabe adonde quiero ir, al menos durante un tiempo?

»—Supongo que a Palermo.

»—¿Es una elección tan evidente?

»—No, no es evidente, sino mejor. Diría que es el mejor lugar para comenzar. Hay muchas más ventajas y desventajas en Palermo que casi en cualquier otro lugar, en este momento. Conozco una
pensione
en el centro histórico. Puedo disponer tu estancia allí mientras te sitúas y hasta que encuentres algo más permanente; es decir, si quieres quedarte en la ciudad. Verás que la mayoría de los
palermitani
son refinados y esta familia en particular. Aparte de presentártelos, no podré ayudarte mucho más.

»—No le estoy pidiendo ayuda.

»Mi bravata es altanera y roza la grosería.

»—Programemos esta entrevista con los abogados. Si consigo fijarla por la mañana, puedes partir hacia Palermo el mismo día. Te puedo llevar en coche a Enna, hasta el tren —dice.

»Escucho como desde muy lejos nuestra conversación lacónica y nuestras voces: malhumorada la mía, afligida la suya. Ninguno de los dos trata de llegar a la línea que se alza entre nosotros. Miro al sacerdote, que mira hacia otro lado, como hipnotizado por las paredes color rojo sangre del
salotto
en el que estamos sentados. Cosimo está cansado; sobre todo, está cansado de mí y supongo que desea librarse por fin de la obligación que Leo le ha impuesto.

»—Gracias —le digo, pero él ya se está yendo.

»—De modo que, a los veinticinco años, cambio mi condición de
puttanina
por la de heredera: bolsitas de felpa atiborradas de joyas, una cuenta numerada en Suiza y cajas de seguridad. Sé que, si me pongo a hablar con Agata o con Mimmo o con cualquiera de los que están aquí sobre mi deseo de marcharme del palacio con tanta prisa, su opinión afectuosa podría desbaratar mi reciente resolución. El corte debe ser rápido y limpio. "Tienes que encontrar tu propio camino a casa."

»Menos de una semana después, Cosimo me viene a buscar en el viejo Chrysler gris, que, en su avance lento por el camino de entrada, tiembla tanto como yo. Echo una última mirada a mi alrededor. Me toco la esmeralda que llevo al cuello. Llevo puesto mi vestido de luto y un abrigo de piel de castor que llega hasta la parte superior de los tacones altos y gruesos de mis zapatos acordonados. Además, inclinada sobre la corona de mis trenzas, me he puesto una toca de terciopelo negro. Cosimo me lleva el baúl y yo, la maleta que contiene el maletín de médico. Me acomodo en el asiento del acompañante donde siempre se sentaba Leo. Inspiro profundamente y el aire conserva el perfume del neroli. Cosimo pone la marcha y empezamos a movernos. Me vuelvo a ver a Agata y a Mimmo que están de pie en el pórtico, con la barbilla alta y las manos a los costados del cuerpo. Apoyo en la ventanilla mi mano enguantada con los dedos abiertos.

P
ARTE
III

P
ALERMO
, 1955

C
APÍTULO
I

La tarde siguiente, a las cinco, cuando voy a reunirme con Tosca bajo el magnolio, la noto distinta, como si su presencia grande y poderosa hubiese decaído, hubiese dejado paso a cierto encanto infantil, cierta fragilidad, incluso. Es mayor y, sin embargo, parece más una niña. Tosca prosigue su historia.

—Como una bestia recién parida y sin lamer a la que el viento cortante hace tambalear, me sujeto el sombrero en la cabeza con una mano y, llevando en la otra la maleta que contiene el maletín de médico, renqueo junto a la vía manchada de petróleo y que huele a quemado. No puedo seguir el ritmo del joven maletero que ha retirado mi baúl del tren. Se vuelve cada pocos metros para asegurarse de que lo sigo. De todos modos, pierdo de vista su figura corta y gruesa que entra y sale como una serpiente de las nubes de vapor y de las muchedumbres apabullantes. Cada vez que suena un silbato, me sobresalto, me entra pánico y estoy a punto de echarme a llorar. Cuando salgo a la calle, me quedo de pie junto a mi equipaje y miro a mi alrededor como si, en lugar de haberme trasladado a un centenar de kilómetros del palacio, un demonio infernal me hubiese catapultado a otro universo. Casi me río de la verdad que esto encierra en su esencia y maldigo a Mattia. Oigo hablar en dialecto y, aunque su forma urbana es bastante diferente de la de la montaña, me quedo quieta para prestarle atención y me consuela. El corazón me late más despacio: sigo estando en Sicilia.

»Agito la mano en dirección a la parada de taxis que hay al otro lado de la calle, pero lo único que consigo es que uno de los taxistas me salude con la mano y me tire un beso. Me fijo en lo que hacen los demás y hago lo mismo: me acerco a la ventanilla del conductor y me agacho para decirle adónde quiero ir. Surte efecto. Mi taxista lleva puesto un fez rojo y una especie de chaqueta militar desabrochada que deja al descubierto sus dimensiones colosales. Hace girar su cuerpo para apearse del coche, carga mi baúl en el maletero y me hace un gesto con la cabeza para indicar que nos vamos. Me deslizo en el asiento; él cierra la puerta de un portazo y se introduce a bandazos en el anochecer frenético de Arabia.

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