Un yanki en la corte del rey Arturo (42 page)

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Authors: Mark Twain

Tags: #Sátira

BOOK: Un yanki en la corte del rey Arturo
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Me contuve, y dije calmadamente:

—Supongo que realmente crees que vamos a ser colgados dentro de uno o dos días.

—Lo creía hasta hace unos pocos minutos, ya que así había sido decidido y proclamado.

—Ah, entonces has cambiado de opinión, ¿verdad?

—Así es. Antes sólo lo creía; ahora estoy seguro.

Mi vena sarcástica comenzaba a aflorar, de modo que dije:

—¡Oh sapiente servidor de la ley! ¿Tendríais la condescendencia de decirnos entonces qué es lo que sabéis?

—Que seréis colgados todos, hoy mismo, a media tarde: ¡Ajá! ¡Parece que el golpe ha sido certero! Apoyaos en mí. Lo cierto era que sí necesitaba apoyarme en alguien. Mis caballeros no alcanzarían a llegar a tiempo. Lo harían con un retraso de tres horas, por lo menos. Nada en el mundo podría salvar al rey de Inglaterra; ni a mí, lo que era más importante. Más importante para mí, claro, pero también para la nación…, la única nación sobre la faz de la tierra donde la civilización estaba a punto de germinar. Me sentía enfermo. No dije nada más, no había nada que decir. Comprendía el significado de las palabras de aquel hombre; claro, si se encontraba al esclavo que había desaparecido, se anularía el aplazamiento, y la ejecución tendría lugar ese mismo día. Pues bien, el esclavo desaparecido había sido encontrado.

38. Sir Lanzarote y los caballeros al rescate

Cerca de las cuatro de la tarde. La escena tiene lugar al pie de las murallas de Londres. Un día fresco, agradable, soberbio, con un sol espléndido; uno de esos días en los que sientes deseos de vivir, no de morir. Se había congregado una prodigiosa multitud que abarcaba hasta muy lejos; y sin embargo nosotros quince, pobres diablos, no teníamos allí ni un solo amigo. Un pensamiento doloroso, mírese como se mire. Allí estábamos sentados en nuestro elevado patíbulo, siendo el blanco del desprecio y las burlas de todos los enemigos. Convertidos en espectáculo para un día de fiesta. Habían construido una especie de tribuna enorme para los nobles y la gente importante, y allí se encontraban haciendo ostentoso acto de presencia en compañía de sus mujeres. Muchas de aquellas personas nos resultaban conocidas…

Los espectadores disfrutaron de una breve e inesperada diversión a expensas del rey. En el momento en que nos liberaron de las cadenas, el rey se puso en pie de un salto y, cubierto por sus harapos alucinantes, el rostro irreconocible por las heridas y cardenales, proclamó que era Arturo, rey de Inglaterra, y advirtió de los espantosos castigos por traición a todos los allí presentes si se tocaba un solo pelo de su sagrada cabellera. Se quedó estupefacto cuando escuchó que la multitud prorrumpía en una sonora carcajada. Se sintió herido en su dignidad, y se encerró en un impenetrable silencio, aunque el público le rogaba que continuase y trataba de provocarlo con abucheos, silbidos, y estruendosos gritos:

—Dejadle hablar.

—¡El rey! ¡El rey!

—¡Sus humildes súbditos tienen hambre y sed de las sabias palabras que salen de boca de su Serenísima y Sagrada Alteza, el Rey de los Harapos!

De nada sirvió. Se revistió de toda su majestad y afrontó imperturbable la lluvia de desprecios e insultos. Verdaderamente era grandioso, a su modo. Sin darme cuenta me había quitado las vendas blancas de la cara y las había anudado alrededor del brazo derecho. Cuando los espectadores repararon en ello, comenzaron a meterse conmigo, diciendo:

—Sin duda ese marinero es su ministro… Observad la lujosa insignia de su cargo.

Los dejé que siguieran burlándose y, cuando por fin se cansaron, dije:

—Sí, soy su ministro, soy El Jefe. Y mañana recibiréis noticias de Camelot que…

No pude continuar; me ahogaron con sus gritos de regocijado escarnio. Pero al cabo de un momento se hizo el silencio, pues los alguaciles de Londres, vestidos con sus túnicas ceremoniales, y acompañados de sus subalternos, habían comenzado a moverse, lo cual indicaba que el espectáculo iba a comenzar. En medio del silencio que sobrevino, se relató el crimen que habíamos cometido, se dio lectura a la sentencia de muerte, y luego todos se descubrieron mientras el sacerdote recitaba una plegaria.

Mientras el verdugo preparaba la soga, a uno de los esclavos le vendaron los ojos. El camino, llano, despejado y acordonado por los guardias, se extendía un poco más abajo, nosotros a un lado, y la densa multitud al otro. ¡Qué maravilla hubiera sido ver que mis quinientos jinetes se acercaban por él a todo galope! Pero no; era completamente imposible. Con la mirada seguí la franja que se perdía en la distancia… No había ni rastro de un solo jinete.

Se oyó un violento respingo y el esclavo quedó bamboleándose en el aire; bamboleándose y retorciéndose terriblemente, pues no le habían atado los brazos ni las piernas.

Se descolgó otra soga, y en un instante se bamboleaba un segundo esclavo.

En un minuto otro esclavo forcejeaba en el aire. Era algo espantoso. Miré hacia otro lado unos segundos y cuando de nuevo me volví ya no encontré al rey. ¡Le estaban vendando los ojos! Me quedé paralizado; no conseguía moverme, me atragantaba, tenía la lengua como petrificada. Terminaron de vendarle y le condujeron debajo de la soga. No lograba liberarme de la sensación de impotencia. Pero, cuando le estaban colocando la soga alrededor del cuello, entonces explotó algo en mi interior y di un salto para acudir en su auxilio… y al hacerlo volví a mirar hacia el camino… y, ¡recontragaita!, he aquí que llegaban, a toda velocidad… ¡quinientos caballeros armados, con lanzas y espadas, en bicicletas!

Era el espectáculo más grandioso que jamás se hubiese visto. ¡Señor, cómo ondeaban los penachos, cómo brillaban al sol los manillares, cómo se filtraban sus rayos por entre las ruedas radiales!

Agité el brazo derecho cuando llegaba raudo sir Lanzarote, y él reconoció la señal. Me quité el lazo y el vendaje, y grité:

—Arrodillaos bribones, todos y cada uno de vosotros, y saludad al rey. ¡Quien deje de hacerlo cenará esta noche en el infierno!

Suelo utilizar ese estilo rimbombante cuando quiero obtener el máximo efecto. Pues bien, resultaba de lo más agradable ver a Lanzarote y a los muchachos abalanzándose sobre el patíbulo y arrojando de la tarima a alguaciles y bichos afines. Y daba gusto ver cómo aquella multitud atónita se ponía de hinojos y suplicaba al rey que les perdonase la vida, sí, a aquel rey a quien insultaban y despreciaban unos minutos antes. Y mientras él se hacía a un lado, cubierto de harapos, para recibir aquel homenaje, me decía a mí mismo: «Vaya, realmente hay algo peculiarmente grandioso en el porte y el continente de un rey, después de todo».

Me sentía inmensamente satisfecho. Considerad la situación en su conjunto y no podréis negar que era uno de los efectos más aparatosos y espectaculares que jamás había conseguido.

Y un momento después apareció Clarence, en carne y hueso, me guiñó un ojo y me dijo en un estilo muy moderno:

—¡Menuda sorpresa os habéis llevado!, ¿verdad? Sabía que os iba a chiflar. Tenía a los muchachos practicando en secreto desde hace un buen tiempo, y nos moríamos de ganas por hacer la primera aparición en público.

39. El yanqui se enfrenta a los caballeros

Otra vez en casa, en Camelot. Un par de días más tarde encontré sobre mi mesa de desayuno un periódico todavía húmedo, recién salido de la imprenta. Lo abrí por la sección de anuncios personales, sabiendo que encontraría allí algo que me concernía. Era esto:

Se hace saver que el gran señor e ilustre caballero SIR SAGRAMOR EL DESEOSO habiéndose dignado enfrentetarse al Ministro del Rey, Hank Morgan, más conocido como El Jefe, para obtener satis facción de una ofensa antaño recibida, los dos mentados se enfrentarán en la liza cerc Ana de Camelot alrededor de la cuarta hora de la mañana del día décimo sexto del próximo mex. El duelo será a ultranza, dado que la disha ofensa fue de carácter mortal, y no admite arreglo alguno.

YO, EL REY

El comentario editorial de Clarence al respecto era el siguiente:

participación fue del nuncio a primera subMinisterio del porcentaje refleja a abstención más cleciente historia crítica favorecido a los micos al precisarse menor votos para entrar los que ya ponían de ella sino que sensiblementente aumentan su porcino europeo las candidatu en cuanto a las candidalares posibilidad de comprar parlamentaria según el soncantan aunque ya decantan sondeos, los líderes tidos que aprovecharon declaraciones pidiendo el voto pua sus más o menos abiertas

Se observará, al repasar nuestras colum nata de anuncios, que la comunidad será favorEcida noc un cuento de singular intcrfs en lo referente a tomeos. Los nombres de los artistas son garantía de buen entre T pimiento. La tapuilla estará abierta a partir de las doce horas del día treze: entrada tres centavos: asientos reservados, cinco: la recaudación será donada al fondo proHospital. Estarán presentes la Real Parreja y toda la Corte. Con estas excepciones, la Prensa y el clero, los pases de favor se sus Penden terminantemente. Por la presente se advierte al público que no compre entradas a los reven rcvcn revendedores, pues no serán aceptadas. Todo el mundo conoce y quiere a sir Jefe, todo el mundo conoce y quiere a Sir Sag. Venid y vamos rodos a darles una vucna despedida a estos muchachones. 8ecordad que la recaudación será destinada a una GranDiosa y caritativa obra, cuya amplia benevolencia extiende su mano auxiliadora, cálida con la sangre de un corazón amoroso. a todos aquell8s que sufren. sin distingos de raza, religión. posición social o color. la úniu instituciónc benéfica hasta ahora establecida en la tierra que no tiene Nave de paso pan su compasión. sino que afimu: ¡Aquí fluye m¡ manantial! ¡Venid¡ todos y bebed de él! ¡Acudid todos, sin falta! Traed vuestros donuts y gomas de mascar y divertíos de lo lindo. Habrá pasteles a la venta y rocas para partirlos: así como limonada al estilo del Circo tres gotas de jugo de lima por cada barril de agua

N. 8. Será éste el qrimer tome6 regido rop la nueva ley, que permite que cada combatiente utilice cl arma que prefiera. Tenedlo en cuenta.

nuestro desagrad rapidamente y dos de sus f yordomo y of hablado. tú proporcionaste par su uso. Hay hace y artas a y e han cartas d, present sentación que ellos son la a los amigos pa a dos, y del solo a estrecho pa irás: y eso hogar acceso cs nuestra d directa qu ahora bajo gos campos como Estos a joveras regiones no para aonst allá, y dijo insten ones de o otro ho encontrar con ¡edad, intras Van a dicen bue •¡rr onarios para m dice enriar

Desde entonces y hasta el día señalado, en toda Inglaterra no se hablaba más que del combate. Todos los otros temas de conversación pasaron a ser insignificantes y se apartaron de la mente y el interés de los hombres. Y esto no se debía a que un combate fuera un asunto importante; ni se debía a que sir Sagramor hubiese encontrado el Santo Grial, pues no era así, había fracasado; y tampoco se debía a que uno de los duelistas fuese el segundo personaje (oficial) del reino, no, todas estas características resultaban triviales. Había, sin embargo, un motivo de peso que explicaba el interés extraordinario que esta lid había despertado. Radicaba en el hecho de que la nación entera sabía que no se trataba simplemente de un duelo entre dos hombres, por así decirlo, sino de un duelo entre dos magos poderosos; no un duelo de músculos, sino un duelo de mentes; no una demostración de destreza humana, sino de habilidades sobrehumanas; el duelo decisivo por la supremacía entre los dos magos maestros de la época. La nación había comprendido que las hazañas más prodigiosas de los caballeros de mayor renombre no tenían ni punto de comparación con un espectáculo como el que se avecinaba y que resultarían simples juegos de niños al lado de aquella misteriosa y terrible batalla entre los dioses. Sí, todo el mundo sabía que en realidad sería un duelo entre Merlín y yo, una confrontación de nuestros poderes mágicos. También se sabía que Merlín había estado ocupado durante varios días con sus noches, imbuyendo las armas y la armadura de sir Sagramor con sobrenaturales poderes de ataque y defensa, y que había obtenido para él, por mediación de los espíritus del aire, un finísimo velo que le haría invisible a ojos de su antagonista, mientras seguía siendo visible para todos los demás hombres. Contra un sir Sagramor armado y protegido de tal modo, nada podría hacer un millar de caballeros, ni lograría prevalecer sobre él ninguno de los encantamientos conocidos. Estos hechos eran incontestables; al respecto no existía duda alguna, es más, no podía caber la menor duda. Quedaba, sin embargo, una incógnita: ¿podrían quizá existir otros encantamientos, desconocidos para Merlín, que hicieran que sir Sagramor resultase visible a mis ojos y su malla encantada vulnerable a mis armas? Era ésta la cuestión que habría de ser decidida en la liza. Hasta entonces el mundo debería permanecer en la incertidumbre.

De modo, pues, que el mundo pensaba que lo que estaba en juego era algo de enorme importancia, y el mundo tenía razón, sólo que el asunto en cuestión no era el que ellos creían. No, se trataba de un asunto de muchísima mayor importancia: la vida misma de la caballería andante. Yo era un paladín, es verdad, pero no el paladín de las frívolas artes negras, sino de la razón y de un sentido común firme y sin sentimentalismos. Me disponía a entrar en combate para destruir de una vez por todas la caballería andante, o para convertirme en su víctima.

A pesar de la enormidad del terreno donde se celebraban los torneos, a las diez de la mañana del día dieciséis, fuera de la liza misma, no había un solo sitio disponible. La gigantesca tribuna principal estaba recubierta de banderas, gallardetes, y ricos tapices, y se encontraba atestada de varios acres de reyes tributarios de poca monta, sus séquitos correspondientes, y la aristocracia inglesa, con nuestra propia pandilla real ocupando sitios de primacía, todos y cada uno de sus integrantes resplandecientes como un prisma de sedas y terciopelos abigarrados. ¡Vaya! Hasta entonces no había presenciado nada que se le pudiese comparar, a no ser una batalla entre una puesta de sol en el Alto Mississipi y la aurora boreal. También ofrecía un soberbio espectáculo el vasto campamento a un extremo de la liza, con sus tiendas multicolores adornadas por banderas, un erguido centinela en cada puerta y un brillante escudo que pendía a su vera para distinguir a cada uno de los desafiantes. Veréis, se habían congregado allí todos los caballeros dotados de alguna ambición o de un sentimiento de casta, pues era bien sabido lo que yo pensaba de su orden, y ésta podía ser una óptima ocasión para desquitarse. Si yo vencía en mi combate con sir Sagramor, los demás caballeros tendrían derecho a desafiarme mientras yo estuviese dispuesto a aceptar el reto.

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