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Authors: David Safier

Tags: #Humor

Una familia feliz (14 page)

BOOK: Una familia feliz
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—Pilila minicalifragilísticoespialido...

—¡EMMA!

Me cogió la mano, me miró profundamente a los ojos y dijo:

—Tómate la pastilla. Confía en mí.

Su maravillosa voz y, sobre todo, su mirada dulce me tranquilizaron un poco. Dejé de rabiar, pero en mi interior todo se oponía:

—Eres Drácula.

—Sí, ¿y qué?

—¿Quién se fía de Drácula en este mundo?

—Espero que la mujer que me está predestinada —dijo sonriendo.

Vaya, ¿no se estaría refiriendo a mí?

Vio la pregunta en mis ojos, pero no la contestó. Cogió la píldora en su mano delicada pero fuerte, y me la tendió. Confusa como estaba y a falta de alternativas, cogí la pastilla. Nuestros dedos se tocaron levemente, y un agradable hormigueo me recorrió todo el cuerpo. Habría continuado tocando sus dedos, pero me metí la pastilla en la boca como me había ordenado. No sabía a nada y me la tragué. Apenas había llegado a mi estómago y todo desapareció: las arcadas, el malestar, las náuseas y, sobre todo, el ansia por el pequeño tubo de ensayo. Ya no quería morder a nadie en el cuello. Volvía a ser yo misma.

Al recuperar el juicio, me entró un miedo terrible: ¿estaba en un palacio? ¿¡¿Con Drácula en persona?!?

—¿Te encuentras mejor? —me preguntó con su hermosa voz y un interés sincero.

Asentí con cautela.

—Seguramente deseas saber por qué te he traído aquí, ¿verdad?

En realidad, yo sólo deseaba saber cómo podía huir de allí. Pero preferí callármelo.

—Antes que nada —comenzó a explicar Drácula—, estamos en uno de mis palacios, a veinte kilómetros del lugar poco hospitalario donde te he recogido.

Bien, eso significaba que mis hijos y mi marido no llevaban mucho tiempo solos. Eso no quería decir que no hubieran provocado una desgracia, al fin y al cabo eran Von Kieren, pero podría reunirme con ellos rápidamente, suponiendo que Drácula me dejara. Por desgracia, no parecía estar por la labor.

—Me gustaría hablarte de la profecía —dijo muy serio Drácula.

—¿La profecía? —pregunté.

—La profecía de los
kree
.

Eso no me aclaró nada.

—Hace diez mil años —comenzó—, los
kree
, una línea colateral de los neandertales, recorrieron las vastas tierras salvajes que actualmente conocemos por Europa del Este.

No parecía muy interesante. Seguro que habría sido más divertido cruzar las vastas tierras salvajes que actualmente conocemos por Mallorca.

—Entre los
kree
había un adivino, Harboor. Tenía el don de lenguas, estaba en contacto con los antiguos dioses de la tierra y podía ver el futuro.

Seguro que le había fastidiado tener que recorrer Europa del Este en una época en que aún no se había inventado el GPS.

—Harboor vio el futuro y profetizó a sus hermanos: «Un día vendrá al mundo una criatura con una increíble sed de sangre. Sobre esa criatura caerá una maldición: ¡en su interior habitará un alma! Pero, en el futuro, toda persona a la que transforme con su mordisco en un vampiro perderá su alma y se convertirá en un ser incapaz de amar. Y el sediento de sangre con alma estará condenado a vagar mil años por el mundo sin encontrar el amor...»

La mirada de Drácula brillaba atormentada. ¿Había vivido el pobre realmente tanto tiempo sin amor? Nadie merecía ese destino. Realmente nadie. Ni siquiera el príncipe de los malditos. En ese momento sentí una lástima infinita por él. Y no me pregunté si era moralmente correcto sentir compasión por semejante ser.

—Pero el vampiro —prosiguió Drácula con la profecía— encontrará un día a una igual en cuyo pecho también habitará un alma.

Mucho me temí que ahí entraba yo en juego.

—Y él amará a esa criatura.

Drácula me dedicó una mirada llena de sentimiento. ¿Se había enamorado realmente de mí? ¿De una mujer casada, con unos kilos de más antes de la transformación y frustrada? Al menos para él, después de mil años sin amor, yo era una gran esperanza. Con tanta desesperación, esa esperanza podía confundirse con el amor. Había visto algo parecido en mi vieja amiga Taddi, que llevaba tiempo sola y, en su desesperación, siempre se enamoraba de tíos de los que yo pensaba: «Uf, chica, ¡a ti no te da asco nada!»

Drácula me cogió la mano. El contacto me provocó un agradable hormigueo, igual que antes. Unas pequeñas descargas placenteras me recorrieron la espalda. Y mi corazón inexistente comenzó a palpitar con fuerza. Aquello era lo más excitante que había sentido por un simple contacto desde hacía años.

—... y esa criatura lo amará... —continuó con la profecía, hablando en voz baja e irresistible.

Mi corazón inexistente comenzó a acelerarse.

—... y los dos vivirán amándose hasta el fin de los días...

Eso era mucho tiempo.

Sin embargo, tal como me miraba Drácula, tan lleno de esperanza... de nostalgia... con un aire de deseo... y amor... Sí, había amor en su mirada... Eso era impresionante..., realmente fascinante.

En ese momento, hasta el final de los días no me pareció tanto tiempo. Y mi cerebro volvió a hacer las maletas después de tantos años.

MAX (4)

—A lo mejor también podemos darle unas cuantas vueltas a la niña antes de la pelea...

Desde que había salido a hacer mis necesidades, Jacqueline no paraba de ponerme verde en un pequeño claro del bosque, y se me caía la cara de vergüenza por mi falta de valor. Siempre había imaginado que, con el físico adecuado, yo tendría madera de héroe. Ahora que por fin tenía un cuerpo fuerte, seguía siendo un desertor patético. Por eso aún me herían más los comentarios de Jacqueline.

—Y cuando esté mareada, la subimos a la barra de equilibrios...

—¡Ya basta! —exclamé. No podía soportar más sus humillaciones. Sobre todo porque estaba en lo cierto.

—No creo —dijo Jacqueline sonriendo burlona—. A lo mejor prefieres pelear contra un pobre conejito...

—¡He dicho que ya basta!

—Me refiero a uno de esos conejitos que se compran en la sección de peluches...

—¡Pero yo no estoy intelectualmente tan atrofiado como tú! —bramé.

Quería devolverle los golpes, herirla. Y por eso procuré tocarle su talón de Aquiles.

—¿Qué me has dicho? —preguntó.

—Tonta —traduje.

—¡Yo no soy tonta! —dijo furiosa.

—¿Ah, no? Pues entonces explícame, por ejemplo, que es una hipotenusa —la reté.

—Muy fácil... —replicó haciéndose la chula.

—Pues explícamelo —seguí provocándola.

—Bueno... —Pensó.— Una hipotenusa... es una especie de
dragqueen...

—Esperaba una respuesta parecida —dije; me reí con arrogancia y rematé—: Llamarte burra es ofender a las acémilas.

Eso le tocó de verdad. Y me extrañó. El comentario tampoco había sido tan ocurrente.

—Algo parecido me dijeron mis padres cuando me escolarizaron.

Se dio la vuelta muy tocada, se encendió un cigarrillo mientras se iba y me dejó solo en el bosque. Aunque por fin había dejado de incordiarme, me sentí peor que antes. Había perdido a una buena amiga antes de tenerla como amiga.

O como algo más.

Cretino de mí, me encaminé hacia otra dirección y medité sobre las desastrosas circunstancias en las que nos encontrábamos: éramos monstruos, mamá había desaparecido y yo era un cobarde; más aún, un cobarde asqueroso. Añoraba tanto un buen libro. O incluso uno mediocre. Entonces se me ocurrió pensar que, sabiendo lo cobarde que era, probablemente no podría identificarme nunca más con héroes como Harry Potter, sino sólo con cobardes asquerosos, como Mundungus Fletcher. Y entonces me pregunté angustiado si la lectura volvería a ser algún día un placer para mí.

—Así está bien —oí decir de repente a Ada.

Doblé un recodo y la vi sentada sobre un tronco caído, dejando que un leñador le masajeara el cuello.

—¡ADA! —grité indignado—. No... no puedes hipnotizar al pobre hombre...

—Hum —contestó con aires de suficiencia—. Vaya si puedo, ya lo he hecho.

—Pero no puedes pedirle que te haga un masaje en el cuello en esta situación... —No me lo podía creer.

—Tienes razón —contestó Ada sonriendo burlona—. Un masaje en los pies mola más.

Se volvió hacia el leñador y le pidió el tratamiento correspondiente. Él se arrodilló junto a ella y comenzó a masajearle los pies.

—¡Esto es inmoral! —la reprendí.

—¿Qué, no tienes que ir a buscar ningún palo por ahí? —replicó agobiada mi hermana.

Era increíble. Ada no tenía intención de parar. Yo era cobarde y malo. ¡Pero ella abusaba de los superpoderes que acababa de adquirir! ¿Qué nos pasaba a los Von Kieren? ¿Nos habíamos convertido todos en monstruos ahora que éramos monstruos?

ADA (6)

—Te... te has dejado seducir por el lado oscuro —balbuceó el tarado de mi hermano, y se puso a rascar con las patas la tierra del bosque.

—Y tú por el melodrama —contesté.

Hacer que te masajearan los pies seguramente estaba muy lejos de construir una estrella de la muerte y de pulverizar algún planeta con siete mil millones de hombrecillos verdes.

Max rascó más fuerte el suelo con las patas y me miró con desprecio. Y cuando un incordio de hombre lobo te mira asqueado, ya no puedes disfrutar de nada. Por eso suspiré y le pedí al leñador:

—Tráeme un bonito ramo de flores silvestres, por favor.

—¡Cómo no! —exclamó, y se adentró en el bosque.

La pequeña princesa que había en mí siempre había querido que le regalaran un ramo de flores silvestres. Pero, por desgracia, esa idea había sido muy poco realista con los chicos con que me había enrollado hasta entonces. Ni en sueños se les habría ocurrido comprarme uno o, mejor aún, hacerlo ellos mismos. Por eso siempre le había dicho a la pequeña princesa que había en mí: «Quítatelo de la cabeza.» Sin embargo, gracias a mis nuevos poderes de hipnosis, se abrían nuevas posibilidades para la princesa y para mí.

Me levanté del tronco para intentar explicarle a Max mi conducta:

—Esta situación es una mierda, ¿no? Pues al menos intento sacarle el mejor partido.

—¡Éste no es el mejor partido!

—Deja de darme lecciones de moralidad. Para variar, no está mal que alguien sea amable conmigo.

—¿Aunque no lo haga sinceramente?

Max tenía razón, claro, aquello no tenía nada que ver con la amabilidad sincera, yo también lo sabía. Aun así, objeté:

—Pero es mejor que nada.

Sin embargo, yo misma me pregunté si realmente era mejor que nada. Seguro que no era mucho mejor que nada, eso lo tenía claro. Sólo un poco mejor. Por otro lado, ¿un poco mejor que nada acaso no era también mejor que nada?

Vi al leñador cogiendo flores para mí dentro del bosque, y de repente me dio lástima. Estaba pagando por algo que había roto Jannis.

No, no era mejor que nada. De hecho, incluso era mucho peor. Me sentí culpable. Totalmente culpable.

—Mamá se ha ido —dijo Max, arrancándome de mis pensamientos—, y no sabemos dónde está.

—Cheyenne cree que está con Drácula —dije.

—¿Drácula...? —preguntó Max, y su cara de lobo se desfiguró con una mueca de asombro—. ¿El vampiro?

—No, Drácula, el maestro pastelero —contesté con los nervios de punta.

—¿El maestro pastelero? —Max estaba desconcertado.

—Pues claro que es el vampiro —dije con los nervios aún más de punta.

—¿Lo sabe papá?

Max se tragó lo de Drácula sin hacer más preguntas. Por lo visto, después de todo lo que había ocurrido, para él era del todo creíble que mamá estuviera con Drácula y que realmente existiera un vampiro jefe. Y que Max se lo creyera hizo que, por desgracia, la idea también se volviera más realista para mí.

—Ni idea de si Cheyenne se lo ha contado a papá —contesté, no muy segura.

—Drácula... —balbuceó preocupadísimo Max.

Estaba a punto de echarse a llorar. Y yo no lo soportaría, porque cada vez tenía más miedo por mi madre. Para que Max no llorara, y yo tampoco, solté:

—Mamá volverá y me pegará la bronca, ¡como siempre! Y a ti te cogerá en brazos, ¡por algo eres su preferido!

—No, tú eres su preferida —replicó mi hermano con acritud.

Se me escapó la risa.

—Pasa mucho más tiempo contigo —dijo, ahora amargamente.

—Gritándome sofocada.

—Sólo se fija en ti...

—Pues eso me hace tanta falta como tener acné... —lo interrumpí.

Pero Max estaba tan dolido que no me escuchaba, y continuó hablando:

—... y luego no le queda energía para mí. Cuando discutís, a mí sólo me pregunta: «¿Cómo estás?» Y no presta atención a lo que le contesto. —Me miró con tristeza y se ratificó—: Está clarísimo, tú eres su preferida.

Me quedé perpleja. Lo que me contaba era un disparate. Si te gritan como a mí, no puedes ser la preferida. Pero Max hablaba en serio. Su tristeza, su rabia eran totalmente sinceras.

—A mí también me gustaría poder tratarla igual de mal —dijo con amargura—. A lo mejor entonces también tendría tiempo para mí.

Luego se fue caminando a cuatro patas.

—¿A... dónde vas? —le pregunté.

—A la furgoneta. A esperar. Mientras tanto, tú puedes pedirle un tratamiento con fango a tu víctima hipnotizada.

Observé a Max mientras salía del claro del bosque caminando lentamente con el rabo entre las patas. Estaba muy confusa. Si Max tenía razón y yo era la preferida de mamá, entonces..., entonces..., eso era... estrambótico.

El leñador volvió en aquel preciso momento con un ramo de flores silvestres precioso. Pero las flores ya no nos apetecían ni a mí ni a la princesita que había en mí. Por eso le pedí:

—Regálale el ramo a quien quieras de verdad.

—Gracias —contestó—. A Peter le hará mucha ilusión.

Desapareció en el bosque, lo miré asombrada un momento y volví hacia la furgoneta absorta en mis pensamientos. Me sentía mal por haber hipnotizado al leñador y me asombraba que Jannis no tuviera mala conciencia por aprovecharse de las chicas. ¿Cómo se podía hacer algo así sin sentirse miserable como me sentía yo? Jannis era mucho peor de lo que imaginaba. Una persona con tan pocos escrúpulos no merecía que pensara en ella ni un solo segundo más. Y, en efecto, cuando lo comprendí definitivamente, dejé de pensar en él. Había dejado de tener importancia en mi vida.

La cuestión era: ¿con quién sería feliz?

¿Existiría ese alguien?

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