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Authors: David Safier

Tags: #Humor

Una familia feliz (27 page)

BOOK: Una familia feliz
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Una ventaja de ser una momia egipcia era que entendía y podía hablar perfectamente la lengua árabe.

—Me alegro —repliqué en árabe, un poco triste porque el bien que había hecho no me había sentado bien.

—Me has salvado de esos cerdos revolucionarios.

—¿Cerdos revolucionarios? —pregunté desconcertada—. ¿Por qué «cerdos revolucionarios»?

—Soy agente de los servicios secretos y me habían descubierto. Ahora los llevarán a la sala de torturas.

Glups.

—Ejem... ¿Quién gobierna este país?

—¡El presidente!

—¿Fue elegido? —pregunté esperanzada.

—No directamente.

—¿Indirectamente?

—Tampoco.

Aquello no sonaba a superdemocracia.

—¿Pueden sustituirlo en el cargo?

—Cuando muera, lo sustituirá su hijo.

No, la democracia era otra cosa.

Había machacado con la peste a quien no debía. Miré al bigotudo profundamente a los ojos y lo hipnoticé.

—Quiero que olvides que esos dos son revolucionarios.

—¡Ya está olvidado! —contestó con fervor.

Immo descendió a mi lado y se transformó en su versión con taparrabos.

—No es fácil distinguir el bien del mal —comentó.

—Tú lo has dicho —repliqué suspirando.

—Ni siquiera en el propio corazón —añadió Immo.

Aquello sonó a sabiduría incómoda.

Miré a los pobres tipos a los que había desfigurado. Por desgracia, no poseía la habilidad de curarlos. Seguramente tardarían semanas en recuperarse. Qué idiota era. Me había lanzado de cabeza a una situación sin analizarla antes. Yo no era una Anck que sabía exactamente lo que hacía. Ni por asomo.

Quizás ése había sido precisamente el error: había querido ser como ella.

Y antes había querido ser como Cheyenne.

Pero tenía que encontrar mi propio camino.

Tenía que ser yo misma.

Fuera como fuera.

Al regresar a la gruta de Immo, fui incapaz de pensar en algo que no fueran los dos revolucionarios a los que no había podido ayudar. Mi único consuelo era que el bigotudo no los delataría y tampoco perjudicaría a nadie más (también lo había hipnotizado para que, en el futuro, se ganara la vida trabajando de payaso por las calles).

Tenía unos remordimientos bestiales. Me habría ido bien contar con alguien que me animara. Pero ¿quién? Mi padre infiel seguro que no. ¿Immo? Sólo me veía como la reencarnación de su Anck. ¿Mamá? Quizás habría podido aconsejarme qué tenía que hacer ahora. Y quizás habría aprovechado para restregarme por las narices que ella me había dicho desde el principio que me quedara con ella.

Quizás.

Pero no necesariamente.

¿Dónde estaría?

Seguro que se sentía sola y abandonada y triste.

EMMA (17)

Cheyenne tenía razón: ¡el sexo con Drácula es para volverse LOCAAAAAAAAA!

ADA (11)

Immo me arrancó de mis pensamientos con la frase que yo siempre había querido oír en boca de alguien:

—¡Te amo!

Típico de mí. Por primera vez alguien me amaba. De verdad. Sin que lo hubiera hipnotizado antes. Y tenía que ser precisamente un vejestorio egipcio de tres mil años con taparrabos.

—Después de mucho sufrimiento, por fin he superado lo de Anck —dijo.

—Me alegro por ti —contesté, y desgraciadamente no me alegré por mí, puesto que ni queriendo lograba imaginar que acabáramos juntos.

Él, en cambio, sí: de pronto se arrodilló delante de mí sobre el suelo de piedra de la gruta. Y me cogió la mano. Oh, Dios mío, ¿no iría a...?

—¿Quieres casarte conmigo?

¡Eso quería Immo!

Yo, evidentemente, no.

Me miró lleno de esperanza. Tenía que reaccionar. De alguna manera.

—Ejem... Immo, eres una monada y todo eso... —balbuceé—, pero no creo que sea una idea genial...

—¿Por qué no?

Pero ¿qué preguntaba? Cuando alguien te responde a una propuesta de matrimonio diciendo «No creo que sea una idea genial», te echas a llorar sobre la almohada y no preguntas más.

—Bueno —intenté convencerlo con cautela—, la diferencia de edad es bastante grande. Tú tienes tres mil años y yo diecisiete...

—Pero ya has alcanzado la madurez sexual —replicó.

Uf, no me apetecía para nada hablar con él de mi madurez sexual.

—O sea que podemos engendrar hijos —prosiguió.

Por un lado, yo no estaba tan segura de que mi cuerpo de momia estuviera en condiciones de esas cosas; por otro, no quería pensar en ello ni por asomo.

—Soy muy impulsiva —dije, intentando dejarme por los suelos.

—Podré vivir con ello.

—Si me despierto muy pronto, soy insoportable....

—No te despertaré hasta el mediodía —replicó contento.

—Y cuando tengo la regla, mataría a todo el mundo hasta por la tarde...

—El amor lo soporta todo.

Al parecer, con la verdad no llegaría a ninguna parte; así pues, sólo me ayudarían las mentiras. A ver si también soportaba tan tranquilamente esto:

—A mí... ¡sólo me gustan las mujeres!

—Te convenceré de lo contrario —continuó insistiendo—. Me gustan los retos.

Me atrajo hacia él, hasta quedar casi pegados y quiso besarme. Contra mi voluntad. Fue asqueroso. Y puesto que acababa de hablar de madurez sexual, comprendí qué quería realmente y aún me dio mucho más asco. Lo aparté con todas mis fuerzas.

—Dios mío, sí que estás necesitado —lo increpé—. Yo no te quiero. ¡Jamás podría querer a alguien como tú!

—¿Qué...? —preguntó horrorizado.

—¿Y qué te creías? Un tío que ha pasado tres mil años en una gruta, colgado de una mujer... Nadie dirá: hala, qué tío más genial.

En su cara se formaron unas arrugas de ira.

—Además, te paseas por ahí con un ridículo taparrabos y te apestan los pies.

—¡A mí no me huelen los pies!

—Cierto, no se puede decir que huelan.

—¿Te... burlas de mí? —advirtió mientras comenzaba a ponerse rojo.

—¡Bingo!

—¿Qué significa «bingo»?

—¡Que te desprecio! ¡Te considero incluso más tarado que la palabra «despreciar»!

Se le puso la cara definitivamente roja de ira. Immo temblaba de rabia. Seguramente me había pasado un pelín.

—¡Pues haré lo que me pidió Drácula! —dijo temblando.

—¿Drácula? —pregunté. ¿Qué tenía que ver él con todo aquello?

—Drácula quería que matara a tu hermano y a tu padre. ¡Y también a ti!

Qué poco considerado.

—¡Y lo haré ahora mismo!

Muy poco considerado.

Por un instante pensé que Immo recurriría a la «maldición de la momia», aunque según las reglas se jugara la vida con ello. Pero, en vez de maldecirme, se transformó en un enorme escarabajo azul. En un colepóptero..., copelóptero... coleloquesea. En cualquier caso, no era especialmente aterrador. Comparado con los zombis y con Godzilla, incluso era bastante ridículo. Hasta que de pronto escupió un líquido negro contra la pared, justo a mi lado, y la piedra se desintegró de inmediato.

EMMA (18)

Tierno. Sensual. Excitante.

Había engañado a mi marido, había disfrutado de cada minuto y no había pensado en él ni un segundo. Sólo ahora, mientras cruzábamos las montañas de Transilvania en la limusina de Drácula, pensé en lo que había hecho. El sol brillaba en el cielo, pero gracias a los cristales opacos del coche no me ardía la piel de vampiro, y me pregunté si debía tener remordimientos por Frank. Los tenía. Un poco. Un poco bastante.

Pero ¿debía tenerlos? Estábamos empatados 1-1 poniéndonos los cuernos. O mejor dicho: íbamos 1-8, porque Frank se había ido ocho veces a la cama con su guía erótica, con una mujer más joven y guapa. Por lo tanto, era más que justo que yo me hubiera acostado con un hombre más viejo y guapo en el futón del jet privado (¡los edredones eran para volverse loca!). Podría haberlo hecho siete veces más, y sólo entonces habría habido un empate entre Frank y yo.

Dios mío, todavía estaba enfadadísima con él, ¿cómo había podido herirme tanto?

—Me gustaría enseñarte algo fantástico —dijo Drácula arrancándome de mis furibundos pensamientos. Tuvo mi mano cogida durante todo el trayecto, como un adolescente enamorado.

—¿Qué es? —pregunté.

—¡Mi hogar!

Señaló un castillo que acababa de aparecer a la vista. Se alzaba sobre una colina y, con sus incontables torres, tenía un aspecto mayestático, majestuoso, impresionante. En comparación, la casa de campo inglesa donde se había mudado Lena con su novio inglés seguro que era miserable.

—Guau... —exclamé.

—Espera a ver el templo de
wellness
—dijo Drácula sonriendo.

—¿Tienes un templo de
wellness
? —Eso me pareció más fantástico que un viñedo propio.

—Con baño romano, termas griegas y sauna ayurvédica. Y lo mejor de todo: la luz del sol se filtra a través de un techo de cristal especial y no puede hacernos nada si nos tumbamos junto a mi piscina de agua de mar. Podremos disfrutar del sol sin que nos haga daño.

—Suena maravilloso —dije suspirando impaciente.

—Y lo es. Pero también disfrutarás de algo aún más maravilloso.

—¿De qué? —pregunté con curiosidad.

—De mis masajes.

«Disfrutar» fue poco.

Drácula me dio masajes eróticos en el jardín de orquídeas de su castillo (no me pregunté cómo había conseguido criarlas en las montañas de Transilvania). Sus manos acariciaban de maravilla, y hasta consiguió convertir mis rótulas en zonas erógenas. Después del masaje, hicimos el amor en su baño romano, aromatizado con exquisitas fragancias. A continuación, en el jacuzzi, aromatizado con exquisitas fragancias. ¡Qué bien que mi nuevo cuerpo fuera tan resistente!

Si continuábamos así, Frank y yo pronto habríamos empatado ocho a ocho. Entonces, tal vez tendría que preocuparme por los remordimientos. Pero me había propuesto no saber nada de mi conciencia hasta entonces.

A primera hora de la tarde, cuando salimos del jacuzzi, Drácula me cubrió con un albornoz suave como la seda y ordenó que me sirvieran un té aromático exquisito. Luego me comentó:

—Discúlpame, tengo que ocuparme de unos asuntos profesionales.

—¡Pero vuelve pronto! —exclamé, fingiendo con el índice que lo amenazaba y con una risita tonta de colegiala.

Me quedé sola, tumbada junto a la piscina, debajo del techo de cristal transparente que filtraba el sol de manera agradable, y disfruté de los rayos que me caían en la cara.

Sí, sol, piscina y
wellness
. Menús de tres estrellas y viajes a países exóticos. Nada de celulitis en los muslos ni en el trasero, y sexo fantástico con un hombre encantador y atractivo... Y la guinda del pastel: también era inmortal. ¡Mi vida de vampira era maravillosa!

FRANK (2)

EMMA (19)

Drácula se hacía esperar. Pero eso no fue tan malo, porque su criado Renfield se pasó media tarde proporcionándome revistas, masajes en la cabeza y deliciosos bombones (confiaba en que los vampiros no fueran propensos a los michelines).

Cuando Renfield acabó el masaje y se fue, me levanté y contemplé la piscina, que tenía un agua tan maravillosamente clara y azul que a buen seguro habría estimulado a David Hockney a pintar nuevos cuadros. Disfruté de la vista y no me molestó en absoluto no poder reflejarme en el agua.

De pronto, el cristal transparente que frenaba los rayos de sol se rompió en pedazos con gran estrépito sobre mi cabeza. Una cosa muy grande cayó en picado hacia mí. Tuve reflejos y salté a un lado. La cosa —parecía un cuerpo humano— chocó contra el borde de la piscina, resbaló dentro y se hundió inanimada hasta el fondo. Me llevé un susto tremendo. Puesto que el cristal había quedado hecho añicos, el sol me quemaba sin piedad. No era tan grave como en Egipto, pero decidí saltar al agua de todos modos para ponerme a salvo de la radiación.

Antes de sumergirme, me quité el albornoz y, mientras nadaba lentamente (los vampiros no necesitan respirar y, por lo tanto, no hacía falta que me diera prisa) hacia el fondo en ropa interior, reconocí a la persona que estaba a punto de ahogarse: ¡era Baba Yaga!

Dios mío, la habíamos perseguido por media Europa y ahora yacía inconsciente delante de mí. Le salían burbujas por la boca. No la compadecí. Mi estado anímico era similar a cuando ves en televisión un reportaje sobre niños en la guerra y te preguntas si en otro canal estarán emitiendo
House
. ¿Me había convertido en un monstruo insensible por ser una vampira? ¿O sólo era como mucha gente normal?

BOOK: Una familia feliz
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