Valentine, Valentine (45 page)

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Authors: Adriana Trigiani

Tags: #Romántico

BOOK: Valentine, Valentine
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Pero antes de que pueda explicar lo que siento o justificar mi conducta impulsiva, él se ha ido. Escucho cómo se cierra la puerta de mi habitación que da al pasillo del hotel. Pongo mi mano encima de mi boca. Debajo de la mano, mis labios no están encogidos de indignación. No, por el contrario y para mi sorpresa…, sonrío.

El último día en la tienda de Costanzo empaqueto mis herramientas e intento no llorar. No puedo explicar lo que estos días han significado para mí. Pensar que quería venir como un turista a echarme cerca de la piscina y dormir todo el día me hace sentir como una tonta. Lo que he ganado en el intercambio no es cuantificable. Bajo la dirección de Costanzo y su sutil estímulo, me he convertido en una artista.

Claro, la abuela me ha enseñado cómo hacer zapatos, pero nunca ha dedicado tiempo a enseñarme a andar por el mundo como una artista. Nunca ha habido tiempo para animarme a andar ese camino, porque ella lo desconoce. Los soñadores fueron mi bisabuelo y mi abuelo. La abuela es una técnica, una zapatera práctica. Ella diseñó un zapato una vez, pero fue por necesidad. Dibujó el zapato plano de ballet y lo elaboró porque Capezio le quitaba un cliente tras otro. Lo diseñó sin la intención de crear, sino por necesidad. Necesitaba hacer dinero. Hacer zapatos nunca ha sido una forma de autoexpresión para Teodora Angelini, por el contrario, era comida en su mesa, ropas para mi madre y dinero para el platillo de las limosnas en la iglesia de Nuestra Señora de Pompeya. No hay nada malo en eso, pero ahora sé que yo quiero más. Quiero decir más.

La ciudad de Nueva York significa todo para mí, pero ahora sé que, en el frenesí y el ruido, en medio del apremio y la prisa, la voz del artista queda ahogada por la necesidad de ganarse el sustento. Entiendo el atractivo de la seguridad, la necesidad de ganar dinero para pagar nuestras cuentas y hacer frente a las nóminas, pero un artista necesita tiempo para pensar y soñar. El tiempo, desorganizado y libre, alimenta la imaginación. La siesta del mediodía puede parecer un descanso, pero para un artista como Costanzo es la hora de repasar el trabajo del día y reflexionar acerca de nuevos colores y combinaciones. Costanzo también me ha enseñado que la vida común es ingeniosa. Me ha enseñado a mirar las cosas de todos los días y a encontrar la belleza en ellas. No soy solo una zapatera, estoy creando un zapato particular para un cliente que está tratando de expresar algo sobre sí mismo al mundo. Mi trabajo consiste en entregar ese mensaje, en hallar el significado en lo común.

Ya no miro una molesta gaviota que observa mis migajas, miro una gama de blancos, vestidos en las plumas negras con simples manchas blancas. Zapatos. No veo un muro de piedra en el que el sol cae de lleno por la tarde, veo un particular gris que se degrada con destellos dorados. Cuero. No veo un nudo de enredaderas en una cerca negra, veo un bosque verde de terciopelo y cintas de cuero negro. Botas. No veo un cielo azul con nubes, veo un rollo de seda bordada. No veo un montón de peonías rosadas que un recién casado lleva a su esposa a través de la
piazza
camino a casa, veo una borla enjoyada en el empeine de un zapato de fiesta. Adornos.

Y cuando ahora miro a esa mujer, no veo moda, no veo edad, no veo talla, la veo a ella, veo a mi clienta, que necesita que le proporcione todo lo que dice quién es; y así expreso quién soy mediante el trabajo que hago. Sencillo, pero este conocimiento me ha transformado. Ya no soy la mujer que aterrizó en Roma hace un mes y no seré la misma cuando vuelva a casa. Veré mi casa con estos ojos nuevos. Bueno, esto me asusta un poco: ¿qué pasaría si estoy tan cambiada que ya no tengo las mismas metas en las que me concentraba antes de partir? ¿Qué pasará si regreso a casa y Roman no es el hombre para mí y pelear con Alfred no es suficiente para salvar la tienda y el edificio? ¿Qué pasará si la mirada de este artista ha transformado el alma profunda de lo que soy? ¿Qué si ya no quiero aquello con lo que alguna vez soñé?

Un día, durante el almuerzo, Costanzo me contó que era viudo y sus ojos se llenaron de lágrimas, así que no insistí. Pero no quiero irme de Capri sin saber acerca de su esposa. Así como me ha enseñado mucho sobre arte, siento que sabe mucho acerca de otras cosas, de las entrañas de la vida, de la búsqueda del amor verdadero.

Me reúno con Costanzo en la veranda, donde ha dispuesto nuestro almuerzo, como ha hecho cada día. Veo la mozzarella de búfala y los deliciosos tomates maduros cortados en delgadas rebanadas. Los baña con aceite de oliva mientras me acerco.

—Nuestro último almuerzo.

—La última cena —dice riéndose.

—No quiero irme.

—Ninguna mujer quiere dejar a Costanzo Ruocco —dice, y ríe de nuevo.

Me siento y me pongo una servilleta en el regazo. Costanzo llena mi plato con la fruta de su jardín. Una brisa tranquila recorre el lugar y agita el mantel.

—Antes de irme me gustaría que me hablaras de tu esposa.

Costanzo mete la mano debajo de su camiseta y saca una cadena de oro con un anillo de boda unido a ella.

—¿Cómo se llamaba? —le pregunto con amabilidad.

—Rosa —dice—. Nació como Rosa de Rosa.

Costanzo levanta la mano, se pone de pie y va al interior de la tienda. Cuando vuelve me da un sobre de papel manila. Lo abro. Dentro hay muchas fotografías, algunas en blanco y negro, algunas instantáneas pequeñas de color con el vivido azul del Ektachrome de los años sesenta, algunas de la cámara Instamatic de los setenta. Cuando sus hijos nacieron hay más fotos aún, hechas con una Polaroid, el tipo de fotografías que nosotros solíamos hacer, reveladas sobre una mesa y pegadas en cuadrados de cartón. Con delicadeza, coloco una pila de fotografías sobre la mesa. La más grande, una fotografía en blanco y negro de Costanzo y Rosa el día de su boda, fue hecha por un profesional. Es una mujer morena, pequeña, con un par de impresionantes ojos marrones. Me recuerda a mi hermana Jaclyn. Rosa lleva un minúsculo adorno de fantasía en el cabello, cubierto con una red y un vestido estilo bailarina blanco de satén con escote y la cintura ajustada que da lugar a una falda acampanada. En sus diminutos pies lleva elegantes zapatos altos de charol. Costanzo está detrás de ella y la sujeta por la cintura.

—Me case el veintitrés de septiembre de 1963, fue el día más feliz de mi vida.

—Bella —le digo.

—La llamaba bella Rosa y a veces solo bella. —Se le rompe la voz.

—Y tú eres muy guapo —digo, y hago el movimiento de abanicar como él había hecho conmigo. Se ríe. Después de todo, recuerdo y nunca lo olvidaré, es italiano. El ego masculino llega intacto con la partida de nacimiento—. La añoras muchísimo.

—No puedo hablar de ella. En mi vida, a pesar de todas las palabras que he oído, nunca he encontrado alguna que pueda describir lo que ella significó para mí. Lo intento, pero incluso la palabra amor no es suficiente. Era mi mundo. Desde que murió, no he dejado, ni por un momento, de amarla y pensar en ella.

Me acerco por encima del banco, tomo la mano de Costanzo y digo:

—Todas las mujeres deberían ser amadas como tú amaste a Rosa.

—Me resulta difícil vivir sin ella. Casi imposible. Cuando la muerte me llegue, será bienvenida, porque veré a Rosa de nuevo. Solo espero que ella quiera a este hombre viejo.

—Oh, claro. Los hombres mayores tenéis mucho que decir.

No es solo arte lo que he aprendido en Capri.

—Murió en 1987. Nada ha sido igual. Los higos no saben igual ni el vino, ni los tomates. Se llevó todo lo bueno. Todo lo que he aprendido acerca de la vida lo aprendí de ella, sobre todo, del amor. —Costanzo se pone en pie y me mira—. Espera, tengo algo para ti —dice mientras va hacia la tienda.

He pasado una semana en Da Costanzo aprendiendo cosas que necesitaba saber. He aprendido acerca del
gropponi
, el mejor cuero de vaca para hacer suelas; del
capretto
, el cuero de cordero más suave, maravilloso para hacer las correas, y del
vitello
, la piel más firme, que funciona bien en una suela completa. Y he aprendido que el mundo exterior a esta isla está invadiendo la artesanía que nació aquí, engullendo las técnicas y los diseños de Costanzo sin su permiso, solo para fabricar en serie su versión para la multitud.

Astutos empresarios estadounidenses acuden aquí, compran las sandalias de Costanzo, se las llevan a casa, las copian y en el acto roban los diseños e incluso tienen la desvergüenza de ir a los mismos proveedores que Costanzo e intentan comprar los materiales que utiliza para elaborar las sandalias de su firma. Los proveedores, al tanto de los ladrones, rehúsan vender los suministros a los arribistas. La lealtad sigue siendo el mejor atributo italiano.

Costanzo también me ha enseñado cosas pequeñas, consejos que aunar a los hábitos de trabajo que, a la larga, forman parte de la técnica del artista. Cuando corto un tacón, ahora cojo mi navaja y pelo el borde como la piel de una manzana hasta conseguir la talla exacta del pie del cliente. Costanzo me ha enseñado a coser suturas lisas dentro del zapato para que sean más cómodos para el cliente. Me ha enseñado a aceptar el color, nunca a temerlo. Si el primer ministro de Italia puede llevar unos mocasines de cuero color melón, cualquiera puede. También aprendí algunas cosas yo sola. Aprendí que los turistas en Capri son tan ruidosos porque la isla los cautiva y alzan la voz por la emoción. Aprendí que viajar sigue siendo la mejor manera de sacudir la vida, cambiar el punto de vista y adquirir inspiración, pero debes estar bien despierto y alerta para captarlo, si no es un desperdicio. Y aprendí que mi abuela no necesita que la cuide ni que me preocupe por ella, es autosuficiente. Está bien por su cuenta.

Costanzo regresa a la mesa con una caja de zapatos.

—Costanzo, nunca te agradeceré lo suficiente esta semana.

—Eres una buena zapatera —asiente lentamente con la cabeza—. Como yo cuando era joven.

—Eso significa mucho para mí, es todo lo que necesito.

—Trabajas duro, cuando seas tan vieja como yo sabrás lo que se siente por haber pasado tu vida haciendo algo hermoso para otros. Eso es lo que damos al mundo. Bueno, tengo un regalo para ti —dice.

—No hacía falta que lo hicieras.

Costanzo me entrega una caja de zapatos. Antes de quitar la tapa recuerdo lo que le pedí el primer día de trabajo: «¡Hazme unas sandalias!».

—No son para ti, tienes los pies demasiado grandes para estos zapatos.

Lanzo una mirada a Costanzo y le digo en un tono que le causa risa:


Mille grazie
.

Abro la caja y miro dentro. Levanto el revestimiento de lino. Aguanto la respiración y saco el zapato, una revelación en forma, detalle y figura.

Costanzo ha fabricado mi diseño para la competición de Bergdorf. Coloco el zapato en la palma de mi mano, como una corona, y lo examino. Mi diseño ha nacido a la vida, el empeine de piel de cabritilla, los adornos tejidos con dorados y blancos, el tacón cuadrado, tallado y pulido, el arco con cuero estampado; está cada detalle, hecho a la escala y en el tono según lo dibujé y medí en mi libreta. Los materiales son de lujo, la ejecución magistral, cada costura es tan diminuta que son prácticamente invisibles. El efecto del conjunto es de opulencia controlada, y la ejecución de los detalles es intachable. En el zapato aparece la leyenda: «Nueva novia, nueva vida, ¡nuevos pasos que la lleven allí!». Talla treinta y nueve. ¡La talla de muestra! El zapato que ha vivido durante tanto tiempo en mi imaginación está ahora entre mis manos, una gloriosa creación única en su género, que trae de vuelta la juventud de mi abuela y es completamente actual.

Se me llenan los ojos de lágrimas y digo:

—No sé qué decir.

—Es tu diseño —dice—. Yo solo participé como zapatero.

—Pero tu artesanía le ha dado vida.

—Eso habría sido imposible sin tu visión —dice. Luego levanta el zapato unos centímetros encima de la mesa y lo deja caer. El zapato aterriza con perfecta habilidad y se balancea de un lado al otro en la mesa hasta que se detiene—. ¿Conoces esta prueba? —Niego con la cabeza—. Cuando hagas un tacón, pruébalo. Si se balancea de manera uniforme y se detiene, como este —lanza el otro zapato sobre la mesa, se mece y detiene de la misma manera que el primer zapato—, has hecho un buen zapato. Si se cae, tienes que volver a trabajar el tacón hasta lograr el equilibrio adecuado.

—Lo haré —prometo—. Costanzo, en Angelini le damos nombres a los zapatos. La verdad es que no soy aficionada a la ópera, pero soy una mujer que ama las buenas historias. Así que quisiera llamar a este zapato Bella Rosa, en honor a tu mujer. Si no te importa.

Los ojos de Costanzo se llenan de lágrimas, se nublan de azul, como la niebla sobre el mar a medianoche. Accede a que llame a este zapato como su esposa. Tengo su permiso. En realidad es muy sencillo. El verdadero amor no tiene caprichos, es hardware, perdurable, imperecedero. El amor de Costanzo y Rosa sucedió en este mundo, pero vive en la eternidad. El amor perdura mientras alguien recuerde. Conozco su historia y ahora la contaré. Pensaré en Costanzo y Rosa cada vez que diseñe, corte un patrón o cosa una sutura. Él ha transformado mi punto de vista, y por eso nunca lo olvidaré. No podría.

Sostengo los zapatos entre mis manos y recuerdo la historia del zapatero y los duendes. El zapatero y su esposa eran tan pobres, estaban tan descorazonados por el mal momento por el que pasaban, que no guardaron su último trozo de cuero y lo dejaron encima de la mesa de trabajo, y se fueron a la cama abatidos. A la mañana siguiente encontraron un par de zapatos perfectos hechos con el cuero. Pusieron los zapatos en la ventana y un cliente los compró de inmediato. Con ese dinero, el zapatero y su esposa compraron más cuero. Noche tras noche dejaban fuera los materiales y cada mañana aparecían nuevos zapatos, hechos por los duendes, cada vez más magníficos. Esta historia explica que cuando estás más vencido, siempre hay alguien que viene a ayudarte, que incluso puede salvarte. Esto es lo que Costanzo hizo por mí. Y mañana debo irme a casa y hacer lo mismo por la compañía de zapatos Angelini… a la manera del artista.

En mi último día en Capri el sol, del color de los melocotones maduros, arde en lo alto del cielo encima de la piscina del hotel Quisisana. La veranda y el jardín están llenos de huéspedes, que toman el sol y nadan. Salgo del agua, me acuesto en una tumbona y dejo que el cálido sol me cale hasta los huesos. No es una manera mala de llegar a los treinta y cuatro. No es lo que tenía en mente, pero me siento con ánimo de aceptar todo lo que me dé la vida. Por ejemplo, en lugar de luchar con el bañador que me dio mi madre, lo he adornado con accesorios. He comprado un par de enormes pendientes de aro de plata, adornados con diminutos zafiros blancos, para usarlos con el bañador. Ahora el conjunto parece formar parte de un plan. Un llamativo y brillante plan.

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