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Authors: Charlaine Harris

Vivir y morir en Dallas (29 page)

BOOK: Vivir y morir en Dallas
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—No dejes que me pase nada, ¿vale? —le pedí a Eric—. No tengo la menor intención de intimar con ninguna de esas personas. Supongo que tengo miedo de que pase algo, de que alguien vaya demasiado lejos. Ni siquiera por el esclarecimiento del asesinato de Lafayette estaría dispuesta a mantener relaciones sexuales con ninguno de ellos.

Ese era mi verdadero temor, el que no me había admitido hasta ese preciso instante: que patinara algún engranaje, que fallase algún mecanismo de seguridad y que yo me convirtiera en una víctima. Cuando era niña me ocurrió algo que no pude evitar ni controlar, algo increíblemente vil. Antes preferiría morir que volverme a someter a un tipo de abuso similar. Por eso luché con uñas y dientes contra Gabe y me sentí tan aliviada cuando Godfrey lo mató.

—¿Confías en mí? —Eric parecía sorprendido.

—Sí.

—Eso es... una locura, Sookie.

—No lo creo —no sabía de dónde salía esa seguridad, pero ahí estaba. Me puse un suéter ajustado que había llevado conmigo.

Agitando la melena rubia, con la guerrera ajustada, Eric abrió la puerta de su Corvette rojo. Al menos yo acudiría a la orgía con mucho estilo.

Di a Eric las indicaciones para llegar al lago Mimosa y le puse al día como pude del trasfondo de esa serie de acontecimientos mientras avanzábamos (casi volábamos) por una estrecha calzada de dos carriles. Eric conducía con gran entusiasmo y la imprudencia de alguien muy difícil de matar.

—Recuerda que soy mortal —dije, después de que sorteáramos una curva a tal velocidad que deseé tener las uñas tan largas como para poder mordérmelas.

—A menudo pienso en ello —dijo Eric, con la mirada clavada en la carretera.

No sabía qué pensar de aquel comentario, así que opté por dejar la mente a la deriva de cosas relajantes. La bañera caliente de Bill. El cheque que recibiría de Eric cuando pagaran los vampiros de Dallas. El hecho de que Jason llevara saliendo varios meses seguidos con la misma mujer, lo cual podría significar que iba en serio con ella o que ya hubiera catado todas las mujeres disponibles (algunas de las cuales no lo estaban en realidad) de toda la parroquia de Renard. Pensaba que era una noche preciosa y fresca, y que iba montada en un coche maravilloso.

—Estás contenta —dijo Eric.

—Así es.

—Estarás a salvo.

—Gracias. Sé que así será.

Señalé el pequeño letrero que ponía «F
owler
» y que apuntaba a una salida de la carretera casi oculta por un conjunto de mirtos y espinos. Cogimos el corto camino de gravilla, que presentaba profundos surcos y estaba jalonado de árboles. De repente describió una aguda pendiente descendente y Eric frunció el ceño al notar que su Corvette se lanzaba bruscamente cuesta abajo. Para cuando el camino se niveló ante el claro donde se encontraba la cabaña, el desnivel hacía que el techo de la cabaña quedara un poco por debajo del nivel de la carretera que bordeaba el lago. Había cuatro coches aparcados en la tierra batida que enmoquetaba la entrada de la cabaña. Las ventanas estaban abiertas para que entrara el aire fresco de la noche, pero habían bajado las persianas. Podía escuchar voces escapándose por ellas, pero no fui capaz de determinar las palabras. De repente me sentí muy reacia a entrar en la cabaña de Fowler.

—¿Daría el tipo de bisexual? —preguntó Eric. No parecía inquietarle. En todo caso, parecía divertirse. Nos quedamos de pie junto al coche de Eric, mirándonos; yo hundía las manos en los bolsillos del suéter.

—Supongo —me encogí de hombros. ¿A quién le importaba? Todo era fingido. Percibí un movimiento por el rabillo del ojo. Alguien nos estaba observando desde una persiana parcialmente levantada—. Nos observan.

—Entonces actuaré de forma amistosa.

Ya estábamos fuera del coche. Eric se inclinó hacia delante y, sin apretarme contra él, me plantó un beso en la boca. No me tenía agarrada, así que me sentí razonablemente relajada. Desde el principio me hice a la idea de que tendría que besar a otras personas, así que me centré en ello.

Quizá tuviera un talento natural, acrecentado por un gran maestro. Bill consideraba que besaba de maravilla, así que no quise dejarle en mal lugar.

A tenor del estado de la licra de Eric, tuve éxito.

—¿Listo para entrar? —le pregunté, esforzándome por mantener los ojos por encima del nivel de su pecho.

—En realidad no mucho —dijo Eric—, pero supongo que es lo que tenemos que hacer. Al menos, intentaré aparentar que me apetece.

Aunque me preocupaba pensar que ya era la segunda vez que besaba a Eric y que disfrutaba más de lo debido, pude sentir cómo se me estiraban los labios en una sonrisa mientras recorríamos el irregular terreno de la entrada. Ascendimos los peldaños hasta una gran terraza de madera salpicada con las típicas sillas plegables de aluminio y una gran parrilla de gas. Eric abrió la puerta de malla, que chirrió con el movimiento, y yo llamé a la puerta interior.

—¿Quién es? —preguntó la voz de Jan.

—Soy Sookie. Vengo con un amigo —respondí.

—¡Ay, qué bien! Adelante —dijo.

Cuando empujé la puerta para entrar, todos los rostros del interior estaban vueltos hacia nosotros. Las sonrisas de bienvenida se convirtieron en miradas perplejas al aparecer Eric detrás de mí.

Eric se detuvo a mi lado, con la guerrera sobre el brazo, y casi estalló en carcajadas ante la variedad de expresiones. Tras el primer impacto de asimilar que Eric era un vampiro, por el que todos pasaron al cabo de un minuto, las miradas parpadearon arriba y abajo a lo largo de él, repasando el contorno de su cuerpo.

—Oye, Sookie, ¿quién es tu amigo? —Jan Fowler, una divorciada múltiple en la treintena, vestía lo que parecía una braguita con puntilla. Jan tenía mechas en el pelo, con un despeinado de peluquería, y su maquillaje habría sido adecuado para una obra de teatro, pero para una cabaña junto al lago Mimosa el efecto era un poco excesivo. Pero, como anfitriona que era, supongo que pensó que podía ponerse lo que quisiera para su propia orgía. Me quité el suéter y soporté el mismo escrutinio al que habían sometido a Eric.

—Os presento a Eric —dije—. Espero que no os importe que haya traído a un amigo.

—Oh, cuantos más, mejor —dijo con toda sinceridad. Sus ojos nunca miraron a la cara de Eric—. Eric, ¿puedo ofrecerte algo de beber?

—Sangre estaría bien —dijo Eric con optimismo.

—Sí, creo que tengo algo de cero en alguna parte —dijo, incapaz de apartar la mirada de la licra—. A veces nosotros... fingimos—arqueó las cejas pronunciadamente mientras lanzaba una mirada lasciva a Eric.

—Ya no hace falta fingir —dijo él, devolviéndole la mirada. Siguiendo a Jan hacia la nevera, chocó con el hombro de Huevos y la cara de éste se encendió.

Bueno, ya sabía que me iba a enterar de algunas cosas. Tara, a su lado, estaba enfurruñada, con las cejas negras agazapadas sobre los ojos del mismo color. Tara vestía un sujetador y unas bragas de un impactante rojo, y tenía un aspecto estupendo. Llevaba a juego los labios y las uñas de pies y manos. Iba bien preparada. Nuestras miradas se encontraron, pero ella apartó la suya. No hacía falta ser capaz de leer la mente de nadie para detectar la vergüenza.

Mike Spencer y Cleo Hardaway estaban en un destartalado sofá junto a la pared izquierda. Toda la cabaña, básicamente una gran sala con una pila y una estufa en la pared derecha, así como un cuarto de baño apartado en una de las esquinas, estaba amueblada de desechos, como hacía todo el mundo en Bon Temps con este tipo de casas. Sin embargo, la mayoría de las cabañas no tenían una moqueta tan densa y suave, ni tantas almohadas tiradas al azar, ni tampoco contaban con persianas tan gruesas en las ventanas. Además, las chucherías esparcidas por la moqueta tenían mal aspecto. Ni siquiera sabía lo que eran algunas.

Pero me adosé una alegre sonrisa a la cara y me fundí en un abrazo con Cleo Hardaway, como solía hacer cada vez que la veía. La única diferencia era que siempre solía vestir más ropa cuando trabajaba en la cafetería del instituto. Unas bragas ya eran más de lo que vestía Mike, que iba en cueros.

Bueno, sabía que no sería agradable, pero está claro que una no puede prepararse para ciertas visiones. Las enormes tetas color chocolate con leche de Cleo relucían con algún tipo de aceite, y las partes de Mike estaban igual de brillantes. Ni siquiera me apetecía pensar en ello.

Mike trató de cogerme de la mano, probablemente para facilitarme el aceite, pero me deslicé lejos de él, en dirección a Huevos y Tara.

—Te aseguro que nunca pensé que vendrías —dijo Tara. Ella también sonreía, pero no estaba muy feliz. En realidad, parecía de lo más infeliz. Quizá el hecho de que Tom Hardaway estuviera arrodillado delante de ella, besuqueándole el interior de la pierna tuviera algo que ver con su ánimo. Quizá fuera el obvio interés de Huevos en Eric. Intenté que nuestras miradas se encontraran, pero me sentía enferma.

Sólo llevaba allí cinco minutos, pero estaba dispuesta a apostar que habían sido los cinco minutos más largos de mi vida.

—¿Hacéis esto a menudo? —le pregunté absurdamente a Tara. Huevos, con la vista clavada en el trasero de Eric mientras éste hablaba con Jan cerca de la nevera, empezó a juguetear con el botón de mis shorts. Había vuelto a beber. Podía olerlo. Tenía los ojos vidriosos y la mandíbula suelta.

—Tu amigo es muy grande —dijo, como si se le hiciera la boca agua, y puede que así fuera.

—Mucho más grande que Lafayette —dije, y su mirada se sacudió para encontrarse con la mía—. Supuse que sería bienvenido.

—Oh, claro —dijo Huevos, decidido a no enfrentarse a mi afirmación—. Sí, Eric es... muy grande. Es bueno que haya diversidad.

—Es lo mejor que se puede encontrar en Bon Temps —dije, tratando de no sonar descarada. Soporté la continuada pugna de Huevos con el botón. Había sido un gran error. Huevos no era capaz de pensar más que en el culo de Eric, o en el resto de su cuerpo.

Hablando del diablo, se colocó detrás de mí y me rodeó con los brazos, apretándome contra él y apartándome de los dedos torpes de Huevos. Me recosté contra Eric, francamente aliviada de que estuviera ahí. Supongo que se debía a que para mí era esperable que Eric se portara mal. Pero, en cambio, ver a tanta gente que conocía de toda la vida comportándose así, bueno, eso me resultaba de lo más asqueroso. No estaba muy segura de poder disimularlo con la expresión de mi cara, así que opté por contonearme contra Eric, y, cuando emitió un sonido de satisfacción, me volví entre sus brazos para encararlo. Le rodeé el cuello con los brazos y alcé la mirada. Accedió encantado a mi silenciosa sugerencia. Con la cara oculta, mi mente era libre de vagar. Me abrí mentalmente para poder «escuchar» libre de defensas mientras Eric me separaba los labios con la lengua. Había algunos «emisores» potentes en la habitación, y dejé de sentirme yo misma para tornarme en una especie de conducto de las abrumadoras necesidades de los demás.

Podía saborear los pensamientos de Huevos. Estaba recordando el delgado y moreno cuerpo de Lafayette, sus dedos habilidosos y sus ojos profusamente maquillados. Rememoraba las sugerencias que le susurraba el cocinero. Y luego ahogaba esos felices recuerdos con otros que no lo eran tanto; Lafayette protestando violentamente, chillando...

—Sookie —me dijo Eric al oído en voz tan baja que dudaba que nadie más en la estancia lo hubiese escuchado—. Sookie, relájate. Te tengo.

Estiré la mano por el cuello de Eric para percatarme de que tenía a alguien por detrás, alguien que jugueteaba con él a su espalda.

La mano de Jan rodeó a Eric y empezó a sobarme el trasero. Dado que me estaba tocando, sus pensamientos se me antojaron diáfanos; era una «emisora» excepcional. Hojeé su mente como las páginas de un libro, pero no leí nada de interés. No dejaba de pensar en la anatomía de Eric, preocupada con su propia fascinación por el pecho de Cleo. Nada que me incumbiese.

Me expandí en otra dirección para colarme en la mente de Mike Spencer. Allí encontré el feo enredo que buscaba; mientras sobaba los pechos de Cleo, Mike no podía dejar de ver otro cuerpo: moreno, flácido y muerto. Él mismo se sonrojaba al recrearlo. A través de esos recuerdos vi a Jan durmiendo en el sofá destartalado, a Lafayette protestando que si no dejaban de hacerle daño, le diría a todo el mundo lo que había hecho y con quién; vi los puños de Mike descendiendo, a Tom Hardaway arrodillándose sobre el delgado pecho moreno...

Tenía que salir de allí. No podía aguantar más, aunque no hubiese averiguado todo lo que necesitaba saber. No imaginaba cómo habría podido soportarlo Portia, sobre todo habida cuenta de que tendría que haberse quedado más tiempo para averiguar cualquier cosa, al carecer de mi «don».

Sentí cómo la mano de Jan me masajeaba el culo. Aquélla era la excusa más triste que había visto en la vida para tener sexo con alguien: sexo separado de mente y espíritu, de amor o afecto. Incluso del simple gusto hacia alguien.

Según mi, cuatro veces casada, amiga Arlene, los hombres no tenían ningún problema con eso. Por lo que se veía, algunas mujeres tampoco.

—Tengo que salir de aquí —le dije a la boca de Eric. Sabía que podía escucharme.

—Acompáñame —repuso, y fue casi como si lo escuchara dentro de mi cabeza.

Me levantó y me posó sobre su hombro. Mi pelo se derramó casi hasta la mitad de su muslo.

—Vamos fuera un momento —le dijo a Jan, y escuché un poderoso azote. El le dio un beso.

—¿Puedo unirme? —preguntó ella con voz jadeante, al más puro estilo Marlene Dietrich. Afortunadamente mi expresión no era visible.

—Danos un momento. Sookie aún se siente un poco cohibida —dijo Eric con una voz tan prometedora como una tina repleta de un nuevo sabor de helado.

—Caliéntala bien —dijo Mike Spencer con voz apagada—. Todos queremos ver a nuestra Sookie bien calentita.

—Volverá muy caliente —prometió Eric.

—Jodidamente caliente —dijo Tom Hardaway, enterrado entre las piernas de Tara.

El bueno de Eric me sacó y me posó sobre el capó del Corvette. Se echó encima de mí, pero la mayoría de su peso lo soportaban sus manos, que estaban apoyadas a ambos lados de mis hombros.

Me miraba hacia abajo, con la cara volteada, como la cubierta de un barco durante una tormenta. Tenía los colmillos fuera y los ojos muy abiertos. El blanco era tan blanco que podía verlos sin dificultad. Estaba demasiado oscuro, no obstante, para ver el azul de su iris, por mucho que quisiera.

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