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Authors: Dustin Thomason

Tags: #Intriga, #Ciencia Ficción, #Policíaco

21/12 (30 page)

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El número de los malditos está creciendo con cada giro del Sol, maldecidos por sus pecados contra sus semejantes. Las calles rebosan de violencia día y noche, cuando hombres pacíficos se vuelven contra otros, incapaces de invocar sus espíritus en el sueño, luchando por los pocos objetos de valor que quedan en los mercados.

Imix Jaguar y su séquito consumieron la carne de hombres durante muchas lunas en la gracia de los dioses, sin ser maldecidos. Pero sea cual sea el dios que los protegía, ya no lo hace. El rey está maldito, sus nobles están malditos, y Akabalam ha asolado nuestro país y destruido todo.

Akabalam ha convertido a los hombres en monstruos, tal como yo había temido. La hora de los sueños es la hora de la reconciliación pacífica con los dioses, la hora de comunicarse con espíritus animales, la hora de entregarnos a los dioses como hacemos en la muerte. Vero los malditos no pueden soñar, no pueden entregarse a los dioses celestiales o estar en contacto con sus wayobs, que los vigilan.

Ésta es la narración de mi viaje final al gran palacio, donde en otro tiempo arbitraban los hombres del consejo. Llegué de noche, con el pájaro sobre mi hombro, porque era demasiado peligroso para un hombre devoto mostrar la cara a la luz del día en las plazas de la ciudad. Tan sólo me sirvió de guía la luz de la luna.

Fui a por el príncipe, Canción de Humo, mi alumno, con la intención de llevármelo del palacio. Que el niño no esté maldito revela la confusión de Imix Jaguar. Al no dar carne humana a su hijo, reveló grietas en su fe.

Pero Canción de Humo no es el único niño que continuará las historias y la leyenda de la ciudad en terrazas. Pluma Ardiente y Mariposa Única esperaban en mi cueva, desde la que hemos planeado retirarnos a los bosques del lago que mi padre buscó en una ocasión. Como todavía no les he dado permiso, las hijas de Auxila no han comido carne humana bajo mi protección. Viviremos de la tierra, donde estaremos a salvo de los que no sueñan y de los que les siguen a la ruina.

No había estado en el palacio ni visto al rey desde hacía veinte soles, y percibí una extraña falsedad en todo cuanto veía, una extraña sospecha de que este estilo de vida en el palacio y en Kanuataba había terminado, de que las apariencias ya no podían mantenerse. No se veían guardias en ningún sitio, y me encaminé hacia los aposentos reales sin que nadie me lo impidiera.

Como el príncipe estaba ausente de su cuarto, fui a los aposentos del rey. El príncipe habría ido a ver a su padre, lo cual me aterrorizó, porque no creía que el rey le dejara salir del palacio.

Fui a la cámara del rey y entré sin vacilar.

Al entrar, vi al príncipe arrodillado al lado de su padre. Supe entonces que Ah Puch se había llevado el espíritu del rey a la vida de ultratumba, para pasar los ciclos del tiempo en compañía de otros reyes, tal como está ordenado. No surgía aliento de sus labios ni latía su corazón. Tal como le había instruido, Canción de Humo no tocaba el cadáver, sólo agitaba las varillas de incienso alrededor del cuerpo.

Canción de Humo levantó la vista con lágrimas en los ojos.

Entonces oí una voz detrás de nosotros:

—Ésta es la cámara del rey, y de él solo, y tu intromisión no será perdonada, miserable escriba.

Me volví hacia el enano, quien se encontraba a diez pasos de distancia. No se había cortado la barba en muchas lunas.

Hablé:

—Has diseminado mentiras en las calles y seducido al pueblo de Kanuataba con tu lengua, pero no volverá a oír estas mentiras. ¡Sabrá que el rey ha muerto!

—No contarás nada de esto, o informaré de que no has tomado a las hijas de Auxila como verdaderas concubinas, que no has copulado con ellas y, por tanto, no puedes reclamar derechos sobre ellas. ¡Las tomaré para mí, y florecerán y engendrarán mis hijos! ¡Los guardias del rey las tomarán por la fuerza!

Golpeé con mi bastón al enano en la corona de su bulbosa cabeza, le golpeé con el extremo adornado con el jade puntiagudo, y su sangre se derramó. Cayó al suelo, gritando y pidiendo la ayuda del príncipe.

Canción de Humo no se movió.

El enano se lanzó sobre mí y rodeó mi pierna con su mandíbula. El dolor atravesó mi cuerpo como fuego. Le arranqué el ojo con la punta de mi cuchillo de jade, y me soltó. Hundí la punta de jade en su estómago con todas mis fuerzas, y su espíritu se extinguió.

Entonces me volví hacia el príncipe.

—Has de dejarme aquí. Has de recoger a Pluma Ardiente y Mariposa Única y abandonar la ciudad.

Cuando el príncipe oyó esto, me habló con nuevo poder:

—Como supremo ahau de la ciudad, te ordeno que vengas con nosotros, Paktul. Te nombraré adivinador del lugar al que vayamos. ¡Te lo ordeno como rey!

Pero sabía que los restos de la guardia real me perseguirían. Estarían ansiosos de derramar mi sangre, y no deseaba poner en peligro la vida de los niños. Dije al príncipe:

—Que me honres nombrándome tu adivinador, Canción de Humo, es suficiente premio para mí, suficiente para entrar en el sagrado mundo de los escribas de los cielos. Pero has de abandonarme aquí y ahora, y que Itzamanaj, sagrado dios, te proteja.

Habló:

—Santo maestro, los renunciantes se acercan, ¡Oigo sus gritos! Como nuevo rey, te ordeno que me sigas.

Dije al príncipe:

—Entonces guíame en la dirección de la familia que he perdido, rey, en la dirección de todos mis antecesores.

Sagrado Itzamanaj, que pueda conducirlos hacia la salvación en lo más oculto de los grandes bosques, donde mis antepasados vivieron y vivirán para siempre. Donde podamos adorar a los verdaderos dioses y dar a luz un pueblo nuevo que conduzca al giro del siguiente gran ciclo. Pluma Ardiente será la esposa de Canción de Humo, y la unión bendecirá un nuevo principio, generará una nueva raza de hombres, un nuevo ciclo de tiempo. Sólo puedo soñar con las generaciones que Canción de Humo engendrará con Pluma Ardiente y su hermana, hombres que gobernarán a su pueblo con decencia. Y el pueblo de Kanuabata continuará viviendo.

17
DE DICIEMBRE DE
2012
28

Chel estaba sola en el vestíbulo del edificio de investigaciones del Getty, contemplando el brillo del sol sobre el óculo de cristal del patio exterior. Durante el solsticio de verano, a mediodía, el sol se alineaba directamente con el óculo, un espejo que reflejaba parte de la arquitectura basada en la astrología de los antiguos. Este era el bastión de la erudición maya, y había logrado convencer al Getty de que valía la pena acogerlo, de que ignorar la civilización más sofisticada del Nuevo Mundo era un crimen histórico.

Resultó que el crimen había sido perpetrado por los propios mayas.

Durante siglos, los conquistadores habían acusado a los indígenas de canibalismo, como prueba de su superioridad moral. Los misioneros explicaban la quema de antiguos textos mayas invocándolo. Los reyes lo utilizaban para reclamar las tierras. Este libelo sangriento no había cesado durante la conquista. Incluso durante la revolución de la infancia de Chel, habían aparecido de nuevo falsas afirmaciones para justificar la explotación de los mayas modernos.

Estaba a punto de entregar a los enemigos de su pueblo la prueba que habían buscado. Los aztecas habían dominado México durante tres siglos en el posclásico, creado arte y arquitectura, y revolucionado las pautas del comercio en toda Mesoamérica. Pero si preguntabas a la mayoría de la gente qué sabía de los aztecas, hablaban sólo del canibalismo y los sacrificios humanos. Ahora dirían lo mismo de los indígenas. Todos los logros de sus antepasados desaparecerían a la sombra de este descubrimiento. No serían otra cosa que un pueblo que adoraba a las mantis religiosas porque comían la cabeza de sus machos. Se convertirían en el pueblo que había sacrificado niños y comido sus restos.

—Ha sucedido durante cientos de miles de años.

Stanton la había seguido hasta el vestíbulo. Se había quedado con ellos en el museo durante las últimas cuarenta y ocho horas, mientras Victor, Rolando y Chel reconstruían la parte final del códice. Ella se sentía agradecida por el detalle. Incluso después de todo lo que habían descubierto, su presencia le resultaba un consuelo.

—Existen pruebas de canibalismo en todas las civilizaciones —dijo Stanton—. En la isla de Papúa Nueva Guinea, en Norteamérica, en el Caribe, Japón, África central, de la época en que todos nuestros antepasados vivían allí. Bolsas de marcadores genéticos en el ADN humano de todo el mundo sugieren que, al principio, todos nuestros antepasados comían cuerpos humanos.

Chel miró hacia el óculo. Las estanterías de la biblioteca se veían abajo, miles de volúmenes raros, dibujos y fotografías de todo el mundo. Cada uno con su propia historia complicada.

—¿Has oído hablar de Atapuerca? —preguntó Stanton.

—¿En España?

—Un yacimiento donde se descubrieron los restos prehumanos más antiguos de Europa. Gran Dolina. Encontraron esqueletos de niños que habían sido devorados. Los antepasados de los conquistadores ya lo hacían mucho antes que los tuyos. Estar lo bastante desesperado para hacer cosas impensables con el fin de alimentar a tu familia es muy humano. Desde el principio de la historia, la gente ha hecho todo lo necesario para sobrevivir.

Media hora después, Stanton estaba sentado con Chel, Rolando y Victor, subidos a los taburetes diseminados por el laboratorio donde habían trabajado sin cesar toda la noche. Intentó asimilar las palabras que el rey había dicho al escriba:

Yo y mis adláteres más cercanos hemos conseguido tanta energía gracias a banquetes de carne, tras haber consumido más de veinte hombres en estos últimos trescientos soles. Ahora, Akabalam me ha comunicado que desea concentrar la energía de diez hombres en cada hombre de nuestra gran nación.

Stanton imaginó la antigua cocina en la que se encontraban. Recordaba de manera siniestra a los mataderos e instalaciones de reciclado que había estado investigando durante una década. La línea que separaba el canibalismo de la enfermedad estaba clara: lo de las vacas locas tuvo lugar porque algunos granjeros alimentaban a sus vacas con sesos de otras vacas. El VFI tuvo lugar porque un rey desesperado alimentó a su pueblo con sesos humanos infectados de priones.

—¿Es posible que hayan sobrevivido tanto tiempo en esa tumba? —preguntó Rolando.

—Los priones pueden sobrevivir milenios —explicó Stanton—. Es posible que estuvieran esperando en esa tumba. Ese lugar era una bomba de relojería.

Que Volcy activó, sin la menor duda. Había entrado en una tumba, removido el polvo, y después se tocó los ojos.

—Paktul sugiere que sólo enfermaron los que comieron carne humana —dijo Victor—. No pensarás que Volcy era caníbal, de modo que ¿cómo se transmitió por el aire el VIF?

—Un prión es proclive a mutar —explicó Stanton—. Nació para cambiar. Después de mil años concentrado en esa tumba, se convirtió en algo diferente, algo incluso más potente.

Buscó otro párrafo en la página.

Imix Jaguar y su séquito consumieron la carne de hombres durante muchas lunas en la gracia de los dioses, sin ser maldecidos. Pero el dios que los protegía ya no lo hace.

Ahora comprendían la génesis de la enfermedad, pero ni siquiera Stanton sabía cómo utilizar esa información. ¿Se hallarían las respuestas en la tumba? Dos días antes, armados con esto, habría intentado convencer al CDC de que autorizara la búsqueda de Kanuataba. Habría llamado a Davies (que ahora volvía a trabajar en el Centro de Priones) y le contaría lo que habían descubierto. Pero el equipo no podía llevar a cabo experimentos utilizando esta información. Stanton pensó en enviar un correo electrónico a Cavanagh, pero incluso aunque ella fuera capaz de superar la ira que sentía contra él, carecían de un lugar exacto al que enviar el equipo. Los guatemaltecos seguirían negando que el VIF provenía de dentro de sus fronteras, de modo que no dejarían entrar así como así a un equipo oficial.

Y según los informativos, el CDC tenía problemas urgentes en casa: la gente estaba escapando de Los Ángeles por tierra, mar y aire, y la cuarentena no aguantaría mucho más tiempo. Descubrir la fuente original no sería la máxima prioridad de Atlanta. Palabras escritas mil años antes no los convencerían.

—Si Paktul y los tres niños fundaron Kiaqix —dijo Rolando—, no comprendo por qué el mito decía el Trío Original. Había cuatro.

—La historia oral no es sacrosanta —dijo Chel—. Hay muchas versiones diferentes, y han sido transmitidas durante muchas generaciones, de modo que no es difícil imaginar que se haya perdido una persona en la traducción.

Stanton estaba escuchando a medias. Algo de los fragmentos que acababa de leer se había grabado en su mente, y volvió a leerlos. En cada párrafo, el rey se mostraba orgulloso de la cantidad de tiempo durante el que sus hombres y él habían comido carne humana, y del poder que les había conferido. Trescientos soles. Durante casi un año, el rey dio de comer al pueblo carne humana, sus hombres y él se dedicaron al canibalismo, y no cabía duda de que habían comido sesos. ¿Por qué no habían enfermado? ¿Los sesos que habían consumido estaban libres por completo de priones?

Stanton lo comentó a los demás.

—Al cabo de un mes de que la carne humana se incorpora al suministro de alimentos del pueblo, todo el mundo, incluidos el rey y sus hombres, enferma.

—¿Qué pasó? —preguntó Ronaldo.

—Algo cambió.

—¿El qué? —preguntó Chel.

—Los ancianos creían que ocurrían cosas malas cuando no se rendía culto a los dioses —explicó Rolando, recordando la afirmación de Paktul de que lo que antes protegía al rey ya no lo hacía—. Muchos indígenas te dirían hoy que la enfermedad fue el resultado de la ira de los dioses.

—Bien, yo te diría que la enfermedad es el resultado de proteínas mutadas —dijo Stanton—. Pero no creo en las coincidencias científicas. El rey y sus hombres debieron comer muchos más sesos durante aquellos dos años que el pueblo llano en un par de semanas, ¿verdad? De pronto, la enfermedad se convirtió en destructiva, y tuvo que existir un motivo.

—Crees que el virus se fortaleció —dijo Chel.

Stanton reflexionó.

—O tal vez los mecanismos de defensa de la gente se debilitaron.

—¿Qué quieres decir?

—Piensa en los pacientes de sida. El virus de la inmunodeficiencia humana debilita el sistema inmunitario y facilita la aparición de la enfermedad.

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