Authors: Fredric Brown
Con una sensación de irrealidad, como si se encontrase en una pesadilla, el Teniente Rod Caquer miró por encima del hombro del médico forense al cuerpo que yacía en la camilla, mientras los sanitarios los rodeaban impacientes.
—Apresúrese, Doctor —dijo uno de ellos—. El cuerpo no aguantará mucho más y necesitaremos cinco minutos para llegar al crematorio.
El Dr. Skidder asintió irritado sin alzar la vista y siguió con su examen.
—No hay ni una señal, Rod —dijo—. Ni rastro de veneno. Ni rastro de nada. Simplemente, se ha muerto.
—¿Podía ser a causa de la caída?
—No hay ni un arañazo de la caída. El único diagnóstico que puedo dar es que le ha fallado el corazón. Bien, muchachos, ya se lo pueden llevar.
—¿Usted también ha terminado, Teniente?
—Sí —dijo Caquer—. Adelante, Skidder, ¿cuál de los dos era Deem?
Los ojos del Doctor siguieron el cuerpo tapado por una sábana blanca que se llevaban los enfermeros, y se encogió de hombros.
—Teniente, ése es su problema —dijo—. Todo lo que puedo hacer es certificar la causa de la muerte.
—Sin embargo, no es lógico —gimió Caquer—. La ciudad del Sector Tres no es tan grande que pueda existir un doble de Deem sin que la gente lo sepa. Pero uno de ellos tenía un doble. En confianza, ¿cuál le pareció que era el original?
El Doctor Skidder sacudió la cabeza sombríamente.
—Willem Deem tenía una verruga de forma rara en la nariz —dijo—. Los dos cadáveres la tenían, Rod. Y ninguna de las dos era artificial. Puedo apostar mi reputación profesional sobre este punto. Pero venga a la oficina conmigo y le diré cuál de los dos era Willem Deem.
—¿Sí? ¿Cómo?
—Tenemos sus huellas dactilares en el Departamento, igual que las de todos nosotros. Y siempre se toman las huellas dactilares a un cadáver en Callisto, ya que el cuerpo tiene que destruirse tan rápidamente.
—¿Ha tomado las huellas de los dos cadáveres? —preguntó Caquer.
—Desde luego. Las tomé antes de que usted llegase, en ambos casos. Tengo las que corresponden a Willem, quiero decir al otro cadáver, en mi despacho. Le diré lo que podemos hacer; vaya a buscar la ficha archivada en el Departamento y nos encontraremos en mi oficina.
Caquer suspiró aliviado mientras asentía. Por lo menos ahora se aclararía una cuestión: a quién pertenecían los cadáveres.
Y permaneció en aquel estado, comparativamente de satisfacción, hasta media hora después en que se reunió con el Dr. Skidder y compararon las tres fichas, la que Rod había retirado del Departamento y las pertenecientes a cada uno de los cuerpos.
Las tres eran idénticas.
—Hum —dijo Caquer—. ¿Está seguro que no se ha equivocado con esas impresiones?
—¿Cómo puedo haberme equivocado? —dijo el Doctor Skidder—. Sólo he tomado un solo juego de cada cuerpo, Rod. Y si ahora las hubiese mezclado mientras las estamos comparando, el resultado sería el mismo. Las tres impresiones son iguales.
—Pero no lo pueden ser.
Skidder se encogió de hombros.
—Creo que tendríamos que poner el caso en manos del Director cuanto antes —dijo Rod—. Lo voy a llamar y arreglaré una entrevista. ¿Conforme?
Media hora más tarde, Caquer explicó toda la historia al Director Barr Maxon, con el Dr. Skidder a su lado confirmando los puntos más importantes. La expresión del rostro del Director Maxon hizo que Rod se sintiera satisfecho, muy satisfecho, de poder contar con la confirmación del Doctor Skidder.
—¿Están de acuerdo, pues —preguntó Maxon— en que este caso debe ser puesto en conocimiento del Coordinador de Sectores y que debe pedirse que envíe un investigador especial, para hacerse cargo del mismo?
Un poco tristemente, Caquer asintió.
—Me duele admitir que soy incompetente, Director, o que parezco serlo —dijo—. Pero éste no es un crimen ordinario. Lo que está sucediendo es superior a mis fuerzas. Y puede haber algo aún más siniestro que un asesinato detrás de todo ello.
—Tiene razón, Teniente. Tomaré las medidas necesarias para que la persona indicada salga hoy mismo del Sector Centro y se ponga en contacto con usted.
—Director —preguntó Caquer—, ¿puede decirme si se ha inventado alguna vez una máquina o proceso que permita reproducir un cuerpo humano, incluyendo la mente o sin ella?
Maxon pareció sorprendido por la pregunta.
—¿Cree que Deem pueda haber estado trabajando en algo que se volvió contra él? Desde luego, que yo sepa nunca se ha llegado a un descubrimiento como ése. Nadie ha podido nunca duplicar, excepto por imitación, ni siquiera un objeto inanimado. ¿Usted no habrá oído hablar de tal cosa, Skidder?
—¡No! —dijo el médico forense—. Ni siquiera su amigo Perry Peters podría hacer una cosa así, Rod.
Desde la oficina del Director Maxon, Caquer se dirigió a la tienda de Deem. Brager estaba allí de guardia y lo ayudó a registrar el lugar minuciosamente. Fue una tarea larga y laboriosa, porque cada libro y cada película tenían que ser examinados completamente.
Los que imprimían libros ilegales, y Rod lo sabía, eran muy listos en disimular sus productos. Generalmente, los libros prohibidos llevaban las cubiertas y el título, a veces hasta los primeros capítulos, de alguna novela popular y los rollos de film estaban disimulados igualmente.
Estaba anocheciendo cuando terminaron, pero Rod Caquer sabía que habían hecho un examen concienzudo. No existía ningún libro prohibido en aquella tienda y todas las películas habían sido pasadas por el proyector.
Otros hombres, a las órdenes de Rod, habían registrado el departamento de Deem con igual cuidado. Llamó allí y recibió su informe, completamente negativo.
—No hay ni un folleto Venusiano —dijo el policía encargado del registro en el departamento, con lo que a Rod le pareció un tono de sentimiento.
—¿Han encontrado un torno, uno pequeño para trabajos de precisión?
—No, no hemos visto nada parecido. Una de las habitaciones ha sido convertida en un taller, pero no hay ningún torno. ¿Es eso importante?
Caquer dijo que no. ¿Qué significaba otro misterio, además pequeño, en un caso como aquél?
—Bien, Teniente —dijo Brager, cuando la pantalla se hubo oscurecido—. ¿Qué hacemos ahora?
Caquer suspiró.
—Usted puede marcharse a casa, Brager —dijo—. Pero primero pase por el Departamento y dígales que envíen un hombre para que se quede de guardia aquí y otro en el departamento. Yo me esperaré hasta que llegue el relevo.
Cuando Brager se hubo marchado, Caquer se dejó caer, cansado, en la silla más cercana. Se sentía físicamente agotado y su cerebro parecía haber dejado de funcionar. Dejó que sus ojos se dirigieran a las ordenadas estanterías y su cuidadoso arreglo le molestó.
Si solamente tuviese una pista, de la clase que fuese... Wilder Williams nunca se había encontrado en un caso como aquél en el que las únicas pistas eran dos cadáveres idénticos, uno de los cuales había sido muerto de cinco maneras diferentes y el otro no tenía ninguna señal de violencia. Aquello no tenía explicación, y ¿por dónde iba él a empezar?
Bien, aún tenía la lista de las personas que quería visitar y aún le quedaba tiempo de ver por lo menos a una de ellas, esta tarde.
¿Debía ir a ver a Perry Peters, para ver qué explicación podía darle de la desaparición del torno? Quizá podría darle alguna idea de lo que había pasado con aquella máquina. Pero, entonces, ¿qué es lo que tendría que ver el torno en aquel caso? Uno no puede fabricar un cadáver en un torno.
Quizá sería mejor que fuese a ver al Dr. Gordon.
Llamó al departamento de los Gordon por el visífono y Jane apareció en la pantalla.
—¿Cómo está tu padre, Jane? —dijo Caquer—. ¿Puedes decirme si podrá hablar conmigo esta noche?
—Oh, sí —dijo la muchacha—. Se siente mucho mejor y quiere regresar a sus clases mañana. Pero ven cuanto antes si es que vas a venir. Rod, pareces enfermo, ¿qué es lo que te pasa?
—Nada, excepto que me siento atontado. Pero creo que estoy normal.
—Estás demacrado. ¿Cuándo comiste por última vez?
Los ojos de Caquer se abrieron.
—¡Dios mío! Se me ha olvidado todo lo que se refiere a la comida. He dormido hasta tarde y ni siquiera he desayunado.
Jane Gordon se rió.
—¡Pobrecillo! Bien, ven pronto y tendré algo preparado cuando llegues.
—Pero...
—Pero nada. No discutas. ¿Cuándo llegarás?
Un minuto después de haber cerrado el visífono, el Teniente Caquer se levantó para contestar a una llamada, que había sonado en la puerta cerrada de la tienda.
La abrió.
—Hola, Reese —dijo—. ¿Le envía Brager?
El policía asintió.
—Me dijo que debía estar aquí, por si acaso. ¿De qué?
—Vigilancia de rutina, eso es todo —explicó Caquer—. Dígame, he estado aquí encerrado toda la tarde. ¿Hay algo de nuevo?
—Un poco de excitación. Hemos estado arrestando agitadores en la calle todo el día. Pocos. Hay una epidemia de ellos.
—¡Caramba! ¿Y qué es lo que quieren?
—Atacar al Sector Dos, por alguna razón que no acaba de ser clara. Están incitando al público a enfurecerse contra el Sector Dos y a eliminarlo. Las razones que dan son completamente absurdas.
Algo se agitó inquieto en la memoria de Rod Caquer, aunque no pudo localizar lo que era. ¿El Sector Dos? ¿Quién le había estado contando cosas del Sector Dos? Algo sobre usura, juego poco limpio, sangre marciana, cosas absurdas. Aunque era cierto que muchas de las gentes que vivían allí tenían sangre marciana...
—¿Cuántos agitadores han sido arrestados?
—Tenemos a siete, dos más se nos escaparon, pero los agarraremos si empiezan otra vez.
El Teniente Caquer fue caminando, pensativo, hacia el departamento de los Gordon, haciendo esfuerzos para recordar dónde había oído, recientemente, propaganda contra el Sector Dos. Tenía que existir alguna razón común para la aparición simultánea de nueve agitadores en público, todos predicando la misma doctrina.
¿Una organización política subversiva? No había existido ninguna parecida durante el último siglo. Bajo un Gobierno perfectamente democrático, pieza esencial de una organización estable de todos los planetas habitados, podía encontrarse algún iluso que no estaba satisfecho, pero Rod no podía imaginarse ningún grupo organizado en aquella situación.
Parecía tan absurdo como el caso de Willem Deem. Aquello tampoco era lógico. Las cosas sucedían sin significado, como en una pesadilla. ¿Pesadilla? ¿Qué era lo que trataba de recordar sobre una pesadilla? ¿No había tenido él una clase rara de sueño la noche pasada? ¿Qué fue?
Pero, como hacen siempre las pesadillas, ésta eludió su mente consciente.
De todos modos, mañana interrogaría, o ayudaría a interrogar, a esos agitadores que estaban arrestados. Pondría detectives a investigar sus historias y costumbres y no le cabía duda que podría encontrar un común denominador en alguna parte, que explicara su repentina actividad.
No podía ser por accidente que todos ellos empezaran en el mismo día. Era absurdo, tan absurdo como los inexplicables cadáveres del propietario de la tienda de libros y films. Quizá porque los dos casos eran absurdos, su mente tendía a unir los dos hechos. Pero juntos, los dos no eran más lógicos que separados. Inclusive tenían menos explicación.
¿Por qué no habría aceptado aquel puesto que le ofrecieron en Ganímedes? Ganímedes era una luna agradable y bien organizada. No había nadie allí capaz de ser asesinado dos veces en días consecutivos. Pero Jane Gordon no vivía en Ganímedes; vivía en el Sector Tres y él se dirigía ahora a verla.
Todo hubiese sido maravilloso, excepto que él se sentía tan cansado que no podía pensar a derechas, y que Jane Gordon insistía en considerarlo como un hermano en vez de como un pretendiente y que probablemente iba a perder su empleo. Sería el hazmerreír de todo Callisto, si el investigador especial enviado del Sector Centro encontraba alguna sencilla explicación para todo lo que estaba pasando, que a él se le había escapado...
Jane Gordon, que le pareció más hermosa de lo que nunca había visto, lo recibió en la puerta. Estaba sonriendo, pero la sonrisa se convirtió en una mirada de preocupación cuando él entró en la habitación brillantemente iluminada.
—¡Rod! —exclamó—. Pareces enfermo, realmente enfermo. ¿Qué es lo que has hecho además de olvidarte de comer?
Rod Caquer consiguió sonreír.
—He estado corriendo en círculos dentro de callejones sin salida, Jane. ¿Puedo usar tu visífono?
—Desde luego. Tengo algo de comida preparada para ti. Pondré la mesa mientras llamas. Papá está durmiendo. Me dijo que lo despertase cuando llegase, pero esperaré hasta que hayas comido.
Mientras ella se dirigía a la cocina, Caquer se dejó caer en la silla situada enfrente del visífono y llamó al Departamento de Policía. La roja cara de Borgesen, Teniente del turno de noche, apareció en la pantalla.
—Hola, Borg —dijo Caquer—. Oye, con respecto a esos siete oradores que has arrestado ¿has hecho que...?
—Son nueve —interrumpió Borgesen—. Tenemos a los otros dos y quisiera que no estuviesen aquí. Nos van a volver locos.
—¿Quieres decir que los otros trataron de hablar en público de nuevo? —preguntó Caquer.
—No. Entraron en el Departamento y se entregaron, y no podemos echarlos a la calle, porque hay una denuncia contra ellos. Pero están confesando a todos los que los quieren oír. ¿Y quieres saber lo que confiesan?
—Me rindo —dijo Rod.
—Que tú los has alquilado, y que les has ofrecido cien créditos a cada uno de ellos.
—¿Cómo?
Borgesen rió, un poco más fuerte de lo necesario.
—Los dos que se entregaron voluntariamente dicen eso y los otros siete. Dios mío, ¿por qué me habré hecho policía? Una vez tuve la oportunidad de estudiar para maquinista de naves interplanetarias y tengo que terminar haciendo esto.
—Mira, quizá lo mejor será que me llegue a la oficina y veamos si son capaces de mantener su acusación en mi cara.
—Probablemente lo harán, pero eso no quiere decir nada, Rod. Dicen que los has alquilado esta tarde y nosotros sabemos que estabas en la tienda de Deem con Brager. Rod, esta luna se ha vuelto loca y yo también. Walter Johnson ha desaparecido. No se le ha visto desde esta mañana.
—¿Cómo? ¿El secretario confidencial del Director? Estás bromeando, Borg —dijo Caquer.