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Authors: Fredric Brown

Amo del espacio (17 page)

BOOK: Amo del espacio
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—Quisiera que fuese una broma. Tendrías que estar contento de no tener que hacer guardia en el Departamento. Maxon nos ha estado dando siete clases distintas de tormento para que encontremos a su secretario. Y tampoco le gusta el asunto de Deem. Parece que nos echa la culpa de que dejemos que asesinen a un hombre dos veces. Dime, ¿cuál de los dos era Deem, Rod? ¿Tienes alguna idea?

Caquer sonrió débilmente.

—Vamos a llamarles Deem y Deem 2 hasta que lo sepamos —sugirió—. Creo que los dos eran Deem.

—¿Pero cómo puede un hombre ser dos?

—¿Cómo puede matarse a un hombre de cinco modos a la vez? —contestó Caquer—. Cuando me contestes eso, te explicaré tu pregunta.

—Estás loco —dijo Borgesen y continuó con una observación algo grotesca—. Creo que hay algo raro en este caso.

Caquer estaba riendo tan fuertemente que había lágrimas en sus ojos, cuando Jane Gordon entró para decirle que la mesa estaba dispuesta. Ella lo miró con asombro, pero había preocupación detrás del asombro.

Caquer la siguió sin protestar y descubrió que estaba hambriento. Cuando hubo comido bastantes alimentos para preparar tres comidas corrientes, volvió a sentirse humano. Su dolor de cabeza aún persistía, pero ya era algo que palpitaba débilmente en la distancia.

El Profesor Gordon estaba esperando en el salón cuando entraron allí procedentes de la cocina.

—Rod, te pareces a algo que haya sido arrastrado por el gato —dijo—. Siéntate antes de que te caigas.

Caquer sonrió.

—Eso es porque he comido demasiado. Jane es una magnífica cocinera.

Se dejó caer en una silla enfrente de Gordon. Jane Gordon se había acomodado en el brazo de la silla de su padre, y los ojos de Caquer se recrearon contemplándola. ¿Cómo era posible que una muchacha con los labios tan suaves y apetecibles como los suyos pudiera insistir en considerar al matrimonio como algo puramente académico? ¿Cómo era posible que...?

—No puedo ver en este momento que ello pueda ser una causa de su muerte, Rod, pero Willem Deem alquilaba libros políticos —dijo Gordon—. No hago ningún daño en decirlo ahora, ya que el pobre hombre está muerto.

Casi las mismas palabras, recordó Caquer, que Perry Peters había usado para decirle la misma cosa.

Caquer asintió.

—Hemos registrado su tienda y su departamento y no hemos encontrado ninguno, Profesor —dijo—. Desde luego, usted no sabrá qué clase...

El Profesor Gordon sonrió.

—Me temo que sí lo sé, Rod. En confianza, y espero que no tendrás ningún dictáfono para registrar nuestra conversación, he leído unos cuantos de esos libros.

—¿Usted? —Había real sorpresa en la voz de Caquer.

—Nunca dejes de tener en cuenta la curiosidad de un profesor, muchacho. Mucho me temo que la lectura de libros en la Lista Gris es un vicio más extendido entre los profesores de Universidad, que entre ninguna otra clase de personas. Oh, ya sé que está mal el hacerlo, pero la lectura de tales libros no puede afectar a una mente serena y juiciosa.

—Y papá ciertamente disfruta de una mente serena y juiciosa, Rod —dijo Jane, ligeramente desafiante—. Sólo que... a mí no me dejaba leerlos.

Caquer sonrió. El uso por el profesor de la palabra «Lista Gris» lo había tranquilizado.

El alquilar libros de la Lista Gris era solamente una falta leve, después de todo.

—¿Nunca has leído libros de la Lista Gris, Rod? —preguntó el profesor.

Caquer sacudió la cabeza.

—Entonces, probablemente, nunca habrás oído hablar del hipnotismo. Algunas de las circunstancias en el caso Deem. Bien, me he preguntado si se habría usado hipnotismo.

—Me temo que ni siquiera sé de qué se trata, Profesor.

El débil anciano suspiró.

—Eso es porque nunca has leído libros ilícitos, Rod —dijo Gordon—. El hipnotismo consiste en el control de una mente por otra y había alcanzado un alto grado de desarrollo antes de que fuese prohibido. ¿No habrás oído hablar de la Orden Kapreliana o de la Rueda de Vargas?

Caquer movió la cabeza.

—La historia de este tema está en los libros de la Lista Gris, en varios de ellos —dijo el profesor—. El método y cómo se construye una Rueda de Vargas, estará en los libros de la Lista Negra, muy arriba en la lista de la ilegalidad. Desde luego no he leído éstos, pero conozco la historia.

»Un hombre llamado Mesmer, allá por el Siglo Dieciocho, fue uno de los primeros que usaron el hipnotismo, si es que no lo descubrió él mismo. Por lo menos, estableció las primeras bases científicas de su práctica. Ya en el Siglo Veinte, se sabía mucho en este campo, y ya era usado profusamente en medicina.

»Cien años más tarde, los médicos trataban casi tantos enfermos con hipnotismo como con drogas y cirugía. Es cierto que hubo algunos casos de abuso, pero fueron relativamente pocos.

»Pero otros cien años trajeron un gran cambio. El hipnotismo había ido demasiado lejos para la seguridad pública. Cualquier criminal o político sin escrúpulos que llegaba a conseguir algunos conocimientos del arte, podía operar con impunidad. Podía engañar al público y conseguir no ser descubierto.

—¿Quiere decir que realmente podía hacer que la gente pensara lo que él quería? —preguntó Caquer.

—No solamente eso, sino que conseguía que hiciesen cuanto él quisiera. Y con el uso de la televisión un sólo hombre podía visible y directamente hablar a millones de personas.

—Pero, ¿no podía el Gobierno haber dictado leyes para regular la práctica de este arte?

El Profesor Gordon sonrió.

—¿Cómo, cuando los legisladores son buenos y tan sujetos a la influencia del hipnotismo como el resto de los mortales? Y luego, para complicar las cosas, casi sin posibilidad de arreglo, llegó la invención de la Rueda de Vargas.

»Ya había sido observado, en tiempos tan lejanos como el Siglo Diecinueve, que una serie de espejos movibles, dispuestos de manera especial, podían someter a cualquiera que los mirase a un estado de sumisión hipnótica. Y la transmisión del pensamiento había ya sido experimentada en el Siglo Veintiuno. Fue en el siglo siguiente cuando Vargas combinó y perfeccionó los dos para construir su Rueda. En realidad, era una especie de casco, con una rueda giratoria de espejos, especialmente construidos, colocada encima.

—¿Y cómo funcionaba? —preguntó Caquer.

—El portador de un casco o Rueda de Vargas tenía de inmediato y automáticamente control sobre cualquiera que le viese directamente en una pantalla de televisión —dijo Gordon—. Los espejos en la pequeña rueda giratoria producían una hipnosis instantánea, mientras que el casco, de alguna manera, llevaba los pensamientos del portador a través de la rueda e implantaba sobre los hipnotizados cualquier pensamiento que deseara transmitir.

»En realidad, el casco, o la Rueda, podían ser ajustadas para producir ciertas ilusiones fijas, sin necesidad de la intervención del operador. O, en cambio, el control podía ser directo, desde su mente.

—¡Caramba! —dijo Caquer—. Una cosa como ésa podría... Ahora comprendo por qué los libros que dan instrucciones para fabricar una Rueda de Vargas están en la Lista Negra. ¡Por los Asteroides! Un hombre con una de esas Ruedas podría...

—Podría conseguirlo casi todo. Inclusive el matar a un hombre y hacer que la causa de la muerte apareciese de cinco modos distintos a otros tantos observadores.

Caquer silbó suavemente.

—Y también tratar de levantar a las turbas con agitadores, aunque no es necesario que sean agitadores, sino ciudadanos completamente temerosos de la Ley.

—¿Agitadores? —preguntó Jane Gordon—. ¿Qué es eso de los agitadores, Rod? No me he enterado de nada.

Pero Rod ya se estaba levantando.

—No tengo tiempo de explicártelo ahora, Jane —dijo—. Te lo diré mañana, pero ahora tengo que dedicarme... Un momento, Profesor, ¿es eso todo lo que sabe respecto a ese asunto de la Rueda de Vargas?

—Todo lo que sé, muchacho. Se me había ocurrido como una posibilidad. Solamente llegaron a construirse cinco o seis, hasta que finalmente el Gobierno consiguió apoderarse de ellas y destruirlas, una a una. Costó millones de vidas el hacerlo.

»Cuando finalmente consiguieron dominar a todos los Poseedores, la colonización de los planetas ya se había iniciado y un Consejo Interplanetario tenía ya control sobre todos los Gobiernos. Decidieron que todo lo que se relacionase con el hipnotismo era peligroso y lo declararon prohibido. Costó unos cuantos siglos eliminar todo conocimiento de este asunto, pero al fin tuvieron éxito. La prueba es que tú nunca has oído hablar de ello.

—¿Y qué hay de los aspectos beneficiosos del hipnotismo —preguntó Jane Gordon—. ¿Se han perdido?

—Desde luego —dijo su padre—. Pero la ciencia de la Medicina había progresado tanto, que no constituye una pérdida demasiado grande. Hoy en día, los médicos pueden curar por medios físicos todo cuanto podía hacerse con el hipnotismo, por medios mentales.

Caquer, que se había detenido en la puerta, se volvió.

—Profesor, ¿es posible que alguien haya alquilado un libro de la Lista Negra a Deem, y haya aprendido estos secretos?

El Profesor Gordon se encogió de hombros.

—Es posible —dijo—. Deem puede haber tenido algunos libros de la Lista Negra, en ocasiones, pero no hubiera tratado de venderlos o alquilármelos a mí. De modo que no me habría enterado.

En el Departamento de Policía, el Teniente Caquer encontró al Teniente Borgesen al borde de un ataque de apoplejía.

Éste miró a Caquer.

—¡Tú! —dijo. Y luego continuó—. El mundo se ha vuelto loco. Escucha, Brager descubrió el cuerpo de Willem Deem, ¿no es así? A las diez de la mañana de ayer. Y se quedó allí de guardia mientras Skidder y tú y los sanitarios estaban allí, ¿no?

—Sí, ¿por qué? —preguntó Caquer.

La expresión de Borgesen mostró cuánto le habían afectado los últimos sucesos.

—Por nada, no pasa nada, excepto que Brager estuvo en el hospital ayer por la mañana, de las nueve hasta después de las once, curándose un tobillo dislocado. No es posible que haya estado en la tienda de Deem a la hora que él dice. Siete doctores, ayudantes y enfermeras juran que estaba en el hospital a aquella hora.

—Hoy cojeaba, cuando me ayudó a registrar la tienda de Deem —dijo—. ¿Qué es lo que dice Brager?

—Dice que estuvo allí, en la tienda de Deem y que descubrió el cuerpo. Nos hemos enterado por casualidad que todo sucedió de otro modo, si es que sucedió de alguna manera. Rod, me voy a volver loco. Pensar que tuve la oportunidad de ser maquinista en un carguero interplanetario y en cambio acepté este maldito empleo. ¿Has podido saber algo de nuevo?

—Puede ser. Pero antes quiero preguntarte algo, Borg. Respecto a esos nueve chiflados que has arrestado, ¿ha tratado alguien de averiguar...?

—Ah, esos —interrumpió Borgesen—. Los he dejado marchar.

Caquer se quedó mirando a la roja faz del Teniente de guardia, como si no pudiera creer lo que veía.

—¿Que los has dejado marchar? —replicó—. Pero no podías hacerlo, legalmente. Había una denuncia contra ellos. Sin ser juzgados, no podías ponerlos en libertad.

—Sin embargo, lo hice y asumo toda la responsabilidad por ello. Mira, Rod, esos hombres tenían razón, ¿no es eso?

—¿Qué?

—Desde luego. Debemos despertar al pueblo sobre todo lo que está ocurriendo en el Sector Dos. Esos malditos de allá necesitan que los pongan en su lugar y nosotros vamos a ser los que lo haremos. Este Sector debe ser el Centro de Callisto. ¿No te parece, Rod, que un Callisto unido podría conquistar a Ganímedes?

—Borg, ¿hubo algo en la televisión esta noche? ¿Alguien pronunció algún discurso que tú hayas escuchado?

—Claro, ¿no lo has oído tú? Nuestro amigo Skidder. Debe haber sido mientras te dirigías hacia aquí, porque todos los receptores se han encendido automáticamente; ha sido una llamada general.

—Y... ¿hubo alguna sugerencia específica, Borg, en ese discurso? ¿Sobre el Sector Dos, y Ganímedes y todo eso?

—Claro está, tenemos reunión general mañana a las diez, por la mañana. En la Plaza. Todos tenemos que ir; te veré allí, ¿no es así?

—Sí —dijo el Teniente Caquer—. Me temo que me verás allí. Tengo que marcharme, Borg.

Rod Caquer sabía ahora lo que estaba pasando. Casi lo último que deseaba hacer era seguir allí escuchando a Borgesen, mientras éste hablaba bajo la influencia de, no podía ser otra cosa, una Rueda de Vargas. Ninguna otra fuerza podía haber hecho que el Teniente Borgesen hubiese hablado como lo acababa de hacer. La idea del profesor Gordon parecía más acertada a cada momento que pasaba. Ninguna otra cosa podía haber conseguido aquellos resultados.

Caquer caminó ciegamente a través de las calles iluminadas por la luz nocturna de Júpiter, pasando por delante del edificio donde estaba su propio departamento. Tampoco quería entrar allí.

Las calles de la Ciudad Sector Tres parecían muy animadas para ser una hora tan avanzada de la noche. ¿Qué hora era? Miró a su reloj y silbó suavemente. La noche ya había pasado. Eran las dos de la madrugada y normalmente las calles habrían estado desiertas.

Pero aquella noche no lo estaban. Las gentes andaban por todas partes, solas o en pequeños grupos que andaban juntos en un silencio extraño. Se oía el ruido de sus pisadas, pero ni siquiera el murmullo de una voz. Ni siquiera...

¡Susurros! Algo en aquellas calles y las gentes que las poblaban, hizo que Rod Caquer recordase ahora su pesadilla de la noche anterior. Sólo que ahora sabía que no había sido un sueño. Ni tampoco había andado dormido, en el sentido ordinario de la palabra.

Se había vestido. Había salido del edificio. Y las luces de la calle habían estado apagadas, lo que significaba que los empleados de la Compañía de Electricidad habían abandonado sus puestos. Ellos, igual que los otros, estuvieron vagando entre el gentío. Escuchando a los susurros de la noche. ¿Y qué era lo que los susurros le habían dicho? Podía recordar parte de ellos...

—Mata, mata, mata. Los odias, los odias.

Un estremecimiento corrió por el espinazo de Caquer cuando se dio cuenta de la importancia del hecho, de que la pesadilla de la noche anterior había sido una realidad. Esto era algo que hacía parecer insignificante la muerte del propietario de una tienda de libros y películas.

Esto era algo que estaba atenazando a una ciudad entera, algo que podía cambiar un mundo, algo que podía conducir a un increíble terror y destrucción en una escala que no había sido conocida desde el Siglo Veinticuatro. Todo aquello que había empezado como un simple caso de asesinato...

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