Read Antes de que los cuelguen Online
Authors: Joe Abercrombie
—¡Por favor! —chilló Harker—. ¡Por favor! ¡No sé nada! —el Inquisidor estaba tan bien amarrado a la silla que apenas si podía mover el cuerpo.
Pero lo suple con sus ojos
. Recorrían a toda velocidad los instrumentos de Glokta, que relucían bajo la cruda luz de las lámparas sobre el tablero rayado de la mesa.
Oh sí, tú entiendes mejor que la mayoría para qué sirve cada uno de ellos. A menudo el conocimiento es el mejor antídoto del miedo. Pero no en este caso. No ahora
—. ¡No sé nada!
—Es a mí a quien le corresponde juzgar lo que sabe —Glokta se limpió unas gotas de sudor que le resbalaban por la cara. La sala era tan calurosa como una forja a pleno rendimiento y los carbones incandescentes del brasero no contribuían precisamente a mejorar las cosas—. Si alguien huele como un mentiroso, y tiene el color de un mentiroso, lo más probable es que sea un mentiroso, ¿no le parece?
—¡Por favor! ¡Los dos estamos en el mismo bando!
¿Ah sí? ¿Seguro?
Le he dicho la verdad.
—Quizás, pero no toda la que yo necesito.
—¡Por favor! ¡Aquí todos somos amigos!
—¿Amigos? Mi experiencia me dice que un amigo no es más que un conocido que todavía no te ha traicionado. ¿Es eso lo que es usted, Harker?
—¡No!
Glokta frunció el ceño.
—¿Debo entender entonces que es nuestro enemigo?
—¿Cómo? ¡No! ¡Yo sólo... yo sólo... sólo quería saber qué había ocurrido! ¡Eso es todo! ¡No pretendía... por favor!
Por favor, por favor, por favor. Ya estoy harto de oírlo
. ¡Tiene que creerme!
—Yo sólo tengo que hacer una cosa: obtener respuestas.
—¡Pregunte lo que quiera, Superior, se lo ruego! ¡Deme la oportunidad de cooperar!
Ah, entiendo, lo de la mano dura ya no parece tan buena idea como antes, ¿verdad?
¡Haga sus preguntas! ¡Haré todo lo que pueda por responderlas!
—Bien —Glokta se sentó en el borde de la mesa, al lado del prisionero aherrojado, y bajó la vista hacia él—. Excelente —las manos y el rostro de Harker tenían un color tostado, pero el resto del cuerpo era pálido como una babosa blanca, salpicada de gruesas matas de pelo oscuro.
Un aspecto escasamente atractivo. Pero susceptible de empeorar
—. Respóndame entonces a esto. ¿Por qué tienen pezones los hombres?
Harker parpadeó. Tragó saliva. Luego alzó la vista y miró a Frost, pero allí no encontró ayuda. El albino, con la piel perlada de sudor en torno a la máscara y los ojos tan duros como un par de joyas rosáceas, le devolvió la mirada sin tan siquiera pestañear.
—No... no estoy muy seguro de entenderle, Superior.
—¿No le parece una pregunta sencilla, Harker? Los pezones de los hombres. ¿Para qué sirven? ¿No se lo ha preguntado nunca?
—Bueno... yo...
Glokta suspiró.
—Se irritan y escuecen con la humedad. Se secan y escuecen con el calor. Algunas mujeres, por razones que nunca he alcanzado a comprender, se empeñan en juguetear con ellos en la cama, como si de semejante toqueteo obtuviéramos algo que no fuera fastidio —los ojos dilatados de Harker siguieron el recorrido del brazo de Glokta, que se alargó hacia la mesa y muy lentamente deslizó una mano por debajo del mango de las tenazas. Cuando las alzó y las examinó, sus afiladas mandíbulas relucieron a la luz de las lámparas—. Para un hombre —dijo en un susurro—, los pezones son un auténtico incordio. ¿Sabe una cosa? Si no fuera porque dejan unas cicatrices muy antiestéticas, a los míos yo no los echaría en absoluto de menos.
Agarró de la punta uno de los pezones de Harker y lo estiró con brusquedad.
—¡Ay! —aulló el antiguo Inquisidor mientras la silla crujía con sus desesperados intentos de soltarse—. ¡No!
—¿Le duele eso? Pues dudo mucho que le vaya a hacer gracia lo que viene ahora —Glokta deslizó las mandíbulas de las tenazas alrededor de la carne tensada y apretó.
—¡Ay! ¡Ay! ¡Por favor! ¡Superior, se lo ruego!
—Sus ruegos no tienen ningún valor para mí. Lo que necesito que me dé son respuestas. ¿Qué fue de Davoust?
—¡Le juro por mi vida que no lo sé!
—No me vale —Glokta se puso a apretar con más fuerza y los bordes de metal comenzaron a morder la piel.
Harker lanzó un grito desesperado.
—¡Espere! ¡Cogí dinero! ¡Lo reconozco! ¡Cogí dinero!
—¿Dinero? —Glokta aflojó un poco la presión, y una gota de sangre se desprendió de las tenazas y cayó en la velluda pierna de Harker—. ¿Qué dinero?
—¡El dinero que Davoust arrebató a los nativos! ¡Después de la revuelta! ¡Me ordenó que capturara en una redada a todos los que me parecieran ricos, y los hizo ahorcar junto a los demás; luego requisamos todas sus pertenencias y nos las repartimos! ¡Guardaba su parte en un baúl que hay en sus aposentos, y, cuando desapareció... lo cogí!
—¿Dónde está ahora el dinero?
—¡Voló! ¡Me lo gasté! ¡En mujeres... en vino, en... en todo tipo de cosas!
Glokta chasqueó la lengua.
—Vaya, vaya.
Codicia y conspiración, injusticia y traición, robo y asesinato. Todos los ingredientes de uno de esos relatos que tanto estimulan al populacho. Truculento, pero escasamente relevante
—acto seguido, agarró con más fuerza las tenazas—. Lo que me interesa es el Superior, no su dinero. Y créame si le digo que estoy empezando a hartarme de hacer preguntas. ¿Qué ha sido de Davoust?
—¡Yo... yo... no lo sé!
Cierto, tal vez. Pero en absoluto la respuesta que necesito.
—No me vale —Glokta apretó la mano y las mandíbulas metálicas mordieron la carne y se juntaron en el medio con un suave clic. Harker aulló, se revolvió y rugió de dolor mientras la sangre brotaba a borbotones del cuadrado de carne rojo que había dejado su pezón y comenzaba a resbalar por su pálido vientre formando unos churretes oscuros. Glokta contrajo el semblante al sentir una punzada en el cuello y estiró la cabeza hasta que oyó un chasquido.
Es extraño, pero con el tiempo hasta el más espantoso sufrimiento de los demás puede acabar resultando... tedioso
.
—¡Practicante Frost, el Inquisidor está sangrando! ¡Quiere hacer el favor!
—Lo ziento —el hierro al rojo vivo chirrió al sacarlo Frost del brasero. El calor que desprendía era tan intenso que hasta Glokta podía sentirlo desde el sitio en que estaba sentado.
Ah, el hierro candente. No guarda secretos, no cuenta mentiras
.
—¡No! ¡No! Por... —al hundir Frost el hierro de marcar en la herida, las palabras de Harker se deshicieron en un alarido burbujeante mientras por la sala se expandía poco a poco el aroma salado de la carne quemada. Un aroma que, para gran repulsión de Glokta, hizo que le sonaran las tripas,
¿Hace cuánto que no me tomo un buen trozo de carne?
Se limpió con la mano que tenía libre una película de sudor que se le acababa de formar en la cara y se acomodó los hombros bajo la toga.
Feo asunto, este que nos ocupa. ¿Por qué lo hago entonces?
La única respuesta que obtuvo fue el leve crujido que se produjo al volver a depositar Frost el hierro entre las brasas, una maniobra que lanzó al aire una llovizna de chispas anaranjadas. Entretanto, Harker, con los ojos llorosos y desorbitados, se retorcía, gimoteaba y daba sacudidas mientras un hilillo de humo ascendía desde la carne renegrida de su pecho.
Feo asunto, desde luego. Se lo tiene bien merecido, qué duda cabe, pero eso no cambia nada. Seguramente no tiene ni idea de lo que le pasó a Davoust, pero eso tampoco cambia nada. Las preguntas están para hacerse, y del mismo modo en que se harían si realmente supiera las respuestas
.
—¿Por qué se empeña en desafiarme, Harker? ¿No será... que cree... que una vez que haya acabado con sus pezones me quedaré sin ideas? ¿Es eso lo que está pensando? ¿Que me detendré en sus pezones?
Harker le miraba fijamente mientras en sus labios estallaban pequeñas burbujas de saliva. Glokta se inclinó sobre él.
—Oh, no, no, no. Esto es sólo el principio. En realidad, esto es lo que viene antes del principio. El tiempo se abre ante nosotros con inmisericorde abundancia. Días, semanas, incluso meses, si fuera necesario. ¿Realmente se cree capaz de guardar sus secretos durante tanto tiempo? Ahora me pertenece. A mí y a esta sala. Esto no se va a interrumpir hasta que yo no sepa todo lo que necesito saber —alargó una mano y agarró con el pulgar y el índice el otro pezón de Harker. Luego cogió de nuevo las tenazas y abrió sus mandíbulas ensangrentadas—. ¿Tanto le cuesta entenderlo?
El comedor de la Maestre Eider era todo un lujo para la vista. Innumerables telas de tonos plateados y carmesíes, dorados y púrpuras, verdes, azules y de un intenso amarillo se ondulaban mecidas por la leve brisa que entraba por las estrechas ventanas. Paneles de mármol afiligranado decoraban las paredes, grandes vasijas, tan altas como un hombre, se erguían en los rincones. Montones de almohadones impolutos yacían esparcidos por el suelo, como invitando a los visitantes a tenderse en mullido abandono. Velas de colores ardían en altos tarros de cristal, proyectando una luz cálida por todos los rincones e impregnando la atmósfera con un dulce aroma. En un extremo del vestíbulo de mármol, un surtidor vertía agua cristalina en un estanque en forma de estrella. Todo en aquel lugar tenía un acusado toque teatral.
Como el tocador de una reina sacada de una leyenda kantic
.
Pero el elemento central de todo aquel decorado era la propia Maestre Eider, máxima autoridad del Gremio de los Especieros.
La mismísima Reina de los mercaderes
. Estaba sentaba en la cabecera de la mesa, ataviada con una túnica de un blanco inmaculado, un reverberante tejido de seda con un sutil y fascinante atisbo de transparencia. Una fortuna en joyas relucía en cada centímetro de su piel bronceada y unas peinetas de marfil recogían en alto su cabello, dejando sueltos unos cuantos rizos que colgaban enmarcando su rostro. Daba toda la sensación de haberse pasado el día entero arreglándose.
Y sin desaprovechar ni un solo instante
.
Al otro extremo de la mesa, encorvado en su silla con un humeante cuenco de sopa delante de él, Glokta se sentía como alguien que se hubiera colado en las páginas de un libro de leyendas.
Una tórrida historia de amor ambientada en el exótico Sur, con la Maestre Eider en el papel de heroína y yo mismo en el del repulsivo villano tullido de corazón negro. Me pregunto cómo acabará esta fábula
.
—Bien, Maestre, ¿a qué debo este honor?
—Tengo entendido que ha estado usted hablando con los demás miembros del consejo. La verdad, estaba sorprendida, e incluso un poco molesta, de que aún no me hubiera solicitado una audiencia.
—Le pido que me disculpe si la he hecho sentirse excluida. Me pareció adecuado dejar al miembro más poderoso para el final.
La mujer alzó la vista con un aire de inocencia ofendida.
Magistralmente interpretado
.
—¿El más poderoso? ¿Yo? Vurms controla el presupuesto y dicta los decretos. Vissbruck ejerce el mando sobre las tropas y las defensas. Y Kahdia habla en nombre de la gran mayoría de la población. Yo apenas cuento.
—Por favor —una sonrisa desdentada rasgó los labios de Glokta—. Está usted radiante, desde luego, pero no tanto como para cegarme. El presupuesto de Vurms es una miseria en comparación con las ganancias que obtienen los Especieros. La gente de Kahdia ha quedado reducida a la impotencia. Y a través de su ebrio amigo Cosca tiene a su mando más del doble de tropas que Vissbruck. La única razón por la que la Unión sigue interesada en este peñón desértico es el comercio que controla su gremio.
—Bueno, no me gusta alardear —la Maestre hizo un torpe intento de encogerse de hombros—. En fin, supongo que tengo una ligera influencia en la ciudad. Ya veo que ha estado haciendo preguntas.
—Es a eso a lo que me dedico —Glokta se llevó la cuchara a la boca e hizo un esfuerzo por no pegar un sorbo entre los pocos dientes que le quedaban—. Por cierto, la sopa está deliciosa.
Sólo espero que no sea letal
.
—Pensé que sabría apreciarla. Verá, yo también he estado haciendo preguntas.
El agua borboteaba cantarina en el estanque, las telas de las paredes emitían un leve rumor, la cubertería de plata tintineaba al entrar en contacto con la exquisita cerámica de los cuencos.
Yo diría que el primer asalto ha acabado en empate
. Fue Carlot dan Eider quien rompió el silencio.
—Como es natural, soy consciente de que está desempeñando una misión que le ha sido encomendada personalmente por el Archilector. Una misión de la máxima trascendencia. Y también me doy cuenta de que no es usted un hombre que se muerda la lengua, aunque quizás haría bien en andarse con un poco más de cuidado.
—Reconozco que mi forma de andar resulta un poco torpe. Secuelas de una herida de guerra, agravada por dos años de torturas. Es un auténtico milagro que haya conservado la pierna.
La mujer sonrió de oreja a oreja, mostrando dos hileras de dientes perfectos.
—Yo, personalmente, le encuentro muy refrescante, pero a mis colegas les ha resultado usted bastante menos entretenido. Vurms y Vissbruck le han tomado a usted una profunda inquina. Prepotente. Si no recuerdo mal, ésa fue la palabra que emplearon para definirle, al margen de varias otras que será mejor no repetir.
Glokta se encogió de hombros.
—No he venido aquí para hacer amigos —y, acto seguido, vació su copa de vino, cuyo contenido, como cabía prever, era excelente.
—Pero tener amigos puede resultarle útil. Aunque sólo sea porque un amigo significa un enemigo menos. Davoust parecía empeñado en enemistarse con todo el mundo, y ya ve cuál fue el resultado.
—Davoust no contaba con el respaldo del Consejo Cerrado.
—Cierto. Pero ningún documento es capaz de detener una puñalada.
—¿Es eso una amenaza?
Carlot dan Eider se rió. Era una risa franca, espontánea, amistosa. Costaba trabajo creer que alguien capaz de reírse así pudiera ser un traidor, o una amenaza, o cualquier otra cosa que no fuera una anfitriona encantadora.
Y, sin embargo, no las tengo todas conmigo
.
—Se trata de un consejo. Un consejo fruto de la amarga experiencia. Preferiría que usted no desapareciera, al menos de momento.
—¿De veras? No tenía ni idea de que fuera un invitado tan subyugador.
—Es usted seco, agresivo, un tanto amedrentador incluso y, encima, impone severas restricciones al menú, pero el hecho es que me resulta mucho más útil tenerle a usted aquí que... —hizo un gesto vago con la mano— ...allí donde quiera que esté Davoust. ¿Un poco más de vino?