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Authors: Joe Abercrombie

Antes de que los cuelguen (69 page)

BOOK: Antes de que los cuelguen
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Pielargo asintió con la cabeza.

—Desde luego, incluyendo entre otras cosas el cruce de una imponente cordillera.

—Fabuloso —terció Logen—. Me muero de ganas de empezar.

—Yo también. Pero, por desgracia, no todos los caballos han sobrevivido —el Navegante alzó las cejas—. Tenemos dos para tirar del carro y dos más para montar... en otras palabras, que nos faltan otros dos.

—Da igual, de todas formas yo no trago a esos bichos —Logen se dirigió al carro dando zancadas y se montó por el lado contrario al de Bayaz.

Se produjo un largo silencio mientras todos consideraban la situación. Dos caballos, tres jinetes. El asunto tenía mala solución. Pielargo fue el primero en romper el silencio.

—Como es natural, a medida que nos acerquemos a las montañas, yo tendré que ir por delante para explorar. Explorar, ay, es una parte esencial de cualquier viaje. Un parte para la que, por desgracia, necesitaré una de las monturas...

—Creo que sería conveniente que yo fuera a caballo —murmuró Jezal haciendo un gesto de dolor—, con esta pierna...

Ferro miró al carro, y Jezal advirtió que durante un fugaz y hostil momento su mirada y la de Logen se cruzaban.

—Yo iré a pie —dijo Ferro.

El regreso del héroe

Estaba lloviendo cuando el Superior Glokta regresó con paso renqueante a Adua. Una lluvia fina, molesta y desagradable que arreciaba impulsada por la fuerte brisa marina y hacía que la traicionera pasarela, los chirriantes maderos del embarcadero y las lisas piedras de los muelles resultaran tan escurridizos como un mentiroso. Se chupó sus encías irritadas, se frotó sus muslos entumecidos e inspeccionó con una mueca de disgusto el panorama gris de la orilla. A unos diez pasos, había una pareja de guardias de aspecto hosco apoyados contra los muros de un almacén destartalado. Un poco más allá, un grupo de estibadores discutía acaloradamente por un montón de embalajes. Un mendigo tembloroso que se encontraba cerca avanzó un par de pasos en dirección a Glokta y luego se lo pensó mejor y se escabulló.

¿Dónde están las enfervorizadas multitudes de plebeyos? ¿Dónde están las alfombras de pétalos de flores? ¿Dónde están los arcos de espadas desenvainadas? ¿Dónde están los corros de doncellas arrobadas?
No es que le sorprendiera demasiado. Tampoco los hubo la otra vez que regresó del Sur.
Las muchedumbres no suelen vitorear con demasiado entusiasmo a los derrotados, por muy duro que hayan luchado, por muy grandes que hayan sido sus sacrificios o las adversidades a las que hayan tenido que hacer frente. Una victoria sencilla e insignificante puede hacer que se arroben las doncellas, pero un «hice lo que pude» ni siquiera consigue provocarles un leve sonrojo. Ni al Archilector, me temo
.

Una ola particularmente violenta rompió contra el espigón y roció la espalda de Glokta con ferocidad. Con sus manos goteando agua helada, se bamboleó hacia delante, dio un traspié que casi da con sus huesos en tierra y, luego, jadeando y tambaleándose, avanzó unos pasos por el muelle y se agarró al pegajoso muro de un desvencijado cobertizo que había al otro lado. Al alzar la vista, advirtió que los dos guardias le miraban.

—¿Pasa algo? —les gruñó; los guardias le dieron la espalda, mascullaron unas palabras y se subieron los cuellos de sus guerreras para protegerse del frío. Glokta se arrebujó en su gabán y sintió el golpear de los faldones contra sus piernas mojadas.
Te pasas unos pocos meses al sol y ya te crees que nunca volverás a tener frío. Qué pronto se olvidan las cosas
. Recorrió con mirada ceñuda el embarcadero.
Qué pronto se nos olvida todo
.

—De nuevo en caza —Frost parecía muy satisfecho mientras descendía por la pasarela con el baúl de Glokta bajo el brazo.

—No te gusta mucho el calor, ¿eh?

El Practicante, con el pelo mojado en punta, sacudió su pesada cabeza mientras esbozaba una media sonrisa bajo la llovizna invernal. Severard venía detrás, mirando con los ojos entornados las nubes grises. Al llegar al extremo de la pasarela, se detuvo un instante y luego plantó los pies en las piedras del muelle.

—Me alegro de estar de vuelta —dijo.

Ojalá pudiera compartir vuestro entusiasmo, pero yo no puedo relajarme aún.

—Su Eminencia me ha mandado llamar, y, considerando cómo han quedado las cosas en Dagoska, es bastante probable que el resultado de la reunión no sea... del todo satisfactorio.
Menudo eufemismo
. Tal vez sea mejor que no os dejéis ver durante unos cuantos días.

—¿Que no nos dejemos ver? Pienso pasarme encerrado en un burdel una semana entera.

—Sabia decisión. Otra cosa, Severard. Por si acaso no nos volvemos a ver, buena suerte.

Los ojos del Practicante chispearon.

—Lo mismo le digo —Glokta lo miró mientras se alejaba paseando tranquilamente bajo la lluvia en dirección a los barrios más sórdidos de la ciudad.
Un día como otro cualquiera en la vida del Practicante Severard. Nunca piensa con más de una hora de antelación. Qué don
.

—Maldito sea su infame país y su clima de mierda —rezongó Vitari con su acento cantarín—.Tengo que ir a hablar con Sult.

—¡No me diga, yo también! —exclamó Glokta con júbilo impostado—. ¡Qué feliz coincidencia! —y, doblando el codo, se lo ofreció—. ¡Podemos hacer pareja e ir a visitar juntos a su Eminencia!

Vitari le miró fijamente.

—Muy bien.

Pero los dos aún tendréis que esperar una hora para obtener mi cabeza.

—Sólo que antes tengo que hacer una visita.

La punta de su bastón produjo un chasquido al golpear contra la puerta. No hubo respuesta.
Maldita sea
. La espalda le estaba martirizando y necesitaba sentarse cuanto antes. Descargó otro golpe, esta vez con más fuerza. Los goznes chirriaron y la puerta se abrió una rendija.
No estaba cerrada
. Frunció el ceño y la abrió del todo. El marco de la puerta estaba partido por dentro y el cerrojo reventado.
Forzada
. Cruzó el umbral renqueando y accedió al vestíbulo. Vacío y helado. No había ni un solo mueble.
Como si se hubiese mudado. Pero, ¿por qué?
El párpado de Glokta palpitó. Durante toda su estancia en el Sur apenas si había pensado en Ardee una sola vez.
Asuntos más apremiantes reclamaban mi atención. El único amigo que tengo me pide que haga una cosa y yo... Como le haya pasado algo...

Glokta señaló las escaleras y Vitari asintió con la cabeza, se agachó para sacarse un cuchillo de la bota y comenzó a subirlas sigilosamente. Luego señaló el fondo del vestíbulo, y Frost se internó en silencio en la casa pegándose a las sombras de la pared. La puerta del salón estaba entornada; Glokta se acercó a ella arrastrando los pies y la empujó.

Ardee estaba sentada junto a la ventana dándole la espalda: el vestido blanco, los cabellos oscuros, justo como él la recordaba. Vio que su cabeza se movía levemente al crujir los goznes.
Viva, pues
. Pero la salita había sufrido una extraña transformación. Aparte de la silla en la que estaba sentada, se encontraba completamente vacía. Paredes encaladas desnudas, paneles de madera desnudos, ventanas sin cortinas.

—¡Maldita sea, no queda nada! —gritó ella con voz quebrada y gutural.

Salta a la vista
. Glokta frunció el ceño y entró en la sala.

—¡He dicho que no queda nada! —sin dejar de darle la espalda, Ardee se levantó—. ¿O es que se lo han pensado mejor y han decidido llevarse también la silla? —se dio la vuelta, agarrando el respaldo, alzó la silla y se la arrojó lanzando un chillido. Se estrelló contra el tramo de pared que había junto a la puerta, llenando el aire de fragmentos de madera y escayola. Una de las patas pasó silbando junto a la cara de Glokta y luego se chocó con estrépito contra un rincón; el resto cayó al suelo formando un amasijo de polvo y palos astillados.

—Muy amable —murmuró Glokta—, pero prefiero quedarme de pie.

—¡Usted! —a través de su cabello enmarañado vislumbró sus ojos dilatados en un gesto de asombro. En su rostro se apreciaba una palidez y una demacración que no recordaba de antes. El vestido que llevaba puesto estaba arrugado y resultaba demasiado ligero para el frío que hacía en la salita. Ardee trató de alisarlo con manos temblorosas e hizo un intento infructuoso de arreglarse el cabello. Luego soltó una carcajada—. Me temo que no estoy preparada para recibir visitas.

Glokta oyó los pasos apresurados de Frost acercándose por el vestíbulo y, un instante después, su imponente figura aparecía en el umbral con los puños apretados. Le hizo una seña al albino con un dedo.

—No pasa nada. Espera fuera —el Practicante se perdió entre las sombras y Glokta avanzó renqueando por los crujientes tablones del suelo y entró en la salita vacía—. ¿Qué ha ocurrido aquí?

La boca de Ardee hizo una mueca.

—Al parecer mi padre no era tan próspero como todo el mundo suponía. Tenía deudas. Poco después de que mi hermano partiera para Angland, vinieron a cobrárselas.

—¿Quiénes?

—Un tal Fallow. Se llevó todo el dinero que tenía, pero no era suficiente. Así que arramblaron también con la vajilla y las joyas de mi madre. Me dieron seis semanas para conseguir lo que faltaba. Despedí a la doncella. Vendí todo lo que pude, pero seguían queriendo más. Hace tres días se lo llevaron todo. Fallow dijo que debería darle las gracias por haber dejado que me quedara con el vestido que llevaba puesto.

—Ya.

Ardee respiró con el aliento entrecortado.

—Desde entonces he estado sentada aquí pensando qué puede hacer una joven sin amigos para conseguir dinero —luego le miró fijamente—. Sólo se me ha ocurrido una manera. Me parece que si hubiera tenido valor, ya lo habría hecho.

Glokta se chupó las encías.

—Es una suerte para los dos que sea cobarde —encogiéndose, se sacó el gabán de un hombro y luego tuvo que retorcerse y sacudirse para sacar el brazo. Cuando por fin lo consiguió, hubo de pasarse el bastón a la otra mano para poder quitárselo del todo.
Maldita sea, ni siquiera soy capaz de hacer un gesto galante con un mínimo de elegancia
. Finalmente se la tendió, tambaleándose levemente sobre su pierna atrofiada.

—¿Está seguro de que no lo necesita más que yo?

—Quédeselo. Al menos así no tendré que hacer malabarismos para volver a ponérmelo.

El comentario arrancó a Ardee una leve sonrisa.

—Gracias —dijo, mientras se lo echaba sobre los hombros—. Intenté buscarle, pero... no sabía dónde encontrarle.

—Lo lamento de veras, pero el caso es que ahora estoy aquí. Ya no tiene que preocuparse de nada. Esta noche se vendrá conmigo. Mis aposentos no son muy espaciosos, pero ya nos las arreglaremos.
A fin de cuentas, habrá sitio de sobra cuando esté flotando boca abajo en los muelles
.

—¿Y luego qué?

—Luego volverá aquí. Mañana mismo esta casa volverá a estar igual que antes.

Ardee le miró fijamente.

—¿Cómo?

—Oh, déjelo en mis manos. Lo primero es conseguir que entre un poco en calor.
El Superior Glokta, el amigo de los que no tienen amigos
.

Los ojos de Ardee se cerraron mientras él hablaba y la oyó respirar aceleradamente por la nariz. Se balanceaba un poco, como si apenas tuviera fuerzas para mantenerse de pie.
Es curioso, mientras duran nuestras penalidades, podemos soportarlas. Pero en cuanto pasa la crisis, las fuerzas nos abandonan
. Glokta alargó una mano para sostenerla y casi llegó a tocarle en el hombro, pero, de pronto, Ardee parpadeó, abrió los ojos y se irguió, y él retiró la mano.

El Superior Glokta al rescate de jovencitas en apuros
. La guió al vestíbulo y luego a la puerta forzada. Si me disculpa, tengo que hablar un momento con mis Practicantes.

—Por supuesto —Ardee alzó la vista y le miró; sus grandes ojos oscuros seguían ribeteados con el rojo de la angustia—. Y gracias. Diga lo que diga la gente, es usted un buen hombre.

Glokta tuvo que reprimir un súbito impulso de soltar una risotada.
¿Un buen hombre? Dudo mucho que Salem Rews opinara lo mismo. O Gofred Hornlach, o el Maestre Kault, o Korsten dan Vurms, o el general Vissbruck, o el embajador Islik, o el inquisidor Harker, o cualquiera de los otros cientos de hombres que hay repartidos por las colonias penales de Angland o que aguardan acurrucados en Dagoska a que les llegue la muerte. Y, no obstante, Ardee West piensa que soy un buen hombre
. Una sensación extraña y no del todo desagradable.
Casi como volver a sentirse humano. Qué pena que llegue tan tarde
.

Hizo una seña a Frost mientras Ardee salía arrastrando los pies envuelta en su gabán negro. Tengo una misión para ti, viejo amigo. Una última misión, Glokta descargó una mano sobre el robusto hombro del albino y se lo apretó.

—¿Conoces a un prestamista llamado Fallow?

Frost asintió moviendo lentamente la cabeza.

—Encuéntralo y dale una lección. Luego tráelo aquí y hazle entender a quién ha ofendido. Todo ha de quedar mejor de lo que estaba antes, díselo así. Dale un día de plazo. Un día, luego vuelves a cogerlo, esté donde esté, y te pones a cortar. ¿Entendido? Hazme ese último favor.

Frost volvió a asentir y sus ojos rosáceos chispearon en la penumbra del vestíbulo.

—Sult nos espera —murmuró Vitari, asomándose desde las escaleras con los brazos cruzados y las manos enguantadas colgando flácidas sobre la barandilla.

—Por supuesto —Glokta hizo una mueca de dolor y se encaminó renqueando hacia la puerta.
Y no queremos hacer esperar a su Eminencia
.

Golpe, toque y dolor, ése era el ritmo del andar de Glokta. El golpe firme de su talón derecho, el toque de su bastón en las resonantes losas del vestíbulo, luego el largo arrastrar de su pie izquierdo, acompañado como siempre de una punzada en la rodilla, el trasero y la espalda. Golpe, toque y dolor.

Había ido andando de los muelles a casa de Ardee, desde allí al Agriont, luego al Pabellón de los Interrogatorios y finalmente había subido todo el camino hasta llegar adonde se encontraba ahora.
Cojeando. Yo solo. Sin ayuda
. Pero ahora cada nuevo paso era un auténtico martirio. Con cada movimiento su rostro hacía una mueca de dolor. Gruñía, sudaba, maldecía.
Pero que me aspen si bajo la marcha
.

—No le gusta ponerse las cosas fáciles, ¿eh? —masculló Vitari.

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