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Authors: Joe Abercrombie

Antes de que los cuelguen (81 page)

BOOK: Antes de que los cuelguen
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—Oh, estupendo. Si le he mandado llamar ha sido precisamente por ese tipo de intuiciones brillantes. En efecto, el Príncipe Raynault ha sido asesinado. Una tragedia. Una atrocidad. Un crimen abominable que atenta contra el corazón mismo de nuestra nación, y contra todas y cada una de sus gentes. Pero eso no es lo peor de todo —el Archilector respiró hondo—. El Rey no tiene hermanos, Glokta, ¿comprende? Y ahora ya no tiene herederos. Cuando el Rey muera, ¿de dónde cree que saldrá nuestro próximo e ilustre soberano?

Glokta tragó saliva.
Ya entiendo. Vaya un engorro más fenomenal
.

—Del Consejo Abierto.

—Una elección —dijo Sult con desdén—. El Consejo Abierto eligiendo a nuestro próximo monarca, ¿se lo imagina? Unos pocos centenares de tarados que sólo buscan su propio interés y de los que ni siquiera se puede esperar que sean capaces de elegir su propio almuerzo sin contar con una orientación adecuada.

Glokta volvió a tragar saliva.
Si no fuera porque mi cuello haría compañía al suyo en el tajo, ahora estaría disfrutando del desasosiego de su Eminencia
.

—No gozamos de excesivas simpatías en el Consejo Abierto.

—Prácticamente no hay nadie a quien denigren tanto como a nosotros. No nos perdonan nuestra actuación en contra de los Sederos, de los Especieros, del Lord Gobernador Vurms, y muchas otras cosas más. No hay ni un solo noble que confíe en nosotros.

Entonces, si el Rey muere...

—¿Cómo anda de salud el Rey?

—No muy bien —Sult miró con gesto ceñudo los restos ensangrentados—. Este hecho puede desbaratar de un solo golpe todo nuestro trabajo. A no ser que consigamos granjearnos algunas simpatías entre el Consejo Abierto mientras el Rey siga vivo. A no ser que consigamos congraciarnos con un número suficiente de sus miembros para poder elegir al sucesor o, al menos, para poder influir en la elección —mientras miraba fijamente a Glokta, sus ojos azules echaban chispas iluminados por las velas—. Si queremos salimos con la nuestra, tendremos que comprar votos, chantajear, engatusar, amenazar. Y puede estar seguro de que, en este preciso instante, esos tres cabrones de ahí fuera están pensando lo mismo. ¿Qué debo hacer para conservar el poder? ¿Con cuál candidato debo alinearme? ¿Qué votos puedo controlar? Cuando llegue el momento de hacer pública la noticia del asesinato, tenemos que estar en condiciones de asegurar al Consejo Abierto que el asesino ya está en nuestras manos. A continuación habrá que hacer justicia de forma expeditiva, inmediata y ostensible. Si la elección no sale como queremos, a saber lo que será de nosotros. ¿Se imagina a Brock en el trono, o a Isher, o a Heugen? —Sult se estremeció horrorizado—. Perderemos nuestros empleos, eso, con suerte. Que si no...
Hallados varios cuerpos flotando junto a los muelles..
Por eso es imprescindible que encuentre al asesino del Príncipe. Ya.

Glokta bajó la vista y volvió a mirar el cuerpo.
O lo que queda de él
. Luego se puso a hurgar en la herida abierta del brazo de Raynault con la punta de su bastón.
Ya hemos visto antes este tipo de heridas, sin ir más lejos, en el cadáver aquel que apareció en el parque hace varios meses. Fue un Devorador quien hizo esto o, al menos, eso es lo que se pretende que pensemos
. La ventana chocó suavemente contra el marco, impulsada por un súbito golpe de aire,
¿Un Devorador que escala hasta una ventana? No es propio de un agente del Profeta dejar unas pistas tan claras, ¿Por qué no han hecho desaparecer el cadáver como ocurrió en el caso de Davoust? ¿Es que quieren hacernos creer que de pronto se le quitó el apetito?

—¿Ha hablado con el guardia?

Sult sacudió una mano con gesto desdeñoso.

—Dice que se pasó toda la noche en la puerta, como de costumbre. Oyó un ruido, entró en la habitación y se encontró al Príncipe tal y como le ve usted ahora, sangrando y con la ventana abierta. De inmediato mandó llamar a Hoff. Hoff me mandó llamar a mí y yo le mandé llamar a usted.

—De todos modos, creo que sería conveniente someter al guardia a un interrogatorio más... exhaustivo —Glokta se fijó de pronto en la mano enroscada de Raynault. Tenía algo agarrado. Apoyándose en el bastón, que tembló al tener que sostener todo el peso de su cuerpo, se agachó dolorosamente y lo cogió con dos dedos. Un trozo de tela, blanca en apariencia, aunque profusamente manchada de sangre. Lo alisó y lo alzó para mirarlo. Un hilo dorado brillaba tenuemente bajó el parpadeo de las velas.
No es la primera vez que veo un tejido así
.

—¿Qué es eso? —preguntó Sult—. ¿Ha encontrado algo?

Glokta permaneció en silencio.
Puede ser, pero ha sido muy fácil. Demasiado fácil, quizás
.

Glokta le hizo una seña a Frost con la cabeza y el albino alargó un brazo y tiró de la bolsa que cubría la cabeza del enviado del Emperador. Tulkis parpadeó bajo la cruda luz, respiró hondo y escrutó con los ojos entornados la sala. Una sucia caja blanca excesivamente iluminada. Captó la presencia de Frost, cuya figura se cernía junto a sus hombros. Luego la de Glokta, sentado enfrente. Y, a continuación, las sillas desvencijadas, la mesa manchada y el estuche pulido que había encima. Lo que no pareció advertir fue la presencia de un pequeño agujero negro que había detrás de la cabeza de Glokta, en el rincón que tenía justo enfrente. Ni tenía que advertirlo. Era el agujero a través del cual el Archilector observaba el desarrollo de la sesión.
El agujero por el que escucha todo lo que se dice
.

Glokta miró atentamente al enviado.
Suele ser en estos primeros momentos cuando un hombre revela su culpabilidad. Me pregunto cuáles serán sus primeras palabras. Un hombre inocente querrá saber de qué delito se le acusa
.

—¿De qué delito se me acusa? —preguntó Tulkis. Glokta sintió una palpitación en un párpado.
Un culpable astuto, por supuesto, puede hacer esa misma pregunta
.

—Del asesinato del Príncipe Heredero Raynault.

El enviado pestañeó y se dejó caer hacia atrás en la silla.

—Haga llegar mis más sentidas condolencias a la Familia Real y a todo el pueblo de la Unión en este día nefasto. Pero, ¿realmente es necesario todo esto? —señaló con la cabeza la gruesa cadena que se enroscaba alrededor de su cuerpo desnudo.

—Lo es. Si es usted lo que sospechamos que es.

—Entiendo. Pero permítame que le haga una pregunta: ¿cambiaría algo el hecho de que yo fuera inocente de tan abyecto crimen?

Lo dudo mucho. Aunque lo sea
. Glokta arrojó sobre la mesa el trozo de tela manchado de sangre.

—El Príncipe tenía agarrado esto en una mano —Tulkis, perplejo, lo miró con el ceño fruncido—. Se corresponde exactamente con un desgarrón de una prenda que encontramos en sus aposentos. Una prenda profusamente manchada de sangre, por cierto —Tulkis alzó la vista y miró a Glokta con los ojos desorbitados.
Como si no tuviera ni idea de cómo llegó allí
—. ¿Qué explicación tiene para eso?

El enviado se inclinó sobre la mesa todo lo que le permitieron las cadenas que mantenían sus manos atadas a la espalda y habló muy deprisa en voz baja.

—Le ruego que me escuche atentamente, Superior. Si los agentes del Profeta han descubierto mi misión —y tarde o temprano acaban por descubrirlo todo—, harán cuanto esté en su mano para hacerla fracasar. Ya sabe de lo que son capaces. Si me hace pagar por este crimen, el Emperador se sentirá insultado. No sólo apartarán de una bofetada la mano que les tiende, sino que además le abofetearán en la cara. Jurará venganza, y cuando Uthman-ul-Dosht jura... Mire, mi vida no tiene ningún valor, pero mi misión no puede fracasar. Las consecuencias... para nuestras dos naciones serían... Se lo ruego, Superior... Sé que es usted un hombre de mentalidad abierta.

—Una mentalidad abierta es como una herida abierta —gruñó Glokta—. Ambas son vulnerables al veneno. Ambas son susceptibles de volverse purulentas. Sólo sirven para producir dolor a quienes las poseen —hizo una seña a Frost con la cabeza y el albino depositó en la mesa el pliego de la confesión y lo deslizó hacia Tullas con la punta de sus dedos blanquecinos. Luego colocó al lado el tintero y abrió la tapa de latón.
Todo tan pulcro y ordenado como habría podido desearlo un sargento primero
.

—Ésta es su confesión —Glokta señaló el pliego con la mano—. Por si no lo sabía.

—No soy culpable —dijo Tulkis con una voz casi inaudible.

El semblante de Glokta se contrajo en un gesto de fastidio.

—¿Le han torturado alguna vez?

—No.

—¿Ha asistido alguna vez a una sesión de tortura?

—Sí.

—En tal caso, seguro que se hace una idea de lo que le espera —Frost levantó la tapa del estuche de Glokta.

Las bandejas que había en su interior se elevaron y se desplegaron como una enorme y espléndida mariposa que extendiera por primera vez sus alas, exponiendo los instrumentos en todo su refulgente, hipnótico y terrible esplendor. Glokta observó cómo la mirada de los ojos de Tulkis se teñía de espanto y fascinación.

—No hay nadie mejor que yo en estos menesteres —Glokta exhaló un hondo suspiro y entrelazó las manos—. No se trata de orgullo. Simplemente es un hecho. Si no fuera así, no estaría usted conmigo ahora. Se lo digo para despejar cualquier duda que pudiera albergar. Y para que pueda responder a mi siguiente pregunta sin llevarse a engaño. Míreme —aguardó a que los oscuros ojos de Tulkis se cruzaran con los suyos—. ¿Va a confesar?

Se produjo un momento de silencio.

—Soy inocente —susurró el embajador.

—No ha sido esa mi pregunta. Se la repetiré. ¿Va a confesar?

—No puedo.

Se miraron fijamente durante un rato y, de pronto, todas las dudas de Glokta se despejaron.
Es inocente. Si pudo trepar los muros de palacio y colarse por la ventana de la cámara del Príncipe sin ser visto, también podría haberse escabullido del Agriont antes de que nos diéramos cuenta. ¿Qué necesidad tenía de quedarse a pasar aquí la noche, dejando una prenda empapada de sangre en su armario a la espera de que la descubriéramos? El rastro de pistas es tan ostensible que hasta un ciego lo habría descubierto. Intentan embaucarnos ni siquiera de una forma demasiado sutil. Castigar a un inocente, pase. Pero, ¿permitir que se burlen de mí? Eso sí que no lo tolero
.

—Un momento —murmuró Glokta. Se levantó trabajosamente de la silla, llegó hasta la puerta, la cerró con cuidado tras de sí y, con el semblante contraído de dolor, subió renqueando las escaleras que conducían a la siguiente sala y pasó adentro.

—¿Se puede saber qué está usted haciendo ahí dentro? —le gruñó el Archilector.

Glokta mantuvo la cabeza respetuosamente agachada.

—Trato de descubrir la verdad, Eminencia.

—¿Qué trata de descubrir el
qué
? El Consejo Cerrado espera una confesión y usted me viene con no sé qué sandeces sobre,
¿qué?

Los ojos de Glokta sostuvieron la iracunda mirada del Archilector.

—¿Y si no estuviera mintiendo? ¿Y si fuera cierto que el Emperador quiere la paz? ¿Y si es inocente?

Los gélidos ojos azules de Sult le miraban desorbitados con un gesto de incredulidad.

—¿Qué fue lo que perdió en Gurkhul, los dientes o el cerebro? ¿Acaso importa que sea inocente? ¡Lo único que importa ahora es lo que hay que hacer! ¡Lo único que importa es lo que es necesario! ¡Lo único que importa ahora es tinta y papel! ¡Maldito, maldito... —mientras abría y cerraba los puños con furia parecía a punto de ponerse a echar espumarajos por la boca— ...despojo humano! ¡Hágale firmar, luego ya podremos desentendernos de todo este asunto para ir a chuparles el culo a los del Consejo Abierto!

Glokta agachó aún más la cabeza.

—Por supuesto, Eminencia.

—¿Va a causarme más problemas esta noche esa perversa obsesión que tiene con la
verdad
? ¡Prefiero usar una aguja a una pala, pero de una forma u otra le voy a arrancar una confesión! ¿Debo mandar llamar a Goyle?

—Desde luego que no, Eminencia.

—¡Pues entonces vuelva ahí dentro, maldita sea, y... hágale... firmar!

Glokta salió de la sala arrastrando los pies, refunfuñando, estirando el cuello a uno y otro lado, frotándose las palmas irritadas de sus manos, moviendo sus doloridos hombros alrededor de sus orejas y oyendo los chasquidos de sus articulaciones.
Un interrogatorio complicado
. Enfrente de él, sentado en el suelo cruzado de piernas y con la cabeza apoyada en la sucia pared, se encontraba Severard.

—¿Ha firmado?

—Desde luego.

—Estupendo. Otro misterio resuelto, ¿eh?

—Lo dudo. No es un Devorador. Al menos, no del mismo tipo que Shickel. Siente dolor, créeme.

Severard se encogió de hombros.

—La chica dijo que cada uno de ellos tenía talentos distintos.

—Eso dijo, sí. Eso dijo.
Pero aun así..
. —Glokta se frotó los ojos humedecidos con gesto pensativo.
Alguien asesinó al Príncipe. Alguien que podía obtener provecho de su muerte. Puede que a nadie le importe, pero a mí me gustaría saber quién ha sido
—. Todavía me quedan unas cuantas preguntas que hacer. Quiero hablar con el guardia que estuvo vigilando anoche los aposentos del Príncipe.

El Practicante enarcó las cejas.

—¿Para qué? Ya tenemos la confesión, ¿no?

—Tráemelo y punto.

Severard descruzó las piernas y se puso de pie de un salto.

—Muy bien, usted manda —luego se separó de la pringosa pared y se alejó andando tranquilamente por el pasillo—. Enseguida se lo traigo.

La defensa del frente

—¿Ha podido dormir? —preguntó Pike, rascándose la parte menos quemada de su cara destrozada.

—No. ¿Y usted?

El presidiario reconvertido en sargento negó con la cabeza.

—Hace varios días que no puedo pegar ojo —murmuró Jalenhorm con melancolía. Se hizo sombra con una mano y escrutó la cadena de montes que había al norte, un perfil irregular de árboles que se recortaba sobre un cielo plomizo—. ¿Ha emprendido ya la marcha por los bosques la división de Poulder?

—Con las primeras luces —dijo West—. Dentro de poco recibiremos la noticia de que ya han alcanzado sus posiciones. Y, según parece, también Kroy está listo para ponerse en marcha. Está siendo puntual, eso hay que reconocérselo.

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