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Authors: Carl Bowen

Tags: #Fantástico

Caminantes Silenciosos (15 page)

BOOK: Caminantes Silenciosos
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Mephi se dio cuenta de que lo que estaban mirando Ivar y Cazadora de Lluvia era el punto en el que el rayo tirante diseccionaba el reflejo del río Tisza en la Penumbra. Las aguas tóxicas chisporroteaban y salpicaban a su paso bajo el haz, y algo en lo hondo del lecho comenzaba a agitarse. El agua se ennegreció y salpicó, y una enorme cola rayada y jaspeada lanzó una rociada de líquido hediondo varias docenas de metros por los aires. Cuando la cola del ser volvió a golpear las aguas, su cabeza se alzó rozando casi el rayo que atravesaba su hogar.

La bestia no se parecía a nada que Mephi hubiese visto antes. Sintió que debería apartar la mirada si no quería que el terror y la furia lo enloquecieran. El ser era la encarnación de la toxina, el légamo y la contaminación, y execraba H´rugglings y Wakshaani por las docenas de orificios porosos que moteaban su pellejo aceitoso. Mephi supuso que aquel ser deforme era lo que quedaba del otrora orgulloso y hermoso espíritu del río Tisza, tras la polución y el envenenamiento de sus aguas. Giró sus agusanados ojos blancos y su boca expelió una oleada de vómito líquido prensil. Cuando aquel tentáculo explorador encontró el haz trenzado de luz, se enroscó varias veces a su alrededor, impulsando hacia adelante a la repugnante bestia. El espíritu corrupto, impulsado por el hambre, el designio o un antojo enloquecido, comenzó a roer el rayo de energía del Patrón.

Cuando Mephi logró por fin apartar la vista de aquel espectáculo desquiciado, vio que los dos Danzantes restantes se encontraban tan absortos como él mismo se había sentido. Observaban, transfigurados, cómo el antiguo espíritu del río Tisza se afanaba en su labor. Lo que no vieron fue un par de largos brazos velludos que sobresalían del suelo a escasos metros por detrás de ellos. Unas manos dotadas de largas garras excavaron frenéticas en el cieno hasta que Melinda emergió en su desgreñada y jaspeada forma de Crinos. No fue hasta que la hubo visto que Mephi se dio cuenta de que el túnel por el que habían viajado ella y Conrad se había venido abajo. Donde el suelo se mostrara cóncavo y relativamente liso, se extendía ahora una trinchera poco profunda. Aunque Melinda había conseguido abrirse camino hasta el exterior, Conrad no aparecía por ninguna parte.

Mephi volvió a mirar a Ivar y a Cazadora de Lluvia, pero los descubrió embelesados, presa de una fascinación horrorizada, ante los acontecimientos que tenían lugar en el río. Ninguno de ellos se daba cuenta de que Melinda seguía con vida, ni de que el Viento Errante tenía una misión que cumplir. Era un milagro que Melinda disfrutara aún de una distracción y de la oportunidad de encontrar la piedra del sendero. La ascensión de la criatura del río había supuesto un entretenimiento temporal, pero los Danzantes comenzaban ya a salir de su estupor, como hiciera antes Mephi.

Teniendo todos aquellos factores en cuenta, con su vida y la de los miembros del Viento Errante en la cuerda floja y sin tiempo para planes ni estrategias, Mephi hizo lo primero que se le ocurrió. Se plantó de un salto a la vista del Viento Errante y de los Danzantes, asumió su forma de Crinos, echó la cabeza hacia atrás y aulló con todas sus fuerzas. Mephi, cuya figura recordaba a la del legendario Anubis, con su cayado plantado a un costado, profirió un Grito de Júbilo y rezó para que no fuese el último.

—¡Miradme! —retó a los Danzantes—. ¡Soy Mephi Más Veloz que la Muerte! ¡Venid a mí si estáis dispuestos a morir! ¡Os ensartaré a ambos en este bastón y serviréis de alimento para los chacales del desierto! ¡Si corréis, os alcanzaré! ¡Soy más rápido que la muerte, pero ésta es mi compañera!

El aullido sacó a los Danzantes de su estupor. Le miraron como si se hubiese vuelto loco. Incluso Melinda se quedó paralizada, detrás de ellos. El Danzante que seguía en forma de Homínido se convirtió en un ojeroso Crinos con rayas blancas. Antes de que su compañero o él pudieran correr a responder con sus garras al grito de Mephi, no obstante, otro aullido se dejó oír a unos cuantos metros a la izquierda de Mephi.

—¡Cobardes! —exclamó Ivar, saltando por encima de la elevación y cambiando a su forma de Crinos con el mismo movimiento fluido—. ¡Soy Ivar Odiado del Wyrm! ¡He asesinado a vuestros hermanos en vuestra propia casa! ¡He visto las peores pesadillas con las que es capaz de soñar vuestro señor y he vivido para contarlo! —Ondeó su enorme martillo de guerra por encima de su cabeza, con una sola mano—. ¡La cabeza de este martillo pondrá punto y final a vuestra historia!

Antes de que Ivar hubiera terminado su declamación, Cazadora de Lluvia ya había acudido a su lado en forma de Crinos. Terminado el discurso de su compañero, dio comienzo el suyo, enunciado en la lengua Garou tradicional en vez de su acostumbrado dialecto lobuno.

—¡Soy la que dio caza durante tres días seguidos a un hombre bajo la lluvia torrencial porque había delinquido! —aulló—. ¡Ahora no llueve! ¡Sois fáciles de encontrar!

Los dos Danzantes intercambiaron sendas miradas antes de levar las cabezas al unísono.

—¡Somos la Visión de Nuestro Padre! ¡Adelante! ¡Raudos, hijos de nuestro Padre! ¡A la guerra!

Al aullido de los Danzantes, los esqueléticos Scrags de garras aceradas, los acorazados Ooralath de cuatro patas y los desgarbadas y estridentes Psicomaquias que quedaban aún con vida comenzaron a agruparse. Al unísono, cargaron contra los tres Garou que se habían atrevido a retarlos.

Aullando de furia, los Garou se abalanzaron contra el torrente que se les venía encima.

Capítulo diecinueve

Melinda Buscadora de Luz salió del suelo expulsando limo por la nariz y escupiéndolo por la boca. Frotarse los ojos era inútil, dado que tenía las manos y los antebrazos tan embadurnados como los párpados. Esperaba que fuesen a destriparla de un momento a otro, incapaz de ver, oír u oler como estaba, expectativa que no le disgustaba. Un final rápido y doloroso conseguiría apartar al pobre Conrad de su mente. Cuando el túnel del Wyrm había comenzado a derrumbarse, su primer instinto le había dictado cambiar de forma y empezar a cavar antes de verse enterrada por completo. Conrad, sin embargo, había sucumbido al pánico y había echado a correr en dirección contraria. Lo último que había escuchado Melinda era el lastimoso grito de ayuda antes de que las paredes se vinieran abajo. Tras lo que le había parecido una hora de esfuerzo, había conseguido liberarse, pero ahora no tenía ni idea de cuál podía ser el paradero de Conrad. No podía regresar para rescatarlo.

Tras un momento interminable durante el que deseó que cualquiera de los tres Danzantes de la Espiral Negra cercanos le desgarrara la garganta, Melinda consiguió quitarse el suficiente barro de los ojos como para ver. Se sintió algo más que sorprendida al descubrir que se encontraba relativamente sola, casi en el lugar que había sido su objetivo original, y con una batalla de la que no formaba parte a punto de comenzar. Dos Danzantes Crinos y una veintena aproximada de Perdiciones se alejaban de ella en dirección a Ivar, Cazadora de Lluvia y Mephi. Al parecer, el tercer Danzante había fallecido. Yacía boca abajo, en el fango, frente al círculo ennegrecido que marcaba en el suelo dónde se había erigido su altar infame. La siniestra cicatriz que le cubría casi toda la espalda había comenzado a desdibujarse y a descascarillarse como si de una costra se tratara.

También se percató del haz de energía entrelazada y lo reconoció de inmediato como una única hebra perteneciente a un gigantesco patrón que conectaba al túmulo del Descanso del Búho con los túmulos circundantes. No se acordaba de ninguna historia antigua acerca de bestias o espíritus aprisionados en esa parte del mundo, pero la evidencia saltaba a la vista. Con aquella cosa en el Tisza de la Penumbra royendo incansable la hebra, lo que hubiese escuchado o dejado de escuchar importaba bien poco. Tenía que transmitir a otro clan la noticia de lo que allí acontecía, a fin de que alguien tuviera ocasión de encargarse de ello. También tenía que encontrar la piedra del sendero y devolverla a lugar seguro, tal y como le había encomendado el margrave Konietzko.

Tras establecer un orden de prioridades, se encogió a su forma homínida y rastreó el arrasado altar en busca de la piedra perdida. Encontró la tosca y siniestra daga ritual que había blandido el Danzante, clavada en el barro, y la utilizó para escarbar. Hundió el puñal en el centro del lugar donde se había alzado el altar del Danzante, y encontró de inmediato un bulto en forma de perla achatada. Lo limpió lo mejor que pudo con un pulgar embadurnado. Al hacerlo, vio la huella de un lobo impresa en una piedra blanca, y supo que había encontrado lo que su manada y ella habían venido a buscar. Metió la piedra en su bolsa, la cerró de un tirón y comenzó a incorporarse.

Aún algo ensordecida por el limo que le taponaba las orejas, no oyó cómo comenzaba a estremecerse la figura que había yacido inconsciente hasta ese momento. No oyó cómo el Danzante se incorporaba, se limpiaba el barro de los ojos y asumía su desaseada forma de Crinos. No oyó las lentas pisadas de la bestia que se acercaba a ella pisando el barro adhesivo. Hasta que se hubo levantado y se hubo dado la vuelta, no vio que su muerte se cernía sobre ella.

Sin más preámbulo ni atisbo de emoción, el Danzante hundió las cinco garras de su mano izquierda en el abdomen de Melinda y las dejó allí clavadas. Sus ojos eran dos orbes blancos vacuos, desprovistos por completo de inteligencia. Pese a la herida mortal que le había infligido a Melinda, apenas parecía consciente de la presencia de la mujer.

—¿Qué ha ocurrido? —gimió, mirando en dirección a Melinda, pero no directamente—. ¿Dónde está mi Padre? ¿Puedes ayudarme?

Las lágrimas se agolparon en los ojos de Melinda. Escupió una bocanada de sangre y bilis. Vio cómo las escarificaciones de los hombros del Danzante refulgían y se alteraban como si una Pira de la Corrupción ardiera bajo su piel, y sintió hasta el último milímetro de sus garras mientras la comían viva de dentro afuera. No conseguía soltarse.

—¡Ayúdame! —gimió el Danzante, flexionando la mano—. Me he perdido.

Mientras hablaba, Melinda podía sentir la irradiación insalubre que ardía en sus cicatrices y viajaba por su brazo hasta el interior de ella. Lo cogió por el hombro y gritó cuando las candentes líneas negras comenzaron a entrelazarse y a dibujar un horrendo símbolo del Wyrm en su piel malherida y ampollada. Abrumada por una oleada de dolor como jamás había experimentado, Melinda se acordó del puñal del Danzante que seguía aferrando entre las yemas de sus dedos. Cerró un puño feble e intentó levantar el brazo.

—Por favor —suplicó el Danzante, acercando su sucio semblante al de ella—. No sé dónde estoy.

Melinda esputó otro torrente de sangre ennegrecida y jadeó:

—Muy pronto… estarás… en casa.

El Danzante ladeó la cabeza y Melinda apretó el puño alrededor de la empuñadura de la daga. Con un desgarrador alarido de desafío, se lo clavó en el ojo con todas sus fuerzas. Con un aullido de furia y agonía, el Danzante trastabilló de espaldas y la dejó caer de rodillas en el fango.

Capítulo veinte

Mephi e Ivar escucharon el grito de Melinda al mismo tiempo, así como los dos Danzantes de la Espiral Negra que corrían a paso largo tras las primeras filas de Perdiciones. Los Danzantes se volvieron a tiempo de ver cómo Melinda apuñalaba en el ojo a su recién alzado camarada y de oír cómo gañía una lastimera Llamada de Auxilio. Mientras Melinda se desplomaba lejos del Danzante, Mephi e Ivar vieron la enrojecida masa nudosa que resbalaba de su mano. Los Danzantes se detuvieron de inmediato y comenzaron a ascender la colina a toda prisa, en dirección a su compañero de manada herido. Mephi e Ivar se miraron por un breve instante, pero aquel rápido vistazo bastó para que intercambiaran sus intenciones. Ambos se fijaron en Cazadora de Lluvia, afanada en desgajar la pierna de un Ooralath que se había acercado demasiado. La Garras Rojas les dedicó un gesto de asentimiento, que le sirvió para trazar en el aire un arco de sangre y tendones.

Con un feroz golpe de refilón, Ivar machacó el cráneo del primer Ooralath que se puso a su alcance y estrelló a la bestia contra la más próxima de sus compañeras. Mephi empleó la bola de su cayado para levantarle los pies del suelo al primer Scrag que se le acercó, antes de dar una voltereta por encima de los tres Ooralath que se le echaban encima plantando el bastón en la nuca del Scrag para conseguir apoyo. Cuando el cuello del Scrag se quebró por la repentina presión, Mephi invocó un Don que le enseñara una liebre espíritu. En lugar de limitarse a saltar por encima de los Ooralath,
planeó
sobre sus cabezas y cubrió una distancia de varias decenas de metros por los aires antes de aterrizar y emprender la carrera. Cazadora de Lluvia, rodeada por otra manada de Ooralath, se abalanzó de cabeza contra el grueso de la pared de carne que le bloqueaba el paso.

Ivar, que ya había abierto mucho camino, acortaba distancias. Corría tan rápido como le resultaba posible tras los dos Danzantes que se habían batido en retirada, sin prestar atención a las Perdiciones que intentaban cerrarle el paso. Su martillo de guerra derribaba los obstáculos más tenaces cuando no bastaba con un brazo rígido o un revés cuajado de garras. Las zarpas de los Scrags y los dientes de las Psicomaquias le arrancaban jirones de carne, pero aquellas heridas superficiales no lo detuvieron. Tenía los ojos clavados en Melinda y en los Danzantes de la Espiral Negra.

También Mephi se había fijado un objetivo, puesto que el Danzante que había herido Melinda volvía a cargar contra ella, tembloroso. Melinda se tiró al suelo de espaldas e intentaba alejarse a rastras, pero sus lesiones imposibilitaban una huida rápida. El Danzante que se cernía sobre ella intentaba desclavar el puñal de su cavidad ocular con la mano diestra, mientras su zurda ensangrentada tanteaba en busca de Melinda.

Cazadora de Lluvia se zafó de los tres primeros Ooralath que le bloqueaban el paso. Desgajó el brazo derecho del tronco del que acechaba a su diestra, y sus colmillos se hundieron en la rodilla izquierda del otro, pero resbaló en el limo traicionero. Se quedó rezagada, rodeada.

Mephi recitó una rápida plegaria muda a Gaia e invocó el Don que le enseñara un grácil guepardo espíritu, antes de lanzarse a la carrera a la velocidad del pensamiento. El tiempo pareció desdibujarse a su alrededor y se abrió paso como una exhalación en medio de una manada de beligerantes Ooralath, antes de que éstos acertaran siquiera a localizar su trayectoria. Se dirigió hacia Melinda, como una flecha, rezando para que pudiera llegar a tiempo de salvarla.

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