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Authors: Carl Bowen

Tags: #Fantástico

Caminantes Silenciosos (13 page)

BOOK: Caminantes Silenciosos
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—¿Y si me hubiese negado a venir contigo? Te podría haber dicho que no cuando me lo pediste.

Melinda soltó un bufido.

—Seguro. Me sigo acordando de todo lo que sabía acerca de ti, Caminante, y dudo que hayas cambiado mucho. No te gusta ir a ninguna parte sin motivo. Después de una semana zanganeando por la Forja del Klaive, apostaría a que ya estabas dispuesto a implicarte en algún acontecimiento importante aquí o a regresar a los Estados Unidos, donde podrías realizar algo de valía. Sabía que te quedarías en cuanto supieses que yo iba a implicarme en algo importante y peligroso. Te sientes demasiado culpable como para negarme tu ayuda.

Melinda había apostado la seguridad y el buen nombre de su manada basándose en la impresión que tenía de él de un iluso que acudiría a rescatarla del peligro sin pensar en las consecuencias.

—Ya veo que me conoces muy bien —bufó Mephi.

—Y tanto —espetó Melinda. La antigua cólera desbancó a su naciente preocupación—. Pero que muy bien, a pesar del tiempo transcurrido. ¿Cuánto hace ya, diez años? ¿O es que ya ni te acuerdas?

—Mira, Melinda, ya basta —ladró Mephi—, no vas a conseguir que me sienta culpable de eso eternamente. ¡Deja de echármelo en cara!

—O si no, ¿qué? —escupió Melinda—. ¿Saldrás corriendo y me dejarás tirada de nuevo? Venga, ahora tienes la oportunidad. Ya debería resultarte tan natural como el respirar.

Mephi tiró su cayado al suelo y asió a Melinda por los hombros.

—Déjalo, Buscadora de Luz, si no quieres que me marche de verdad. Os podéis ir al infierno, vuestra piedra del sendero, vuestra misión y vosotros. ¡Me marcharé!

La emoción que se había estado acumulando en los ojos de Melinda aumentó en un parpadeo. Sus hombros se envararon bajo las manos de Mephi. Dio un paso atrás, con brusquedad, alejándose de él, y se quedó mirando al cayado que dividía el mundo entre ellos. La amargura la había abandonado por completo, lo único que brillaba en sus ojos era el dolor. El dolor de una niña pequeña que había perdido a su mejor amigo, a su hermano mayor y a su padre adoptivo, todo al mismo tiempo. Mephi, pávido ante su arrebato, hundió las manos en los bolsillos de su abrigo y agachó la cabeza a su vez. Durante largo rato, ambos permanecieron en silencio.

—Melinda, escucha —dijo Mephi al cabo, sin levantar la vista—. Sigo conociéndote bien, creo, y sé qué es lo que está ocurriendo. Estás asustada. Estás en tu derecho si me guardas rencor, y podría llegar a entender que no me perdonaras jamás por haberte abandonado cuando seguías siendo una cachorra, pero así no vas a solucionar nada. Y menos si eso no es lo único que te irrita. Salta a la vista lo mucho que te preocupas por tu manada, y tienes miedo de perderlos cuando bajemos a esa Cloaca. Si todavía conservas tus dos dedos de frente, lo más probable es que temas no regresar tú tampoco. Te esfuerzas por mostrar tu faceta de líder que no se arredra ante nada, pero es mucho el peso que te has cargado a la espalda. Si no te deshaces de ese peso añadido, te distraerás y no podrás ser una líder de ningún tipo.

—Ya lo sé. Sé que me va a abandonar la concentración cuando los demás me necesiten. Eso es lo que te echo en cara, más que nada. Hace unos cuantos años, cuando dejé de sentirme constantemente ofendida por ti, me di cuenta de que necesitaba hablar contigo. Pero tú no aparecías por ningún sitio. No podía gritarte, ni hablar contigo, ni perdonarte, ni decirte que te odiaba ni nada de nada, porque tú no estabas.

—Ahora me tienes aquí. Ya sé que no es gran cosa, pero aquí estoy. Si quieres hacerte con las riendas de tus temores y dejar esto atrás de una vez, tenemos que hacer las paces.

—Sí. Lo único que espero es que no sea demasiado tarde.

—Igual que yo. ¿Por dónde empezamos? Tenía un discurso en mente por si nos volvíamos a ver, pero nunca terminó de convencerme.

—Hablemos de por qué me asusta que el Viento Errante se disponga a afrontar una situación tan importante como peligrosa, Mephi. Te guste o no, ése ha sido el principal legado que me dejaste.

—Está bien. —Le costaba mantener la vergüenza lejos de su voz, pero una parte de él se alegraba de que por fin hubiese dado comienzo aquel debate.

—No me asusté la primera vez que me enseñaste el aspecto de una Plaga. La primera vez que tuvimos que bordear una Cloaca, tampoco tuve miedo. La primera vez que me quedé atascada en la Urdimbre mientras intentaba cruzar la Celosía y me vi cara a cara con aquella Araña Tejedora, no me asusté. Todo gracias a que sabía que tú estabas allí, junto a mí. De repente, una noche, dejaste de estar allí. Te habías ido, y yo tuve que erigirme en mi propia líder y valerme por mí misma. Aunque sabía que podía conseguirlo, siempre tenía que tragarme mi miedo antes de hacer lo que tuviese que hacer. Ahora sigue siendo así, aun cuando tú has vuelto. ¿Por qué? ¿Por qué no consigo ser fuerte y convertirme en una líder que no se asuste ante nada? Pese a sentir temor, sé que soy fuerte, pero luego… no lo soy.

Mephi meneó la cabeza y miró a Melinda con ojos abatidos.

—Siempre lo has sido, Lin. Desde que yo te conozco, siempre has sido valiente y arrojada. No sé de qué rincón de tu mente emana esa sensación de la que hablas, pero hice bien en abandonarte cuando lo hice. Un hombre lobo tiene que ser indómito y capaz de valerse por sí mismo, o no podrá sobrevivir al mundo que nos rodea. Desde tu Primer Cambio, nunca estuviste sola. Nunca aprendiste a cuidar de ti misma porque yo siempre estuve allí, ocupándome de ti. Incluso después de aprender todo lo que podía enseñarte, te habrías quedado desvalida si me hubiese ocurrido cualquier cosa. Dependías demasiado de mí.

Cuando Melinda alzó el rostro por fin, el dolor seguía nublándole los ojos, pero exhibía una sonrisa desabrida.

—¿Me estás diciendo que era una plasta?

—No, Lin, te estoy diciendo que eras blanda. El tiempo que pasamos juntos te estaba ablandando para la tarea que nos ha sido encomendada. Tu rabia no tenía dónde arraigar. Te lo estabas pasando demasiado bien conmigo, y ésa no es la actitud propia de un hombre lobo. Hice lo que era mejor para ti, antes de que fuese demasiado tarde.

—No me digas.

—Verás, ese miedo que tienes que tragarte, si hubiésemos permanecido juntos y me hubiese ocurrido algo, ese miedo sería ahora aún mayor y más difícil de tragar. Eso, o tu pesar te habría dejado paralizada o te habría empujado al Harano.

—Bueno, aquí hay alguien que está un poquitín pagado de sí mismo.

—Es cierto. Le ocurre siempre a los cachorros de Caminantes Silenciosos que permanecen apegados a sus mentores durante demasiado tiempo tras el Cambio. Cuando vi que también a ti te estaba sucediendo, hice lo único que se me ocurría.

Melinda frunció el ceño, apartó la mirada, juntó las cejas un poco más y, por último, volvió a mirar a Mephi.

—¿No me lo podías haber dicho antes, Mephi? Era una chica lista, lo habría entendido.

—Ojalá hubiese podido pero, si te lo explicaba y te dejaba en un túmulo, no habrías dejado de esperar que volviera. Una parte de tu mente habría pensado siempre en mi vuelta. Elegí la mejor opción. Quería que fueses fuerte, y nadie es más fuerte que aquel que ha sido abandonado.

—¿Eso es lo que te enseñó el hombre lobo que te crió?

—No. Lo aprendí de uno de mis padres. Pero es verdad. Mira lo que has hecho desde entonces. Mírate ahora, por el amor de Gaia. Te has forjado un hogar a medio mundo de distancia del lugar donde comenzaste. Quizá tengas razón al decir que no estarías aquí esta noche si yo no me hubiese presentado en la Forja del Klaive, pero no serías ni la mitad de Garou de lo que eres ahora si yo no te hubiese dejado sola cuando lo hice.

Melinda dedicó mucho tiempo a rumiar aquellas palabras, posando los ojos en todas partes, salvo en Mephi. Miró a sus compañeros de manada, que seguían ocupándose de sus propios asuntos, educadamente, lejos del alcance de sus voces. Cuando volvió a mirar por fin a Mephi a los ojos, el dolor comenzaba a mitigarse, ya ni siquiera parecía enfadada. Ahora, sólo parecía mayor y más triste. La última hebra tenaz de su inocencia infantil se había soltado, dejando tan sólo a la adulta endurecida. Mephi supuso que lo único que había buscado Melinda durante todo aquel tiempo era una explicación de por qué la había abandonado. Quería zanjar el asunto. Tanto si comprendía su razonamiento como si aún quedaba ver que estuviese de acuerdo con él, lo aceptaba.

—¿No pensaste nunca en formar una manada, Mephi? Todos los componentes del Viento Errante somos más fuertes gracias al lazo que nos une. En nuestra manada no cabe eso de depender demasiado los unos de los otros.

—Ya. Así es como funciona una manada. Sin embargo, eso no era lo que compartíamos tú y yo.

—Entonces, ¿por qué no pudimos habernos convertido en una manada? Cuando estábamos juntos, siempre me pareció extraño que los lobos naturales corrieran en manada, mientras que parecía que era distinto para los hombres lobo.

—No habría dado resultado. No va conmigo.

—¿Cosas de Caminante?

—En parte. Cosas mías, sobre todo. No sé explicarlo.

Melinda se encogió de hombros y se volvió hacia la loma y la Cloaca. Un cambio gradual comenzaba a operarse en su semblante, tensando su mentón, levantando su barbilla y endureciendo el brillo de sus ojos. Mephi permaneció en silencio y dejó que el proceso siguiera su curso. Se agachó para recoger su cayado del suelo. No presentaba ninguna grieta, ni parecía más desgastado que antes de emprender viaje con el Viento Errante.

—Me alegro de que lo conservaras —dijo Melinda, mientras Mephi plantaba el cayado entre los dos y se colocaba junto a ella—. Tras tu desaparición, creí de veras que te desharías de él.

—Ni siquiera se me ha pasado por la cabeza. No quería olvidarme de ti, Lin. Eso sería peor que dejarte atrás. Las personas siempre siguen ahí, esperando a que vuelvas a encontrarte con ellas pero, si te olvidas de ellas, se van para siempre. Es lo último que hubiese querido.

—Bien. Porque si lo hicieras, me temo que tendría que buscarte allá donde estuvieras para partirte la cara.

—«¿Quién es ésta que me está partiendo la cara?», diría yo —bromeó Mephi, con una tentativa de sonrisa—. «¿A qué viene esto señora? ¿La conozco de algo?».

Una tenue sonrisa iluminó el rostro de Melinda, y Mephi se regocijó en secreto al verla. No era la misma sonrisa que recordaba de años atrás, pero era genuina. Era la primera sonrisa sincera que veía en ella desde hacía diez años.

—Mira eso de allí abajo, Caminante —dijo Melinda, tras un momento de paz entre ellos—. ¿De verdad podremos salir de ahí?

—Claro que sí, Lin. Entre los dos, lo conseguiremos.

—Más nos vale. Mephi, antes de irnos, déjame pedirte un favor.

—¿Cuál?

—No me llames Lin. Ya no soy esa persona. Ahora soy Buscadora de Luz.

—De acuerdo, Buscadora de Luz. Me parece bien. Ahora, hablemos de cómo vamos a sacar esta piedra del sendero de ese follón de ahí abajo y regresar a casa sanos y salvos.

Capítulo catorce

—¿Amigo tuyo? —le preguntó Espina de Alcaudón a Tajo Infectado cuando se hubieron reunido con Astillahuesos.

—Un antiguo compañero de manada. Ahora me cuesta reconocerle.

—¿Cómo se llamaba?

—No me acuerdo —mintió Tajo Infectado.

En el suelo, entre ellos, yacía el que otrora fuese el cuerpo del Guarda del Descanso del Búho. Ahora no era sino un cascarón con forma homínida, abierto en canal y profanado por los Ooralath y los Scrags, y probablemente también por Astillahuesos. La herida menos grave que presentaba el cadáver del hombre era el agujero irregular de su estómago, que permitía la visión de la oquedad de su abdomen. En el fondo de aquel pozo abierto descansaba lo que parecía ser una perla aplanada con la diminuta marca de la huella de un lobo en un lateral. Al parecer, el Guarda se la había tragado mientras huía del Descanso del Búho, víctima de la desesperación.

—Los Ooralath lo encontraron esta mañana —dijo Astillahuesos, acuclillado junto al cuerpo. Tiró del inerte labio inferior del cadáver con una garra—. Todavía la tiene.

—Sí, así es —repuso Espina de Alcaudón, al tiempo que se arrodillaba junto a Astillahuesos en el fango de la Penumbra y metía la mano en la apertura del estómago del Guarda. Sacó la pequeña piedra del sendero y limpió la sangre que cubría sus caras achatadas. Refulgió con una tenue luz roja.

—Bien —dijo Tajo Infectado—. Ahora, ¿qué hacemos con ella?

—¿La llevamos a casa? —sugirió Astillahuesos. Terminó de arrancarle el labio al Guarda y sostuvo el trozo de carne, semejante a una sanguijuela, en la palma de su mano—. Se la damos a Arastha.

—No —dijo Espina de Alcaudón—. Tengo una visión que convertir en realidad en este sitio tocado por el Padre.

—¿Qué es lo que quieres hacer? —quiso saber Tajo Infectado.

—Un ritual —repuso Espina de Alcaudón, con la mirada perdida en el vacío—. Un ritual especial que el Padre me ha confiado. Ha llegado la hora.

—¿Qué hacemos nosotros? —preguntó Astillahuesos—. ¿Cómo podemos ayudar?

—Los cuerpos de los guerreros. ¿Cuántos se han rescatado del túmulo?

—Cuatro enteros —contestó Tajo Infectado—. Los demás se repartieron entre las manadas que ayudaron a conquistar el túmulo después de la contaminación del Tisza. Y ahora tenemos a éste.

—Cuatro enteros son suficientes. Traedlos aquí, vosotros dos, y colocadlos como yo os diga.

Tajo Infectado y Astillahuesos se apresuraron a alejarse al unísono para recoger los cadáveres de los guerreros Garou, como les había pedido Espina de Alcaudón.

Capítulo quince

—Padre nuestro, prisionero —entonó el alto Danzante de la Espiral Negra, tras su improvisado altar de cadáveres de Garou—, santificado sea su nombre. Venga a nosotros su libertad, hágase su voluntad, así en la Tierra como en la Umbra, y en el resto de la Creación.

—Esto tiene mala pinta —murmuró Conrad, sin dirigirse a nadie en concreto.

Tanto él como Mephi y el resto del Viento Errante yacían tendidos tras el parapeto de una elevación erosionada, a escasas decenas de metros del pulpito del Danzante. Cuando el Hijo de Gaia hubo realizado el rito de la Piedra de Búsqueda al borde de la Cloaca del Tisza, no tardaron en encontrar el cuerpo del Guarda del Descanso del Búho. Con Mephi a la cabeza, la manada se había movido por la Cloaca sin llamar la atención, e incluso habían descubierto un lugar razonablemente seguro para cruzar el reflejo del Tisza en la Umbra. Ahora, no obstante, podía decirse que se habían metido en un atolladero.

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