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Authors: Carl Bowen

Tags: #Fantástico

Caminantes Silenciosos (9 page)

BOOK: Caminantes Silenciosos
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Melinda lo miró con ojos fríos y desprovistos de emoción, antes de volver a fijarse en Conrad.

—Los cuervos que sobrevivieron para propagar la noticia no encontraron su rastro hasta que tuvieron que huir de los espíritus del Wyrm que ahora infestan la región. Creen que no pudo ir más allá del río, aunque lo que está claro es que se adentró en la Cloaca en dirección sur.

—¿Qué hay de la piedra del sendero? —preguntó Mephi, procurando mantener la calma pese al desaire anterior.

—Ni una palabra, Caminante —respondió Melinda, sin apartar los ojos de Conrad—. Para eso hemos venido. Para encontrarla.

Los demás miembros del Viento Errante lanzaron miradas furtivas a Mephi, pero ninguno de ellos dijo nada.

—Bien —continuó Melinda, volviendo a concentrarse en los componentes de su manada—. El motivo por el que no vamos a intentar infiltrarnos en el territorio a este lado de la Celosía es doble. Por una parte, las redes de la Tejedora son espesas y abundantes alrededor de nuestro destino, gracias a las poblaciones humanas y a sus evoluciones a orillas del Tisza.

Cazadora de Lluvia profirió un gorgoteo amenazador. El ceño fruncido de Ivar indicaba que compartía los sentimientos de la loba.

—Ya lo sé —les dijo Melinda—. Lo que quiere decir eso, Conrad, es que podríamos tener problemas para entrar y salir por la Celosía si nos vemos en la necesidad. Si quedamos atrapados, nuestra misión habrá fracasado, y daría lo mismo que hubiésemos muerto. En cuanto al segundo motivo, tenéis que confiar en mí. No es sano caminar de lado para entrar en una Cloaca. Nos veríamos rodeados y apresados antes de darnos cuenta. Eso, con suerte. No es lo mismo que lanzarse en paracaídas detrás de las líneas enemigas, como en esas películas de guerra que tanto te gustan.

—Ah —dijo Conrad, con un hilo de voz—. Bueno, entonces, ¿cuál es el plan para entrar y salir?

Entrar sin ser vistos
, respondió Cazadora de Lluvia.

—Con cautela —añadió Mephi. Intentó tranquilizar al muchacho con una sonrisa.

—Vamos a entrar a hurtadillas —confirmó Melinda, alzando la voz por encima de la de Mephi—. Ése es el plan que hemos preparado Cazadora de Lluvia y yo con los demás líderes en la Forja del Klaive. Vamos a andar de lado mañana, antes de salir de las Matra. Recorremos la Penumbra hasta el lugar donde los Cuervos de la Tormenta encontraron el rastro del Guarda. —Señaló a Mephi con la cabeza, sin mirarlo—. El Caminante nos ayudará a esquivar las redes tendidas entre las colinas y la cloaca, y nos ayudará a movernos sin llamar la atención. Como ya os he dicho antes, muchachos, ya ha hecho antes este tipo de cosas, y otras peores, así que no pongáis en duda su autoridad. Sabe lo que se hace. Casi todo lo que sé acerca de la Umbra lo aprendí de él.

Mephi buscó alguna traza de afecto, o siquiera de aprecio, en el rostro de Melinda mientras ésta pronunciaba aquellas palabras, pero no encontró ninguna. Lo único que vio fue a la jefa guerrera, arrodilla junto al fuego mientras repartía órdenes a su manada.

—Cuando encontremos el rastro —continuó Melinda—, la operación pasará a ser de búsqueda y rescate. Conrad, quiero que seas el que realice el Rito de la Piedra de Búsqueda centrándote en el Guarda, para que nos hagamos una idea de por dónde empezar. Los demás tenemos más experiencia que tú, por lo que tendremos que estar atentos y disfrutar de movilidad en caso de que se tuerzan las cosas durante la búsqueda.

—Claro —convino Conrad—. No vas a dejar que el experto en armamento pesado cargue con la radio, ni le das la ametralladora al experto en telecomunicaciones. Lo entiendo.

—¿Y cuando la tengamos? —roncó Ivar—. La piedra del sendero.

—Si no nos han detectado, intentaremos caminar de lado allí mismo. Nos tomaremos nuestro tiempo, para no enredarnos. Si nos persiguen, regresaremos por la misma vía de entrada e intentaremos despistar a nuestros rastreadores en las redes, más alejados del río.

—Esas redes no van a estar vacías cuando lleguemos —comentó Ivar.

—Nadie dijo que fuese a ser aburrido, ¿verdad?

Ivar esbozó una torva sonrisa y acomodó su martillo enfrente de él.

—Si las cosas se ponen feas —añadió Melinda—, intentaremos encontrar un sendero lunar que nos saque de la Cloaca y buscaremos una vía de regreso más segura al plano físico.

Volveremos aquí
, dijo Cazadora de Lluvia, continuando con la explicación de Melinda.
Luego iremos al Cielo Nocturno
.

—Ah, dicho así, no parece tan complicado —dijo Conrad, desdeñando la gravedad de los hechos.

—Muy bien. —Melinda esbozó una sonrisa en medio de la férrea expresión que no llegaba a evaporarse por completo—. ¿Por qué no te adelantas y te cercioras de que así sea, chico listo?

—Oye, se supone que las manadas lo comparten todo, ¿no? —bromeó Conrad—. La gloria, el honor, el peligro. Estoy dispuesto a compartir todo el peligro con vosotros, en serio, no soy nada egoísta. Podéis contar conmigo para eso.

—Tú estás aquí para engordar bajo nuestra protección, pequeñajo —dijo Ivar, clavando un dedo carnoso entre las costillas de Conrad—. Nuestro cachorrillo.

—Estate quieto, gorila. —Conrad le propinó un papirotazo a la mano de Ivar.

Rompes todas las ramas del bosque y consigues que crujan todas las hojas
, dijo Cazadora de Lluvia, meneando la cola, risueña.
Pasea por las Piedras
.

—Oye, eso sí que me ha dolido. Sabes que no me refería a eso cuando elegí el nombre.

—¿A qué te referías? —quiso saber Mephi. No quería entrometerse, pero sentía curiosidad.

—Bueno, tiene que ver con la forma de hablar de los lobos —explicó Conrad—. No con el idioma Garou, sino con el lenguaje propio de los lupus. Así es como me consideraban los primeros lobos de verdad con los que pasé algún tiempo. Para ellos era «el lobo que quería pisar todas las piedras del mundo», porque me gusta viajar y ver mundo, y ya no tengo ningún sitio concreto al que llamar hogar. Creo que mi hogar es este planeta verde en su conjunto.

—Bonita idea —dijo Mephi, sin convicción—. ¿Cuánto tiempo llevas haciendo esto?

—No mucho —respondió Ivar.

—No, no mucho —convino Conrad—. Desde poco después de llegar a Europa. Fue entonces cuando me pasó por primera vez. Cuando cambié, ya sabes.

—Claro.

—Claro. Bueno, pues estaba en Praga con unos cuantos niñatos pijos compañeros de facultad cuando ocurrió. Quería alejarme de la peña que había en los Estados Unidos y de la empresa de software de la que se suponía que me iba a encargar en cuanto mi padre estirara la pata. Después del Cambio, dejé de comunicarme con mi casa por teléfono y por correo electrónico, y salí pitando hacia las colinas, aterrorizado. Por suerte para mí, éstos —señaló a sus compañeros de manada— se enteraron del jaleo que había organizado y fueron a buscarme. Llevo con ellos desde entonces, hará ya cosa de un par de años. Es curioso. Al principio, lo único que quería era ver mundo. Ahora se supone que tengo que salvarlo. ¿A que es la leche?

—Al final te acostumbras a esa sensación —dijo Mephi.

—Ya. En fin, el caso es que estaba intentando meterles el gusanillo del trotamundos a esos lobos, después de que los tíos me enseñaran a comunicarme con ellos, y les dio por empezar con ese rollo acerca de querer pisar todas las piedras. Cuando el concepto se tradujo al idioma de los Garou y de ahí al inglés, se quedó en Pasea por las Piedras. Me gusta.

—Tienes suerte de que tú nos gustes a nosotros, charlatán —intervino Melinda. Empujó a Conrad con la bota—. Tenías que haber sido Galliard, con lo que te gusta darle a la lengua.

—Podría ser peor —musitó Mephi.

—Ahora, si ya has terminado de contar la historia de esta manada según Paseo por las Piedras —le dijo Melinda a Conrad, mientras éste volvía a sentarse y cruzaba las piernas en el suelo—, el Caminante hará el primer turno. —Se volvió en dirección a Mephi y continuó:— Ven. Te enseñaré hasta dónde llega mi protección espiritual. Lo llamaremos perímetro del campamento.

—Claro —convino Mephi.

Ambos se pusieron de pie. Melinda volvió a dirigirse a su manada.

—Todos vosotros, procurad dormir un poco. Ivar, tú serás el siguiente, luego Cazadora de Lluvia, Conrad y yo.

—Otra vez al cementerio —se quejó Conrad.

—Limítate a estar preparado cuando sea tu turno —dijo Melinda—. Enseguida vuelvo. Vamos, Caminante.

Mephi recogió su cayado y partió en pos de Melinda, que ya se alejaba del campamento. Le dio alcance y la siguió, esperando hasta haberse alejado a una distancia prudencial para hablar.

—Buscadora de Luz, espera un segundo. Quiero preguntarte una cosa.

Melinda se detuvo, pero no lo miró.

—¿Qué?

—¿Cuánto llevas aquí? En Europa, quiero decir.

—Siete años.

—¿Tanto? No tenía ni idea. ¿Qué hay de tu manada? ¿Vinieron contigo o los conociste aquí a todos, como a Conrad?

—Aquí y allá. Ivar es oriundo de estas tierras, pero lo conocí en los Estados Unidos. Con Conrad fue al revés. También Cazadora de Lluvia es europea, y la conocí cuando vine aquí con Ivar. Nos fuimos tropezando por casualidad, de algún modo.

—Seguro que formáis un buen equipo.

—Sí, así es. Gracias.

—Sin embargo, no lo entiendo —insistió Mephi—. ¿Qué motivo te impulsó a venir aquí?

Melinda se giró por fin y sorprendió a Mephi con la expresión de furia que distorsionaba sus facciones. No había permitido que asomara a su voz ni el menor atisbo de ese sentimiento. También se sorprendió al ver la lágrima solitaria que surcaba una de sus mejillas. La luz que se filtraba entre los árboles, procedente de la luna menguante, coloreaba de plata brillante aquel rastro sobre su piel.

—Pregúntame algo que no sepas, Caminante —gruñó—. Mejor todavía, ahórrate las preguntas.

—Melinda —suspiró Mephi—, aquello ocurrió hace mucho tiempo.

—No el suficiente —espetó Melinda—. Para mí, no. No para quien tiene que recordarse que tú no estás junto a ella cada vez que se despierta. Aunque me alegre de que así sea, no resulta agradable tener que despertarse de ese modo.

—Sabes que no podía quedarme. No hubiese sido lo correcto, en mi estado. A estas alturas, alguien te lo habrá explicado ya.

—Claro que sí, pero eso da igual. No cambia nada, salvo que ahora me pareces más canalla todavía.

—Lin, yo quería regresar. Todos los días pensaba en volver. Algunas veces, ni siquiera me importaba que hubiese sido un error.

—Entonces, ¿por qué no regresaste? —La lágrima se había evaporado, el filo de su ira comenzaba a embotarse. Sin embargo, lo que quedaba era la hoja roma del rencor, no el perdón.

—Porque habría sido un error, y porque no podía. Cada vez que pensaba en regresar, te imaginaba con una manada, o criando a una familia. Te imaginaba encontrando tu lugar en el clan al que te llevé, y suponía que tú no… No creía que fueses a acceder a marcharte. Peor aún, a lo mejor accedías a irte si yo te lo pedía, pero me temía que me guardaras rencor por obligarte.

Melinda guardó silencio durante algunos minutos, para digerir todo aquello. Al cabo, se cruzó de brazos y exhaló un suspiro.

—Qué estúpido has sido siempre, Mephi. He esperado años antes de formar mi manada, y sigo sin pertenecer a ningún clan. Si te he guardado rencor por algo es por haberme dejado con aquella gente y aquella vida justo cuando comenzaba a acostumbrarme a lo que yo pensaba que iba a ser mi nueva vida junto a ti.

—No habría funcionado. La Letanía…

—¡La Letanía me la suda! No quería aparearme contigo, por el amor de Gaia, sino trabajar contigo. Nos llevábamos bien, y quería que siguiera siendo así. Me gustaba viajar y ayudar a que los fantasmas conocieran la paz, y combatir al Wyrm y a la Tejedora. Era feliz. Y tú también.

Mephi no dijo nada.

—Pero ése era el problema, ¿verdad? Tardé mucho en suponérmelo. Estabas demasiado acostumbrado a actuar por tu cuenta. Permitiste que me acercara demasiado, así que te entró miedo y saliste por patas.

Mephi agachó la cabeza y permaneció en silencio. También Melinda enmudeció durante unos minutos eternos, a la espera de una respuesta… de cualquier respuesta. Ambos estaban frente a frente, rodeados por los sonidos y los olores de las colinas Matra que impregnaba la caída de la noche.

—Va, ¿qué más da? —dijo Melinda, al cabo, levantando las manos—. Ya hace mucho de eso, ¿no? No es más que agua pasada, pelillos a la mar. Todo eso.

—Buscadora de Luz, puedo explicártelo. Pero no te va a gustar.

—Déjalo, no te molestes. Me voy, mandaré a Ivar cuando le toque. —La furia desaparecía del rostro de Melinda de forma gradual, sustituida por una máscara de profesionalidad. Sólo la tirantez de su voz traicionaba sus verdaderos sentimientos—. Mantén los ojos abiertos, Caminante, y procura recuperar fuerzas cuando regreses. Tenemos trabajo duro por delante.

Melinda se dio la vuelta, sin esperar contestación, y volvió sobre sus pasos en dirección al campamento. Mephi se quedó solo, viendo cómo se alejaba.

Capítulo diez

Cuando Ivar vino para relevarlo, varias horas después, Mephi se acercó en forma de Lupus al Camada de Fenris. Ivar apoyó su martillo en el suelo, cabeza abajo, y cruzó los brazos sobre la vastedad de su pecho. Mephi desplegó su forma homínida y se irguió para comunicarle su informe.

—Todo en orden, hasta ahora.

—¿No te has quedado dormido? —bramó Ivar, con toda la sutileza de la que parecía capaz—. ¿No te has ido a pasear por ahí?

—Claro que no.

Ivar profirió un gruñido y se dispuso a pasar junto a Mephi sin mediar más palabra. Mephi permaneció firme en su sitio y el hombro de Ivar golpeó contra el suyo cuando el hombretón no se apartó lo suficiente. Mephi le agarró el codo al pasar y le obligó a darse la vuelta hasta que quedaron frente a frente. Los ojos de Ivar flameaban con un fuego recóndito, pero Mephi no se arredró.

—¿Qué?

—Acuéstate, Caminante Silencioso —gruñó Ivar, a su vez—. Vete a dormir.

—¿Qué te pasa? ¿Tienes algún problema conmigo?

—Contigo no. Con los de tu clase.

A Mephi comenzó a hervirle la sangre, y tuvo que controlarse para mantener la forma homínida.

—Si tienes un problema con los de mi «clase», tienes un problema conmigo, Fenris. Escúpelo.

—He conocido a otros Caminantes —tronó el Fenris, ajeno al volumen al que estaba elevando su voz—. Una llegó a ser amiga mía. Era una compañera de manada. Confiaba en ella, al igual que el resto de mi manada.

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