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Authors: Carl Bowen

Tags: #Fantástico

Caminantes Silenciosos (8 page)

BOOK: Caminantes Silenciosos
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El universitario soltó un bufido; fue la única respuesta que recibieron las palabras del Guardián.

—Vais a atravesar su territorio, sin luna —dijo Garmson—. Tenedlo en cuenta.

El universitario asintió, aunque a Mephi no le dio la impresión de que se sintiera particularmente amonestado.

—Ya casi es la hora —dijo el Guarda del túmulo, que se colocó junto a Garmson aprovechando el silencio—. ¿Dónde está Buscadora de Luz?

Mephi, Garmson y el Guarda miraron alrededor, pero los otros tres no parecían inquietos por la prolongada ausencia de Melinda.

Vendrá
, dijo Cazadora de Lluvia.
Pronto
.

—En ese caso, comenzaré los preparativos —dijo el Guarda. Se dio la vuelta y se alejó unos cuantos pasos—. Pero su retraso es un insulto para la gloria y el honor que aún no se ha ganado.

—Viene de camino —dijo el grandullón, al lado del universitario. Ni el Guarda ni Garmson se lo discutieron.

—Está de moda llegar tarde —musitó Mephi, más que nada para sí. Los tres hombres lobo del Viento Errante le dedicaron sendas miradas inescrutables. Ninguno de ellos abrió la boca, pero el universitario esbozó una sonrisa taimada.

—Cuando llegue —dijo Garmson—, podéis comunicarle mis palabras. Y tú, Caminante, dile lo que te advirtió la
Greifynya
.

Mephi ladeó la cabeza y le dedicó una mirada interrogante.

—Que os cuidéis muy mucho de regresar aquí acompañados de visitantes inesperados —aclaró Garmson—. Si los traéis, aseguraos de avisarnos con antelación para que podamos darles la bienvenida que se merezcan.

—Vale —convino Mephi—. Se lo diré.

—Bien. Ahora, preparaos. Corren buenos tiempos para morir.

—Buenos tiempos —repitió el Guarda.

Dicho lo cual, Garmson se alejó en dirección a otra parte del túmulo, dejándolos a todos a la espera de que aparecieran la luna y Melinda. Mephi vio cómo se marchaba Garmson, antes de volverse hacia los tres miembros del Viento Errante. Todos seguían mirándolo.

—Supongo que debería presentarme —dijo, procurando discernir sus sentimientos hacia él fijándose en su lenguaje corporal—. Al parecer, todo el mundo habla inglés. ¿Alguien prefiere otro idioma más típico de la región?

—Hemos viajado mucho —repuso el universitario, con el más puro acento que podía encontrarse en el medio oeste de los Estados Unidos—. Con el inglés vale, aunque hace mucho que algunos de nosotros no lo hablamos.

—Entonces, decidido. —No se le había ocurrido que aquella sencilla piedra de toque pudiera hacerle sentir más cómodo rodeado de extraños.

—Tú debes de ser Más Veloz que la Muerte —repuso el universitario—. Melinda nos ha hablado de ti. Nos describió el collar, el bastón, y todo eso. Hasta la coleta y la perilla.

Mephi pasó las yemas de los dedos por el collar y la placa dorada donde se había grabado el símbolo de su tribu, las olas convergentes.

—Yo me llamo Conrad DeSalle —continuó el muchacho—, pero mi nuevo nombre es Pasea por las Piedras. El caso es que todavía me estoy acostumbrando a él, así que puedes llamarme Conrad, Piedras, o lo que te cueste menos recordar.

—¿Alguna preferencia?

—Me da igual —dijo el joven, encogiéndose de hombros—. Todos son nombres. —Conrad hizo una pausa y señaló al grandullón de su derecha con el pulgar—. Éste tío de ahí es Ivar Odiado del Wyrm, y la señorita bajita que ves a mi izquierda es Cazadora de Lluvia. Camada de Fenris y Garras Rojas, respectivamente.

—Me lo figuraba. —Saludó con la cabeza al impertérrito Fenris, y luego a la loba—. Cazadora de Lluvia y yo nos conocimos anoche. Tú me suenas de algo —dijo Mephi, volviéndose hacia el Fenris—, aunque no sé exactamente de qué. ¿Eres de por aquí? A lo mejor nos hemos visto en alguna otra parte…

—Soy un pródigo —dijo Ivar—. Y no nos conocemos. Ya no pierdo el tiempo en compañía de Caminantes.

—Tampoco es que haya visto a ninguno desde que estoy con él —intervino Conrad—. Por lo menos, yo no me he dado cuenta. Claro que, en realidad, todavía estoy acostumbrándome a todo esto.

—¿Cuál es tu tribu, Conrad? —preguntó Mephi, cambiando de tema a propósito—. Se te ha olvidado mencionarlo.

—Soy un Hijo de Gaia. —En cuanto lo hubo dicho, levantó las manos y añadió:— Pero no soy un
hippie
ni nada de eso. Ya sé que suena a eso, pero… —Meneó la cabeza.

—No te preocupes. Conozco a algunos Hijos de Gaia que te arrancarían la cola y te obligarían a fumarla si te oyesen llamarles «hippies».

—Qué irascibles —dijo Conrad, con una amplia sonrisa. Mephi asintió.

—¿Qué hace todo el mundo ganduleando cuando está a punto de salir la luna? —intervino Melinda Buscadora de Luz, que aparecía en esos momentos de detrás de una lápida a varios metros de distancia—. Os dije que tendríais que estar preparados a estas alturas.

Melinda siguió ascendiendo mientras la primera arista de la gibosa luna menguante despuntaba en el horizonte y proyectaba su pálida luz sobre la pedregosa llanura. Vestía las mismas ropas de la noche anterior, y había hecho el equipaje tal y como le enseñara Mephi hacía tantos años. No cargaba con más de una bolsa, que llevaba colgada desde el hombro hacia la cadera contraria, de modo que no se interpusiera en su camino al caminar ni al correr con ella a cuestas. Mephi le dedicó una sonrisa, acordándose de los viejos tiempos.

Cuando Melinda se hubo unido a ellos, sus compañeros de manada cobraron vida. Los dos hombres se echaron las mochilas al hombro y se dispusieron a ponerse en marcha a una orden. Conrad sonrió y miró al Guarda, e incluso los ojos de Ivar se ensancharon una fracción, presa de la anticipación. Cazadora de Lluvia se levantó con las orejas enhiestas y pateó el suelo. Todos los miembros de la manada estaban de cara a los otros tres, de modo que pudieran examinarse mutuamente para asegurarse de que estaban listos para emprender la marcha. La expresión de Melinda se suavizó un poco mientras escrutaba a sus camaradas en busca de correas sueltas en las mochilas, zapatos raídos, ojeras causadas por la fatiga y todo lo demás que tuviese por costumbre supervisar cuando el Viento Errante se aprestaba a partir. Mephi, de pie fuera del círculo, sonreía orgulloso al ver cómo la presencia de Melinda convertía a la manada en una unidad eficiente y organizada. Aún no había dejado de sonreír cuando ella se giró para observarlo.

—Tú también —dijo, sin concederle ni un ápice del sutil buen humor que había mostrado con los demás—. Recoge tus cosas y camina. No quiero que nos retrases.

La sonrisa de Mephi se tornó en rictus, y sus dedos apretaron su presa sobre el cayado, señal de su azoramiento.

—Estoy listo para partir.

—Me lo tendría que haber figurado. —Repuso Melinda. Lanzó una rápida mirada al cayado antes de darle la espalda. Dirigiéndose a sus compañeros de manada, dijo:— Todo el mundo, adelante. Parece que el Guarda ya está listo.

El Viento Errante obedeció la orden de Melinda y Mephi los siguió hasta alcanzar al Guarda que, en efecto, estaba esperándolos. Se erguía de pie ante un disco trémulo de bruma y luz plateada. El disco era la apertura que conducía al puente lunar, y Mephi pudo ver parte del sendero amortajado cuando la luna menguante se elevó aún más por encima de sus cabezas. El aire que rodeaba al portal se estremecía como si éste irradiara calor en medio de la gélida noche. La mitad espiritual de Mephi tiraba de él en dirección al portal y a la Umbra que se extendía al otro lado, del mismo modo que unas virutas de acero se sentirían atraídas hacia un imán.

—Os esperan en el clan del Cielo Nocturno —le dijo el Guarda a Melinda—. Presentad vuestros respetos cuando lleguéis, y luego seguid vuestro camino.

—Eso haremos.

—Cuando hayáis arrebatado la piedra del sendero de la boca del Wyrm, os estarán esperando —continuó el Guarda—, al igual que nosotros, para saber lo que haya ocurrido. Buena suerte, Viento Errante. Vaya con vosotros la gracia de Gaia. Que Luna os guíe y Fenris os guarde las espaldas.

El Viento Errante, tras los pasos de su alfa, traspuso el portal y se adentró en el puente lunar. Mephi los seguía un paso por detrás, pero el Guarda lo detuvo colocándole una mano en el codo.

—Conozco a los de tu especie, Caminante Silencioso, y sé la clase de reinos que te gustaría visitar —dijo el anciano hombre lobo de pelaje pardo—. Cuidado con la Umbra Oscura. Se ha desatado una tormenta terrible en ese lugar, y sus vientos devoradores soplan más rápido de lo que incluso tú puedas llegar a correr.

—Estoy al corriente, Guarda. Ya he visto esa tormenta en sus momentos más plácidos, y sólo la gracia del Búho me sacó de allí sano y salvo. No tenemos intención de ir allí, pero le comunicaré tu advertencia a los demás. Gracias.

El Guarda asintió en silencio y le soltó el brazo. No obstante, antes de que Mephi pudiera continuar, añadió:

—Caminante, si te ves obligado a adentrarte en la Umbra Oscura, recuerda que éstos siguen siendo buenos tiempos para morir. Los mejores por venir antes de que todos nosotros viajemos al Campo de Batalla y a la Llanura del Apocalipsis para librar la última batalla.

—Sí que lo son —convino Mephi, con escasa convicción—. Me acordaré. Me encargaré de que los demás también lo recuerden.

—Lo harán, Galliard, y tú nos recitarás los cantares de vuestra odisea cuando regreséis, da igual el camino que os traiga de vuelta.

—Así será. Así lo espero.

Cuando pareció que no quedaba nada más que añadir, Mephi le dio la espalda al Guarda y cruzó el portal al trote para adentrarse en el puente lunar y dar alcance al Viento Errante.

Capítulo nueve

Tras una breve escala en el clan del Cielo Nocturno, Mephi y el Viento Errante emprendieron rumbo al este, a través de las colinas Matra de Hungría, en dirección al río Tisza y al túmulo del Descanso del Búho. Caminaron hacia las colinas en el mundo físico, esquivando cualquier indicio de construcción y población humanas. Transcurridas varias horas desde que se adentraran en las colinas, Melinda decidió acampar en un calvero resguardado por altos árboles, alejado de carreteras, senderos de excursionistas y cualquier otra vía por la que un humano curioso pudiera tropezarse con ellos durante la noche.

Cuando sus compañeros de manada hubieron dispuesto el campamento, Melinda dispuso los turnos de guardia y les informó de que pensaba reanudar la marcha al mediodía del día siguiente. Mephi excavó un agujero poco profundo para encender el fuego, mientras Ivar y Cazadora de Lluvia rastreaban la zona circundante por última vez en busca de intrusos o de indicios de una emboscada inminente. Conrad recogió leña y Melinda anduvo de lado para urdir una protección espiritual. Cuando todo el mundo hubo regresado y comenzaron a acomodarse para pasar la noche, Conrad sacó parte de sus provisiones. Mientras el Hijo de Gaia las repartía, Mephi prendió las ramas secas.

—Escuchad —dijo Melinda, cuando todos hubieron saciado su apetito y hubieron entrado en calor—. Sé que todos os acordáis de cómo eran el río Tisza y el parque cuando encontramos el Descanso del Búho. Rebosaban redes de la Tejedora. Estaba rodeado. Sé que recordáis bien cómo era la noche que los Ancianos despertaron al espíritu del túmulo. Todavía entonan canciones que hablan de cómo las demás manadas y nosotros montamos guardia mientras se acercaban los espíritus.

—Les dimos una buena —farfulló Conrad, con la boca llena de pan duro. Ivar esbozó una sonrisa irónica y soltó un bufido.

—Sí que lo hicimos —convino Melinda—. Pero los tiempos han cambiado. El Wyrm ha acudido a ese lugar y lo ha mancillado.

Manadas de héroes, algunos de los cuales eran más poderosos que todos nosotros juntos, murieron luchando para proteger ese sitio. Todos fracasaron. —Se volvió hacia el Carnada de Fenris, que roía un hueso de conejo, en cuclillas—. Ivar, creo que sólo tú has visto lugares tan sobrecogedores como al que nos dirigimos. Tú y el Caminante.

—Así es —dijo Ivar.

—Cuando lleguemos allí —continuó Melinda, sin mirar siquiera en dirección a Mephi—, hay una cosa que quiero que recordéis todos. No vamos allí a combatir. No vamos allí a morir. Cuando veáis en qué se ha convertido el Tisza, cuando veáis la Cloaca por primera vez, acordaos de que tenemos una misión que cumplir. No os dejéis abrumar por vuestra rabia. Podéis creerme, lo intentará.

Mephi sabía de qué hablaba Melinda, por experiencia personal. Durante el tiempo que habían pasado juntos, él la había llevado a ver una Cloaca que se había formado alrededor de un vertedero ilegal de residuos tóxicos. Quería que viera a lo que se enfrentaban ella y todos los hombres lobo, no sólo en el plano físico, sino también en el espiritual. Aunque ambos se habían enfrentado juntos a Perdiciones y a fomori, la visión de aquel lugar la había afectado más de lo que Mephi había previsto. Se había sumido en un frenesí asesino más extremo incluso que aquel que la poseía la noche en que se habían conocido.

—Oye, Melinda, ¿puedo interrumpirte un segundo? —preguntó Conrad, con la mano levantada y una sonrisa azorada—. Tengo una duda.

—¿Cuál?

—Bueno, esta Cloaca sólo está en la Umbra, ¿no?

—Penumbra —corrigió Ivar. Se agazapó con el martillo boca abajo ante él, y clavó los ojos en el fuego.

—Eso. Pero en el mundo real, digo, en el mundo
físico
, no es tan grave.

—No del todo. Ya sé a lo que te refieres. Será peor allí que aquí, sí.

—Entonces, ¿para qué nos acercamos siquiera a verlo? ¿Por qué no cogemos, nos colamos en el túmulo cuando se haga de noche, pillamos la piedra del sendero y salimos por patas pisando tierra firme? —Pateó el suelo con una bota, para enfatizar su sugerencia—. A mí me parece mucho más seguro.

Mephi también se inclinó hacia adelante al escuchar aquello.

La piedra del sendero
, respondió Cazadora de Lluvia.

—Sí —corroboró Melinda, asintiendo a las palabras de la Garras Rojas—. He hablado con algunos de mis… primos… residentes en la zona, después de que cayera el túmulo. Sus Cuervos de la Tormenta informan de que el último superviviente, el Guarda, se llevó la piedra del sendero a la Penumbra y la ocultó allí. Intentó huir con ella del túmulo, pero sus heridas eran demasiado graves. Los Cuervos de la Tormenta no creen que pudiera llegar muy lejos antes de sucumbir a sus heridas.

—¿Hasta dónde fue? —quiso saber Mephi—. ¿Consiguió esconder la piedra?

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