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Authors: Carl Bowen

Tags: #Fantástico

Caminantes Silenciosos (5 page)

BOOK: Caminantes Silenciosos
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—¿Quién?

El lobo que yacía junto a Arastha levantó su poderosa cabeza y observó a Tajo Infectado con clínica indiferencia. Mientras ambos machos se sostenían la mirada, el cuerpo del lobo feroz se estiró, se fundió y desapareció hasta que sólo quedó un hombre desnudo tendido al lado de Arastha. Una tupida red de vello negro rizado le cubría el pecho y los hombros, salvo en el claro donde podía apreciarse la espiral sobre su hombro derecho y en izquierdo, sobre el que exhibía una luna creciente. Los intensos ojos plateados continuaron escrutando a Tajo Infectado desde un rostro enmarcado por una sedosa melena negra.

—Ya casi es la hora —dijo el hombre.

—Éste es Espina de Alcaudón —presentó Arastha—. Hace poco que ha llegado, procedente de la Colmena de las Lágrimas del Prisionero. Ayudó en la toma de tu antiguo hogar. Aquella victoria le costó la pérdida de todos los queridos miembros de su manada. Aun así, le queda una labor muy importante por ejecutar allí, y se ha unido a nosotros para asegurar el éxito de su misión, tras renunciar a su Colmena natal en el lejano sur.

Tajo Infectado procuró no torcer el gesto al escuchar la frase «renunciar a su Colmena natal».

—Por tanto, deberás conducirlo a través de nuestros túneles y ocuparte de que llega sano y salvo a tu antiguo hogar —continuó Arastha—. Debe llegar allí sin sufrir ningún percance, para desempeñar su trabajo. Tú te ocuparás de que así sea.

—¿Qué trabajo? —preguntó Tajo Infectado, que intentaba mirar a los ojos a Arastha y a Espina de Alcaudón al mismo tiempo.

Arastha sonrió, con la mentira asomada a sus ojos.

—El astuto Espina de Alcaudón sabe más acerca de tan intrincados asuntos que tú y que yo. Es un visionario, depositario de los más prolijos dones de discernimiento que pueda otorgar el Padre. Te los explicará por el camino en menos tiempo del que me llevaría a mí describirlos ahora.

—Pero antes, ¿tengo que unirme a su manada? —Tajo Infectado se esforzó por no proferir un gruñido. En su hogar, en su hogar
anterior
, nadie tomaba ese tipo de decisiones para un hombre lobo sin el previo conocimiento del hombre lobo en cuestión—. ¿Por qué?

—Unirse no es la palabra adecuada —repuso Arastha, acariciando de arriba abajo la musculosa espalda de Espina de Alcaudón con el dedo corazón—. Os convertiréis en una nueva manada. Vosotros dos y un tercero. Cada uno velará por la seguridad de los demás y os mereceréis el favor del Padre por medio de la consecución de la visión de Espina de Alcaudón. Actuaréis como uno solo. Tú, mi tenaz Tajo Infectado, has sido un solitario entre nosotros durante demasiado tiempo. Otros miembros de la Colmena han comenzado a jugarse a las tabas tu potencial adhesión a sus respectivas manadas. No soporto ver cómo alguien tan valioso se convierte en carne de apuestas.

El rostro de Tajo Infectado ardía con rabia contenida, pero no dijo nada.

—Deberíamos comenzar —intervino Espina de Alcaudón, antes de erguirse sobre sus rodillas y salir de la cama de Arastha. Cuando lo hizo, Tajo Infectado vio que le adornaba el estómago una cicatriz que simbolizaba el cayado de pastor retorcido del Wyrm Profanador. La cabeza del dibujo rodeaba el ombligo del hombre, y el bastón desaparecía en la mata moteada y empapada de vello sobre su pubis—. Será mejor que reúna a los demás antes de que se haga tarde.

Sin hacer ademán de vestirse, el hombre moreno se dirigió hacia Tajo Infectado con una tenue sonrisa ausente. Tajo Infectado se sobrepuso al impulso de asir aquella lustrosa melena y estamparle el rostro contra el suelo. Se limitó a observar el alejamiento del hombre, cuya espalda se adornaba con el producto de una última escarificación. Se trataba del caótico símbolo arremolinado de la tribu de los Danzantes de la Espiral Negra. Tajo Infectado lo conocía bien; le habían tatuado una marca parecida entre el pulgar y el índice de su mano derecha al elegir esa Colmena como hogar.

Antes de que Espina de Alcaudón hubiese salido de la estancia, Tajo Infectado preguntó:

—¿Quién es el otro?

—Uno como tú y como yo, y como ninguno de los dos —respondió Espina de Alcaudón—. Al igual que tú, es un Ahroun. Al igual que yo, perdió al resto de sus compañeros de manada en nuestra guerra. Al contrario que nosotros, nació como miembro de pleno derecho de esta tribu, no es un mero converso.

—¿Qué más sabes acerca de él?

—Que es obediente y leal. En cuanto se lo pedí, accedió a montar guardia frente a la puerta de la cámara mientras Arastha y yo te esperábamos. Le dije que nos anunciara tu llegada.

—Mira que tardaste en llegar aquí —intervino Arastha, con una sonrisa perversa. Sus ojos destellaban a la luz de las antorchas.

—Seguro que lo has visto.

—Así es —respondió Tajo Infectado. Le enseñó los dientes a Espina de Alcaudón—. Tendrás que ir a buscarlo si quieres que venga.

Espina de Alcaudón miró a Arastha de reojo. La mujer se limitó a dedicarle una sonrisa.

—No creo que te cueste seguir su rastro. Anda y tráelo, mi brioso Espina de Alcaudón. Tajo Infectado esperará conmigo a que regreses.

Espina de Alcaudón miró a Tajo Infectado, sonrió, y volvió a fijarse en Arastha.

—Desde luego. Me tomaré mi tiempo.

—No digas tonterías. Apresúrate a traer aquí a tu compañero de manada, ahora que Tajo Infectado sigue estando presentable. —Sus ojos se posaron en Tajo Infectado—. Yo te ayudaré a prepararte para el Rito del Tótem. Vas a necesitar toda la energía y la inspiración que pueda proporcionarte cuando regresen Espina de Alcaudón y Astillahuesos. Cuando dé comienzo el rito, tendréis que decidir cuál de los tres va a ser vuestro alfa. —Se sentó en la cama, se desperezó con indolencia, exponiendo el cuello, y se recostó de modo que las puntas de sus tres trenzas rozaran la almohada. Las aletas de la nariz de Tajo Infectado se dilataron y sus ojos bebieron ávidos de la imagen de aquel cuerpo—. Yo te ayudaré a prepararte, si es que eres capaz, Tajo Infectado.

—Sí. —Sabía qué tipo de ritos de manada eran los predilectos de Arastha, pero aquello no le importaba. Lo que requería toda su atención era lo que tenía delante. Lo que la mujer le estaba ofreciendo en aquellos momentos era mucho más importante que arrebatarle el puesto de alfa a Espina de Alcaudón cuando comenzara el rito.

Capítulo cinco

Cazadora de Lluvia abandonó la cabaña para reunirse con su manada poco después de que Karin Jarlsdottir se hubiese despedido, pero Mephi permaneció allí durante un buen rato. Mientras se consumían los troncos de la chimenea, revisó los mapas topográficos, las toscas cartas estelares y los apuntes manuscritos que se habían quedado encima de la mesa, intentando familiarizarse siquiera de pasada con el lugar al que se dirigiría a la noche siguiente.

Mientras recorría con la mirada las hojas desplegadas ante él, sus pensamientos continuaban anclados en Melinda Buscadora de Luz. ¿Qué hacía ella ahí? ¿Cuándo se había unido a la manada, y cuándo había cruzado el Atlántico? ¿Cuánto hacía que había llegado? Si aún se sentía dispuesta a sincerarse con él igual que cuando habían sido amigos, tendría que hacerle todas esas preguntas y más. Si no, que era lo más probable, tendría que intentar sonsacar a su manada.

Cuando se le hubo ocurrido aquella idea, Mephi se detuvo con el ceño fruncido. Cazadora de Lluvia había dicho que lo conocían porque Melinda les había hablado de él. ¿Qué significaba aquello, exactamente? Si los lazos emocionales y espirituales que vinculaban a Melinda con su manada eran tan fuertes como se suponía que debían serlo tras el Rito del Tótem, lo más probable era que ella ya les hubiese hablado del tiempo que pasó junto a él tras su Primer Cambio. Si se lo había contado, Mephi iba a tenerlo difícil para ganarse su confianza, no digamos ya para averiguar nada.

Se estremeció, incómodo de repente. Ya se encontraba en desventaja, por el mero hecho de no pertenecer a la manada… a ninguna manada, ya puestos. Era consciente de que los vínculos de una manada de hombres lobo, en principio, unían a los miembros de la misma con más fuerza que los lazos familiares, aunque sus experiencias familiares personales tampoco pusieran muy alto el listón. Si Melinda les había contado toda la verdad acerca de él a los miembros de su manada, se podría considerar afortunado si el trato brusco de Cazadora de Lluvia era la acogida más calurosa que recibía por parte de cualquiera de los componentes del Viento Errante.

—Demonios —masculló por encima del hombro, en dirección a su cayado con cabeza de cobra, sin mirarlo directamente—. Me podría dar por satisfecho si no se limitan a partirme la cara sin más.

—¿Todavía llevas eso a cuestas? —inquirió una voz conocida desde el umbral de la puerta, detrás del asiento de Mephi. Sobresaltado, se giró y se incorporó al mismo tiempo—. Yo creía que ya lo habrías tirado.

Los ojos de Mephi embebieron la visión de una mujer que le costó reconocer, pero que había llegado a ser como una hermana para él en el pasado. La recordaba dos dedos más baja que él, diferencia compensada ahora por los tacones de sus robustas botas de montaña. La larga pelambrera de apretados rizos por la que antaño hubiese pasado sus dedos era ahora un halo de cabello corto ondulado que conseguía que su rostro enjuto no pareciera tan largo como él lo recordaba. Un par de diminutos pendientes con forma de luna creciente le adornaban los lóbulos de las orejas, y el símbolo de los dos zarpazos cruzados propio de su tribu, los Señores de la Sombra, le adornaba los dorsos de las manos. La grasa corporal que en el pasado le hiciera parecer débil y necesitada de protección se había evaporado, dejando atrás tan sólo unas tersas curvas femeninas esculpidas en vetas de músculo sólido. Sostenía el cayado de Mephi ante ella con ambas manos, fingiendo examinar con sus ojos de oro anaranjado la cabeza de cobra que lo remataba, evitando cruzar la mirada con Mephi.

—Hola.

—Hola, Caminante —saludó Melinda Buscadora de Luz, con un poso del afecto depositado hacía tanto tiempo. Hablaba con voz cansina, como si aquella brizna de afectividad fuera una cruz con la que hubiese estado cargando hasta ese instante, en el que por fin había podido desembarazarse de ella. La lasitud desapareció cuando sus ojos se encontraron.

—Tienes una pinta estupenda —aventuró Mephi, procurando no sonrojarse.

—Las caminatas —repuso Melinda. Volvió a mirar el cayado—. El segundo mejor ejercicio físico posible.

—Eso he oído —convino Mephi, con una sonrisa compungida—. ¿Qué tal estás, Lin?

Melinda agachó la cabeza y le dedicó una mirada que podría haber fundido el cristal. Volvió a apoyar el cayado contra la pared.

—No me llames así.

—Perdona, Melinda. O Buscadora de Luz, si lo prefieres.

Melinda anduvo hasta colocarse enfrente de Mephi, con la mesa de por medio, y se cruzó de brazos. Observó los mapas desperdigados con el ceño fruncido.

—¿Qué haces aquí, Mephi? De todos los lugares del mundo…

—El juicio —comenzó a balbucir Mephi—. Arkady, el Colmillo Plateado. Me enteré de que seguía con vida y de que iban a juzgarlo aquí.

—¿Y? —Los ojos de Melinda seguían clavados en la superficie de la mesa.

—Forma parte de
La saga de la Corona de Plata
, ¿recuerdas? Intentó robar el derecho de nacimiento del rey de los Colmillos Plateados, pero fracasó. Luego, en vez de ser ejecutado, lo enviaron de vuelta a su lugar de origen. Se suponía que ahora iba a ser juzgado por conspirar con el Wyrm. Sólo que no apareció…

—Todo eso ya lo sé —espetó Melinda—. He escuchado la historia de Arkady una docena de veces. Te he preguntado que por qué estás tú aquí.

—Ya me conoces —tartamudeó Mephi—. Quería conocer el final de la historia. Según
La saga de la Corona de Plata
, el villano se esfuma sin más, pero en cualquier historia que se precie debe ocurrir algo para que el villano se lleve su merecido. Tenía la esperanza de que este juicio lo consiguiera. La saga se queda algo coja si Arkady se limita a… desaparecer…

—En eso tienes razón. Ésa no es forma de terminar una buena historia, con uno de los personajes yéndose sin más para que nunca se vuelva a saber de él. Sé a lo que te refieres.

—Melinda, yo…

—Ahórratelo. ¿De veras es ésa la única razón que te ha traído aquí, Mephi?

Mephi pensó durante largo rato, sopesando los contras que implicaría confirmar la verdad. Podía decir que había venido en busca de ella. Podía decirle que sabía que ella había acudido a esta región y que se encontraba en este túmulo, rodeada de tantos y tan importantes hombres lobo. Podía decirle que ella era el único sedal capaz de arrastrarlo tan lejos de sus aguas preferidas. Quizá una parte de ella quisiera creérselo. No obstante, se decantó por decir la verdad. Ella se daría cuenta si le contaba una mentira.

—Pues sí. Ésa es la única razón.

Una nube de tormenta nubló los sombríos ojos de Melinda. El silencio flotó entre ellos como algo tangible. La mujer alternó el peso de su cuerpo entre ambos pies, antes de acuclillarse junto a la mesa baja. Clavó la mirada en los papeles y los nudillos en la madera, y no levantó la vista.

—No sabía que estuvieses aquí —dijo, al cabo.

—Yo tampoco sabía que fuese a venir, hasta el último minuto —repuso Mephi. También miró a la mesa, a falta de contacto visual.

—Me refiero a aquí. —Melinda golpeteó los nudillos contra la mesa—. En esta habitación. No había venido para hablar contigo, si eso es lo que piensas.

—No. Esa Garras… Cazadora de Lluvia, me dijo que no querías verme esta noche.

—Sigue siendo verdad —dijo Melinda. Pretendió ordenar los papeles que tenía delante—. He venido para organizar los preparativos para mañana por la noche. Si hubiese sabido que estabas aquí…

—Ya —exhaló Mephi—. Lo mejor será que te deje a solas. —Torció el gesto en cuanto hubo pronunciado aquellas palabras.

—Adelante —invitó Melinda, mirando a la mesa todavía con más intensidad—. Tú sabrás lo que te conviene.

Mephi abrió la boca para replicar, pero no consiguió pronunciar palabra. Apretó los dientes en torno a un suspiro de vergüenza frustrada y se dio la vuelta para marcharse. Recogió el cayado apoyado junto a la puerta, arrastrando su punta, una bola sujeta por una garra, por las tablas y abrió la puerta. Antes de adentrarse en la gélida noche, se giró y volvió a mirar a Melinda.

—Buscadora de Luz —dijo, por encima del ulular del viento—. No voy a fingir que todavía conozco tu forma de pensar, pero sí que sé lo que debes sentir hacia mí. —La cabeza de Melinda se giró hasta revelarle su rostro. Una expresión melliza del odio fruncía sus labios y avellanaba su frente—. Lo que no sé es qué te impulsó a quererme a bordo de esta empresa. De esta «misión», como la llama el margrave.

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