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Authors: Carl Bowen

Tags: #Fantástico

Caminantes Silenciosos (3 page)

BOOK: Caminantes Silenciosos
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En el interior, la casa era todavía más pequeña de lo que aparentaba desde el exterior. Constaba de una sola estancia, con una chimenea de piedra sita en el extremo más alejado de la pared de la derecha y una mesa baja de madera que dominaba el suelo. Un robusto martillo de guerra que debía de tener más años que la suma de las edades de todos los presentes pendía en la pared opuesta a la chimenea. La pared enfrente de la puerta estaba cubierta de pieles de animales y unos cuantos trofeos de caza, tan escasos como impresionantes. Aunque la habitación sólo tenía dos ventanas pequeñas, la luz del fuego y la que emanaba de una lámpara del techo iluminaban de sobra aquel espacio.

Lo que reducía la distancia entre las paredes, no obstante, eran los demás hombres lobo que ya habían ocupado distintos asientos alrededor de la mesa circular. Ésta aparecía cubierta de mapas y lo que parecían ser documentos manuscritos, y los ocupantes de la estancia concentraban su atención en ellos en vez de en la puerta que había permitido la entrada del frío. Una lugareña de constitución fuerte, con una gruesa trenza dorada, permanecía de pie al otro lado de la habitación, enfrente de él. Sus ojos azules eran encantadores, pese a la sombría y distante mirada que les privaba de calidez. Las líneas marcadas y las duras facciones de su rostro bien pudieran haber sido talladas en madera de roble o en granito. Mephi la reconoció al instante como Karin Jarlsdottir, la
Greifynya
que lo había llamado. Era mucho más hermosa de cerca de lo que le había parecido desde la distancia a la que la había visto por los alrededores del túmulo.

Cuando Mephi carraspeó, menguó a su forma de Homínido y dejó su cayado apoyado cerca de la puerta, los demás hombres lobo de la estancia levantaron la vista para fijarse en él. La primera en hacerlo fue una hembra cimbreña sentada sobre los cuartos traseros en forma de Lupus cerca de Jarlsdottir. El pelaje de la loba era negro calcinado, con tonos bermejos que la luz del fuego resaltaban para mayor efectividad. Sus paletillas eran nervudas y fuertes, como si estuviese acostumbrada a cubrir largas distancias a la carrera. Levantó la cabeza, olfateó una vez y volvió a concentrarse en los mapas que quedaban más cerca de ella encima de la mesa.

El único hombre de la habitación, aparte de él, estaba en cuclillas enfrente de la loba. Se incorporó con la agilidad de alguien que tuviese la mitad de sus años. La forma en que se movía exhibía la perfecta sincronía entre la gracia humana y la lupina que algunos hombres lobo tardaban toda una vida en aprender. Aquel no era un lobo haciendo equilibrios sobre dos piernas humanas, ni un simple hombre que pudiera correr a cuatro patas. Era el espíritu de un cazador recubierto de carne cambiante. Su cuerpo musculoso se tensó igual que un muelle, y una melena gris acerada le cayó sobre los hombros, rozando la capa negra ribeteada de piel que le cubría la espalda. La mirada apreciativa que obtuvo Mephi del hombre relucía con una indeleble expectación imperiosa. Una pesada espada a dos manos pendía del ancho cinturón de cuero. Colocó una mano sobre la empuñadura con un gesto fortuito, sin aparente premeditación. El margrave Konietzko era aún más impresionante de cerca de lo que le había parecido a Mephi la primera vez que lo vio en el Aeld Baile. Mephi se sintió más consciente que nunca de sus manidas bandas doradas y sus ropas raídas.

Mephi se sobrepuso a aquella súbita oleada de asombro y se volvió hacia la mujer rubia enfrente de él, al otro lado de la mesa. Agachó la cabeza y dijo en noruego moderno:


Greifynya
, habéis mandado a buscarme.

—Bienvenido a la manada de la Forja del Klaive, Caminante Silencioso —repuso Karin Jarlsdottir, en inglés—. Lamento no haber salido a recibiros en persona cuando llegasteis. ¿Habéis tenido un buen viaje?

—Como si hubiese vuelto a casa. —Replicó Mephi. Aunque, en esencia, siempre decía lo mismo cada vez que le daban la bienvenida a un túmulo, la repetición no le confería mayor autenticidad a sus palabras. Miró a Konietzko y dijo:— Margrave Konietzko, incluso en América se habla de vos, señor.

El margrave medieval asintió con la cabeza, sin que sus astutos y evaluadores ojos perdieran de vista ni por un instante a los del recién llegado.

Por último, Mephi se volvió hacia la loba próxima a Jarlsdottir y volvió a inclinar la cabeza.

—Señora —dijo, sin más información que le ayudara a continuar.

—Ésta es Cazadora de Lluvia —explicó Jarlsdottir—. Una Garras Rojas de la manada del Viento Errante. Es huésped aquí, igual que vos.

Mephi volvió a saludar a Cazadora de Lluvia, preguntándose por qué la
Greifynya
no habría mencionado también el clan natal de la loba. Puede que la manada del Viento Errante no tuviese uno. Si bien tales circunstancias eran algo inusuales, no resultaba descabellado. El propio Mephi carecía de hogar protectorado.

—Gracias por acudir tan deprisa, Mephi Más Veloz que la Muerte —prosiguió Jarlsdottir—. Nos gustaría pedirte tu ayuda en un asunto muy importante y oportuno, concerniente a los planes formulados durante nuestra asamblea de camaradas.

—¿Qué pasa con ellos? —preguntó Mephi. Había permanecido apoyado contra la pared del fondo cuando el margrave, la Jarlsdottir y Antonine Gota de Lágrima propusieron una serie de excursiones hacia el sur, hacia el centro de Europa, pero no conseguía imaginarse qué tendría que ver aquello con él. O, más bien, no veía de qué modo le afectaba aquello a corto plazo. Quizá aquellos tres querían la opinión de un Galliard para interpretar el extravagante Acertijo de los Treses del Contemplaestrellas. Mephi hubiese accedido sin reservas de haber podido proporcionar alguna pista, pero lo cierto era que no tenía ni idea de lo que había querido decir el anciano.

—Eres consciente de que la influencia del Wyrm y de la Tejedora está aumentando en esta parte del mundo —dijo el margrave Konietzko. Su inglés poseía un fuerte acento—. ¿Lo habréis oído, incluso en los Estados Unidos?

—Estoy al corriente, señor.

—¿Comprendiste lo que quiso decir el Contemplaestrellas cuando enunció su acertijo? —continuó el margrave.

—Lo mejor que pude —respondió Mephi, cauteloso—. Se refería a los peligros que crecen en el corazón de Europa y a una amenaza para el pasado de nuestra nación Garou. No fue muy específico.

Descubrió una senda a seguir
, intervino Cazadora de Lluvia, en el idioma de gruñidos y gestos que todos los hombres lobo comprendían.
Advirtió de sus peligros
.

—No te sigo —dijo Mephi. Al percatarse de la mirada que le lanzó Cazadora de Lluvia, se corrigió—. Es decir, que no sé a lo que te refieres.

—Con independencia del significado exacto de las palabras de Antonine Gota de Lágrima —dijo Karin Jarlsdottir—, el margrave Konietzko y los demás líderes guerreros de esta parte del mundo han llegado a la conclusión de que se deben adoptar medidas para sopesar la amenaza real que suponen para nosotros las legiones del Wyrm estacionadas aquí. Por tanto, se han seleccionado dos grupos de Garou que responderán a esta llamada a la acción, si les es posible.

—Vale —dijo Mephi—. Conozco los pormenores. Mari Cabrah y la manada de tu Guardián piensan adentrarse en territorio serbio en una misión de reconocimiento. —Miró a Cazadora de Lluvia y continuó:— Tu manada del Viento Errante afronta una empresa distinta. Eso también lo cogí de pasada pero, ¿no dijisteis que iban a ser sólo dos manadas?

—Sí —contestó Jarlsdottir, con aire paciente—. La primera manada va a reunirse para partir hacia Serbia. La Furia Negra estadounidense irá con ellos.

—¿Y los demás? ¿El Viento Errante?

—Los demás parten hacia Hungría mañana al amanecer —respondió el margrave Konietzko—. Se dirigirán al desaparecido túmulo del recuerdo oculto en el interior del parque nacional de Hortobägy.

—Estás aquí porque esperamos que vayas con ellos —dijo Jarlsdottir, un latido después de que hubiese terminado de hablar el margrave.

Mephi parpadeó, sorprendido, y se enderezó. Aquello le había cogido por sorpresa.

—La gloria y el honor de esta empresa bien merecen la dificultad —dijo Karin Jarlsdottir al ver que Mephi no respondía—. Sabemos los peligros que entraña.

—Eso no es lo que me preocupa —rebatió Mephi. No quería separarse de aquella Carnada y de los otros dos hombres lobos habiéndoles dado la impresión de que se había quedado mudo de miedo—. Es que no lo entiendo. No sé nada acerca de este túmulo desaparecido. Nunca he estado en Hungría. Ni siquiera había venido antes a este túmulo. ¿Por qué habéis pensado en mí para esto?

Conocemos tu talento
, contestó Cazadora de Lluvia.

—Eso es muy halagador —dijo Mephi. La curiosidad y el orgullo crecían a la par en su interior—. ¿Conoces a Ojo de Tormenta? ¿Es ella la que os ha hablado de mí?

Mephi se había sorprendido cuando, a su llegada, descubrió a la que fuera camarada suya durante algún tiempo entre los invitados del clan. No esperaba encontrarse con Ojo de Tormenta tan lejos de su protectorado natal. Teniendo en cuenta la feroz territorialidad de Ojo de Tormenta (similar a la de todos los miembros de la manada de los Garras Rojas), debía de haber sido un asunto de singular importancia lo que había conseguido que se alejara de su hogar y recorriera tantos kilómetros.

No
, le dijo Cazadora de Lluvia.
Ella no
.

—Se te ha llamado por tu nombre —explicó Jarlsdottir.

Mephi se sintió tentado de mirar al margrave, pero sabía que no había sido el Señor de la Sombra el que había sugerido su implicación en ese asunto. El anciano nunca lo había visto, era probable que nunca hubiese oído hablar de él, y Mephi no era tan vanidoso como para creer que la reputación que se había forjado en los Estados Unidos lo había precedido. Aunque considerara la aseveración de Cazadora de Lluvia de que conocían su talento, a Mephi le costaba imaginarse cómo era posible que su renombre hubiese llegado hasta el este de Europa, si no era en boca de alguno de los norteamericanos que habían asistido a aquella asamblea.

Preguntamos
, aclaró Cazadora de Lluvia cuando la confusión ensombreció el semblante de Mephi.
Mi manada
.

Mephi no quiso preguntarle a la loba por qué de buenas a primeras, pero su expresión formuló la pregunta en su lugar.

Mi alfa preguntó. La que siempre encuentra la luz, incluso dormida
.

Los ojos de Mephi delataron su sorpresa. El desconcierto se adueñó de su estómago.

—¿Te refieres a Melinda Buscadora de Luz? ¿Está ella al mando del Viento Errante? No sabía que hubiese venido.

—Así es —afirmó Karin Jarlsdottir. Sus ojos adoptaron un brillo suspicaz al ver la expresión de Mephi—. Los miembros del Viento Errante se ofrecieron voluntarios para esta empresa, y te piden que te unas a ellos. Buscadora de Luz te lo habría solicitado en persona, pero al margrave le pareció mejor hablar contigo, dado que no habíamos oído hablar de ti.

—Eso es cierto —añadió el margrave—. Dado que vas a atravesar mi protectorado para llegar a un territorio de vital importancia estratégica que estoy encargado de supervisar, insistí en conocerte. Aquí eres un desconocido.

No para la que siempre encuentra la luz, incluso dormida
, dijo Cazadora de Lluvia.
Ni para aquellos a los que ella les ha hablado de ti
.

—Verás —continuó Konietzko, como si no hubiese intervenido nadie en medio de su discurso—, esta misión es importante, da igual lo que diga el Contemplaestrellas. Tengo que cerciorarme de que los soldados que accedan a llevarla a cabo son merecedores y capaces de conseguirlo.

—Podéis estar seguro de mí —dijo Mephi, sin pensar—. Y del juicio de Buscadora de Luz. Ella y yo hemos colaborado en múltiples ocasiones en los Estados Unidos. Si ella se ha ofrecido voluntaria para esto, yo estaré a su lado. Gustoso.

—Qué brío —musitó Jarlsdottir, con una leve sonrisa—. Ni siquiera sabes para qué te quiere.

—No me hace falta. Si hubiese sabido que ella se había ofrecido voluntaria antes de saber que yo estaba aquí, me hubiese propuesto acompañarla. —
No me preguntes por qué
, pensó.
Si quieres conservar tu cara bonita, no lo hagas
.

—Conformes —dijo el margrave—. Así pues, presta mucha atención a lo que voy a decirte. Podrás discutir los pormenores con la manada del Viento Errante mañana, antes de partir, aunque el objetivo primordial de esta misión es sencillo. —Su rostro se asemejaba al de un ídolo forjado en hierro cuando hincó una rodilla junto a la mesa. Jarlsdottir lo imitó. Cazadora de Lluvia había permanecido sentada en todo momento.

Cuando Mephi se hubo acuclillado, el margrave señaló un mapa topográfico de Hungría y los países vecinos. Trazó la línea del río Danubio hasta donde se cruzaba con el Tisza, en Yugoslavia, para luego seguir el curso de este último por toda Hungría hacia la frontera rumana, al este.

—Éste es el río Tisza —dijo el anciano. Señaló otra línea que se adentraba en Rumania y continuó:— y éste es el río Viseu. En marzo de 2000, una rotura en el dique de una mina, aquí —señaló un punto en el Viseu, cerca de su nexo de unión con el Tisza—, derramó sedimentos de metales pesados en el río. Este vertido había sido precedido por otro incidente acaecido en enero, cuando un accidente de similares características ocurrido en el río Somes arrojó cianuro al río. A punto estuvo de desembocar en el Danubio yugoslavo.

—He oído algo —murmuró Mephi—. En la CNN… en Internet…

—Sí —dijo el margrave. Sus ojos entrecerrados puntualizaban su menosprecio—. Lo que no te habrán contado es la catastrófica magnitud de este desastre. Las criaturas que habitaban en el río fueron envenenadas y murieron. Los animales que se alimentaban de esas criaturas resultaron intoxicados. La corrupción de la cadena de cazadores y presas ha extendido el veneno más allá de las orillas del río, incluso más allá de las llanuras sujetas a inundaciones que lo flanquean.

Pasó dos dedos por la extensión central del río Tisza, que discurría por Hungría.

—En la Umbra, la totalidad de este territorio ha muerto y se ha convertido en una Cloaca. Cada afluente es otra vena por la que corre el veneno, tanto en este plano como en el espiritual. Los soldados del Wyrm se están haciendo fuertes aquí. Más fuertes que nuestros destacamentos posicionados en la zona.

—Terrible —murmuró Mephi.

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