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Authors: Carl Bowen

Tags: #Fantástico

Caminantes Silenciosos (4 page)

BOOK: Caminantes Silenciosos
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—Te quedas corto —repuso el margrave. Golpeteó con un dedo una sección del mapa que se extendía cerca del Tisza, si bien no ocupaba mucho terreno—. Éste es el emplazamiento del parque nacional Hortobägy. Sólo mide quinientos veinte kilómetros cuadrados, pero es una de las escasas reservas naturales de esta parte del país que los humanos se han propuesto proteger. Hace cinco años, la manada del Viento Errante descubrió un túmulo del recuerdo, débil y natural, oculto en el corazón del parque. Los guerreros de la manada del Cielo Nocturno y de un clan menor de Rumania hace poco que han conseguido desbaratar los artificios de la Tejedora en esa zona y han despertado al espíritu del túmulo. La manada del Viento Errante se propuso además encontrar una piedra del sendero que condujera al túmulo. El lugar se llama Descanso del Búho.

—Se llamaba —corrigió Jarlsdottir. Los músculos de su mandíbula se veían tensos. El odio hervía en sus diáfanos ojos azules.

—¿Qué ha ocurrido? —quiso saber Mephi.

Los superaron
, gruñó Cazadora de Lluvia. Su cola golpeó el suelo sobre el que estaba sentada.
Demasiados, demasiado rápido
.

—Así es —continuó el margrave—. Los soldados del Wyrm se apoderaron del túmulo cuando la devastación propiciada por el desastre del río Tisza alcanzaba su apogeo. El túmulo es pequeño, y sólo un puñado de almas ha acudido en su defensa. Algunos cobardes huyeron. Otros habían partido ya para aliarse con mis fuerzas en otras áreas conflictivas antes de asegurar sus posiciones. El desastre cogió con la guardia baja a los defensores que quedaban, y el túmulo sucumbió.

—¿Era un túmulo pequeño? —preguntó Mephi, aprovechando la pausa del margrave. Cazadora de Lluvia le indicó que así era.

—Muy pequeño —corroboró el margrave—. Pero de importancia estratégica. Verás, su piedra del sendero conectaba con otros dos túmulos de la región, más poderosos. También se habían trazado planes para emplearlo como escala militar contra las fuerzas desplegadas en Serbia por el Wyrm. De haber sucumbido en ese conflicto, nuestros soldados podrían haberse replegado junto a la manada del Cielo Nocturno para continuar la lucha. Por si fuese poco, pese a su escaso poder, sigue siendo un lugar sagrado de Gaia.

—Así que, ¿la manada del Viento Errante y yo vamos a intentar recuperarlo? —preguntó Mephi, consiguiendo exhibir una razonable cantidad de convicción.

—Otra vez ese brío —dijo Jarlsdottir. En esta ocasión, no obstante, sus palabras destilaban un humor cáustico que pareció que le hubiese dejado mal sabor de boca. La expresión abatida que acompañaba al comentario añadía diez años a la edad real de la Carnada de Fenris. Era demasiado joven para ser
Greifynya
, según sabía Mephi por los rumores que circulaban entre los miembros de la manada. No le sentaba bien que le recordaran lo que podía ocurrirle a su hogar si llegaba a mostrar debilidad en cualquier momento.

—Una manada de mostrencos no va a recuperar lo que perdieron mis soldados, forjados en las llamas de la guerra y que se mantuvieron en sus puestos hasta el final —se burló el margrave—. No, tal empresa escapa a las posibilidades del Viento Errante y las tuyas. Además, tampoco es el momento adecuado. Vuestra responsabilidad es distinta y más inmediata. ¿Sabes lo que es una piedra del sendero?

—Sí —respondió Mephi, procurando que no asomara a su voz la indignación que sentía. Se preguntó si el margrave le hablaría así a todo el mundo, o sólo a quienes no fuesen unos Señores de la Sombra «forjados en las llamas de la guerra».

—Bien. La piedra del sendero del Descanso del Búho es el objeto de vuestra misión. El Viento Errante y tú iréis allí, la cogeréis y la traeréis de vuelta antes de que los soldados del Wyrm se apropien de ella. Esa piedra está vinculada a las piedras del sendero de los túmulos circundantes. Si nuestros enemigos llegaran a adueñarse de ella, nuestros túmulos en esta región se volverían vulnerables a un ataque.

—Os ruego que me perdonéis, margrave —interrumpió Mephi—. Pero, si el túmulo ha caído, ¿no tendrá ya la piedra del sendero el enemigo?

—En tal caso, las legiones del Wyrm ya habrían atacado las posiciones expuestas —respondió Jarlsdottir—, y el margrave estaría en su hogar, defendiendo su territorio.

—Sí —dijo el margrave, con una fugaz mirada de soslayo a la Carnada de Fenris—. El Guardián y el Guarda del Descanso del Búho tenían órdenes de ocultar la piedra si no podía asegurarse el túmulo antes de verse sometido a un asalto concentrado. No hemos sido atacados desde que cayeran los defensores del túmulo, por lo que debemos asumir que tuvieron éxito en su misión.

—Ya veo. Entonces, tenemos que encontrar esta piedra y traerla aquí tan deprisa como podamos.

—Sin un séquito de legiones del Wyrm —especificó Karin Jarlsdottir. Al momento, una sonrisa salvaje asomó a sus labios—. Por lo menos, no sin que sepamos que vosotros venís primero.

Mephi le devolvió la sonrisa. Recordaba lo que le había ocurrido al grupo de engendros del Wyrm que había acudido al Aeld Baile mientras él estaba allí. Por los dientes de Set, aquello había sido una masacre.

—Me llevaréis la piedra al clan del Cielo Nocturno —dijo Konietzko, sin que pareciera percatarse de la torva sonrisa de Jarlsdottir—. Ése es vuestro principal objetivo. También queremos que llevéis a cabo una labor de reconocimiento básico. Averiguad lo bien atrincherado que está el enemigo, y comunicádnoslo. Si se os presenta la oportunidad de eliminar a algún adversario, no dudéis. Si encontráis desertores o supervivientes, ocupaos de ellos. Conducid a los supervivientes que aún puedan valerse por sus propios medios de regreso al clan del Cielo Nocturno. Ejecutad a todos los desertores que veáis. Aun cuando no se hayan enrolado todavía en las filas del Wyrm.

—Entendido.

—Aun cuando esos objetivos secundarios no se consigan, volved con la piedra del sendero.

Y recuerda las palabras del Contemplaestrellas
, dijo Cazadora de Lluvia.
Debemos intentar comprender sus palabras
.

—Sí —admitió el margrave, con un dejo de menoscabo—. Eso también.

Dicho lo cual, el margrave permaneció en silencio durante un buen rato. Los únicos sonidos que se escuchaban en la cabaña eran el crepitar y los chasquidos de los troncos que alimentaban el fuego de la chimenea. Todo el mundo miraba a Mephi, pero éste no tenía nada que decir. Ya les había anunciado su compromiso en cuanto escuchó el nombre de Melinda. Iría.

—¿Sigues queriendo acompañar al Viento Errante, Caminante Silencioso? —preguntó el margrave—. Si tienes asuntos pendientes que solventar en tu tierra…

—No he cambiado de opinión —rebatió Mephi—. ¿Cuándo nos vamos?

—Mañana al amanecer —dijo Konietzko—. Estate preparado.

—Lo estaré.

—Bien.

El margrave inclinó la cabeza con un ademán casi imperceptible, miró por última vez a los ojos de Mephi y salió de la pequeña cabaña, sin más adiós que una palabra musitada entre dientes. Su partida dejó entrar una ráfaga de aire frío que avivó las ascuas de la chimenea. Mephi y Karin Jarlsdottir colocaron las manos encima de la mesa para evitar que los mapas salieran volando. La gélida racha amainó por completo cuando la puerta se hubo cerrado de nuevo, pero la estancia no se caldeó. Incluso el aroma de los troncos quemados parecía atenuado por el de la dura tierra añeja del exterior.

—¿Tienes todo lo que necesitas? —le preguntó Karin Jarlsdottir a Cazadora de Lluvia.

Lo suficiente. Mi manada estará lista. Nos iremos al salir la luna
.

—Muy bien —convino Jarlsdottir. Se puso de pie y cogió el enorme martillo cuajado de runas labradas que colgaba de la pared. Cuando se lo echó al hombro, Mephi admiró el abultamiento y la flexibilidad de sus músculos debajo de la ajustada camisa de franela con la que se cubría. Tampoco los pantalones dejaban a la imaginación la forma de sus poderosas piernas—. Caminante, vuelvo a darte la bienvenida, que es también un adiós. Tengo que hablar una última vez con mi Guardián y su manada antes de que se haga de noche cerrada.

—Lo comprendo,
Greifynya
—repuso Mephi. Se incorporó, consiguiendo que pareciera que se alzaba tras una reverencia honda y galante, y le abrió la puerta a la mujer. Jarlsdottir le dedicó una mirada de complicidad antes de arrebatarle la puerta y cerrarla de golpe detrás de ella. El cayado de Mephi se cayó al suelo. Se agachó para recogerlo, con una media sonrisa. Cuando lo hubo apoyado de nuevo cerca de la jamba de la puerta, se volvió hacia Cazadora de Lluvia.

No te verá esta noche
, gruñó la loba, antes de que Mephi pudiera decir nada.

—¿Cómo?

No voy a llevarte ante la que siempre encuentra la luz, incluso dormida
.

—¿Por qué no? Seguro que quiere…

No. Mañana podrás verla
.

—¿Por eso has venido tú en lugar de ella? —preguntó Mephi, con creciente frustración—. ¿Aunque sea ella la que esté al mando, y no tú? —Si no tenía cuidado, esa frustración iba a convertirse en cólera.

Encontramos el túmulo del recuerdo juntos
, respondió Cazadora de Lluvia.
Encontramos la piedra del sendero juntos. Sabemos lo suficiente
.

—¿Por qué quiere Melinda que participe en esto si ni siquiera se digna verme? —insistió Mephi, prestando oídos sordos a la evasiva.

Pregúntaselo
, repuso Cazadora de Lluvia, con el equivalente lupino de un encogimiento de hombros.
Mañana
.

Mephi se rindió por fin. Reconocía la futilidad de discutir acerca de una loba testaruda con otra loba testaruda. Sólo tenía que esperar hasta el día siguiente. Quizá para entonces se le hubiese ocurrido la forma de hablar con Melinda Buscadora de Luz acerca de su último encuentro, hacía más de diez años.

Capítulo cuatro

Después de seguir la ondulante espalda de Arastha y sus tres trenzas rizadas hasta los recovecos de sus aposentos privados en la Colmena, Tajo Infectado se sintió más que decepcionado al encontrar a otro macho esperándolos a ambos. El intruso yacía en forma de lobo feroz encima de la cama de Arastha, con la cabeza apoyada en las patas delanteras. Las sábanas, potreadas y salpicadas de fluidos, pendían a un lado del lecho, igual que colgaba la lengua del lobo de su boca. El pelaje negro y gris de sus hombros y el cuello señalaba en todas direcciones; cuatro surcos profundos que cruzaban la sencilla espiral ahusada de su paletilla derecha comenzaban a cerrarse. El fuego que ardía entre el corazón y el estómago de Tajo Infectado se reavivó.

—Tajo Infectado —dijo Arastha, caminando a su lado y acariciándole el hombro—. Quiero que me satisfagas. Que me hagas muy feliz. —Recorrió su columna con una de las largas uñas de su otra mano.

Tajo Infectado entrecerró los ojos y la miró de soslayo. Arastha desprendía la calidez de una brasa cuando se pegó a él. Hedía a los aromas de la cama, pero Tajo Infectado sabía que sólo pretendía manipularlo. Aquellas toscas y torpes palabras bastaban para traicionar las intenciones de Arastha. Los ojos del lobo se encontraron con los suyos, pero el animal parecía demasiado plácido y exhausto para moverse.

—¿Cómo?

Arastha se colocó detrás de Tajo Infectado. Recorrió su nuca, sus hombros y su torso con las uñas. Al mismo tiempo, avanzó hasta volver a situarse delante de él, obstaculizando la vista del macho tumbado en su cama. Él le sacaba media mano de altura, pero sus ojos estaban atrapados por los de ella, desproporcionados, semejantes a la entrada de una cueva. Ni siquiera conseguía obligarse a mirar de soslayo aquellos senos, arañados y perlados de sudor. El brillo ladino de sus ojos delataba su sonrisa lasa por el artificio escénico que en realidad era.

—¿Ya no te muestras tan vehemente, Tajo Infectado? —ronroneó, dejando que su muslo rozara el del hombre.

Tajo Infectado inhaló hondo por la nariz y observó el cuerpo de Arastha, terso y atlético. Resistió la tentación de volver a mirar su cama. No era tan incauto como para perderla de vista a esa distancia.

—Se diría que ya te han satisfecho. He acudido para saciar cualquier necesidad que aún pudiera quedarte.

—Sí, así es. —Arastha se apartó de él. Entrecerró los ojos. La expresión que le confirió su mirada le otorgó más autenticidad a su falsa sonrisa—. Dime, Tajo Infectado. ¿Eres feliz aquí?

—Sí.

Arastha retrocedió hasta sentarse en el borde de la cama, junto al enorme lobo. La cola del animal batió una vez. Sus ojos, blancos como la plata, se posaron en ella.

—¿Tanta era la tristeza que te invadía en tu antiguo hogar?

—Sí.

—No mientas —ronroneó Arastha—. Allí eras feliz. Tenías un propósito. Gozabas de respeto.

—Estaba confundido —admitió Tajo Infectado, con la cabeza gacha—. Era inocente.

—Orgulloso —continuó Arastha—. Tenías un buen hogar.

—El que tengo ahora es mejor.

Arastha volvió a posar sus ojos en él.

—Pero tenías un buen hogar. Y un puesto de honor.

—No quiero hablar de ello —espetó Tajo Infectado, lo que le ganó un destello divertido en los ojos de Arastha. Divertido, que no conciliador—. Señora.

—Yo sí, mascota —repuso Arastha. Mientras hablaba, rastrillaba con las uñas el pelaje del lobo—. Me interesa mucho tu antiguo hogar. A lo mejor te devuelvo allí.

Tajo Infectado tensó los músculos de la mandíbula. Encogió los dedos de los pies dentro de sus botas.

—No temas, mi leal Tajo Infectado. Ese lugar nos pertenece ahora. No se me ocurriría enviarte a territorio enemigo. Ahora, éste es tu hogar. Quiero que vuelvas.

Los ojos de Tajo Infectado saltaron de Arastha al extenuado lobo tumbado junto a ella. El animal dejaba que Arastha le acariciara el pelaje, y estiraba el cuello cada vez que la mujer le rascaba entre las orejas con las uñas.

—No lo entiendo.

—¿A que soy mala por burlarme de él y confundirlo de este modo? —le dijo Arastha al lobo, al tiempo que jugueteaba con su larga oreja derecha—. Necesito que regreses al túmulo del que viniste, Tajo Infectado. Por un tiempo.

—¿Por qué? —Ni siquiera quería pensar en aquel lugar, mucho menos volver a verlo.

—Como comandante de campo, y como escolta de un guerrero honorable. Y para fortalecer los lazos que te unen a tu nueva manada.

—¿Qué guerrero? ¿Qué manada? No he…

—Lo sé —atajó Arastha—, pero lo harás. Esta noche, antes de tu partida, Espina de Alcaudón realizará el rito.

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